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噴火:𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘨𝘢𝘳

Jennie podría definirse como muchas cosas excepto sociable. Tenía maravillosas cualidades, un sentido del humor ligero y contagioso, un corazón enorme que se preocupa por los demás y oídos atentos para quien lo necesite. Era sin duda un muchacha con carisma y una bonita sonrisa que no mostraba muy a menudo, pero muy pocas personas conocían está faceta de ella, ya que además de reservada y muy poco conversadora, Jennie era tímida a morir y muy insegura.

¿Cómo podría alguien con tantas cualidades, ser introvertida? Culpa suya no era, hay que tenerlo presente. Jennie si que había intentado hacer amigos, participar en algún club de la escuela, asisitir a las fiestas y hacer amigos con sus compañeros de equipo, pero siempre antes de abrir la boca, antes de comenzar una conversación o halagar la camiseta de alguien... La callaban. Siempre Jennie se quedaba con las palabras en la boca porque antes de opinar alguien más hablaba y la chica, introvertida y tímida, poco a poco se fue haciendo de una gran bolsa de inseguridades que cargaba al hombro día tras día.

Así llegó al último año de la preparatoria, dispuesta como cada año a no levantarse de su silla a menos que fuese absolutamente necesario. Durante los años anteriores, Jennie subió mucho de peso y esto le valió de burlas y comentarios llenos de veneno, que únicamente la hicieron hacerse más y más pequeña en su sitio, día tras día. Así iba sumando Kim Jennie inseguridades a su lista que parecía quedarse sin papel de lo larga que era.

Como siempre, el salón se llenó de estudiantes que no le dirigían la palabra. El silencio se vió opacado cuando voces se sumaban a animadas conversaciones sobre las vacaciones y cuánto se habían divertido y extrañado. Un pequeño grupo siempre se formaba al fondo y ocasionalmente, dos de sus miembros le sonreían con cautela a lo lejos, cuando sus miradas chocaban por accidente. Esa era la única comunicación que tenía con el mundo aparte de su familia.

Jennie comenzó a poner fecha en su libreta, cabizbaja y con una mano recargada en su mejilla izquierda, mientras garabateaba sin ganas, contando así un día menos hasta terminar el curso. Apenas alzó la vista, notó que sus compañeros se dirigían curiosos a la puerta, con murmullos y sonrisas dirigidas a una nueva estudiante que Jennie jamás había visto.

―¿Esta es el aula C?― Preguntó la muchacha pelinegra, mirando alternadamente una hoja entre sus dedos y a los estudiantes dentro del salón.

Su acento era notable a pesar de tener un manejo del idioma bastante fluido, sus ojos eran brillantes y sus pestañas largas. Llevaba el cabello suelto y el uniforme pulcramente vestido. Era alta, delgada y con una mochila que se veía carente de demasiados libros a la espalda. Jennie recuerda que una chica le dijo que sí y la muchacha agradeció cortés antes de tomar asiento en la banca frente a ella. Recuerda que le sonrió cuando colgó su mochila y le dijo, sonriente "Hola, compañera" y Jennie se hizo bolita en su banca cuando la vergüenza le subió por las mejillas, sin responder nada.

Así fue como conoció a Lisa.

Supo su nombre esa tarde cuando la siguió hasta la puerta, soltando preguntas que Jennie no respondió ni una sola vez, con los hombros alzados en busca de protegerse de la efusiva muchacha extranjera. Lisa se le puso enfrente y le extendió una mano, diciéndole su nombre y pidiéndole "por favor, que me siento una idiota" la tomara.

Jennie balbuceó su nombre y Lisa sonrió victoriosa, para seguir con la pregunta "¿Tomas el autobús?" que no tuvo respuesta. Pero la chica se rió, encogiéndose de hombros "Vale, creo que es muy rápido. Avanzaremos después".

Lisa hablaba mucho, la mayoría del tiempo sola porque aunque Jennie la acompañaba a comer a la cafetería y escuchaba atentamente lo que la chica tenía que decir, casi nunca respondía más allá del "Hm, sí, ya veo, no". A base de pequeñas respuestas, Lisa supo que le gustaba la música, que le gustaban las películas, que tomaba el autobús hacia el sur y que no le gustaba hacer ejercicio. Pasaron semanas para recolectar tan poca pero valiosa información y Lisa no se rindió ni un solo día, obteniendo su recompensa al día dieciséis.

―Toma.― Jennie extendió un humeante recipiente hacia ella, donde una bolita blanca y suave a la vista esperaba.―Come.

Lisa alzó ambas cejas, mirando alternadamente a la chica y la bolita humeante.―¿Qué es eso?― Jennie, tan tranquila como siempre y separando los palillos con paciencia, respondió.―Baozi.

