CAPÍTULO I
El líder de la mafia griega ha recibido un duro golpe. Viejos rivales atacan puntos estratégicos. Ha perdido un gran cargamento y eso hiere su orgullo. Desea destruirlo todo, ver arder a sus enemigos quienes demuestran ser dignos contrincantes. Su predecesor aconseja mantener la calma, comprende que es joven en el núcleo del verdadero negocio familiar y eso podría ser contraproducente. Aunque Aioros Askella-Nemea ha demostrado ser un gran líder y estratega.
El Jet privado de la familia Askella-Nemea acaba de despegar con destino a Rusia. Donde las cabecillas principales se reunirán con el líder compatriota, quien mantenía su base de operaciones y residencia permanente en aquel país.
Aioros arroja el iPad sobre la mesa de centro y masajea sus sienes. Está frustrado, enojado por la osadía de los Alemanes.
—Quién está tras estos ataques son los bastardos de la Carroza. Sigmund Kissinger es su líder. El maldito hijo de mil putas.
Sísifo observa la imagen en la pantalla. Se trata del grupo criminal más sanguinario del continente. Son traficantes de droga y trata de personas. No tienen nada que ver con el mundo donde se desempeña los negocios de Askella-Nemea dedicado por generaciones al tráfico de diamantes. Pero la ruta marina es disputada con violencia por los invasores.
—La rivalidad entre nuestros antepasados es fuerte. Ese perro no piensa detenerse. Son inmorales, no respetan códigos ni siguen ninguna ética. Para exterminarlos desde la raíz es necesario el apoyo de Aspros Giannaros.
Aioros cambia su expresión gélida. El apellido lo devuelve al pasado, exactamente cinco años atrás. La mejor época de su juventud.
—La familia Giannaros... - suspira antes de beber una copa de champán. —Tengo buenos recuerdos de uno de sus miembros más jóvenes en particular — relame sus labios húmedos. Su entrepierna duele y una corriente eléctrica recorre su espina dorsal.
Recuerda a una hermosa chica de dieciocho años tendida en su cama, gimiendo su nombre y dejando el filo de sus uñas marcando su espalda.
¿Qué habrá sido de esa belleza?
—Concéntrate, Sagitario. Vamos a negociar con los Giannaros, no a follarnos a sus mujeres.
Aioros ríe entre dientes e ignora las palabras de su hermano menor. Ahora más que nunca está deseando tocar tierras rusas. Ante la idea de poder verla, ya no le desagrada tanto forjar una alianza.
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El aeropuerto privado de la familia Giannaros recibe a los jóvenes líderes. La noche es helada y el momento tenso cuando antiguos socios son representados por sus sucesores.
Al menos veinte autos yacen enfilados en el exterior. La escolta de élite de Aspros Giannaros. Hay un hombre en particular que sobresale del resto, yace a la cabeza del grupo armado, vistiendo un impecable traje gris.
—Bienvenidos a Rusia, es un honor recibirlos. Me presento, soy Abel Giannaros — Dice ameno, extendiendo una mano al líder de la organización.
Aioros examina al hombre con detenimiento. Se trata de un joven que no puede alcanzar los treinta años, de un metro noventa quizás. Su cabello negro es rebelde cayendo un par de mechones al costado de su rostro pálido como el resto de su tez, y unos curiosos ojos dorados.
—Aioros Askella-Nemea — se presenta él, aceptando el saludo.
—Es un placer conocerle — dice antes de saludar al hombre que lo acompaña. —Usted debe ser el famoso Sísifo Askella-Nemea.
—Me alaga, pero no sabía que era famoso en tierras Rusas — bromea el castaño apretando la mano de Abel.
—Es muy conocido entre las mujeres de Kazán — Abel le sigue el juego, esperando que la tensión disminuya.
—Desconocía que Aspros tuviese un hijo varón. Debe ser su heredero, de otro modo no entiendo que hace usted aquí - masculla Aioros, curioso por la ausencia del líder.
—Lamento la confusión, pero el señor Aspros es mi tío, y yo no soy su heredero — aclara —. Al parecer usted no está enterado de las últimas novedades. El señor Giannaros se retiró hace ocho meses y su heredera ha tomado el mando de la organización.
—¿Su heredera? — pregunta curioso. No era devoto de los Giannaros. Todo su interés estaba dedicado a su propio legado por tanto las declaraciones de Abel lo tomaron con la guardia baja.
—Nuestra líder. Su palabra representa la voluntad del señor Giannaros. Así que tratarán con ella.
El ceño de Aioros se contrae en desacuerdo. Estaba en Rusia para hablar con Aspros Giannaros, no con una chiquilla salida de la nada.
¿Podría tratarse de ella? - negó aquel pensamiento al instante. Esa mujer no era la primogénita de Aspros, ¿pero cuánto sabía realmente de ella más allá de tenerla en sus sábanas?
—Será mejor que los escolte a la residencia — dice Abel, dando fin al tenso silencio del momento. — Mi señora los está esperando.
—Bien. Haremos negocios con ese líder sin rostro.
Es cuestión de tiempo para descubrir quien es aquella enigmática mujer. Bien podría sacarle provecho a su inexperiencia. No estaría mal mover las piezas del tablero a su favor.
Su objetivo acababa de fijarse; iría directo a la reina.
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La mansión Giannaros seguía siendo imponente y lujosa. Mantenía elementos arquitectónicos inspirados en la antigua Grecia. Columnas altas y esbeltas de orden jónico con capiteles ornamentados y basas elegantes. Su fachada revestida con materiales de mármol y piedra caliza. Manteniendo líneas limpias y minimalistas con grandes ventanas de cristal permitiendo una iluminación natural abundante y ofreciendo vistas impresionantes del entorno.
