Capítulo VII
Maliah
Los días se deslizan como arena entre los dedos. Ya no siento la misma resistencia que al principio hacia los cambios que se han acumulado como una avalancha en mi vida. Hoy cumplo una semana trabajando en la cafetería de los padres de Ciro, quien pacientemente me ha estado entrenando como mesera de medio tiempo después de las clases. No es que tenga mucha experiencia en esto, pero me esfuerzo en aprender rápido porque... bueno, no tengo otra opción.
Por suerte, Itzel y Ciro tienen el mismo turno que yo. Su presencia me da cierta tranquilidad. O al menos eso quiero creer, porque la idea de estar sola frente a los clientes y sus exigencias me pone los nervios de punta.
—¿Lista? —me pregunto frente al espejo del baño, mientras acomodo por décima vez un mechón rebelde que insiste en escaparse de mi coleta.
Intento convencerme de que todo va a salir bien, pero en el fondo siento que mi estómago es un campo de batalla. Respiro hondo, tratando de calmarme, y arreglo las arrugas invisibles de mi delantal. Es solo un trabajo, ¿verdad? Mucha gente lo hace. No debería ser tan complicado. Entonces, ¿por qué siento que estoy a punto de salir al matadero?
Al llegar al comedor, el padre de Ciro me hace una seña. Con su típico aire práctico, me tiende una libreta y señala una mesa en la esquina. Me detengo en seco.
Ahí están ellos. Dos chicos. Dos. Apenas pienso en la palabra masculino y ya estoy temblando. Intento animarme, recordándome que son solo clientes, pero no puedo evitar sentirme como un venado frente a los faros de un auto. Tranquila, Maliah, me repito mientras camino hacia ellos. Es solo tu trabajo. Nada puede salir mal... ¿o sí?
—Buenas noches. Bienvenidos a la cafetería Violeta. ¿En qué puedo ayudarles? —pregunto, esforzándome por sonar profesional, aunque mi voz tiembla un poco al final.
El chico que sostiene un cigarro me mira con desgano antes de hablar:
—¿Estás lista para tomar nuestras órdenes o necesitas más práctica? Porque parece que no tienes idea de lo que estás haciendo.
¿Perdón? Siento cómo la sangre me sube al rostro, y por un segundo considero girarme y marcharme, pero en lugar de eso, sonrío. Una sonrisa perfecta, falsa como un comercial de pasta dental.
—Estoy lista cuando ustedes lo estén. ¿Les gustaría ver el menú del día o necesitan unos minutos más para decidir?
—Bueno, al menos parece que sabes cómo tomar órdenes. Eso es un buen comienzo, supongo.
Respira, Maliah. No pierdas la paciencia.
—Por supuesto. Siempre estoy aquí para ayudar. ¿Tienen alguna preferencia o restricción alimentaria que deba tener en cuenta? —le respondo con la mayor calma que puedo reunir.
—¿Ahora te preocupas por nuestras preferencias? Eso sí que es un cambio refrescante.
Antes de que pueda responder, el otro chico interviene:
—Silas, te estás comportando como un idiota —dice, lanzándole una mirada molesta. Luego me dirige una sonrisa educada, que me hace sentir un poco menos tonta: —Por favor, danos unos minutos. Estamos esperando a alguien más. Gracias.
Asiento rápidamente, aliviada por tener una excusa para alejarme. Pero, claro, mi torpeza decide hacer su aparición estelar. Mientras me giro, mis piernas de gelatina ceden y termino tambaleándome.
Por un momento, estoy segura de que voy a estrellarme contra el suelo, pero en lugar de eso, choco contra algo —o alguien— sólido. Unas manos firmes me sostienen por la cintura, y cuando levanto la mirada, mi corazón se hunde.
Kallias.
Ahí está él, con esa sonrisa burlona que parece gritar: "te atrapé".
—Cuidado. No queremos que te lastimes, ¿verdad? —dice, su tono impregnado de sarcasmo mientras sus dedos rozan mi placa de identificación.
