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Capítulo 1:

Olivia:

Muevo mis caderas al ritmo de Daddy Yankee. A lo lejos veo a Nate, mi hermano, mirándome con desaprobación. No me importa, esta es mi última noche en México y la quiero disfrutar al máximo. El pelo se me pega al cuello por culpa del sudor. El moreno que baila conmigo me agarra de las caderas moviéndonos a la misma sincronía de la famosa canción de reggaetón. De un momento a otro observo como sus labios intentan rozar los míos. Mi cerebro emite una alerta al instante, y ese es el aviso que necesito para ir a por algo de beber.

— Iré a por una cerveza, vuelvo en un rato — le miento antes de darle la espalda, ese chico nunca más me verá la cara.

La barra se encuentra relativamente llena. El bar en el que estamos es uno de los más famosos de la ciudad, así que tengo que sortear a algunas personas hasta ver entre la multitud el serio rostro de mi hermano.

— Deberías relajarte un poco — le digo cuando me acerco a él.

— Sabes que este no es mi ambiente, Olivia.

— ¿Por qué te comportas como si tuvieses ochenta años cuando solo tienes veintiséis?

— ¿Y tú por qué te comportas como si tuvieses quince cuando tienes veintitrés? — responde con otra pregunta.

— Porque soy joven y me gusta disfrutar de la vida — dejo un beso en su mejilla y vuelvo a la pista con premura.

Las siguientes dos horas me las paso dándolo todo. Me encanta bailar, la sensación de sentirte parte de cada letra y de cada sinfonía plasmada por el compositor. No lo puedo negar, por más que se empeñen mi sangre española tiene más poder que mis genes americanos. A pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida en América, España seguirá siendo mi mayor refugio.

Cuando mi hermano se cansa de verme bailar con desconocidos me saca a arrastras de la fiesta, dispuesto a llevarme de vuelta al hotel.

— ¿Qué haces, Nate? — gruño al llegar a la salida de la discoteca.

— Olivia,  ya es tarde, estoy cansado y mañana tenemos que tomar un vuelo temprano.

— Eres un aguafiestas — hago un berrinche sin ningún tipo de éxito.

Llegamos al hotel y un grupo de mujeres de la edad de mi madre comienzan a meterse con mi hermano. Es normal, Nate es un chico muy guapo y esa barbita que tiene le da un aire intelectual súper sexy. Vamos que mi hermano es un partidazo.

— Las tienes a todas por montón — bromeo con él, como en los viejos tiempos.

— La que quiero no me hace caso — dice y sé que se refiere a la antipática de Katia, nuestra vecina y ahijada de mis padres.

— Ella se lo pierde, ahora anímate un poco y ve a ligar — intento animarlo como hago siempre.

— No lo sé.

— No tienes que tener sexo con nadie — me mira con mala cara, todavía piensa que soy una niña — .Puedes ir, pasar un rato agradable y tomarte algunos tragos.

— ¿Me prometes que vas a quedarte tranquilita en la habitación? — pregunta como si fuera mi padre.

— Nate, tengo veintitrés años, por dios.

Odio que siempre me traten como si fuera una adolescente hormonal. Si a veces parezco y me comporto como una, pero no lo soy.

— Olivia, estoy hablando en serio — insiste, así que decido hacerle caso para que se divierta.

Me voy a la habitación. Entro al baño para cambiarme de ropa y ponerme algo más cómodo. Mañana viajamos a Vancouver, nuestro hogar, y todavía quedan algunas cosas por recoger. Me doy una ducha rápida antes de salir del del lujoso cuarto de baño. Decido preparar mi maleta e irme a dormir lo más pronto posible. Realmente espero que Nate se divierta un poco, desde que Katia lo utilizó como un juguete no ha podido seguir adelante; mi hermano puede ser un amargado, pero al fin de cuentas merece ser feliz.

El pitido de mi teléfono llama mi atención. Lo miro de reojo, cerciorándome de que no sea el pesado de la discoteca. Yo y mi patética manía de darle mi número a desconocidos. El nombre de Eva, una amiga mexicana que conocí por internet, se vislumbra en la pantalla. Decido tomarlo, y de inmediato una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Eva:

¿Quieres celebrar tu última noche en México?

Leo el mensaje con rapidez. La tentación es más grande que la promesa que le hice a mi hermano. Barajo mis opciones, por un lado tengo una propuesta de fiesta, sexo y alcohol; y por la otra una aburrida noche en una habitación de hotel. La opción está más que clara, así que rápidamente confirmo mi asistencia, olvidándome de la petición de Nate. Soy joven e independiente, por lo tanto no veo ningún impedimento en disfrutar un poco de los placeres de la vida.

