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CAPÍTULO III


La oscuridad y el silencio se han apoderado de la habitación, invadiendo cada rincón. La puerta asegurada con pestillo es un claro mensaje al mundo: necesita espacio, necesita aislarse. Pero su mente es un torbellino de pensamientos, y todos giran en torno a una sola persona. La ironía es cruel: es precisamente esa persona quien la ha llevado a encerrarse como un animal herido. Las lágrimas habían dejado de fluir desde hace algunas horas atrás, pero en su pecho, el dolor persistía, latente y agobiante.

Había estado mirando el techo  por demasiado tiempo, como si la pila de libros que esperaban ser leídos para su próximo examen fuese solo una distracción lejana.

"Somos dos personas que se atraen y tienen sexo, nada más. No busques más explicaciones porque no las hay, Saga. No sentimos amor, solo atracción física y sexual"

La voz de Aioros resonaba en su mente sin cesar, provocándole un malestar insoportable. Sus sentimientos se volvieron hilos entre los dedos de un hombre que no sentía nada por ella. No podía culpar a Aioros; nunca le prometió nada más allá de encuentros furtivos y pasionales. Intentaba convencerse de que la culpa era solo suya, por confundir el deseo ardiente con amor.

La lista de transgresiones en el tiempo compartido con Askella-Nemea parecía interminable, pero justo cuando estaba a punto de sumirse en una nueva ola de autocrítica, algo captó su atención. Un pequeño destello de luz parpadeaba en el techo, moviéndose con un ritmo errático e insistente.

Se levantó de un salto, sin preocuparse por tropezar, corrió hacia el ventanal con el corazón acelerado. Apenas asomó la mitad del rostro para buscar al responsable de aquella luz.

Ya esperaba encontrarse con esos ojos turquesa que la hipnotizaban, y una sonrisa altiva curvando esos labios carnosos que hacía días no besaba.

No hubo sonrisa ni gesto de bienvenida por su parte. Aioros no esperaba otra cosa, sabiendo que su pésima actitud había generado una profunda indiferencia. Se miraron fijamente durante un par de segundos, el aire cargado de tensión, hasta que él decidió romper el silencio.

¿Vienes o debo subir por el balcón? —preguntó con voz firme y expectante, dejando claro que no estaba dispuesto a esperar más.

Aioros moduló su voz para mantener un tono bajo y discreto, evitando llamar la atención del personal de la mansión, pero lo suficientemente claro para que ella pudiera oírlo sin esfuerzo. La distancia entre ellos era manejable, permitiéndoles mantener una conversación fluida y sin interrupciones.

—No debes estar aquí, Aioros. Vete... —musitó Saga, su voz apenas audible. Sin esperar respuesta, dio media vuelta y se desvaneció en la oscuridad de su habitación, donde la soledad y el vacío de una cama helada la envolvieron.

En ese momento Aioros maldijo su comportamiento anterior. Enfrascado en su propia lucha interna, soportaba con dificultad la distancia que Saga intentaba establecer entre ellos. Un anhelo intenso y desesperado lo consumía: tenerla cerca en cualquier momento, sin barreras ni reservas. El sentimiento se impuso sobre su razón, y sin pensarlo, se encontró trepando por el balcón en la oscuridad de la noche. No era la primera vez que lo hacía, tampoco sería la última.

Su mirada recorrió el entorno con familiaridad, reconociendo hasta el mínimo detalle. Incluso los títulos de los libros en el estante de madera. Saga había leído algunos para él cuando se lo pedía. Le gustaba escucharla. Se convertía en una costumbre peligrosa. Y el peligro estaba ahí, acostada en esa cama donde tantas veces habían descargado sus más profundos deseos.

—No respondes mis mensajes — dijo con voz baja y tensa. Saga se limitó a escogerse de hombros.

Estaba segura que terminarían discutiendo si expresaba los motivos de su encierro. Era lo único que podían hacer. Los reclamos de Aioros habían sido la norma en los últimos días.  Cada pequeña discusión se convertía en algo mayor, pero aquella noche sobrepasó sus propios límites.

—He estado ocupada—. No estaba mintiendo del todo. La universidad exigía la mayor parte de su tiempo, pero siempre que se trataba de Aioros ella buscaba la manera de escapar de sus responsabilidades para estar con él.

—Estás evitándome —acusó Aioros, su voz cargada de frustración y resentimiento por sentirse ignorado a pesar de estar tan cerca.

Saga exhaló un suspiro profundo y sepultó su rostro en la suavidad de una almohada, como si buscara escapar de la conversación. —Sí, lo hago —reconoció con voz apagada—, y aún así estás aquí.

Aioros captó cada palabra, pese al tono apenas audible de su voz. La pasividad de Saga, mal fingida, lo sacaba de quicio.

—La indiferencia no es lo tuyo, linda —sonrió con ironía.

Saga se incorporó en la cama, sus ojos verdes brillando con una mezcla de molestia y desafío. Se giró hacia él, su rostro tenso.

—¿Y qué es lo mío, según tú? —preguntó desafiante.

Aioros se inclinó, su rostro a escasos centímetros del de Saga. La punta de sus narices se rozaron, y sus respiraciones se sincronizaron en un ritmo agitado y entrecortado. Se sumieron en un duelo de miradas, retando al otro a ceder.

—Lo tuyo es hacerme rabiar —murmuró, y su mano subió por la pierna de Saga—, y al mismo tiempo, ponerme caliente como un adolescente descontrolado.

Saga no pudo detenerlo, pero él tampoco le dio oportunidad de hacerlo. Su mente se quedó atrapada en la sensación de los labios de Aioros besando los suyos, demandando una pasión y un deseo que ella no estaba dispuesta a dar. En su lugar, Aioros recibió un fuerte empujón en el pecho que lo hizo retroceder. Saga le lanzó una mirada furiosa, sus ojos ardiendo de rabia, mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano derecha, como si intentara borrar la sensación de sus labios.

—No me hace feliz ponerte caliente, no soy una puta a la que puedes buscar cuando tengas ganas de coger — espetó con la garganta apretada, sentía nuevas lágrimas de frustración acumularse en sus ojos.

No era la clase de chica que se derrumbaba por nada, pero desde que Aioros irrumpió en su vida, las lágrimas se convirtieron en una compañía inesperada y frecuente.

Aioros desvió la mirada, y por un instante, Saga creyó ver algo parecido a la vergüenza en sus ojos. Era un gesto inusual viniendo del hombre más prepotente y orgulloso que conocía, alguien que siempre parecía estar por encima de todo.

—No te considero una puta —dijo con la voz cargada de remordimiento—. Jamás podría pensar en ti de esa manera. Lo siento... —los recuerdos de la tarde en su departamento comenzaban a atormentarlo, pesando en su consciencia con un dolor que no podía sacudirse.

Saga evitó su mirada, negándose a caer en la trampa que siempre había sido una de las armas más efectivas de Aioros. Pero esta vez  se sentía distinto. La sinceridad en sus palabras era palpable, y solo necesitaba un vistazo a sus ojos para descubrir la verdad que se escondía detrás de su estoica expresión.

El silencio se instaló entre ellos, permitiendo que los sonidos nocturnos tomaran el control del lugar. El canto de los grillos y el susurro del viento en el exterior se unieron para crear una sinfonía que sumió a cada uno en su propia batalla mental, introspectiva y solitaria.

Por un lado estaba Saga, cuyos intentos desesperados por alejarse resultaban infructuosos. La sola presencia de Aioros la desorientaba, y el sonido de su voz era suficiente para acelerar los latidos de su desubicado corazón. Pero entonces, la voz de la razón en su cabeza se alzaba en un grito desgarrador, advirtiéndole que ese hombre era un presagio de infelicidad, un peligro que acechaba en las sombras, listo para destrozar su vida.

Y luego Aioros, torturado por su infinita lucha contra sus sentimientos. Al principio, la consideró un simple entretenimiento para su estadía en Rusia, una forma de pasar el tiempo. Pero entonces, ella le miró con esos ojos brillantes como gemas preciosas, y su mundo se derrumbó. Sus pensamientos se centraron exclusivamente en Saga Giannaros. En esa hermosa sonrisa de labios rosados iluminando su rostro, en el aroma a gardenias de su cabello y el intenso calor que desprendía su cuerpo cuando la tenía bajo el suyo. Le importaba demasiado, pero cada una de sus acciones demostraba lo contrario. Saga comenzaba a cansarse de su inestabilidad, y eso lo aterraba porque no quería perderla. El pensamiento de no volver a verla lo hacía sentir vulnerable, como un niño pequeño perdido en la inmensidad del bosque.

Su cuerpo se estremeció ante la posibilidad de que todo terminara, y sin poder contenerse, cerró la distancia que los separaba.

Saga se rindió a su abrazo, permitiendo que  enterrara su rostro en la suavidad de su cabello y la envolviera con la calidez de sus brazos. El consuelo de sus labios fue inevitable, y se buscaron en un beso intenso y necesitado, pero libre de segundas intenciones. Solo dos almas desesperadas, aferradas a una relación que nunca había funcionado, se aferraban al momento, sin importar el mañana. Aún sabiendo que ambos terminarían heridos.

Tras un par de segundos, se separaron jadeando en busca de oxígeno. Aioros volvió a acercarse, pero esta vez no la besó con la misma intensidad. En su lugar, sus labios rozaron los de Saga con suavidad, dejándola con un nudo en el estómago por la expectativa.

—Eres mucho más que solo sexo... —susurró con voz ronca y emotiva—. Eres mi refugio, mi paz, todo lo que necesito para sentirme completo.

Tranquilidad. Paz absoluta. Eso era Saga en medio del caos que reinaba en su vida. Pero la arrastraba al desorden, provocando un daño colateral que los alejaba poco a poco, como una erosión silenciosa.

Saga se tragó el nudo que se había formado en su garganta y se aferró al torso fuerte y trabajado de su amante, escondiendo su rostro para que él no pudiera ver las lágrimas que luchaban por escapar.

—Quiero creer en ti, pero no puedo… —se sentía dominada por sus dudas, prisionera de sus temores, que la envolvían como una niebla densa y oscura. Aioros experimentó la misma aflicción, y su rostro lo reflejó.

—Lamento no poder hacer nada para cambiarlo...

Esa noche, Aioros se quedó a su lado, su brazo protector envolviéndola en un abrazo cálido y reconfortante. Saga se sintió atraída por la seguridad que emanaba de él, pero incluso mientras se dejaba llevar por el consuelo de su presencia, no podía evitar sumergirse en un mar de dudas. El pecho amplio y cálido de Aioros era un refugio tentador, pero también un recordatorio de la incertidumbre que los rodeaba.

Antes del amanecer, se vieron obligados a despedirse, sin saber cuándo volverían a estar juntos. La separación era como una sombra que se cernía, recordándoles que entre ellos todo era un completo desastre.

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Convertirse en madre a tan corta edad fue el reto más grande de su vida. Temía cada día, al ver su vientre crecer, sabiendo que pronto tendría una vida dependiendo de ella y debería cuidarla. Pero ella apenas podía cuidarse a sí misma.

Se había permitido que Aioros la manejara a su antojo, convirtiéndola en una sombra de la persona que alguna vez fue. No podía volver a perderse en las necesidades y deseos de los demás cuando, con la llegada de Magnus, había descubierto un propósito y una paz que la hacían sentir completa por primera vez en su vida.

Criar a Magnus no fue nada fácil. Había estado sola durante todo el embarazo, y la ausencia de Aioros había sido una constante fuente de dolor. Cada instante, cada latido de su corazón, era un recordatorio de lo que le faltaba. Y cuando veía su vientre crecer, sentía una mezcla de emociones: alegría por la vida que llevaba dentro, pero también tristeza por la ausencia del padre de su hijo. Pero todo cambió cuando Magnus fue colocado sobre su pecho. Todas sus penas, todos sus dolores, pasaron a segundo plano. Dejó de pensar en el rechazo de Aioros, en la decepción de su padre, y se enfocó en el amor incondicional que sentía por su hijo. El instinto de protegerlo se avivó en su interior como una llama que ardía con fuerza y determinación. Juró que nunca más volvería a darle poder sobre su vida a otra persona, nunca más se permitiría ser sometida y controlada. Antes, había permitido que la manipularan al extremo de perderse a sí misma, de no reconocer su propio rostro en el espejo. Pero aquel periodo de oscuridad había quedado atrás. Cuando su hijo nació, lloró su pasado, pero fue la última vez que lamentó sus errores. Aquellos días grises habían dejado algo hermoso y prístino, algo que había cambiado su vida para siempre. Una luz radiante había iluminado su camino, y comenzó a ver el mundo con nuevos ojos.

Cinco años habían pasado desde que Magnus llegó a su vida, y ahora ese precioso ser dormía plácidamente en sus brazos, ajeno al sinuoso pasado que volvía para desestabilizar su mundo.

Saga sintió una punzada de culpa al tener que perturbar el descanso de su hijo, pero sabía que no había tiempo que perder. Los compromisos escolares de Magnus esperaban, y ella debía asegurarse de que estuviera listo.

Con suavidad, Saga dispersó caricias en el rostro de Magnus, intentando despertarlo sin sobresaltarlo. Cuando eso no funcionó, movió ligeramente su hombro, y los primeros suspiros de su hijo se hicieron escuchar.

