Capítulo XIV
Kallias
Una carrera fallida, Dareen de regreso, y una astilla en el culo que ahora vive en mi casa y lleva por nombre Maliah. Perfecto. Justo lo que necesitaba. Conduzco a todo gas rumbo a casa de Kamari. Mi moto ruge como si estuviera tan harta como yo, pero acelero más. El viento azota mi rostro, pero no logra despejar el caos en mi mente.
Al llegar, lo veo en el garaje, inclinado sobre su moto como si estuviera operándola. Desde aquí, distingo sus auriculares y, más importante, que está en una llamada. La voz dulce al otro lado y el tono casi meloso con el que le habla me arrancan una mueca.
Kamari y cariño en la misma frase. Algo no cuadra.
Aparco sin hacer ruido y me quedo observándolo, intentando procesar qué demonios está pasando. Hasta donde yo sé, los dos somos un par de picaflor profesionales. Mujeres vienen, mujeres van. Nada importante. Pero esto... esto me huele raro.
Kamari suelta una risa baja y le dice algo a la chica que no alcanzo a escuchar. Frunzo el ceño. . ¿En qué estará metido.?
—¿Quién es la chica de la llamada? —disparo en cuanto él se gira y me ve.
Kamari salta como si hubiera visto un fantasma, lanzando una herramienta al suelo mientras se lleva una mano al pecho.
—¡Rayos, Kal! ¡Casi me matas del susto!
Me cruzo de brazos y lo fulmino con la mirada, mi mirada fija como un ancla.
—No respondas tan rápido, no vaya a ser que pienses demasiado y te dé un derrame.
—¿Qué? —balbucea, aún recomponiéndose. —No es nadie importante.
—Ah, claro, nadie importante. —Resoplo, dejando caer el sarcasmo como un martillo.
Kamari evita mi mirada y rápidamente cambia de tema. Típico. Pero no soy idiota. Algo esconde.
—¿Y bien? —dice, poniéndose serio. —¿Crees que alguien saboteó la carrera?
Suelto una maldición por lo bajo y me dejo caer en un banco del garaje. La carrera es lo último de lo que quiero hablar, pero no tengo energía para esquivar el tema.
—No lo sé, pero me tope con Dareen apareció.
El nombre cuelga entre nosotros como una nube espesa. Kamari deja la herramienta y me mira, esa mirada que solo él entiende. La que dice más de lo que cualquier palabra podría decir.
—¿Qué quiere?
—Lo mismo de siempre. —Contesto seco, sin entrar en detalles. No necesito decir más. Kamari lo sabe. Lo sabemos los dos. Dareen nunca regresa si no es para joder algo.
Silencio. Uno que pica en la piel como una herida abierta.
—¿Y tú, cómo estás? —dice Kamari al fin, rompiendo la tensión.
—Como si tuviera una piedra en el zapato y el zapato en llamas. —Me paso una mano por el cabello, exasperado. —No puedo ni respirar en mi propia casa con esa... presencia invasiva.
Kamari suelta una risa corta.
—¿Maliah, eh? —Sonríe de lado, divertido. —Pues qué te digo, hermano, no te veo muy bien. Creo que necesitas distraerte.
—¿Distraerme cómo?
—¿Y si hacemos una fiesta? Una a lo grande. Tu viejo está de viaje, ¿no?
Levanto una ceja. La idea me toma por sorpresa, pero no puedo negar que tiene sentido. Todo el mundo necesita un respiro, y yo... bueno, yo lo necesito más que nadie.
—¿Una fiesta, eh?
—A todo dar, Kal. Invita a todo el mundo y olvídate de tus problemas un rato.
Por primera vez en días, sonrío. No es una sonrisa amable, ni mucho menos. Pero es algo.
—Excelente idea.
Kamari sonríe conmigo, pero en el fondo sé que los dos estamos pensando en lo mismo: Dareen, la carrera fallida y esa chica de la llamada.
Secretos. Problemas. Lo inevitable.
La fiesta había crecido hasta salirse de control. Chicos y chicas llenaban cada rincón de la casa, la música retumbaba en las paredes, y las luces intermitentes daban la sensación de que todo era un caos a cámara lenta. Kamari estaba en su elemento, gritando, bailando y pasando cervezas como si fuera el anfitrión.
Para cuando Ciro e Itzel llegaron, la casa ya era un hervidero. Mi hermana, con su aire de reina imperturbable, no tardó en mezclarse con el bullicio. Todo iba según lo planeado... hasta que alguien se encerró en su habitación y arruinó mi humor.
—¡Kallias! —Kamari se acercó, medio riendo, medio preocupado—. Tu prisionera acaba de amenazar con llamar a la policía.
Bufé, irritado, y subí las escaleras dos a la vez. Golpeé la puerta de la habitación de Maliah con los nudillos.
—¡Abre la puerta!
No respondió, pero escuché el movimiento dentro. Giré el pomo, empujando sin cuidado, y me encontré con ella parada junto a la cama, el teléfono en la mano. Me miró con una mezcla de furia y desafío, sus mejillas rojas y el ceño fruncido.
—Voy a llamar a la policía, Kallias.
Me reí, seco, mirándola con una sonrisa torcida.
—Hazlo. Dile que te secuestré en tu propia casa. Vamos, marca. Pero recuerda que tus padres te dejaron a mi cargo. Mis reglas, mi casa... —Me acerqué un paso—. Y tú eres mi prisionera.
—¡Eres un idiota! —gritó, arrojando un cojín en mi dirección. Lo esquivé sin esfuerzo.
—Y tú eres una amargada. ¿Por qué no bajas a disfrutar? ¿O también quieres llamar a la policía porque alguien está sonriendo?