Abel Giannaros se detuvo junto a las enormes puertas y mientras éstas se abrían desde el interior inclinó levemente su tronco efectuando un ademán al interior del hogar.
—Nuestra líder pone a su disposición la hospitalidad de su casa, sean ustedes bienvenidos.
Sísifo entró por delante dejando atrás cualquier protocolo, sus curiosos ojos azules recorrieron su entorno con emoción, misma que no le duró mucho al encontrarse la nueva decoración.
—Recordaba este lugar revestido de oro y piedras preciosas — susurró a su hermano. Aioros hizo un gesto desinteresado.
—Han pasado cinco años, Sísifo.
—Nuestra señora no disfruta las extravagancias — opinó Abel, remarcando con eso que sus susurros no pasaban desapercibido para sus afinados oídos. — Cuando el señor Aspros se retiró dio la orden de remodelar por completo la mansión - continuó el ruso —. Pero si gusta volver a deleitar la vista con el poderío del imperio Giannaros puedo acordar una cita con el señor Giannaros para recibirlo en su mansión de Inglaterra.
A los hermanos Askella-Nemea les pareció que el lamebotas de los Giannaros utilizaba un tono pedante, pero cuidando bien cada palabra en pos de evitar molestar a los invitados de honor.
"Menudo hijo de perra" — pensó Sísifo.
–Lo pensaré se tragó el insulto. —
—¿No estás siendo descortés con los señores, es así Abel?
Una voz femenina llegó a los oídos de los hombres, segundos después una hermosa dama de esbelta figura curvilínea y larguísimo cabello azul índigo rozando sus sinuosas caderas se vislumbró como la aparición de un ángel en el medio del vestíbulo.
Sísifo tragó saliva pensando que quizás estaba soñando pues la piel de esa mujer era tan blanca que no parecía de este plano. En tanto el líder de Grecia no estaba en mejores condiciones, por supuesto no había olvidado el rostro de quien fue su amante por varios meses. Pero definitivamente esas facciones dulces habían madurado con el paso de los años. Y su cuerpo... ¡Dioses! Moriría por ver el cambio de ese cuerpo entallado en un largo vestido tan azul como las olas furiosas del océano, como ese cabello que tantas veces deslizó entre sus dedos.
Los ojos verdes de la mujer parecían vivas gemas esmeraldas quemando sus propios ojos que, lejos de su patético intento de parecer indiferente, mostraban con vehemencia la necesidad de avivar los viejos tiempos en la recamara de su habitación.
—Esa respuesta no me corresponde, señora — Abel cortó el breve silencio. Para ninguno pasó desapercibido aquellas miradas furtivas que compartieron los líderes.
Sísifo sonrió recordando las palabras de su hermano cuando se dirigían a Rusia.
"Jodido hombre con suerte. Así que te follabas a la líder de los Giannaros"
—Su representante nos ha hecho sentir en casa — habló Aioros dejando atrás su cara de bobo, endureciendo sus facciones y parándose firme volvió a ser el líder del grupo Griego más poderoso en Europa.
—Aioros Askella-Nemea — su nombre le supo amargo, como un trago del licor que hurtó a su padre cuando apenas tenía diez años y le hizo devolverlo sobre la alfombra.
—Saga Giannaros — y él lo sintió de manera diferente.
Una sensación bien conocida le recorrió el cuerpo entero, y dio gracias a sus dioses por haberse ataviado con un abrigo hasta las pantorrillas, dejando oculto su virilidad que despertó ansiosa al reconocer a su hermosa anfitriona, y cuyos recuerdos compartidos en una cama de hotel se avivaron en su mente como llamas ardientes.
—Bienvenidos a mi morada, espero que su viaje haya sido agradable — se dirigió al hermano menor. -Es un placer tenerlos aquí, Sísifo.
El menor se adelantó varios pasos y con osadía tomó la mano de Saga para llevarla a sus labios, besando el dorso sin despegar sus vivaces ojos azules de la belleza rusa-griega.
—El placer es nuestro, señora — Mostró su mejor sonrisa, esa misma que utilizaba para llevarse a las mejores damas a sus sábanas. Aunque no era su intención en primer lugar. No si quería seguir conservando su cabeza unida al cuello.
—Ha sido un viaje cómodo, aunque admito estar desconcertado ante los cambios tan grandes del grupo Giannaros — expresó Aioros, con un filo cortante en sus palabras que solo era superado por el brillo asesino en sus orbes ante el atrevimiento de su hermano.
Sísifo sonrió. Había logrado su objetivo.
—Mis más sinceras disculpas, pero grandes cambios requieren grandes responsabilidades. No serán los últimos en llevarse la sorpresa, pero sin duda su presencia en tierras Rusas no son para debatir quien ocupa el cargo de la familia Giannaros.
—Entiendo que su palabra representa a su padre — contrarrestó Aioros con fingida sutileza. El semblante de Saga cambió al instante, oscureciéndose con sus finas facciones tan endurecidas como las suyas.
Tenía pinta. Aceptó Aioros con el orgullo impasible.
—Mi palabra no representa más que una voluntad férrea. Mi voluntad. Yo soy la líder del imperio Giannaros. Mi palabra es ley, mi palabra es todo.
Saga apenas había dicho algunas palabras pero era suficiente para los griegos. Ellos no estaban por negociar con una niñita privilegiada e inexperta. Entonces Aioros pensó que su plan se iría a la borda si ella merecía tal título por coraje y destreza, y no por el beneficio de su sangre. Pero Aioros jamás lo admitiría a viva voz. No hasta verlo con sus propios ojos.
Sísifo carraspeó por lo bajo. La tensión entre su hermano y la líder rusa podría palparse en el aire, lo juraba por su hombría.