Mis mejillas arden de la vergüenza, pero no puedo dejar que él lo note. Enderezo la espalda y trato de apartarme de su agarre.
—No te preocupes por mí. Puedo cuidarme sola —respondo con frialdad.
—Claro. Pero es un placer verte trabajando en uno de mis lugares favoritos. Y más aún, saber que ahora tengo una mesera especial.
Sus palabras me atraviesan como cuchillos. ¿Por qué tiene que ser tan... él? Siempre tan altanero, tan lleno de sí mismo. Bufo, cruzándome de brazos.
—Y, como siempre, el placer no es mutuo. Pero eso ya lo sabías, ¿no?
Su sonrisa se ensancha, y esa mirada suya —arrogante y penetrante— se clava en mí, como si pudiera ver más allá de mi fachada. Se inclina un poco, lo suficiente para que su voz grave resuene cerca de mi oído.
—Te estaré observando todos los días, Maliah.
Mis músculos se tensan. Su tono tiene un deje de amenaza disfrazada de encanto, y mi instinto me grita que me aleje. Pero no voy a darle el gusto de verme intimidada.
—Oh, genial. Entonces, no será un trabajo, sino un infierno... gracias al honor de tu encantadora presencia diaria —digo, lanzándole una última mirada desafiante antes de girarme y marcharme.
Mientras me alejo, siento su mirada quemándome la espalda. Su cercanía me agota, como si su presencia succionara el oxígeno a mi alrededor. Sus ojos, fríos y burlones, no muestran ni una pizca de emoción genuina.
No sé qué pretende con sus comentarios y su actitud, pero una cosa es segura: Kallias Myers no es alguien con quien deba bajar la guardia. Y, sin embargo, hay algo en él, algo inquietante, que me hace sentir que esta advertencia implícita no es solo producto de mi imaginación.
Trabajar, al final, no es tan malo. Claro, no es mi sueño dorado, pero gané 50 euros en propinas. No me quejo. Los clientes no estuvieron mal... bueno, excepto esa mesa de los raros que no dejaron de mirarme. Estoy segura de que hablaban de mí porque, cada vez que pasaba, se giraban, sonreían y murmuraban. Algo me dice que no estaban planeando mi fiesta sorpresa de cumpleaños.
Cuando terminamos el turno, me despido de Itzel y Ciro con una sonrisa cansada pero satisfecha.
En el estacionamiento, empiezo a buscar mis llaves frenéticamente dentro de mi bolso, pero, tras varios minutos de manotear como loca entre tickets arrugados y una bolsa de caramelos a medio comer, acepto la cruel realidad: no están. La sensación de pánico me invade y, como una flecha, regreso corriendo a la cafetería. Pero para mi desgracia, ya está cerrada, y mis compañeros se han ido.
Intento llamar a Itzel, a Ciro, y hasta a mis padres. Nadie responde. Siento un vacío en el estómago, una mezcla de desamparo y frustración. Estoy sola. Completamente sola.
Resignada, regreso al estacionamiento con la esperanza de encontrar alguna pista sobre mis llaves. Cuando me acerco a mi coche, diviso a un chico con capucha recostado en el capó, fumando como si estuviera en una película de acción y fuera el villano relajado.
Mis sentidos me gritan "huye", pero antes de que pueda siquiera retroceder, el chico alza la mirada y, para mi sorpresa, es él.
Kallias Myers.
El chico problemático de los comentarios sarcásticos y la sonrisa que nunca se borra. Me mira con esa expresión mitad burla, mitad interés que logra sacarme de quicio.
—¿Perdida, Piolín? Parece que estás en apuros.
¿Piolín? ¿Otra vez con eso?
Frunzo el ceño y le lanzo mi mejor mirada de desprecio.
—Mis llaves. Las perdí. ¿Qué estás haciendo aquí? —le digo, tratando de sonar firme.
Él suelta una risa baja mientras da una calada a su cigarro.
