Sus dedos entorpecidos por la frustración no pueden abrochar la capa azul que cubre su espalda. Su mirada se dirige al espejo que está en frente a él y un sentimiento de pena le llena el cuerpo, pena por él mismo y su patética situación. Sonrió con ironía y colocó las manos a sus costados. Ahora que está listo, es hora de salir a la horrible realidad que le espera fuera de los aposentos donde está descansando en estos momentos.

Toc, toc. Y en seguida la voz de Mitsuhide.

—Zen... hora de salir. La princesa Aleida espera.

Aleida.

Aleida. Shirayuki es mucho más bonito. Ni siquiera hay punto de comparación entre ellas dos. Mientras la hermosa pelirroja es inusual, sencilla y calmada, su prometida es todo lo contrario. Un dolor de cabeza.

—Ya salgo.

Un frágil suspiro abandona sus labios y abre la puerta que lo separa del mayor.

—Hora de ir a Lyrias.

La temida hora ha llegado.

[...]

Cuando llegan a Lyrias, una sensación de incomodidad le llena y su corazón comienza a latir más rápido debido a los nervios. Shirayuki estará ahí, esperando, junto con la demás servidumbre de el castillo. ¿Cómo podrá mirarla a los ojos? Le era imposible encontrar una respuesta que le ayudara a resolver el problema.

Y su odiosa voz aparece.

—Lyrias—habla, y su tono es feliz. Aunque no entiendo el motivo.—He escuchado que tenías un amorío con una pobre curandera. Que sorpresa se va a llevar al saber que ya estás comprometido.

Una carcajada sale de la boca femenina y su garganta se llena de bilis. ¿No podría ser menos exasperante?

—Arpía...—susurra Mitsuhide. Y esta vez fue él el que río con todas sus fuerzas.

Y aunque sabe que su risa sólo durará poco tiempo, le conforta saber que no es el único que no está de acuerdo con este asqueroso compromiso.

Ahora sólo es cuestión de hablar con Shirayuki.

Hi.

Gracias por leer esto, quién quiera que seas.

~Annie. ✨