—Nos ha quedado claro — dijo intentado enfriar el ambiente.
—Eso es bueno, hijo menor de Illías — remarcó "menor" buscando un indicio de inconformidad, pero no fue el caso. — Sé que su visita a Rusia tiene mucho que ver con la invasión extranjera en el Egeo. He mandado convocar a nuestros aliados para mañana a primera hora. Por el momento permítanme ofrecerles la hospitalidad de mi casa. Deben estar cansados por el viaje.
—No lo crea así, hubiésemos preferido una reunión inmediata a nuestra llegada — opinó un disgustado Aioros. — Pero qué va. Estaremos encantados de ser hospedados por la nueva líder de los Giannaros.
Aioros atisbó la sonrisa de Saga y el calor de su pecho incrementó por sobre su hombría despierta.
—Por favor síganme — pidió ella adelantando sus pasos con elegancia. Los hermanos le siguieron.
Sísifo mordió una risotada. Su hermano estaba embobado con el vaivén de esa larga cabellera rozando los redondos glúteos de la líder.
Nada profesional de su parte. Pero terriblemente divertido para el hermano menor.
Fueron dirigidos a un amplio salón donde un juego de salas en color negro contrastaba con la blancura de las paredes, mismas que eran adornadas por enormes cuadros de algunos mitos griegos.
Saga les indicó un sofá a cada uno, y enseguida un sirviente se acercó con una charola de plata con tres copas de vino en su centro perfectamente alineadas.
—Importado desde Samos — informó Saga, llevando su copa a los labios y bebiendo un pequeño sorbo. Apenas mojando sus labios pintados de rojo.
Aioros fijó mayor atención en las piernas de la mujer, mantenida una sobre la otra en una sensual pose que dejaba a la vista un poco de piel del muslo, gracias a la abertura lateral del vestido.
Sus manos picaron y Aioros se preguntó si mantenía la misma textura, pero juraba que sí. Esa piel se veía suave, tan tersa como recordaba. Se obligó apartar la vista, no quería parecer un pervertido hormonal incapaz de olvidar su aventura adolescente. No pensaba darle esa satisfacción, pero Saga no parecía interesada en descubrirlo.
—¿Prefiere el vino griego, señora? — indagó Sísifo. Aioros reviró los ojos con disimulo. No estaban en Rusia, frente a la líder de la mafia Rusa para hablar del vino griego.
—Mi sangre griega es fuerte... Sísifo — dejó el nombre suspendido, como preguntando en ese silencio si debía llamarlo por su nombre o prefería mantener formalidades.
—Así podemos entendernos mejor, después de todo somos compatriotas.
Saga asintió forzando una sonrisa. Movió la copa en su mano agitando el vino en su interior. Sus vivaces ojos se posaron en el silencioso hombre que hasta hace poco la comía con la mirada. Su semblante ensombrecido y el gesto de sus labios torcidos levemente en una clara señal de molestia.
—¿Algo le incomoda, Askella-Nemea? — indagó con fingida cordialidad. Aioros gruñó por lo bajo, tan bajo que solo Sísifo pudo escucharlo.
—Nada relacionado con la hospitalidad de su casa — aclaró. —Pero no hemos viajado a sus dominios para tomar vino y hablar sobre nuestra cultura.
—Eso lo sé perfectamente. Pero no podemos debatir sobre los Alemanes sin el resto de los socios presentes.
—Usted es su líder, Saga. Ellos harán lo que diga — remarcó Aioros, hastiado de la actitud apacible de la mujer.
—A Eretria no le sirvieron de nada sus inexpugnables murallas cuando ciudadanos traidores abrieron sus puertas al enemigo — citó una de las traiciones más trágicas de su país natal. La mirada de Aioros volvió afilarse, poco le importó a su anfitriona. —Incluso un fuerte roble puede caer con la brisa más ligera si sus raíces son débiles. Mis raíces son cada aliado, cada familia que ha aportado a la grandeza que es hoy el Imperio Giannaros.
—Entiendo su punto, Saga — al líder le costó nombrarla sin ocultar su desagrado. —Pero debe comprender que no solo los Askella-Nemea estamos siendo amenazados por el creciente poder que están tomando los Alemanes en el Egeo. Esos bastardos sanguinarios están formando alianzas en el continente Americano.
—Estoy al tanto — dijo Saga, inmutable, y volvió a beber de su copa. —Aioros no crea que está hablando con una mujer que ostenta el liderazgo solo por estirpe - levantó el mentón con orgullo. —Me he ganado mi lugar y mis fieles aliados dan fe de mi palabra. Ellos me seguirán con los ojos cerrados, pero no puedo pasar sobre ellos. Nunca lo haría.
Aioros se tragó un insulto, más por su ego herido que por la altanera mujer. Reconocía la disciplina griega y el liderazgo de Saga infligido por Aspros. Aún así, ella no iba a darle clases de historia o como tomar las riendas de su imperio.
—Paciencia — habló Saga una vez más, rompiendo el silencio tenso. —Mañana trataremos el asunto de los Alemanes y buscaremos una manera de frenar su expansión. Por el momento disfruten de su estadía, he mandado preparar sus habitaciones pero antes pasemos al comedor.
—Agradezco su generosidad, pero estamos agotados por el viaje y si el asunto que nos trajo hasta aquí será tratado mañana, entonces preferimos retirarnos a descansar, no pretendemos ofenderla.
—Descuide, Aioros — enfocó atención en Sísifo -¿Usted opina lo mismo que su hermano?
—Si no es ofensa, nos gustaría retirarnos a descansar — apoyó el menor.
—No pasa nada, sus habitaciones están listas en la segunda planta, permítanme acompañarlos.
Los hombres siguieron el paso elegante de la primogénita. Aioros no podía apartar la vista de su figura, sus estrechas caderas curvilíneas cubiertas por el espeso manto de cabello azul índigo que rozaba los bordes de su proporcionado trasero. Y esas piernas bien tonificadas entalladas por un vestido azul, cuyo escote resaltaba el borde de unos firmes y grandes pechos. Aioros se preguntó si todavía le cabrían en las manos. Negó para sus adentros, reprimiendo una maldición. Saga era un ángel caído con la tarea de atormentarlo y poner a prueba su fuerza de voluntad. Sí, eso era aquella perra que se escondía tras un título demasiado grande.
La primera habitación se designó a Sísifo, y tras despedirse recordando su reunión del día siguiente, continuaron hasta la habitación de enfrente. Saga giró el pomo abriendo la puerta con exagerada lentitud.
—Esta es suya, Aioros — señaló el interior y Aioros se adentró observando el espacio con falso interés. Reparó en el enorme ventanal, a lo lejos podía verse las diversas luces de la ciudad de Kazán, pero lo que atrapó al líder griego fue la imponente Mezquita de Qol Šärif como salido de un cuento de hadas.
Saga lo observó, recorrió su metro ochenta y siete con detalle, desde los músculos bajo ese traje hasta los castaños cabellos semi-ondulados.
—Supuse que le agradaría la vista — comentó ella, llamando su atención para despedirse. Sin hacerse idea de que Aioros no pretendía ir a la cama, no solo.
—Usted conoce bien mis gustos, Saga. Mejor que nadie... — susurró esto último y giró a su encuentro con una expresión sombría en el rostro. —¿Crees que las formalidades borrarán nuestro pasado?
Aioros rio para sus adentros cuando el imperturbable rostro de Saga se desencajó por algunos segundos, los suficientes para demostrar que no era tan fuerte y poderosa como pretendía hacerlo ver.
—No. No las formalidades, pero si el paso de los años — expresó. Aioros se acercaba a paso lento.
El griego se detuvo a pocos centímetros, si inclinaba la cabeza podría sentir la respiración de su ex amante.
—¿Tú pudiste olvidarme? — susurró a su oído. Aioros no vio como Saga cerraba los ojos y ahogaba un suspiro mientras empuñaba las manos temblorosas. A cambio, se encontró con unos ojos fríos y carentes de sentimiento.
—¿Acaso tú no pusiste hacerlo? — d
Devolvió la pregunta sin despegar la mirada de él. Notó como apretaba la mandíbula y su nuez de Adán bajó y subió con el paso de saliva.
Lo puso nervioso, y eso la hizo sonreír con autosuficiencia.
Pero el triunfo no le duró mucho, pues Aioros era osado y eso no lo cambió el tiempo. Sus grandes manos le apretaron las caderas, acercándola con brusquedad lo más que sus senos le permitieron al apretarse contra los fuertes pectorales del griego, y que la hizo temblar en deseo. Lo recordaba bien. Ese mismo hombre arriba suyo, haciéndola gritar su nombre, exigiéndole rogar para darle todo de sí y poder liberarla en una ola arrasadora de éxtasis. Deseaba profundamente palpar cada músculo de ese cuerpo trabajado, volver a dejar el rastro de sus uñas en su espalda amplia, volver a enredar sus piernas en sus caderas y dejar que él poseyera su cuerpo a voluntad; con rudeza, y también con esa delicadeza inusual que de pronto adoptaba dominado por sentimientos que ni él mismo conocía, o quizás no quería darles nombre.
Lo cierto es que ninguno pudo sacarse de la cabeza del otro en cinco años, y este reencuentro solo había servido para avivar la chispa que se negó a morir con el paso del tiempo.
—¿A qué estás jugando, Saga Giannaros? ¿Cómo es que ahora ostentas el lugar de tu padre? — Preguntó más allá de sus deseos.
En realidad moría por saber que era de su vida en los últimos años, si estaba con alguien más o todavía seguía embobada con él. Absurdo. Ella ya no era la misma chiquilla de diecisiete años, y él tampoco era el mismo, pero la chispa entre ellos todavía seguía ardiendo y eso le encantó.
—No pensé que eras del tipo machista, Aioros — pronunció utilizando un tono sensual que despertó por completo al griego. —¿Tanto te pesa que estemos al mismo nivel? O a caso será otra cosa, no me hagas pensar mal, Askella-Nemea.
—No soy ese tipo de hombres — aseguró.
—¿Pero si del tipo que somete a una mujer en su propia casa? — Soltó irónica, esperando que Aioros la liberara, pero el griego afirmó su agarre entorno a su delgada cintura, como si quisiera unirla a él.
—Recuerdo cuánto te gustaba que te abrazara así — Aioros inclinó la cabeza hasta rozar su mejilla a la delicada y suave de su ex amante.
Mordió un jadeo al entrar en contacto con la piel blanca y perfumada, fue inevitablemente no probar. Su lengua salió al encuentro de la carne blanca, sus dientes rasgaron el impoluto lugar y finalmente sus labios sellaron un beso que dejó la zona rojiza. Saga cerró los ojos, apretó las piernas y levantó el pecho. La humedad entre sus piernas temblorosas era la victoria de Aioros, pero no la escucharía decirlo.
Había mordido sus labios, reprimiendo un gemido de placer, pero sus manos la traicionaron al momento de aferrarse a los hombros del griego y apretarlos con necesidad.
Aioros sonrió al apartarse, una sonrisa altiva y orgullosa.
—Espero que tus gustos no cambiaran mucho en este tiempo.