—Tomándome un descanso. Este lugar es tranquilo. Pero tú... no es seguro que una chica como tú ande sola por aquí.
—¿"Una chica como yo"? Por favor, ahórrate el discurso de héroe. Estoy perfectamente bien. —Cruzo los brazos, intentando parecer más confiada de lo que en realidad me siento.
—Claro, Piolín, porque luces como una experta en supervivencia nocturna —responde con una sonrisa burlona.
Rodé los ojos, pero en el fondo sé que tiene un punto. Estoy sola, es tarde y... Aun así, no pienso darle el gusto de admitirlo.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —pregunta, como si le divirtiera verme luchar internamente con mi orgullo.
—Buscar un taxi o caminar, no es asunto tuyo.
Pero él no parece dispuesto a dejarlo ahí.
—Vamos, no seas terca. Te llevo a casa en mi moto. Es más rápido y menos peligroso.
—¿En tu moto? Ni lo sueñes.
—Perfecto, entonces sigue buscando tus llaves en la oscuridad. Quizás tengas suerte y no te encuentres con alguien peor que yo. —Hace una pausa para apagar su cigarro y lanza una mirada que parece retarme.
Lo pienso por unos segundos. No hay taxis a la vista, mi móvil tiene solo un 8% de batería y, aunque me cueste admitirlo, no tengo otra opción.
—Está bien. Pero que quede claro, esto no significa que me caigas bien.
—Ah, Piolín, me has roto el corazón. —Sonríe mientras me tiende un casco.
Montarme en su moto resulta ser una experiencia... intensa. Me aferro a él con más fuerza de la que me gustaría admitir mientras el viento me golpea la cara y la lluvia comienza a caer de repente.
—¿En serio? —grito por encima del rugido de la moto.
Él solo ríe y acelera un poco más.
Finalmente, encuentra refugio en una gasolinera abandonada que está en construcción. Bajo de la moto, empapada hasta los huesos, y tiemblo por el frío La lluvia golpea con fuerza el suelo y los dos estamos empapados bajo su furia. Tiemblo ligeramente por el frío, pero guardo silencio mientras mis ojos siguen cada movimiento de Kallias mientras él se despoja de su chaqueta empapada y su camiseta, revelando un cuerpo marcado por la fuerza y la determinación. Sin embargo, lo que más llama mi atención es la enorme cicatriz que surca la parte baja de su espalda.
Pero la cicatriz no está sola. La cubre parcialmente un tatuaje que parece ser un diseño deliberado para integrarla. Una intrincada red de líneas negras que no se tocan entre sí se extiende a lo largo de su piel, y entre esas líneas, hay números dispersos, escritos en un estilo simple y meticuloso. Los números parecen aleatorios: 04, 19, 23, 00.
Mis ojos se detienen en ellos, intentando encontrarles un sentido. Sin poder evitarlo, le pregunto:
—¿Esos números...? ¿Tienen algún significado?
Él se gira apenas, dándome una mirada cautelosa, como si sopesara cuánto debería decirme. Una sonrisa irónica curva sus labios antes de responder:
—Cada uno tiene su historia, Piolín. Pero te advierto, no son cuentos para dormir.
Su tono me da un escalofrío, y decido no insistir. Aunque algo en su expresión me hace pensar que hay más detrás de esa respuesta. Como si esas líneas y números fueran más que simples marcas en su piel; como si fueran recordatorios de algo que él preferiría olvidar.
Sus palabras me devuelven a la realidad.
Intento desviar mi atención, pero la imagen de ese tatuaje —esa cicatriz convertida en arte, en algo casi simbólico— se queda grabada en mi mente, mucho más de lo que quisiera admitir.
—Lo siento, no quise...
—No importa. —Se encoge de hombros y me lanza una sonrisa.
De repente, me envuelve en un abrazo inesperado.
—¿Qué estás haciendo? —protesto, intentando apartarlo.
—Calor humano, Piolín. Hace frío, y yo soy tu única opción.
