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Capítulo XIII


Maliah

El rugido del motor disminuye hasta convertirse en un ronroneo grave cuando nos acercamos a una enorme entrada de hierro forjado. Mis ojos recorren los detalles intrincados del portón y las imponentes paredes que rodean la propiedad. Mi confusión crece cuando me doy cuenta de que no le he dado la dirección al chico misterioso. ¿Cómo sabe dónde llevarme? Miro la moto con más detenimiento y algo en ella me resulta inquietantemente familiar.

Cuando llegamos al pie de la entrada, me congelo. Esa no es cualquier moto. Es la moto de Kallias.

—No puede ser...— murmuro, pero mi pensamiento se corta al ver la figura que nos espera al otro lado del portón.

Ahí está Kallias, de brazos cruzados, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en mí. Su mirada arde con una mezcla de enojo y algo más que no logro identificar. La tensión en el aire es palpable.

El chico misterioso se detiene y apaga el motor. Con un movimiento fluido, se quita el casco, revelando su rostro. Es Archer, el amigo de Kallias. Mi boca se entreabre por la sorpresa.

—Aquí está, sana y salva —dice Archer, dirigiéndole un vistazo significativo a Kallias.

Me bajo de la moto, algo tambaleante, mientras Kallias no desvía su mirada de mí. Su enojo es tan evidente que parece a punto de explotar.

—Entra a la casa —ordena, con la voz baja pero cargada de tensión.

Mi orgullo se activa de inmediato.

—Tú a mí no me mandas. Hago lo que quiero —respondo, cruzando los brazos con desafío.

La expresión de Kallias cambia de inmediato. Su voz se eleva, y la furia en sus palabras me hace retroceder un paso sin querer.

—¡Haz lo que te digo, Maliah! —grita, y por un instante, suena más como un animal que como una persona.

Mi corazón late con fuerza, y sin decir una palabra más, me apresuro hacia la casa. Mientras cruzo el umbral, pienso en llamar a mis padres. Tal vez debería decirles que me han dejado al cuidado de un monstruo. Pero después descarto la idea. Es demasiado tarde para preocuparlos.

Cuando llego a mi habitación, el maullido suave de un pequeño gato me recibe. Se enreda en mis piernas, y por un momento, me siento un poco más tranquila. Me dejo caer en la cama, saco mi teléfono y escribo mensajes a Ciro e Itzel. Pero ninguno responde. Miro la hora: las dos de la mañana. Suspiro y dejo el teléfono a un lado. Afuera, los relámpagos iluminan el cielo, y los truenos retumban con fuerza. La tormenta no tarda en desatarse.

Decido darme un baño para relajarme. Después de ponerme el pijama, reviso el teléfono una vez más, pero sigue sin haber señales de mis amigos. La tormenta arrecia, y finalmente, el cansancio me vence. Me dejo caer en la cama y cierro los ojos.

No sé cuánto tiempo pasa, pero un trueno especialmente fuerte me despierta de golpe. El gato lanza un maullido desesperado y se refugia debajo de la cama. Busco encender la lámpara de noche, pero la electricidad se ha ido. Suspiro frustrada y enciendo la linterna de mi teléfono. Justo cuando estoy a punto de calmarme, escucho gritos.

Mi cuerpo se tensa al instante. Los gritos son ahogados, desesperados, como si alguien estuviera luchando. Me pongo de pie y sigo el sonido por los pasillos oscuros de la casa. La linterna de mi teléfono apenas ilumina el camino, y mi corazón late con fuerza en mi pecho.

Los gritos vienen de la habitación de Kallias. Me detengo frente a la puerta, dudando. Mis pensamientos se atropellan unos a otros.

¿Debería entrar? ¿Y si se enoja aún más? Pero algo en los gritos me inquieta. No suenan como el Kallias que conozco, el que siempre parece tener el control de todo. Finalmente, decido tocar la puerta, pero no obtengo respuesta.

—Kallias —digo en voz baja, esperando que me escuche. Nada. El silencio solo es roto por los truenos y la lluvia afuera.

Con un suspiro temeroso, empujo la puerta y entro. La habitación está completamente a oscuras, pero los relámpagos que iluminan el cuarto me permiten distinguir la silueta de Kallias en la cama. Está arropado hasta los hombros, moviéndose inquieto. Sus gritos continúan, y parece atrapado en una pesadilla.