Busco en mi maleta un vestido negro ajustado. Lo combino con unas sandalias de tiras. Y me dispongo a salir de mi habitación en busca de diversión. Tomo el ascensor que me lleva hasta la primera planta. Observo a mi hermano hablando con la treintañera de antes. Salgo rápidamente evitando que me vea y pido un taxi hasta la casa de Eva.

México es un país precioso, no es la primera vez que vengo y es que cada vez que estoy en este lugar siento que vuelvo a mi amada España. La alegría de las personas, los colores, la música y la cultura es extremadamente contagiosa. Miro por la ventanilla, mis ojos se fijan en cada minúsculo detalle de la ciudad. Siempre me ha apasionado el arte y la cultura de otras naciones, y los mexicanos están cargados de tradiciones e historias. Minutos después el taxi se detiene frente a una animada Eva. Viene corriendo hacia a mí, provocando que el vestido que lleva se le mueva de un lado a otro producto a la brisa fresca de la noche.

— Hola americana — me saluda con emoción cuando entra al taxi.

— ¡Estás guapísima! — le digo dándole un beso.

— ¡Tu más! — exclama feliz.

— ¿A dónde vamos? — indago con curiosidad, mi mayor cualidad.

— A una discoteca nueva que abrieron —responde y le da la dirección al taxista.

La discoteca que mencionó Eva queda relativamente cerca de su casa. Llegamos al lugar decorado con unas luces neón muy atrayente. Mi amiga conoce al chico de seguridad, así que nos ahorramos la extensa cola entrando directamente al local. La música comienza hacer estragos en mi cuerpo en cuanto pongo un pie en la pista. Pedimos unos tragos en la barra. Nos bebemos unos shots de tequila antes de ir a disfrutar al ritmo de Chris Brown.

¡Que comience la noche!

Las horas pasan y los tragos van y vienen. Me siento en el limbo y creo que eso se debe a la pastilla de éxtasis que me dieron hace un rato. Los colores se ven más intensos. De repente he dejado de ser yo para convertirme en una nota musical que se balancea junto a la música. Creo que esta no ha sido una buena decisión, no obstante ya es demasiado tarde para echarme atrás. Una alocada Eva se pega cada vez más a mí. Me sonríe con euforia y segundos después, pega sus labios a los míos, robándome un beso que me deja completamente fuera de lugar.

— ¿Y eso? — le pregunto por encima de la música.

— Estoy despechada, mi ex me estuvo engañando por meses y terminamos hace unos días — responde — .Y bueno, tú estás aquí — ladea la cabeza, y es ahí cuando entiendo que mi nueva amiga es bisexual.

— ¿Le pateaste las bolas? — indago ignorando su último comentario.

— No, pero tengo ganas de hacerlo.

La parte irracional de mi cerebro drogado hace click dándome una gran idea; o una muy mala, depende de cómo lo mires.

— ¿Dónde vive tu ex? — pregunto con una sonrisa maliciosa en mis labios.

Eva me entiende a la perfección sin necesidad de palabras y entre tropezones y risas logramos pedir un Uber que nos lleva hasta uno de los barrios privados en México.

— Vaya, tremenda casa tiene tu ex — comento viendo la preciosa casa de dos planta que se alza frente a mis ojos.

— Es un rico de mierda — murmura Eva de manera despectiva — ¡Tú cabrón baja ahora mismo sino quieres que te corte las bolas! — comienza a gritar llamando la atención de los vecinos.

— ¡Voy a llamar a la policía! — dice una señora mayor desde la casa de al lado.

— ¡Señora, métase en sus asuntos! —contraataco.

Veo como la señora desaparece por la puerta y Eva continúa gritándole vulgaridades a su ex. Me uno a los insultos hasta que la luz de la casa se enciende y un moreno de dos metros hace acto de presencia.

— ¿Qué mierda te pasa, loca? — le grita a mi amiga.

— ¡Enseña tú micropene! — respondo como buena amiga que soy.

— ¡Ya te gustaría, nena!

— ¡Hijo de puta! — interviene Eva interrumpiendo mi insulto.

— ¡Señores del condominio! Quiero hacer un anuncio — exclamo captando la atención de la mayoría — .Acá el señor Julio.

— No se llama Julio — susurra Eva avergonzada.