—¡Lárgate!
Levanté las manos en señal de rendición y di media vuelta, dejando que su puerta se cerrara de un portazo tras de mí. Dios, qué drama.
La fiesta continuó, pero mi mal humor persistía. Kamari me pasó una botella y se perdió entre la multitud mientras yo me apoyaba contra la barandilla de la escalera, observando el desmadre. Fue entonces cuando los gritos y las risas desde afuera se hicieron más fuertes. Gritos de expectación, casi de burla.
—¡Miren eso! —escuché a alguien gritar.
Fruncí el ceño y me dirigí al patio trasero. Un grupo de personas estaba afuera, sus teléfonos levantados, grabando algo. Al levantar la vista, me quedé helado.
Maldita sea.
Maliah estaba en el techo, aferrándose desesperadamente al borde, sus manos temblando. La luz de la luna iluminaba su figura encorvada, y su gato estaba unos metros más arriba, perfectamente equilibrado. La multitud, por supuesto, lo encontraba gracioso.
—¿Y ahora qué, damisela? —grito desde abajo con una sonrisa torcida—. ¿No crees que esta escena de Jack y Rose ya está un poco gastada?
—¡No es gracioso, Kallias! —responde, con el rostro lleno de pánico—. ¡Ayúdame, por favor!
Me cruzo de brazos, mirando la escena con un toque de ironía. Pero, por dentro, siento cómo la tensión me atenaza el pecho. Es estúpida, impulsiva, y claramente no mide las consecuencias, pero el miedo en su rostro es real.
—¿Y tú no sabes que los gatos tienen siete vidas? —le suelto, señalando a su pequeño felino, que, por supuesto, ya está a salvo, observando todo desde otra esquina—. En cambio, tú solo tienes una, y me temo que la estás desperdiciando muy rápido.
—¡Voy a caer! —Su voz tiembla, y puedo ver cómo sus dedos pierden fuerza.
—Tranquila, princesa. —Doy un paso al frente y levanto las manos—. Salta. Te atraparé.
—¿Qué? ¡Ni loca salto!
—¿Prefieres quedarte colgando hasta que te resbales por completo? Tienes dos opciones, Maliah, y ambas terminan conmigo.
Ella me mira con una mezcla de miedo y enojo, pero antes de que pueda responder, sus dedos ceden.
Todo pasa en un segundo. La recibo justo en mis brazos y el impacto nos tira al suelo. Su cuerpo cae encima del mío, el aire se me escapa por un momento, y ambos quedamos en el césped, ella completamente paralizada.
—¿Estás bien? —pregunto, mirándola fijamente, sin rastro de burla. Por una fracción de segundo, mi tono es serio, casi preocupado.
Pero no dura. La sonrisa vuelve a aparecer, lenta, segura, y ladeo la cabeza, volviendo a ser yo.
—Te dije que te atraparía —añado, ignorando su mirada incrédula—. Aunque, si te fijas bien, los dos terminamos en el suelo.
Sus ojos se clavan en los míos, ardiendo de rabia. Sé que va a levantarse, pero la interrumpo.
—Pero, Maliah... —bajo la voz lo suficiente para que solo ella me escuche—. Estabas encima de mí. No pensé que te gustaran este tipo de posiciones tan rápido.
Ella suelta un bufido y trata de levantarse, pero la sostengo suavemente por la muñeca antes de soltar la bomba.
—Espera, olvidé mencionarte algo importante. —Una pausa dramática, y mis labios se curvan en una sonrisa burlona—. Todo tiene un precio, ¿recuerdas? Y tú me debes uno.
—¿De qué hablas? —responde con desdén, tratando de zafarse.
—Un beso —digo, disfrutando la manera en que sus ojos se abren como platos—. Uno largo. Extenso.
—¡Estás loco! —gruñe, finalmente levantándose de un tirón.
Me río mientras se marcha con pasos firmes y llenos de rabia.
—Tú lo has dicho, princesa. Estoy loco.
Me levanto y giro hacia las cámaras que todavía están grabando, extendiendo los brazos como si fuera la estrella de la noche.
—¡Soy un buen anfitrión! —grito, con una sonrisa arrogante—. Y ahora, además, un héroe.
Maliah seguía mirándome, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Luego me empujó, saliendo de mis brazos, y se puso de pie de un salto.
—¡Eres un imbécil, Kallias!
La multitud estalló en vítores y aplausos como si esto hubiera sido el espectáculo de la noche. Ella me lanzó una última mirada llena de rabia.
Yo seguí en el suelo, observándola alejarse con su gato aferrado como si fuera su escudo. Y entonces lo supe con claridad: esa chica no era solo una simple molestia. Era un incendio, y yo estaba justo en el corazón de las llamas.
Poco después, Archer y Silas me encontraron cerca de la mesa de bebidas, con esa mirada típica de cuando estaban tramando algo.
—Kal, es hora de un reto —dijo Silas con una sonrisa oscura.
—No me interesa.
—Maliah —soltó Archer, y eso bastó para que mi atención volviera a ellos.
—¿Qué pasa con ella? —pregunté, secamente.
—Un beso. Antes de que acabe la noche —retó Silas—. Si no lo consigues, queremos tu moto para la próxima carrera.
Mis manos se tensaron. Silas sabía tocar las teclas correctas. Los miré con una sonrisa desafiante.
—Está bien. Pero cuando gane, quiero ver la palabra perdedores en la pista.
Silas estrechó mi mano con fuerza.
Mientras la fiesta seguía y el ruido no cesaba, mi mirada volvió a desviarse al segundo piso. Maliah no tenía idea del juego que acababa de comenzar.
Y yo... yo estaba más que listo para ganarlo.
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