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Galletas

Miguel ocupaba mencionarselo.

Tenía que decirlo, era su deber como novio decírselo. Él estaba obligado a darle la sugerencia.

Miro al campo de batalla que estaba enfrente de él, bolsas vacías, galletas tiradas y refrescos a medio acabar. Después paseó hacia el culpable de la situación, mismo que intentaba ahora abrir el empaque de gomitas.

No, definitivamente tenía que decírselo.

—¿Has pensado en moderar tu alimentación?

Después de eso miró el surtido de comida chatarra que estaba frente a él. Galletas, dulces, paletas, sodas, golosinas, más gomitas.

Miguel había contado unas cuatro bolsas de ositos gomitas.

Comenzaba a cuestionarse sobre la alimentación básica en su novio, es decir, no necesitaba ser un genio para saberlo; podía deducirlo por el simple hecho de mirar como comía aquellas gomitas azucaradas en grandes puños dentro de su boca.

Hiro se percató de lo que había estado observando, con ambas mejillas llenas por tanta azúcar, inclinó la cabeza a un lado.

A Miguel casi le da un paro cardíaco por la vista, le pareció tierno

Era como un hamster, además le daban el antojo de querer comprar una dona para él.

Miguel borró esos pensamientos nada más se inyectaron en su mente, terminó por golpearse ambas para intentar difuminarlos.

¡Al punto! ¡Tenía que ir al punto!

—Hiro, deberías cuidar tu alimentación.

Hiro paró de masticar, trago el interior y lo miró ofendido con su lengua dispuesta a soltar veneno.

—Lo dice el que come madales todo el día.

—Se dice tamales.

—Lo que sea.

—Sólo digo porqué estás un poco gordo —sonrió, sin resistir la tentación de terminar picoteando el costado de la piel flácida de Hiro, éste se defendió lanzándole la bolsa vacía de gomitas.

—Eso duele.

Gimió sobándose la nariz, y felicitando a su novio por tal excelente puntería.

—Te lo mereces —recogió ahora la bolsa de galletas de un costado.

Aunque miró el empaque con algo de duda, luego miró su pequeño estómago.

De pronto las galletas del capitan chispa ya no se vieron deliciosas.

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