Y así fue como Lisa conoció a Jennie.

―¡Nini!― La pelinegra pega a correr apenas visualiza a su amiga acercarse con cautela a la cancha, sosteniendo en brazos una caja de almuerzo.―¡Ya voy!

Jennie la recibe con una sonrisa tímida y Lisa, aún sobre sus rodillas tambaleantes, la abraza con fuerza y con una enorme sonrisa. La castaña aprieta los ojitos como siempre hace cuando a su amiga le sale lo efusiva y la asfixia con intenciones amorosas.

―M-me aplastas...

—¡Ah! Lo siento.― Lisa le sacude los hombros, acomodando su cabello.―A veces me gana la emoción.

Jennie sonríe de lado, mirando al cielo.―¿Emoción? Me viste hace una hora, Lisa. No vengo llegando de la guerra.

―Ya sé, ya sé, pero me preocupa que te quedes sola.

Jennie trata de mirarla a los ojos y decirle que no se preocupe, que puede cuidarse y que no estuvo mirando el reloj como loca para que dieran las tres y pudiera ir a recogerla a la práctica. Pero eso sería una vil mentira.

―Jisoo estaba ahí también.― La castaña mira al suelo, recordando la carita de tristeza que puso la pelinegra que siempre le sonríe, cuando intentó preguntarle sobre su día y no le pudo responder nada.

Lisa encoge los labios.―¿Cómo vas con tu proyecto?

Y como por arte de magia, sus ojos se iluminan de gusto.―Creo que bien.― Y eso, ya era un avance enorme. Porque Lisa había luchado por meses para que Jennie tomara el taller de arte después de ver en su pared, dibujos que había hecho y nadie conocía.―Pondré el fondo mañana.

―¡Jen eso es estupendo!― Lisa la toma en brazos de nuevo, ésta vez alzándola del suelo hasta que Jennie susurra que la baje por favor.―Perdón, perdón, me emocioné.

Jennie se acomoda la camiseta, nerviosa, tratando de ocultar el sonrojo de sus mejillas y el calor que tiene en el cuerpo. Últimamente se sentía así estando junto a Lisa, como si el mundo subiera cien grados la temperatura y hubiese terminado de correr una maratón, con el corazón desbocado dentro de su pecho. Se ponía en extremo nerviosa cuando la chica la abrazaba de esa forma: por el hombro, pegándose a su costado. Lisa solía ser muy efusiva en cuánto a tocarla se trataba y parecía no tener el menor problema con eso, mientras Jennie luchaba con todas sus ganas para no limpiarse el sudor de las manos en el pantalón.

Era su mejor amiga y la adoraba. Eso incluía no poderle negar nada, ni siquiera esa invitación a una fiesta a la que: por supuesto no quiere asistir, pero Lisa realmente insiste con esos ojos brillantes y una enorme sonrisa deslumbrante haciéndole tremendamente difícil el trabajo a Jennie de decir que no.

―No lo sé, no me gustan las fiestas...

―Por favoooor.― Lisa le toma ambas manos, llevándolas a su pecho.―Será divertido, lo prometo. Si te aburres o te sientes incómoda nos iremos de inmediato ¿De acuerdo?

Hace calor.

Está mareada, está sudando, se siente apretado a pesar de estar lo más alejada posible de la gente para evitarle a Lisa la vergüenza de verla tener una crisis nerviosa y quiere salir de ahí en ese mismo instante.

Odia las fiestas por todo lo que socialmente representan: en resumen una burla a todo lo que no es ni será. No termina de entender la fascinación de las personas por arreglarse tanto para ver a gente que quizás no vean nunca más. No le gusta la idea de beber alcohol porque además de saber que no debería, legalmente, no le atrae la idea de terminar vomitando en el estacionamiento. De hacer amigos, ni hablemos.

Pero ahí estaba, sin saber bailar, con un vaso de soda en la mano, sentada en un rincón apartado de la multitud mientras Lisa volvía de hablar por teléfono afuera, supuestamente un taxi para irse.

Se siente tan avergonzada de no poder soportar más de dos horas ahí dentro antes de tomar a su amiga por el brazo y llevarla a un sitio más apartado dónde pudiera decirle, con un nudo en la garganta, que quería irse a casa. Los intentos de Lisa por hacerle socializar fueron un fracaso y lejos de incentivarla a conocer gente la pusieron de los nervios al punto de querer llorar dentro del baño. No pudo hacer un mínimo esfuerzo por Lisa una sola noche y ahora la chica tendría que llevarla a casa como a una niña pequeña, sin poder disfrutar de la fiesta.

Se sentía tan patética...

Y con lágrimas en los ojos esquivó como pudo a toda esa gente para salir corriendo tan lejos como le dieron las piernas, sin importarle quién la miraba y como lo hacía. Solo quería huir y dejar a su amiga disfrutar sin angustias ni responsabilidades de cargar con alguien tan patéticamente sociable.

―¡Jennie!

Estaba a punto de darle un infarto.

Cuando volvió dentro, buscando a su amiga para irse juntas en cuanto el taxi llegara, Lisa se encontró con la horrorosa sorpresa de no verla dónde la había dejado minutos atrás. Intentó en el baño, el segundo piso de la discoteca, el estacionamiento y en ningún lado estaba Jennie Kim. La desesperación se fue haciendo poco a poco de su cuerpo y Lisa terminó corriendo por las calles de la ciudad nocturna gritando el único nombre que recordaba en ese momento.

No sabe cuánto ha corrido ya, intentando una y otra vez llamarle para recibir directamente la entrada a buzón de voz, cuando la ve a lo lejos sentada en una banca en medio de las dos avenidas, en ese paseo estrecho y largo dónde suelen perder el tiempo para llegar a casa. Se asegura de retomar el aliento y avanzar a trote hasta dónde la chica juega con una hoja seca entre sus dedos, cabizbaja y con la carita empapada de llanto.

―Jennie...― Susurra, sintiendo que ha encontrado una divinidad.

La chica no puede mirarla a los ojos. Se talla los propios y suspira, entrecortado, apretando la hoja entre sus dedos.

―Lo siento.― Es todo lo que dice, antes de soltarse a llorar de nuevo. Lisa rápidamente la toma entre sus brazos y recarga su rostro en su hombro, permitiéndole llorar sin freno.―Lo siento, lo siento, lo siento...

Lisa le acaricia la espalda, tratando de calmarla.―Hey, está bien, lo hiciste muy bien. Lamento haberte llevado ahí Jen, fue egoísta y muy tonto...

Jennie quisiera gritar y decirle que la única tonta es ella, pero se siente demasiado bien ser reconfortada por Lisa. Ella silencia sus demonios.

―Soy patética.

―Hey, no, no digas eso.― Lisa le toma del rostro, limpiando con sus pulgares las mejillas húmedas.―Eres mil veces mejor que todos ahí dentro. Incluso yo.

Jennie niega en silencio, haciéndose un ovillo contra Lisa nuevamente.

―Quería demostrarte que puedo ser normal. Que no necesito que te preocupes por mí todo el tiempo, que también puedo hacer bromas y-

Lisa se ríe, tomándole el rostro entre sus manos.―¿De verdad? Jennie, tú eres genial del modo que eres. Eres la mejor persona que conozco y no necesitas hacer nada para cambiarlo.

La chica baja la mirada, haciéndose de la tela de sus jeans entre sus dedos.―Pero... Pero yo quiero, yo quiero gustar...te...

Lisa cierra la boca un segundo, asimilando la última información. Sabe que cada segundo que esté en silencio, será un segundo donde los pensamientos de Jennie se apoderen de su cabeza y comience a creer cosas realmente malas, así que para calmarla, toma sus manos entre las suyas y las aprieta con ligera fuerza, recordándole que ahí está y estará para ella. Jennie sube la mirada con miedo, con angustia en las pupilas brillantes.

―Tú eres perfecta así. Perfecta para mi.― Le sonríe de lado, acariciando desde su cuello hasta la punta de su barbilla, donde descansa dos dedos para alzarse la cara a Kim, acercándose lentamente.

―No funciono.― Es el susurro desesperado que choca contra sus labios, haciéndole sonreir de lado.

―Eso piensas tú.― Lisa lleva las manos de Jennie a su pecho, haciéndole sentir lo rápido que va su corazón.―¿No ves como acelera por ti?― Jennie cierra los ojos y contrae la nariz, anticipando, llena de nervios y los labios temblorosos.

―Siento que me va a dar un infarto.

Y con una hermosa sonrisa, Lisa respondió antes de sellar sus labios.―Ya somos dos...

El mundo era un lugar aterrador a sus ojos, lleno de gente cruel que podría darse cuenta de que no es lo suficientemente buena. Ella es sin duda alguna su peor enemigo y su cabeza podía llegar a ser mucho más caótica que el tráfico de la ciudad.

Pero Lisa parecía ese botón de auxilio que hacía callar a todo y a todos, únicamente dándole a Jennie un refugio y una esperanza, un hogar tranquilo mientras se pierde sin pensar en nada más que no sea el corazón que late bajo sus manos y los labios que acarician los suyos.

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