Saga abrió los ojos de golpe, como arrojada de la ilusión creada por ese maldito hombre. Retomó su postura y levantó la frente sin permitir que Aioros se regocijara de la debilidad que aún le provocaba.
—Digamos que en cinco años es imposible no cambiar algunos aspectos... —Saga agradeció a los Dioses que su voz no sonase débil, aún podía escuchar su propio corazón y tuvo que hacerse de gran voluntad para no arrojarse a los brazos del líder griego.
—Me gusta todo esto — Aioros alzó los brazos señalando su entorno, aunque claramente no se refería a la habitación o la mismísima mansión. —Jugaremos tus cartas, Giannaros. Pero no prometo contenerme mucho tiempo.
Saga sopló una risita. Aioros nunca admitiría cuánto la extrañó.
—Llámalo como quieras, la verdad es que soy la cabeza de esta familia y me necesitas. Así son las cosas te parezca o no.
Aioros le lanzó una mirada repleta de desprecio. Saga concluyó que había sido suficiente.
—Mañana a las ocho te esperamos en la sala de reuniones, uno de mis empleados vendrá a escoltarte junto a tu hermano. Sin demoras, señor Askella-Nemea — replicó su nombre con remarcada ironía y salió de la habitación sin desearle buenas noches, como si lo hizo con Sísifo.
Aioros suspiró frustrado y se dejó caer en la enorme cama de sábanas blancas y azules. Sus manos temblaban por envolver el cuello de esa puta rusa, o eso quería creer.
Largó una maldición al aire cuando levantó su cabeza y descubrió su terrible estado. El bulto de su pantalón resaltaba a la vista. Su pene dolía tras la tela por no encontrar alivio entre las piernas de Saga.
La habitación todavía mantenía el aroma de esa mujer, un aroma fresco a frutos rojos. En sus labios aún mantenía el sabor adictivo de su piel, y en su mente quedó grabado el intenso par de ojos verdes mirándolo con interés y deseo. Aquello fue incentivo para él y liberó su erección para atenderla con su mano derecha, siempre pensando en Saga.
Mientras veía su corrida, prometió que la siguiente ocasión sería entre los muslos de esa mujer.
Cuando el fuego se apaciguó ya estaba echo un caos, no asimilaba el poder que tenía Saga sobre él. Sólo verla fue suficiente para ponerlo caliente, por suerte era un hombre de increíble autocontrol, de lo contrario jamás la hubiese dejado salir de esa habitación.
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Saga relajó sus hombros y sobó su cuello, detuvo sus dedos en la zona donde los labios de Askella-Nemea hicieron una marca. Aún era capaz de sentir su lengua probando su piel, haciéndola estremecer.
—Templanza, Saga Giannaros. Ya no eres una adolescente — se repitió por cuarta vez, pero su reflejo en el espejo se burlaba de ella. Sus propios ojos expresaban su deseo, deseos de seguir con él, de sentirlo por completo más allá de simples caricias. El golpe de realidad fue duro, demasiado para su propia salud mental. Todavía lo amaba.
—Maldita sea — se lamentó, y como guiada por una fuerza invisible dirigió sus pasos a otra habitación, una muy cerca de la suya y que nunca se mantenía con pestillo confiando en la seguridad de su hogar.
Se adentró entre las penumbras y a paso sigiloso para no despertar a quien dormía plácidamente a unos metros de distancia. El colchón recibió su peso con la misma suavidad. Vislumbró su perfil entre las sombras. Él descansaba entre los brazos de Morfeo, cómodo, seguro, y en absoluta tranquilidad.
Saga se preocupó al pensar que esa paz pronto terminaría. Quizás ya no conciliaría un sueño así, pues era consciente de que no podría ocultarlo mucho tiempo de Aioros. Tampoco quería hacerlo y no tenía tiempo para pensar en nada más.
Ella siempre lo supo, desde el primer instante en que acordaron una reunión. Lo recibió en su hogar sabiendo las consecuencias que podría acarrear, aún así no se permitía arrepentimientos. Era demasiado tarde.
—No van a separarnos — prometió al durmiente, y besó su frente para después abrazarlo con fuerza. Durmió a su lado esa noche, como hace tanto no lo hacía.
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La reunión como era de esperarse, fue un completo caos. La mayoría era una bola de perros falderos dispuestos aceptar cualquier decisión de la líder ruso-griega. Unos pocos hablaban a su favor, compartiendo el voto de ataque a Kissinger, el principal enemigo de los griegos en el mar.
Saga sugería el diálogo, crear un acuerdo que beneficiara a los tres bandos sin necesidad de iniciar una matanza sin sentido. Pero Aioros conocía a Sigmund, una serpiente traicionera incapaz de respetar su palabra.
Hablando de traiciones...
Aioros miró al hombre junto a Saga con profundo desprecio. No eran celos, claro que no. Pero ese perro de cabello rubio no era de su confianza, la razón tenía nueve letras.
—Kissinger... — Apretó los labios —¿Cómo pueden permitir que el hermano de Sigmund esté entre ustedes? — preguntó con aspereza.
El resto se incomodó. Aioros no era el único que se preguntaba lo mismo.
—Deimos el es protegido de mi padre, y hombre de mi absoluta confianza — respondió Saga con el mismo tono.
—¿Y cómo aporta este hombre a la caída de su hermano? Los Kissinger tienen fama de perros traidores, pero entre ellos se cuidan las espaldas. Es imposible ignorarlo, sádicos hijos de puta.
Aioros no olvidaba lo que hicieron con la tripulación de su barco luego de hurtar su mercancía. Una masacre grotesca, digna de una película gore.
—No me ofenderé por sus palabras, Askella-Nemea — habló Deimos por primera vez, con tal calma que Aioros supo que estaba fingiendo.