—Es hora de levantarse, cariño —susurró al oído del niño, dejando un casto beso en su mejilla—. Tienes clases hoy.

Una vez más, desde que Magnus inició la vida escolar, lo escuchó lloriquear mientras intentaba ocultarse bajo las sábanas.

—¡No quiero! — su voz salió ahogada debido a la fortaleza de sábanas blancas que su madre intentaba quitarle de encima sin éxito alguno.

—Ya hemos tenido esta conversación incontables veces. No faltarás a la escuela —le recordó Saga con firmeza.

Magnus asomó la mitad del rostro y miró a su madre con ojitos entrecerrados por el sueño.

—Pero no quiero ir, mami, ¿puedo quedarme? —suplicó con voz temblorosa. Saga levantó una mano indicando silencio.

—No está a discusión, cariño. Helena vendrá a ducharte. Sé un buen niño y no le des problemas.

Magnus frunció el ceño en desacuerdo. —¿Por qué ella y no tú? —preguntó con curiosidad.

Saga presionó una sonrisa y le pellizcó las mejillas. "Paciencia", repetía constantemente desde que Magnus comenzó a hablar.

—Debo salir con urgencia, pero prometo ir por ti a la escuela —dijo, intentando calmarlo.

—Prefiero a Deimos —replicó el niño, formando un puchero con sus labios—. Iremos a su departamento a ver películas y no te invitaremos.

Saga solo pudo reír a sabiendas de que intentaba molestarla. Magnus era muy unido al Alemán, y pasaban demasiado tiempo juntos. Saga temía que su hijo viese en Deimos una figura paterna, pero no tenía la frialdad necesaria para separarlos.

—Deimos salió de viaje, así que no tienes opción —intentó sonar firme y enseguida notó la decepción en los ojitos de su hijo.

—¿A dónde fue? —insistió Magnus, formando un tierno puchero.

—Asuntos de trabajo —respondió, intentando mantener la conversación ligera.

Magnus parecía inconforme, pero su madre no estaba dispuesta a seguir el tema. Besó su frente y lo abrazó con fuerza, silenciando cualquier pregunta adicional.

—Nos vemos más tarde, cariño—, y pellizcó sus mejillas con cariño. Si estuviera en sus manos, se quedaría con él las 24 horas del día, sin separarse ni un instante. —Hazle el trabajo fácil a Helena y no hagas travesuras, ¿entiendes? —le pidió, mirándolo a los ojos. Magnus asintió.

—Siempre me porto bien —afirmó con una sonrisa tierna, aunque ambos sabían que era una mentira inocente. La sonrisa se contagió a su madre, que no pudo evitar sonreír también.

—Te adoro, hijo —susurró Saga, acariciando su cabello.

—Te adoro, mami — Magnus corrió a abrazarse a sus piernas.

Helena entró a la habitación pocos segundos después, y Saga le entregó una larga lista de instrucciones para el cuidado del pequeño inquieto. Aunque era innecesaria, ya que Helena había cuidado de Magnus desde que era un recién nacido, Saga quería asegurarse de que todo saliera bien, como siempre.

—Y no lo dejes invadir la cocina otra vez —agregó antes de darle un beso y salir de la habitación.

Magnus se quedó mirándola con una expresión de disgusto, pero Saga sabía que Helena podría manejarlo.

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—Te lo digo en serio, hombre, si Saga no piensa ayudarnos con los alemanes, entonces no veo necesidad de seguir aquí —Sísifo volvió a quejarse por cuarta vez desde que se reunieron a desayunar en la terraza, donde el sol brillaba intensamente, aminorando el frío de sus cuerpos, y el aroma a café recién hecho llenaba el aire.

—Ella lo hará, te lo aseguro —respondió Aioros, con la mirada perdida en el paisaje que se extendía ante ellos.
 
—¿Qué hay de ese tal Deimos? —volvió a cuestionar su hermano, comenzando a notar que  no le prestaba atención. —Tiene algo en esa maldita actitud de perro faldero que me hace dudar de su supuesta lealtad —agregó con un toque irritado en su voz.

Aioros sintió como su sangre hervía ante la mención del Kissinger menor. Era imposible no sentirse celoso al recordar la cercanía que Deimos tenía con Saga. La situación empeoraba al no poder exigirle explicaciones, al no poder reclamar lo que una vez había sido suyo, su preciosa chica de ojos verdes.

Fueron amantes en el pasado, pero la distancia los convirtió en desconocidos, como si su relación hubiera sido un sueño efímero que se desvaneció con el tiempo. La verdad era que nunca se habían conocido realmente más allá de sus momentos en la intimidad, y las reuniones de negocios que sus padres habían organizado para unir sus intereses. Ahora, gracias a esos mismos negocios, se habían reencontrado, y la tensión entre ellos fue instantánea, como un choque eléctrico que los hizo sentir vivos de nuevo.

—Ese tipo me parece sospechoso, en eso estamos de acuerdo —continuó la conversación con su hermano, tratando de ignorar el malestar en su pecho—. Me importa una mierda si Saga lo tiene en un pedestal. No me inspira confianza, debemos mantenerlo vigilado.

—Fue una estupidez enviarlo con Sigmund — Sísifo dio un sorbo a su café humeante. Su rostro se contrajo instantáneamente en una mueca de asco —¿Quién diablos preparó esto?

Aioros dejó de prestarle atención. Los motivos que lo habían llevado a Rusia se desvanecieron de repente, pasando a segundo plano. Sus sentimientos, hasta entonces difusos, habían estado en un estado de flux, mientras luchaba por aceptar su nueva realidad. Una realidad que ni en sus sueños más descabellados hubiera imaginado.

Sísifo agitó una mano frente a él, intentando sacarlo de su ensimismamiento.

—¿Qué demonios pasa contigo, Aioros? —preguntó enfadado—. Has estado actuando extraño desde el reencuentro con tu mujercita.

Aioros lo miró con dureza, apoyó los brazos sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia delante.

—Debo decirte algo importante, pero debes mantenerlo en secreto —exigió. Sísifo asintió adoptando una seriedad inusual cuando notó la tensión de su hermano.

—Sabes que puedes confiar en mí.

Aioros lo sabía perfectamente. Había confiado su vida a su hermano en innumerables ocasiones, pero esta vez se sentía vulnerable, como si hablar de Magnus lo dejará indefenso.

Su mirada se desvió hacia el suelo, y su voz se volvió casi un susurro. —Saga tiene un hijo...

Sísifo relajó su postura y soltó un silbido suave, mientras su expresión preocupada se transformaba en una mirada curiosa e intrigada. Por la tensión en el rostro de Aioros, pensó que se trataba de asuntos relacionados con los Alemanes. Un nuevo ataque quizás. Pero esto parecía algo mucho más personal, una cuestión que tocaba una fibra sensible en el imponente líder.

—Por tu cara de tragedia se nota que te está afectando —indagó—. Debiste suponer que una mujer como ella no estaría sola por cinco largos años.

Aioros contuvo el aliento, preparándose para la reacción de su hermano.

—Saga está sola, imbécil —declaró con firmeza—. El niño tiene cinco años, y estoy completamente seguro de que es mío.

La expresión de Sísifo fue una mezcla de sorpresa e incredulidad. Aioros estaba convencido de que el color en la piel de su hermano no era normal. Intentó no preocuparse por ello. Un hijo no podía ser tan grave. Tampoco se convertía en algún problema para sus propósitos en Rusia.

—¿Qué?... ¿Cómo puedes asegurar que es tuyo? —las palabras se atoraron en su garganta. No podía tratarse de una broma, Aioros era demasiado serio para ese tipo de cosas.

—Lo supe en el momento en que lo vi —afirmó Aioros con certeza—. Deberías verlo, Sísifo. Su mirada es un reflejo de la mía. Saga lo niega, pero yo no tengo dudas, ese niño es hijo mío.

Sísifo se rio, como si la afirmación de Aioros fuera la cosa más ridícula que había escuchado.

—Demonios, Aioros. Si Saga te niega la paternidad, entonces ese mocoso no es tuyo. ¿Tan buena es en la cama que eres capaz de reconocerle un hijo?

Aioros se puso tenso, su rostro endureciéndose.

—No seas imbécil o deberé enviarte de regreso a Grecia —advirtió el mayor, pasando por alto sus ofensivas palabras—. Mi pasado con Saga es complicado. Fui desconsiderado con ella.

—Entonces piensas que te niega la paternidad porque fuiste un hijo de puta— dedujo Sísifo con una mirada penetrante.

Aioros asintió con un gesto lento, tratando de ocultar el arrepentimiento reflejado en sus ojos. Sísifo negó con movimientos lentos de cabeza.

—Nunca dejas de sorprenderme, Aioros —murmuró con una sonrisa irónica—. Un hijo con la líder Rusa. Askella-Nemea y Giannaros... —Sísifo se detuvo un segundo, mientras su mirada se perdía en el horizonte—. ¿Tienes idea de lo poderoso que se escucha eso?

El semblante de Aioros se ensombreció, intuyendo con precisión lo que su hermano estaba pensando, y una expresión irritada cruzó su rostro.

—No usaré a ese niño para expandir nuestro imperio, ni siquiera lo pienses Sísifo —advirtió con autoridad. El menor se defendió levantando las manos en alto.

—No malinterpretes mis palabras, Aioros —dijo con calma—. Solo estoy proyectando la realidad de nuestras familias si ese mocoso resulta ser hijo tuyo. Esto podría fortalecer nuestros lazos o hacernos enemigos. Es un arma de doble filo, en todo caso debemos asegurarnos de que ese filo no pueda cortarnos.

—Antes de actuar necesito una prueba de ADN para enfrentar las mentiras de Saga.

Y como si el destino mismo se la pusiera enfrente, la vio a lo lejos. Su figura alta y esbelta irradiaba elegancia y autoridad, un liderazgo innegable que parecía haber sido forjado en el fuego de la adversidad. De la inocente chica que antes huía de su mirada solo quedaba un recuerdo lejano, una sombra de lo que un día fue y que él perdió por negarse a sus sentimientos y tratarla como un error en su vida.

Saga volteó a su dirección al sentirse observada, sus miradas se encontraron por segundos que parecieron eternos. El tiempo se detuvo en un suspiro, hasta que ella terminó el contacto y siguió su camino fuera de la mansión, dejándolo con una sensación de vacío y anhelo.

Sísifo fue testigo del momento compartido y finalmente comprendió que no se trataba de una simple calentura. Entre los líderes existía algo especial, mucho más fuerte que atracción física e incluso sexual. Una conexión que trascendía su entendimiento. Aioros no dejaba de mirar la puerta principal por la que ella salió. Nunca lo había visto de esa manera, hasta cierto punto parecía afectado, vulnerable. Ese lado expuesto de su hermano le generaba una sensación de malestar, así que decidió hacer algo al respecto.

—Te ayudaré a conseguir las pruebas que necesitas —dijo resuelto a cumplir su palabra—, solo promete que no echarás todo a la mierda otra vez.

Aioros lo miró con gratitud, su rostro serio pero con un ligero asomo de esperanza. Sabía que expresar su agradecimiento solo inflaría aún más el ego de Sísifo, así que se abstuvo de decir nada.

::

La noche anterior había recorrido el mismo pasillo, pero entonces su única preocupación era hablar con Saga. Ahora, al transitar por el mismo lugar, recordaba haber visto la segunda puerta al fondo, a la izquierda. Las voces que se filtraban desde el interior de aquella habitación confirmaron sus sospechas.

Fue sigiloso al momento de abrir la puerta, dejando apenas una pequeña apertura para poder espiar desde su posición. La joven mujer lucía exhausta mientras intentaba abotonar el blazer azul marino sobre el inquieto niño, que se retorcía y quejaba sin cesar.

—Deja las rabietas, Magnus. ¿Qué te ha dicho tu madre antes? —preguntó Helena con paciencia. Pero Magnus no se rindió.

—Pero es que no quiero ir a clases, por favor Helena. Será nuestro secreto —y selló su palabra pasando sus dedos índice y pulgar por sus labios, simulando un cierre. Helena se rio suavemente, con una expresión llena de cariño.

—No lo creo, pequeño embustero. Me pregunto dónde aprendiste esas cosas.

Magnus volvió a quejarse, agotando a su niñera y divirtiendo a Aioros, quien se hizo notar con pequeños golpecitos en la puerta.

—Señor Askella-Nemea—. Helena lo reconoció enseguida—. ¿Qué hace aquí?

La respuesta de Aioros fue una sonrisa forzada, que no logró ocultar su verdadera intención. Luego, ignoró a Helena olímpicamente y dedicó su atención al niño.

—La vida debe ser muy mala en este lugar, ya que es la segunda vez que te veo y te encuentro llorando.

—Es el amigo de mami de aquella vez, ¿cual era su nombre? —cuestionó Magnus con la voz cortada por el llanto.

Aioros se preguntó cómo se vería sin todas esas lágrimas mojando su rostro y esa nariz enrojecida.

—Parece que heredaste la sensibilidad de tu madre —habló en voz alta, y notó cómo Helena fruncía el ceño en confusión, pero decidió no darle importancia. —Aioros Askella-Nemea —se presentó por segunda vez—. Grábate mi nombre, pequeño, porque de ahora en adelante escucharás mucho de mí.

—Señor Askella-Nemea, si necesita algo podría pedírselo al personal que está a su disposición —insistió la mujer, comenzando a fastidiarlo.

—Necesitaba ver a Magnus —respondió sin mirarla—. Tengo el permiso de tu señora para estar aquí —mintió descaradamente, sin inmutarse. Luego, volvió su atención a Magnus, que lo miraba con curiosidad. —Escuché que no quieres ir al colegio, ¿por eso lloras? —preguntó con suavidad.

Magnus mordió sus labios, y se tomó unos segundos antes de responder.

—Me gusta ir al colegio pero... —calló de repente, desviando su mirada entristecida hacia el suelo.

Helena se alarmó. Nunca le habían preguntado la razón de su renuncia por asistir a clases. Siempre era lo mismo por las mañanas, Magnus hacía berrinches hasta el cansancio pero al final terminaba subiendo al coche que lo llevaría al colegio. Pero ahora, con Aioros allí, algo parecía diferente.

—¿Alguno de tus compañeros o profesores te molesta, Magnus? —Aioros le dio voz a sus temores, su expresión se tornó seria y preocupada.

El niño agachó la cabeza con las mejillas encendidas, su voz apenas fue audible para los adultos.

—Mis compañeros se burlan de mí... —susurró apenado, las lágrimas asomaron en sus ojos nuevamente—. Dicen que papá nunca volverá, que mami es una mentirosa, y papá nos abandonó porque no quiere tener un hijo como yo.

Helena cubrió su boca, horrorizada por lo que estaba escuchando. ¿Cómo es que nunca se los había dicho? La respuesta fue automática en su cabeza, y es que nunca le preguntaron sus motivos.

Contuvo las lágrimas y estrechó al niño entre sus brazos, sintiendo una profunda tristeza y culpa.

—Oh Magnus...

—No le digas a mamá, no quiero que esté triste —suplicó Magnus, lacerando el pecho de Helena con su inocencia y desesperación.

Aioros se mantuvo en silencio, observando el abrazo mientras una oleada de dolor desconocido le oprimía el pecho. Su cuerpo ardía de rabia y agonía al imaginar a Magnus, tan pequeño y vulnerable, sufriendo a manos de sus compañeros. Escuchar esas palabras horribles, defender la mentira de su madre... Era insoportable. No podía entender cómo un niño tan adorable como Magnus podía sufrir de esa manera, y que Saga no hubiera notado los cambios en su actitud cuando se trataba del colegio. La idea de que ella estuviera demasiado ocupada para preocuparse por su hijo le resultaba inaceptable. Pero más le destrozaba saber que su propio egoísmo lo había alejado de la oportunidad de compartir una vida con su hijo, de ser un padre para él y de experimentar todos los momentos y emociones que eso conllevaba.

Cuando Helena se apartó, él se acercó con suavidad y tomó su lugar. Con un toque delicado, limpió las lágrimas de Magnus, y le mostró una sonrisa tierna y protectora que brotó desde lo más profundo de su alma, llenando el espacio entre ellos con una calidez y seguridad que parecía envolverlo todo.

—¿Me permites llevarte al colegio, Magnus?

La sonrisa de Magnus iluminó su rostro con una luz cálida y contagiosa, y el destello de emoción en sus ojos logró romper la coraza de Aioros, revelando una vulnerabilidad que solo Saga conocía.

Magnus asintió con sus energías renovadas. El entusiasmo parecía desbordar de su pequeño cuerpo.

—Solo si prometes defenderme — dijo con una vocecita temblorosa.

—Haré mucho más que eso, solo que no podrás verlo esta mañana—aseguró—. Pero te prometo que a partir de hoy nadie volverá a meterse contigo —añadió, mirándolo con tanta determinación que el niño se sintió invencible.

Helena tuvo que intervenir al ver como la ilusión de Magnus seguía creciendo y, aunque se sentía fatal por arruinar el momento, debía cumplir con su trabajo.

—Señor Aioros agradezco las buenas intenciones, pero solo un par de empleados y yo estamos autorizados para llevar a Magnus fuera de casa. El que usted este aquí en estos momentos, supone un gran problema para mí.

—¡Helena! —refutó Magnus con el ceño fruncido en molestia, tan idéntico al gesto de Aioros.

—Pon a tu señora al teléfono, y déjame solucionarlo —espetó fastidiado por la intromisión de la niñera.

La paciencia nunca había sido su fuerte, y esa mujer era exasperante. Pero debía reconocer que solo estaba cumpliendo con su deber más importante: cuidar del pequeño Magnus.

—Ella tiene asuntos importantes que atender, no puedo molestarla ahora, disculpe.

—¿Estás diciendo que la seguridad de su hijo no es su prioridad? —escupió entre dientes, su rostro endureciéndose en una expresión amenazante que logró intimidarla.

—Nada es más importante que Magnus...

Aioros supo que solo perdería tiempo con esa mujer. Así que tomó su Smartphone y marcó el número de Saga quien tardó más de lo esperado en atender.

Estoy ocupada, Aioros. Hablaremos a mi regreso —dijo ella al desbloquear la llamada.

—Necesito que autoricen a tu niñera para que me permita llevar a Magnus al colegio. Insiste en ir solo conmigo —explicó Aioros.

¿Estás en la habitación de Magnus? —preguntó Saga, su voz teñida de indignación. —¿¡Quién demonios te crees que eres!?

Aioros se apartó el móvil de la oreja, protegiendo sus tímpanos del estallido de Saga. Mordió una sonrisa al recordar cuánto disfrutaba provocándola. Sus discusiones siempre terminaban de la mejor manera posible, muy íntimamente. Se alejó un poco más, asegurándose de que solo ella pudiera escuchar sus siguientes palabras.

—Sabes perfectamente quién soy para Magnus —dijo con aparente calma—. Si no quieres que comience a desenmascarar tus mentiras, te recomiendo que me permitas llevarlo sin más obstáculos.

Escuchó su respiración agitada, imaginando la furia que debía estar reflejada en su rostro.

El silencio se prolongó durante varios segundos, hasta que finalmente escuchó su voz, baja y tensa.

Helena irá con ustedes... —accedió muy a su pesar, y una sonrisa presunciosa levantó sus labios.

—Tu actitud solo refuerza lo que tanto te empeñas en negar —susurró desafiante.

Esto no se quedará así, Askella-Nemea —sentenció Saga. —Déjame hablar con Helena.

Aioros le pasó el móvil, evitando prolongar su pequeña disputa. Helena respondió con una ligera vacilación, aún incómoda por las consecuencias que le traería haber permitido que un extraño entrara a la habitación de Magnus. Pero en lugar de la furia que esperaba, escuchó a una madre angustiada, que parecía haberse rendido ante la petición de Aioros, sin tener más opción que ceder a la voluntad del líder griego.

Ven con ellos, cuida a mi niño a cada instante, por favor —la angustia era palpable en su voz. Helena no podía evitar preguntarse qué tipo de influencia ejercía Aioros sobre Saga para reducirla a un estado de tan profunda ansiedad.

—Cuente conmigo, señora.

—¡Ella dijo que sí! —Magnus celebró dando pequeños brinquitos.

Aioros rio suavemente, se agachó frente al niño con una elegancia que contrastaba con la postura y, con dedos precisos, abotonó el blazer perfectamente planchado, ajustándolo con un toque paternal que hizo que el niño se sintiera cómodo y protegido.

—Eso es, Magnus —habló con calidez—. De ahora en adelante, no quiero verte llorar. Siempre sonríe así, pequeño mío —su dedo índice trazó el contorno de aquella sonrisa tierna, y una parte de él, esa que creía perdida, volvía a nacer con ese niño, llenándolo de una sensación de propósito y renovación.

—¿Mi sonrisa es linda? —preguntó Magnus con una curiosidad ingenua y su sonrisa se ensanchó aún más, divertido por el gesto de Aioros. Apenas lo conocía, pero ya sentía una conexión especial con él, una sensación de confianza y comodidad que lo hacía sentirse como si lo hubiera conocido siempre.

—Claro que sí, Magnus. ¿Y sabes por qué? —el niño negó. —Porque tienes la sonrisa de tu madre.

Magnus lo pensó unos segundos y luego sacudió la cabeza, acompañado con un gesto de negación.

—Ella dice que tengo la sonrisa de papá —murmuró con timidez.

Aioros estudió el rostro de Magnus, y su mirada se detuvo en la expresión que iluminaba sus facciones. La preciosa sonrisa de Saga estaba reflejada en él, pero había algo más, algo que le resultaba inconfundiblemente familiar.

—Sí... puede que sea verdad —reconoció con un nudo en la garganta, su voz apenas un susurro que Magnus logró captar con dificultad.

Esa mañana sería la primera que compartirían juntos, aunque más tarde tendría que atenerse a los reclamos de Saga. Pero todo valía la pena mientras pudiera estar cerca de ese niño.

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