Intento resistirme, pero finalmente cedo. Mi cuerpo está temblando tanto que prefiero el calor a seguir discutiendo.
El momento es extraño, incómodo... y un poco reconfortante. Siento su respiración cerca de mi cuello y trato de no pensar en lo extraño que es todo esto.
Cuando la lluvia amaina, retomamos el trayecto en silencio. Ninguno dice una palabra, pero la tensión que se respira entre nosotros es casi palpable.
Al llegar a casa, me bajo de la moto rápidamente, desesperada por entrar y escapar de esta extraña electricidad que me recorre. Pero antes de que dé un paso, Kallias me detiene. Su mano se aferra a mi cintura con una firmeza que me deja clavada al suelo, y antes de que pueda procesarlo, me acerca lentamente hacia él.
Sus manos ascienden hasta mis mejillas, con un tacto cálido que contrasta con el frío que nos envuelve. Casi puedo sentir el calor irradiando de su piel mojada. Mi cuerpo reacciona por inercia, y mis labios se humedecen de forma automática mientras mis ojos se detienen en los suyos... Bendita sea mi falta de autocontrol.
Unas gotas de lluvia caen entre nosotros, deslizándose como si el cielo quisiera darle un dramatismo extra a este momento. Mi lengua actúa más rápido que mi cerebro y dice, en un tono que intento que suene indiferente:
—Será mejor que te pongas la chaqueta. Pescarás un resfriado.
¿Acabo de decir eso? ¿EN SERIO?
Él se ríe, una risa baja y grave que me hace estremecer, y sus labios curvan una sonrisa peligrosa. Su nariz roza la mía, y sus palabras llegan en un susurro, apenas audible:
—Creo que es lo de menos que podría pasar aquí, ¿no crees?
Mi corazón late con tanta fuerza que estoy segura de que él lo escucha. Tengo que aclararme la garganta para no perder lo poco de dignidad que me queda, pero su proximidad no me lo pone fácil.
—Piolín, ¿no se te olvida algo? —pregunta, su voz más grave, más cercana, y el roce de sus labios contra los míos es apenas perceptible, pero lo suficiente para hacerme olvidar cómo respirar.
El universo entero podría desmoronarse en este instante y no me importaría. Maldigo a todos los dioses por haberme hecho una inútil ante este tipo de situaciones. Bendito creador, ven por mí ahora, pienso mientras mis piernas amenazan con ceder bajo mi propio peso.
—¿El qué? —pregunto en un hilo de voz, incapaz de apartar mis ojos de los suyos.
Una sonrisa traviesa curva sus labios.
—Mi casco.
Dios. Claro. El casco. Maldito casco.
Lo tomo con manos torpes, rogando que no note lo temblorosas que están, y se lo entrego como si fuera un objeto maldito. Sin mirarlo a los ojos, corro hacia la casa con el rostro en llamas, mi corazón desbocado y mi cerebro reprochándome cada segundo por ser tan, pero tan patética.
Al entrar, me encuentro con mi madre, que me mira con una ceja alzada y una sonrisa divertida que me hace pensar que, por lo menos, no me vio corriendo como una loca hacia la puerta.
—¿Ese era Kallias? —pregunta, fingiendo desinterés, aunque su tono la delata.
—No era nadie, mamá. Solo me dio un aventón —respondo rápidamente, intentando que mi voz no suene como un graznido.
Mi madre deja escapar una risa suave, claramente disfrutando de mi incomodidad.
—¿Un aventón? Interesante. Se veía bastante... atractivo sin su chaqueta.
—Mamá...
—Solo digo, cariño. Aprende a ver las oportunidades cuando las tienes frente a ti.
No le contesto. En su lugar, subo a mi cuarto, aún con las piernas temblorosas y las mejillas ardiendo. Trato de distraerme poniendo una película cualquiera, pero es inútil. Mi mente sigue regresando a ese momento en la gasolinera, a su sonrisa descarada, a la cercanía de sus labios.
Esto va a ser un problema. Un problema muy, muy grande.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro