Mala memoria
Mientras el profesor Valaqar caminaba cual araña por el techo de la academia, su largo cabello colgaba amenazando con sacudir el polvo de los estantes.
En un escritorio pegado al suelo me encontraba yo, escuchando su cátedra con desconfianza.
—Recuerdo cuando, en 1821, terminó la Revolución francesa —comentó con toda seguridad, antes de soltar una sonora carcajada—. El rey Federico de Francia, literal, perdió la cabeza cuando se enteró de que las ideas ilustradas habían vencido a la monarquía.
—Profesor —intervine—, la Revolución francesa no terminó en 1821, y el rey de Francia no se llamaba Federico.
El profesor me miró desde arriba, para luego bajar de un salto y sentarse sobre el escritorio. Sus ojos habían cambiado al usual tono rojizo de cuando se molestaba o acababa de comer un bocadillo.
—Yo estuve ahí, estoy seguro de que fue en ese año y el rey era Federico —se defendió.
Le mostré el libro que tenía en las manos, con la fecha del final de la Revolución francesa. El profesor se bajó del escritorio, derrotado.
—Odio ese libro —comentó—. No debí haberlo robado de la biblioteca.
Fruncí el ceño.
—¿Qué acaso no fue un obsequio del vampiro que lo creó, profesor? Usted me lo dijo, se lo dio el año pasado.
Él me volvió a mirar, escandalizado.
—Estás desvariando, toma un descanso —concluyó—. Vuelve en quince minutos, te hablaré sobre por qué no pude beber la sangre contaminada de Aristóteles. Cuando lo ejecutaron con cicuta, mi cena quedó arruinada.
—El que murió con cicuta fue Sócrates, profesor.
—¡Dije que tomaras un descanso!
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