—El perro tiene voz propia — murmuró Sísifo por lo bajo. Aioros lo ignoró, toda su atención era para Kissinger.
—No puedo sacarme la sangre de las venas, mi apellido es la condena que deberé cargar por siempre — continuó Deimos. —Pero le aseguro que estoy lejos de ser un Kissinger. Mi lealtad siempre ha sido para la familia Giannaros.
—Que bonito cuento de Hadas — ironizó Aioros. Saga puso los ojos en blanco, y liberó un suspiro hastiado.
—Señor Askella-Nemea le agradecería que dejara el tema atrás, Deimos es de confianza, asunto cerrado. Volvamos al tema principal de esta reunión.
—¿Sugiere ir a tomar té con los Alemanes y pedirles amablemente que dejen de atacar nuestros barcos?
—¿Le parezco estúpida, Aioros?
La tensión creció irremediablemente, filoso como un cuchillo.
—Sería incapaz — musitó Aioros, aunque la burla en su mirada decía lo contrario.
—Buscaremos hacer un trato con Sigmund Kissinger de modo que no vuelva a invadir nuestros territorios.
—Déjeme adivinar, Deimos será su mensajero — miró al Alemán con perspicacia. Deimos levantó la frente.
—En efecto — Saga respondió en su lugar. —Ahora bien, debemos discutir nuestros términos y tenerlos bien definidos para que Kissinger no nos haga una mala jugada.
—Algo complicado, eh... — Murmuró Sísifo.
Antes de que pudiesen comenzar un alboroto alcanzó a escucharse, gritos ahogados que no podían entender debido a la densidad de las paredes.
La puerta se abrió, y un empleado entró dirigiéndose a Saga. Se inclinó levemente y susurró a su oído palabras que solo Deimos alcanzó a escuchar. Saga movió la cabeza en respuesta, y bajo la atenta mirada de los presentes se puso de pie.
—Tendrán que disculparme unos minutos, señores. Hay un asunto que debo atender, pero enseguida regreso con ustedes.
Apenas salir de la sala, Aioros pretendió ir tras ella. Deimos lo interceptó.
—Muévete, o te moveré — bramó el griego, pero Deimos no se inmutó.
—Le aseguro que no está pasando nada malo, es solo el hombre más importante en la vida de mi señora.
El hombre más importante en la vida de Saga... ¿Aspros? No. Imposible. Deimos no se dirigiría de ese modo a su protector. Su pecho fue víctima de reconocidos pinchazos que hace tiempo no sentía; eran celos, y otra vez provocados por ella.
Continuó su camino sin importarle llevarse a Deimos entre los pies. El Alemán apenas alcanzó a quitarse, aunque no se salvó de un fuerte empujón en el hombro. El griego estaba hecho una furia.
Caminó por los pasillos en busca de Saga y el supuesto amor de su vida. Aunque no tenía claro que hacer cuando los encontrara. Su relación había terminado hace años. Si podía darle esa etiqueta a dos jóvenes que se encontraban a escondidas solo para satisfacer sus necesidades carnales.
La maldita mansión era tan enorme como la suya, comenzaba a desesperarse y no encontraba un solo sirviente que le indicara donde encontrar a Saga y el hijo de puta que ostentaba ser el hombre de su vida.
—Hombre de su vida... — Musitó apretando los dientes. Saga volvería a él así tuviese que desaparecer al fulano ese.
Agudizó el oído sin permitirse pestañear por algunos segundos, y ahí estaban esas voces otra vez. Se encaminó a donde creía que provenían, saliendo a un amplio salón con paredes de cristal que daban vista al jardín.
—No ha pasado a mayores, ¿lo ves? —Esa era la voz de Saga, de su Saga, la dulce joven del pasado. No la perra indiferente que lo recibió la noche anterior.
—Con él si es amable — empuñó sus manos soportando el coraje mientras hablaba solo como todo un lunático que no pretendía ser escuchado. —Cabrón hijo de puta, esa mujer es mía.
Aioros salió al jardín pero no encontró a Saga con ese hombre que odiaba sin conocer. No, claro que no. En su lugar había un pequeño que no podría pasar los cinco años, de cabello azul índigo que lloraba por una cortada en su pierna. Cuando el niño levantó la mirada en su dirección, Aioros sintió que el mundo se le caía encima al asociar el color de esos ojos turquesa mirándolo fijo. Luego miró a Saga, que estaba pálida y mantenía una expresión de incertidumbre en sus facciones.
—¿Qué haces aquí? — Preguntó ella al mismo tiempo en que el menor le cuestionaba la identidad de ese hombre.
Al griego se le hizo un nudo en el estómago al escuchar al niño llamar a Saga "Mamá".
—Yo soy Aioros Askella-Nemea — se presentó acercándose al niño. Notó la tensión de Saga, eso solo le incentivó a continuar. —¿Cuál es tu nombre?
El niño miró a su madre.
—¿Puedo responder?
Saga liberó un suspiro cortado y asintió con un movimiento de cabeza.
—Puedes hacerlo.
—Soy Magnus — dijo él, y se limpió el rastro de lágrimas en sus mejillas con el dorso de la mano. -¿Eres amigo de mamá?
Aioros presionó los labios mientras le echaba un fugaz vistazo a la mujer arrodillada frente al niño.
—Algo así — respondió. No iba a decirle que hace años se cogía a su madre y que probablemente él era fruto de esos encuentros. Aunque todavía no lo tenía muy seguro, pero tampoco es que fuera un hombre que le gustara quedarse con la duda. Volvió a dirigirse a Magnus, fingiendo amabilidad. —Lindo nombre, como Alejandro Magno. Imagino que tu padre también debe tener un nombre poderoso.
