Los —tan ya frecuentes—nervios, volvieron al cuerpo del de ojos zafiro, y en sus manos apareció una capa de sudor que limpió en sus —ya húmedos— pantalones.

Su hermano le regaló una sonrisa lobuna y él sintió las desesperadas ganas de darle una linda bofetada en su real cara. Obviamente no lo hizo, pero ganas no le faltaron.

¿Cuál era el motivo de sus nervios?

La jovencita con ojos verdes y sonrisa tierna. Esa herbolaria real que llegaba hoy, en ese momento, al castillo Wistal. Y él estaba en los aposentos de su hermano, en vez de enfrente del carruaje que transportaba a su joven dama.

Aunque en el fondo, lo agradecía. Aún no había decidido como decirle a la pelirroja sus sentimientos, y aunque sabía que sólo lo estaba retrasando, lo relajaba un poco.

—Puedes retirarte, Zen.

Él contestó distraídamente: —Por supuesto, majestad—, hizo una torpe reverencia, y se dirigió a la puerta.

—Recuerda que es tu última oportunidad, Zen.

La mano del príncipe se aferró al pomo y el Wistaria mayor disfrutó la reacción de su hermano.

—Claro, hermano.

Quiso azotar la puerta, pero se contuvo y caminó hasta su despacho con una sóla pregunta en mente:

«¿Cómo decirle a Shirayuki que la amo?»

El peliblanco sabía que la respuesta no llegaría tan fácilmente, había pasado más de dos semanas tratando de encontrar una y no lo había logrado.

Había consultado a Mitsuhide, Kiki e incluso a la antigua jefa de Shirayuki. Todos le habían dicho lo mismo, lo que no ayudaba en absoluto.
Sin embargo, no se rendía, ni lo haría. Cómo le había dicho su hermano, era su última oportunidad e iba a aprovecharla.

Pero de verdad que no era fácil.

Gracias por leer ésto, quien quiera que seas.

Annie.~✨