Me acerco con cautela.

—Kallias —susurro, tratando de no asustarlo. Pero no responde. Coloco una mano en su hombro, sacudiéndolo suavemente.

De repente, sus ojos se abren, y antes de que pueda reaccionar, me toma por los hombros y me lanza a la cama. Un grito escapa de mis labios mientras me encuentro atrapada bajo su cuerpo. Su respiración está agitada, y sus ojos, aunque despiertos, parecen perdidos.

—Kallias, ¡suéltame! —digo, mi voz temblando entre miedo.

De pronto, sus ojos parecen enfocar, y su agarre se suaviza. Se deja caer a mi lado en la cama, pasando una mano por su rostro como si intentara despejarse.

—Sabes que te metiste a la guarida del lobo —dice con voz ronca, pero con un deje de cansancio.

Todavía temblando, lo miro fijamente y, reuniendo todo mi sarcasmo, respondo:

—Y tú sabes que estabas gritando como una nena.

Me toma de la cintura y me pega a su cuerpo, impidiendo que me levante de la cama.

—Shhh —murmura, con una voz grave y ronca. Intento quitarme sus brazos de encima, pero es un intento en vano.

—No me digas que ahora tienes miedo de dormir solo —digo con sarcasmo, pero no obtengo respuesta. Sus ojos siguen enfocados en la tormenta afuera.

—Por lo menos podrías contarme de tu pesadilla, ya que me despertaste —añado, cruzando los brazos.

—¿Te quedarías callada si te digo que mi pesadilla eres tú? —responde con tono mordaz. Luego añade—: Ahora cállate.

—Y a ti, ¿quién te dijo que quiero dormir contigo? —espeto, molesta.

En ese instante, un trueno retumba con fuerza, y un grito escapa de mis labios. Sin pensarlo, me aferro a Kallias como una garrapata. Él se ríe, su pecho vibrando contra mí.

—Eso que acabas de hacer lo demuestra —dice con una sonrisa burlona.

La tormenta sigue rugiendo, y después de unos minutos, la linterna de mi teléfono se apaga; al parecer, se quedó sin batería. Kallias finalmente se duerme, pero yo permanezco despierta, pensando en el largo pasillo que tendría que recorrer a oscuras para llegar a mi habitación. El miedo me vence, y termino quedándome en la cama del que considero un monstruo.

Cuando despierto a la mañana siguiente, los brazos de Kallias aún me aprisionan. Lentamente trato de zafarme de su agarre, girando la cabeza para inspeccionar su habitación. Es completamente impecable, decorada en tonos azul, blanco y gris. Hay una colección de motos en miniatura y autos de lujo. Mis pensamientos abundan: pensaba que encontraría una guarida sucia, pero su habitación es amplia y limpia.

Me levanto de la cama, pero luego mis ojos se fijan en Kallias, quien duerme plácidamente. Su cabello natural empieza a surgir, rubio cenizo con raíces más oscuras, enmarca su rostro. Sus pestañas gruesas, labios carnosos y rosados, y su pecho desnudo me hacen quedarme mirándolo por más tiempo del que debería.

Su voz interrumpe mis pensamientos.

—¿Seguirás violándome con la mirada o harás algo más? —dice con una sonrisa perezosa. Abro los ojos como platos, balbuceando.

—Yo... yo...

—Sí, ya sé —me interrumpe—, estabas fantaseando conmigo y por eso estás llena de baba.

Se incorpora lentamente, acercándose a mí. Mi mirada se fija en su torso desnudo, y trago saliva con dificultad.

—Te advierto, solo me divierto con niñas como tú —dice con un tono serio. Mis mejillas arden de rabia y vergüenza.

—¡Eres un monstruo! —le grito.

Kallias se inclina hacia mí, su rostro quedando a pocos centímetros del mío.

—Un monstruo con el cual pasaste la noche sin quejas —dice con burla—. Pero me gusta que sepas lo que soy. Ahora, si me disculpas, saca tu trasero de mi habitación.

Sin esperar respuesta, se da la vuelta y entra a su cuarto de baño, dejándome furiosa y completamente avergonzada.