Saga se levantó como una flecha disparada del arco; rígida y mordaz contra el insolente hombre. Pero Aioros ni siquiera le prestó atención, pues toda su concentración estaba en Magnus y su respuesta.
—No sé, no lo conozco — respondió el niño encogiéndose de hombros.
Aioros se sintió mareado y un hueco enorme le abrió el pecho. Era posible, estaba seguro.
—¿Qué le pasó a su padre? — Enfrentó a Saga con una pregunta certera. No era del tipo que le gustaba darle rodeos a las cosas. Y ese era un tema delicado que debían aclarar cuanto antes.
—Eso no te incumbe — escupió Saga procurando que solo Aioros la escuchase.
Magnus levantó su cabeza y miró al desconocido para hablarle con toda la inocencia del mundo, basándose en las mentiras de su madre que él seguiría creyendo por poco tiempo.
—Papá se fue... ¡No murió! — explicó apresurado, olvidando el dolor de su rodilla que le hizo llorar como un bebé de meses. —Papá viaja mucho, por eso no ha podido conocerme. Mami dice que volverá un día porque me ama mucho.
Aioros miró a Saga con una ceja levantada y un rostro de incredulidad mientras el de la mujer se ponía colorado por la boca tan grande de su hijo. Ya lo reprendería más tarde. Llamó a la niñera que se encontraba a unos cuantos metros de distancia y ella se acercó de inmediato.
—Lleva a Magnus a su habitación, dale un baño y venda su rodilla.
—Pero me va a doler — se quejó el menor cuando la niñera lo tomó de la mano.
—Es solo un raspón, te aseguro que no dolerá — alentó su madre, y Magnus frunció el ceño sin creerle una palabra.
—Nos veremos pronto, Magnus — Aioros le guiñó un ojo, y el niño le imitó con gracia, pues había cerrado ambos ojos.
—Nos vemos.
En el patio trasero solo quedaron ellos dos, sumidos en un silencio sepulcral.
—¿Y bien? — Comenzó Aioros alterando los nervios de su anfitriona.
—Sé lo que piensas, Aioros, y la respuesta es no. Magnus no es tu hijo.
Aioros bufó.
—¿Cómo puedo creerte cuando la edad de ese niño coincide con la época donde tú y yo éramos amantes? Además sus ojos...
—No eres el único hombre con ese color de ojos — le cortó Saga, quien era toda una experta en ocultar los nervios que en esos momentos carcomían su cuerpo y espíritu.
—Entonces apenas terminaba de sacártela cuando tú corrías a buscarte un hombre igual a mí para cogértelo, que atrevida resultaste, Saga — ironizó para que a ella no le quedaran dudas de que su insípido argumento no lo convencía.
—Puede ser. Eres mi tipo de hombre y por suerte en Rusia he visto por montones con tus mismas características —. Saga se mofó del cambio drástico en el semblante de Aioros. Era evidente que al griego no le caía en gracia pensar en Saga entregándose a otro hombre que no fuese él.
—¿Así que no sabes quién es el padre de tu hijo? — Inquirió Aioros sin cambiar su postura. —No me salgas que el rubiecito ese que traes de perro faldero es su padre, porque solo me harás reafirmar mis sospechas sobre mi paternidad.
—Deimos es un aliado, nada más — se vio en la necesidad de aclarar. Pero, ¿por qué lo hacía? Cayó en cuenta de que le importaba mucho la imagen que Aioros pudiera tener de ella y lo que menos quería es que pensara en Deimos como su amante. Eso nunca.
Se vio sorprendida cuando las fuertes manos de Aioros le apretaron los brazos. El hombre la arrinconó contra el muro a sus espaldas sin delicadeza alguna y con una mano envolvió su delicado cuello. Aioros acercó tanto su rostro que la punta de sus narices se rozaron.
—¿Magnus es mi hijo? — Preguntó otra vez, apretando los dientes y haciendo acopio de toda su voluntad para no romperle el cuello por mentirosa.
—No volveré a decírtelo, Aioros... — Musitó Saga, cerró los ojos ante la fuerza ejercida en su cuello. No sintió miedo, él no se atrevería a más.
—Escúchame bien, Saga... — Acercó sus labios al oído de la mujer, mandándole escalofríos desde la punta de los pies hasta el centro de sus piernas. —No te creo nada. Descubriré la verdad por mi cuenta y si ese niño es mío, habrá consecuencias.
En otro tiempo ella hubiese temido. Pero no ahora, no cuando el Imperio Giannaros estaba en la palma de sus manos.
—Inténtalo, Aioros. Te aplastaré como a un enemigo más. Solo inténtalo.
Lejos de amonestarlo o enfadarlo, aquella amenaza despertó en él un deseo incontrolable que levantó su hombría golpeando el vientre de Saga por la cercanía. Ella reprimió un gemido mientras bajaba la vista a la erección atrapada entre los pantalones. Sintió la imperiosa necesidad de juntar las piernas y decidió enfocarse en Aioros para alejar esos mundanos deseos de su cabeza. Pero era demasiado tarde, Aioros la descubrió y aquello fue incentivo para que se lanzara contra ella.
El griego devoraba sus labios en un duelo a muerte, sus lenguas buscaban el dominio de la otra y sus manos se tocaban por todas partes buscándose de manera desesperada. El choque de sus dientes dolía, y sus labios tomando todo de los contrarios enloquecía a la pareja.
