Zen estaba muy relajado.

Sí, ajá.

Cuando tenía un momento a solas lo dedicaba a pensar en Shirayuki y su mente buscaba la manera de decirle sus sentimientos, aunque de solo imaginarlo casi se hacía pis. Además, desde que la tímida pelirroja lo había besado, el pasatiempo favorito de sus hormonas era imaginar a Shirayuki de una manera muy comprometedora. Y, ¿a quién quería engañar? De verdad quería que la joven fuera suya, en cuerpo y alma. Quería hacerle cosas que escandalizarian a cualquiera, amarla de formas que sólo una pareja casada podría hacer. Lo peor de esto era que se sentía culpable por pensar en Shirayuki de una manera lasciva, y cada vez que lo hacía terminaba con un problema en sus pantalones.
Maldecia la hora en que sus hormonas despertaron.

[...]

—¡¿Por qué nadie me aviso sobre ésto?!

—Nos acabamos de enterar, Zen—, le contestó el peliverde.

—Pe-pero...—, tartamudeo.—Shirayuki vuelve a Wistal. Se supone que yo... que yo...—, tragó duro—, le prometí que la próxima vez que nos encontraramos le diría...

—¿Estás asustado porque tienes que declararte?—preguntó la rubia.

—Sí... Digo, ¡No!—se corrigió.

Ambos guardaespaldas se miraron y sonrieron, él defendería a la pelirroja a como diera lugar, enfrentaría a mil enemigos con tal de salvarla, y tenía miedo de decirle sus sentimientos. Pobre.

—Calma, Zen. Simplemente díselo, ella no te va a pedir un anillo ni nada parecido.

—Pero es Shirayuki—, gimió—, se merece algo asombroso.

—Entonces dale algo asombroso.

Gracias por leer esto, quién quiera que seas.

Annie.~✨