Mientras salgo de la habitación, mis pensamientos giran en torno al desconcierto. ¿Qué demonios fue eso? ¿Una pesadilla que lo hizo gritar como si lo estuvieran torturando? Intento borrar la imagen de Kallias atrapado en su sueño, pero las emociones no se van fácilmente. Estoy furiosa, pero también... confundida. Lo de anoche no encaja con el arrogante idiota que siempre me desafía.

Cuando cierro la puerta tras de mí, me detengo en seco al ver a Itzel en el pasillo. Está en cuclillas, como si intentara pasar desapercibida, y su mirada se ilumina con sorpresa y confusión al verme salir de la habitación de su hermano. Afuera, se escucha el rugido de una moto alejándose a toda velocidad.

—¿Qué hacías ahí? —pregunta, abriendo los ojos como platos.

—¡No es lo que piensas! —respondo rápidamente, cruzándome de brazos y alzando una ceja con sarcasmo—. Tu hermano estaba teniendo una pesadilla. Gritaba como loco. O, mejor dicho, como una nena asustada.

Los ojos de Itzel se abren aún más, si es que eso es posible.

—¿Otra vez? —susurra, casi para sí misma.

—¿Cómo que "otra vez"? —pregunto, intrigada, pero tratando de mantener mi tono despreocupado—. No creo que haya una pesadilla peor que verlo a él.

Itzel parece quedar atrapada en sus pensamientos por un momento, con una expresión sombría. Luego, sacude la cabeza y cambia de tema abruptamente.

—No importa. Necesitamos hablar, pero no aquí. vemos abajo en unos minutos  —dice, como si hablar sobre las pesadillas de su hermano fuera algo doloroso para ella.

Sus palabras me dejan con más preguntas que respuestas, pero decido no insistir. Algo en su expresión me dice que hay mucho más de lo que parece detrás de esas pesadillas.

Decido ducharme rápidamente para intentar despejarme de la incomodidad de la noche anterior. Al bajar a la cocina, no está Itzel, pero sí Kallias, quien, al verme, parece iluminarse con esa energía tan irritante que tiene.

—¡Buenos días, Piolín! —exclama, casi canturreando, con una sonrisa burlona.

Los cambios de humor de este hombre son tan constantes como respirar. Un momento está explosivo, y al siguiente, actúa como si estuviéramos en un maldito musical.

Lo miro sin mucho interés y sigo caminando hacia la mesa.

—¿Qué pasa? ¿Amanecimos juntos y ahora no me hablas? —insiste, inclinándose casualmente sobre la mesa con esa energía tan descaradamente suya.

Me detengo un momento, pero no porque quiera responderle, sino porque la señora de la cocina me observa de reojo, claramente interesada en este intercambio. Sin embargo, lo peor es sentir la mirada burlona de Kallias pegada a mí como un imán.

Apenas abro la boca para decir algo cuando los pasos ligeros de Itzel bajando las escaleras llenan el silencio. Ella entra en la cocina con una sonrisa radiante, como si la noche anterior hubiera sido perfecta.

La reacción de Kallias es inmediata. Su expresión pasa de burlona a tensa en cuestión de segundos.

—¿Me explicas dónde pasaste la noche? —pregunta, su tono brusco, casi autoritario.

Itzel ni se inmuta. Su sonrisa se amplía mientras sirve jugo en un vaso. —¿Y tú qué, ahora preguntas? No te ando reclamando con cuántas te acuestas cada segundo, ¿o sí? No jodas, que traigo buen humor.

—¡Ah, claro! Buen humor, ¿no? Entonces déjame decirte con quién pasé la noche de ayer —responde él, con una sonrisa cargada de veneno. Se gira hacia mí, y sé que algo terrible está a punto de salir de su boca—. Nada menos que con Maliah.

El jugo en las manos de Itzel queda suspendido en el aire mientras yo me atraganto con el revoltillo de huevo que acababa de llevarme a la boca. Comienzo a toser, y Kallias sonríe, satisfecho, como si acabara de ganar un premio.

—¿Qué pasa, Piolín? ¿Te sorprende que lo diga en voz alta? —me lanza, su tono despreocupado, pero con esa chispa de diversión que me hace querer tirarle algo.

—Maliah me ha dicho que tenías una pesadilla —interviene Itzel, dirigiéndose a él con una calma desconcertante.

Algo extraño sucede entre ellos en ese momento. Ambos se miran, y es como si tuvieran una conversación silenciosa que no puedo entender. Sus ojos parecen intercambiar información de un modo que me hace sentir aún más fuera de lugar.