La mano que hasta hace poco la asfixiaba ahora se perdía bajo su escote, tocando sus senos y apretándolos con fuerza. Aioros sonrió entre besos, comprobando que aunque Saga había ganado algo de busto, todavía era capaz de abarcarlos por completo con una mano. Dibujó un camino de caricias por el vientre plano y abandonó su boca solo para seguir tomando más de la piel blanca de su cuello, pero no se quedó quieto ahí, y descendió sus besos hasta esos enormes pechos que invadió con ambrosía cuando bajo levemente el escote. Pero eso no era lo único que bajaba, pues sus manos eran inquietas, y una de ellas se metió con desespero entre los pantalones de la mujer, y fue más allá haciéndole a un lado las bragas para encontrarse con la intimidad húmeda y ardiente, motivo de sus grandes desvelos y pajas más gloriosas.
Para Saga fue imposible retener un jadeo cuando aquellos dedos masajearon su intimidad para después adentrarse en ella con movimientos aleatorios, de arriba abajo, de un lado a otro. Primero uno, después dos, y finalmente un tercero. Golpeaban contra sus paredes, tocaban su punto sensible. Tuvo que cubrirse la boca con sus propias manos para que sus gritos no se escucharan por toda la propiedad.
¿Hace cuánto que no sentía ese tipo de placer recorriendo su cuerpo? Ella lo sabía bien, y se avergonzaba porque después de Aioros fue incapaz de entregarse a otro hombre. Por muy ridículo que sonara, ese hijo de puta que la masturbaba en esos momentos fue su primer y única relación sexual.
Cierto era que Deimos había intentado conquistarla, y se permitió unos cuantos besos que podía contar con los dedos de una mano, mismos que eran simples e inocentes porque cuando intentaron ir más allá fueron rechazados.
El Alemán comprendió que no tenía oportunidad, y lo que más le enfadaba era que ni siquiera había otro hombre en la vida de Saga para que ella le huyera como si fuese un virus. O al menos no que él conociera.
Saga apretó los dientes, maldijo por lo bajo cuando un débil gemido escapó de sus labios debido a la intensidad que tomó Aioros, haciendo que su cuerpo se sacudiera contra él y su erección le golpeara el estómago.
Después de algunos segundos Aioros sintió aquel líquido viscoso escurriendo entre sus falanges, al tiempo en que las paredes interiores de su amante palpitaban entre ellos. Él mismo pudo sentirse libre humedeciendo su pantalón, y todo por chuparle las tetas y meterle los dedos. Esa mujer lo tenía loco y no se avergonzaba de admitirlo.
—Espera, espera... — pidió Saga entre jadeos, aferrada a los hombros de Aioros, pues sentía que caería al suelo si él soltaba sus caderas.
—Respira, Saga. Solo respira — y como si se divirtiera con su situación, el muy maldito golpeó sus glúteos. Le traía tantas ganas, que fijó entre ellos su próximo objetivo.
—Cierra la boca. No eres tú quién acaba de tener un orgasmo — recriminó.
Aioros prefirió guardarse el comentario. Si ella metiera la mano en sus pantalones y tocara su miembro no estaría diciendo semejante idiotez. Mantuvo su orgullo.
Saga acomodó su ropa. Su rostro estaba sonrojado y su respiración agitada tardó algunos segundos en normalizarse. Era consciente de que Aioros la observaba, detallaba cada uno de sus movimientos sin perderse de nada. Y eso le gustaba demasiado para su propio bien.
—Déjame ayudarte — dijo él volviendo a invadir su espacio personal para limpiar con su pulgar el labial corrido sobre el mentón de Saga. Ella hizo lo mismo en los labios ligeramente manchados del griego. No podían permitirse semejante imagen frente a los aliados.
—Lo que pasó aquí... — Comenzó Saga, pero fue callada de inmediato con un beso, uno suave que no pretendía robar su cordura como los anteriores.
—Pasará otra vez — aseguró Aioros saboreando su labio inferior. Unió sus frentes y ambos cerraron los ojos al contacto, respirando el mismo aire, suspirando por la fragancia del otro.
—No... — Su voz salió ahogada, trémula ante la cercanía y la reciente liberación de su cuerpo.
—Sí... — Aioros le sostuvo los costados del rostro y volvió a unir sus labios en un beso inusual: tierno, delicado, expresando los sentimientos de su corazón que jamás se atrevería a decir en voz alta. Era demasiado orgulloso para hacerlo, o quizás su entusiasmo por Saga recién tomaba intensidad.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? — preguntó ella con el corazón volcado. Aioros le volvía débil.
—Porque lo veo en tu mirada, y sé que tú también puedes verlo en la mía. Somos la serendipia del otro, no podemos escapar de esto y lo sabes bien, Saga.
Ella lo sabía. Apenas sus vidas volvieron a cruzarse supo que no tenían escapatoria al sentimiento que en cinco años se mantuvo latente, esperando el día en que volvieran al otro.
Un tercer beso selló sus labios. Al separarse y mirar a los ojos de Aioros, notó como estos se oscurecían y laceraba su persona. La tregua terminó. Ya no eran los amantes que se reencontraron en un fogoso momento de debilidad.
—Descubriré la verdad sobre Magnus. Me conoces y sabes que no me detendré por tus mentiras — advirtió Aioros, sin dejarse doblegar por esos ojos preciosos que brillaron con un atisbo de temor ante la seguridad que expresaba.
Las siguientes palabras murieron ahogadas en la boca de Saga con la presencia de una tercera persona llamando su nombre.
Deimos los miraba con sospecha y enojo mal disimulado ¿Qué podía reclamar él? No era más que el buen amigo de su líder, el protegido de una familia poderosa. El eterno enamorado de una mujer que nunca lo amaría porque su corazón anhelaba a un hombre sin nombre, eso pensó hasta ahora, porque la complicidad entre el griego y su líder no dejaba lugar a dudas, era él estaba seguro. Aioros Askella-Nemea era el amor secreto de Saga Giannaros.
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