— Cierto — concuerdo, dándome cuenta de que no me sé el nombre del espécimen que tengo semidesnudo ante mí — ¿Cómo se llama tu ex?

— Nicolás — responde, le doy las gracias y continúo mi discurso.

— Acá el señor Nicolás es un idiota que se la mete a todas, y a todos — aclaro fuerte y alto — Con sus diez centímetros — mi sonrisa crece más, admito que cada vez que tomo pierdo el control. Por eso mi hermano odia dejarme salir sola.

— ¡Borrachas! — grita la señora de antes y lo próximo que siento es el impacto de un huevo sobre mí.

— ¡Vieja metiche! — le saco el dedo del medio y salgo corriendo intentando esquivar los huevos que me lanzan.

Tropiezo con una roca y me levanto apresuradamente al sentir la sirena de la policía detrás de mí. Voy lo más rápido que puedo hasta que me acuerdo de Eva. La busco con la mirada y la encuentro besuqueándose con su ex.

«Hija de puta, esta me las paga»

Cruzo un pequeño muro para salir del condominio y termino con la cara en el suelo. Mi falta de ejercicio y el alcohol en mi sistema tuvieron mucho que ver, definitivamente tendría que haberlo pensado mejor.

— Señorita — me llaman y me giro encontrándome con un oficial regordete detrás de mí.

— ¿Quería algo? — pregunto haciéndome la inocente.

— Está detenida por alteración al orden público.

— Debe ser un error oficial.

— Suba al coche, por favor, no quiero ponerle las esposas — pide de manera paciente.

— ¡Esto es México, exijo mi derecho para expresarme libremente! — comienzo a gritar como una loca otra vez hasta que el oficial se cansa de mí y termina esposándome para llevarme a la comisaría.

El viaje en la patrulla es extremadamente agotador. Llegamos y me encierran en una celda hasta que venga alguien a buscarme. A duras penas les doy el número de mi hermano para que pague mi fianza y me saque de aquí. No pensé que mi última noche en México sería en prisión. En mi defensa diré que estoy drogada y fui incitada a irme por el mal camino.

— ¿Eres puta? — pregunta una morena a mi lado.

— Muchos dicen que no, otros dicen que si — respondo encongiendo los hombros.

— Eres linda — toca mi mejilla, provocando que un respingo se apropie de mi cuerpo.

— Me siento un poco acosada ahora mismo — me aparto rápidamente.

La miro de reojo con detenimiento. Lleva una peluca rubia de rizos que resalta su piel oscura y sus labios rojos, pero el look final son los enormes tacones azules que tiene junto a un conjunto verde ajustado.

— ¿Qué miras? — me ataca empujándome contra la pared.

— ¿Eres travesti?

Eso Olivia, hazle preguntas a la loca que quiere matarte.

— ¿Tienes algún problema con eso?

— No, no, de hecho me parece cool — contesto al instante.

— ¿Qué es cool? — inquiere dudosa.

— Es como decir original.

Diamond y yo nos ponemos a conversar como si fuéramos amigas de toda la vida, por cierto Diamond es la travesti que intentó matarme por mirarla fijamente. Es increíble como hemos congeniado, y yo que pensaba que era una matona compulsiva pero no, se nota que las apariencias engañan.

— Olivia Campbell.

— Si, soy yo — respondo al llamado de uno de los oficiales levantando la mano.

— Baje la mano, esto no es la guardería — contesta malhumorado.

— ¿Hace cuánto no folla? — pregunto mirándolo de arriba a abajo.

— ¿Quiere que la vuelva a encerrar?

— Perdón, sólo lo digo porqué tiene mala cara.

— Mejor camine que su hermano ha pagado su fianza — me toma del codo arrastrándome por los pasillos.

— ¡Volveré por ti! — le grito a Diamond, colmando la paciencia del irritado hombre que tengo a mi lado.

Llego a recepción y la cara molesta de mi hermano me encoge en mi sitio preparándome para lo que viene.

— ¿Qué mierda, Olivia? — se escucha muy furioso — Te dejo sola un momento y te fugas. No sólo eso, sino que te emborrachas, te drogas y vas a formar un escándalo a un condominio.

— Hermano, te juro que esa no era yo. Era una fuerza mayor arrastrándome por el camino del mal.

Evito decir que esa fuerza tiene nombre y apellido, y que además, a estas alturas, debe estar follando con el señor micropene.

— Basta Olivia, no tienes dieciocho años, madura de una vez. Deja de comportarte como una cría del jardín de infantes.

A estas alturas las cuerdas vocales de mi hermano deben estar sangrando por culpa de sus gritos. Estoy acostumbrada así que no le presto mucha atención. Ya lo sé, soy una irresponsable, pero, ¿qué más da? La vida son dos días, cuando quiera asentar cabeza lo haré, mientras tanto no.

— Lo comprendo, hermano.

No tengo idea de lo que ha dicho pero a él le encanta que le responda así y yo como buena hermana lo complazco.

— Tienes que cuidar tu salud — es lo último que dice antes de darse la vuelta — .Las drogas son dañinas y adictivas.

Lo tengo claro, pero decirle que ni siquiera noté cuando la echaron en mi bebida podría empeorar mi situación.

— ¿Puedes pagar la fianza de Diamond?—pregunto antes de irnos.

— ¿Quién es Diamond?

— Una travesti que conocí, es increíble — respondo emocionada.

— Olivia no puedes ir por la vida sacando de la cárcel a desconocidos — advierte seriamente.

Sé que se refiere a la vez que hice un reportaje para la tesis de mi universidad en una presión de mujeres y terminé liberando a dos de ellas. Lisa y Gloria, dos preciosas jóvenes que gracias a mí apoyo dejaron atrás el mundo de las drogas. A veces hay que darle una oportunidad a las personas.

— No es una desconocida — contesto.

— ¿Ah sí? Ilumíname — bufa — Dime, qué sabes de ella o de él no sé.

— No juzgues — advierto antes de seguir hablando — Sé que siempre se sintió mujer, emigró desde Venezuela después de que sus padres la echaran de su casa, con eso me basta.

Nos debatimos en un duelo de miradas. Le hago ojitos consiguiendo que finalmente murmure:

— Está bien, pero después te despides y nos vamos directo hacia el aeropuerto — asiento y se va a pagar la fianza de mi nueva amiga.

Espero sonriente en uno de los asientos, ya no sé si sigo borracha o es que mi locura viene natural. Conociéndome lo más probable es que sea la segunda opción. El oficial de hace un rato me mira como si me hubiesen salido dos cuernos en la frente, antes de negar con la cabeza y marcharse a una oficina.

— ¡Olivia!

— ¡Diamond!— corro hacia mi nueva amiga y la abrazo mientras salimos juntas de la comisaría con mi hermano pisándonos los talones.

— No sé cómo agradecerte — suspira y veo como le corre una lágrima por el rostro.

— Me conformo con tú número de teléfono.

Diamond me da su número y le prometo llamarla para volvernos a ver algún día. Me subo al taxi que mi hermano llamó para que nos llevara hasta el aeropuerto y con mi mano le digo adiós a aquella travestís con un futuro prometedor en el mundo del espectáculo.

¡Qué bien se siente hacer el bien!

Llegamos al aeropuerto y nos bajamos a hacer el check-in. Caminamos arrastrando nuestra maleta hacia la zona de embarque. Observo a mi hermano de reojo, su rostro está rojo de ira. Sé cuánto odia llegar tarde a los lugares. Nos subimos al avión y tomamos asiento.

— ¿Estabas sola anoche? — pregunta cuando despegamos.

— No quiero hablar de eso — respondo recordando a la traidora de Eva —¿Follaste anoche con la madurita?

— No quiero hablar de eso — contesta de la misma forma que yo.

El resto del viaje lo pasamos en silencio. Un silencio tormentoso que revuelve mi estómago. Mi cabeza da vueltas y todo lo que bebí anoche se remueve en mi interior por culpa de la altura. Definitivamente odio viajar en avión.

— Señores pasajeros, abróchense los cinturones. En cuestiones de minutos estaremos aterrizando — habla una voz por los parlantes.

— Al fin llegamos — murmura mi hermano y no le hago caso de lo mal que me siento.

En cualquier momento podría desmayarme.

Aterrizamos. Las personas comienzan a removerse en sus asientos intentando ser los primeros en bajar. Soy la primera en pararme intentando llegar al baño antes de que todos salgan. Escucho que mi hermano me llama y lo ignoro ganándome la mirada de todos en el avión.

— Señorita, por favor, siéntense; todavía no es hora — me habla la azafata y cuando intento moverme termino vomitando sobre su bonito atuendo, cayendo de bruces contra el suelo.

— Buen aterrizaje — murmuro obviando la mirada de asco de todos.

«Definitivamente este no ha sido un buen vuelo como me prometieron»

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