Intento aclararme la garganta y romper la tensión. Pero Kallias, por supuesto, no puede dejar las cosas en paz.

—Oh, sí, eso te ha dicho —dice, inclinándose ligeramente hacia Itzel pero sin apartar los ojos de mí—. ¿Y también te contó que se quedó mirándome fijamente, admirando lo atractivo que soy? Creo que hasta babeaba.

Ruedo los ojos y me cruzo de brazos, intentando contener un bufido. Dentro de mi cabeza empiezo a recitar mentalmente todos los insultos relacionados con egolatría que puedo encontrar. Luego, una idea surge en mi mente.

Una idea fantástica.

O eso pienso.

—Atractivo es Dareen —digo, fingiendo desinterés mientras tomo un sorbo de jugo—. ¿Por qué no me hablas de él?

El aire en la cocina parece detenerse. Es como si mi comentario hubiera encendido una chispa en un barril de pólvora.

La sonrisa de Kallias se desvanece en un instante. Su mandíbula se tensa, y sus ojos me atraviesan con una intensidad que me hace arrepentirme de haber abierto la boca.

—¿Qué dijiste? —su tono es bajo, peligroso, como el gruñido de un animal al acecho.

A mi lado, Itzel, que estaba bebiendo su jugo tranquilamente, escupe en una carcajada que no puede controlar.

—Dios mío —dice, limpiándose la boca—. Esto sí que se pone bueno.

Kallias se levanta de golpe, su silla rechina contra el suelo, y camina hacia mí con pasos lentos pero decididos, como si estuviera calculando cada movimiento.

—¿Te parece gracioso? —me dice, su voz cargada de furia contenida.

—Un poco, sí —respondo, mirándolo directamente a los ojos, aunque siento un nudo formándose en mi estómago.

—¿Qué sabes tú de Dareen? —gruñe, inclinándose hacia mí hasta que estamos casi a la misma altura.

—Nada —respondo, con una sonrisa sarcástica que sé que lo irritará más—. Pero parece importante para ti.

Por un segundo, algo más que furia cruza su rostro, algo que no puedo identificar del todo. Antes de que pueda procesarlo, se endereza y da un paso atrás.

—Eres un desastre, ¿sabes? —escupe, con una frialdad que corta como un cuchillo—. No tienes ni idea de cuándo cerrar la boca.

—Y tú no tienes ni idea de cuándo dejar de actuar como si el mundo girara a tu alrededor —respondo.

Kallias me lanza una última mirada, cargada de algo que no puedo descifrar, y luego sale de la cocina con pasos firmes.

El silencio que deja tras de sí es casi ensordecedor.

—¿Qué? —pregunto finalmente, al notar que Itzel me está observando con una sonrisa extraña.

—Nada —responde, su tono ligero, pero sus palabras cargadas de significado—. Solo creo que le gustas más de lo que está dispuesto a admitir.

La miro, esperando que deje de hablar, pero en lugar de eso, añade:

—Recuerda, Maliah, esto es un campo minado. Tienes que saber dónde pisar.

Su comentario me deja helada. ¿Campo minado? ¿Qué demonios significa eso? Intento pensar en una respuesta, pero Itzel ya se ha puesto de pie, se coloca sus iPods, sin decir nada más. Mientras comienza a ajustar el volumen en su teléfono, se despide con un movimiento casual de la mano.

—Voy a correr. No me esperes. —Y sale de la cocina como si todo estuviera perfectamente en orden, dejándome sola con mis pensamientos.

Me quedo ahí, mirando el revoltillo de huevo frío en mi plato. ¿No se suponía que nos encontraríamos aquí para hablar? Itzel no me ha dicho nada realmente útil. Solo me dejó con más preguntas.

¿Quién es Dareen? ¿Por qué Kallias reaccionó así? ¿Y qué significa este "campo minado" del que habló Itzel? No puedo quitarme de la cabeza la forma en que Kallias y ella se miraron antes, como si compartieran un secreto que jamás me revelarán.

El problema es que me siento como una pieza en un tablero de ajedrez, pero no sé si soy una jugadora o simplemente una ficha más.

Un campo minado, pienso de nuevo. Sí, definitivamente lo es.

Pero la verdadera pregunta sigue siendo: ¿quién está controlando las bombas?

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