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Capítulo V

Maliah

Dicen que el destino siempre encuentra la forma de juntarte con lo que te corresponde. Según mi abuela, somos el destino de alguien. Sin embargo, creo que el destino es un cabrón con un sentido del humor retorcido, porque, existiendo tantos lugares en el mundo, mi familia decidió mudarse a España. ¿Por qué no a República Dominicana, con sus playas paradisíacas, o a Australia, con sus canguros y surfistas guapos? No. España.

Lo peor de todo es que mi papá es socio del señor Meyers. Sí, Meyers, el apellido que llevo atorado como un chicle en el zapato desde esa noche de la cena. ¿Por qué? Porque su hijo, Kallias, es ahora mi vecino y compañero de destino cabrón.

Desde que lo vi parado al final de las escaleras esa noche, supe que mi vida estaba condenada al caos. Él, con su mirada de león acechando a su presa, me desarmó. Me congelé en el último escalón, deseando desaparecer en una nave espacial.

Lo peor no fue su mirada, ni esa sonrisa que parecía burlarse de mí. Fue la forma en que su presencia me hizo sentir pequeña, como Pitufina frente a un dios griego musculoso. Porque, sí, es alto, con ojos que brillan como si siempre tramaran algo, labios carnosos y un cabello despeinado que parece gritar: "Soy perfecto y lo sé".

Lección número uno: Que tenga cara de dios griego no significa que sea angelical.

Cuando Itzel se fue al baño, supe que estaba en problemas. Kallias sacó sus garras, y en cuestión de segundos, pasó de ser un chico guapo a un idiota profesional. Me analizaba como si fuera un experimento científico: "¿Por qué estás tan nerviosa? No hace falta, mi presencia es demasiado para cualquiera".

¿Nerviosa? ¡Claro que lo estaba! Pero no iba a dárselo en bandeja de plata. Entre sarcasmos mal logrados y tragos desesperados de agua, intenté defender mi dignidad. No funcionó. Kallias disfrutaba demasiado viéndome incómoda, y yo quería lanzarle la ensalada a la cara.

Esa noche, ya en mi habitación, intenté procesar lo que había pasado. Me despojé de mi ropa, me metí a la ducha y dejé que el agua se llevara la vergüenza... aunque no logró llevársela toda. Al salir, me puse mi pijama, agarré mi celular y volví a leer ese maldito mensaje que accidentalmente le envié.

¿Por qué, en un momento de embriaguez y despecho, decidí escribir un mensaje tan patético y cursi? Y lo peor: ¿por qué lo envié a él?

Decidí llamar a Caroline. Si alguien podía ponerle humor a mi desgracia, era ella.

—¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo? —respondió entre risas.

—Caroline, son las tres de la mañana aquí. ¿Crees que desperdiciaría mis horas de sueño en bromas?

—Pues no, pero esto es demasiado bueno. Siento que Kallias ya me cae bien.

—Es un idiota.

—¿Cómo es? ¿Es guapo? —preguntó, ignorando mi comentario.

—Es lindo, no lo voy a negar, pero tiene una personalidad que podría describirse como "para nada encantadora".

Caroline se echó a reír. —¡Dios mío, qué coincidencia! Esto suena como el inicio de una historia de amor pasional ¿Debería tomar apuntes?

—¡Por favor! Esto no es una historia romántica, Caroline. Es una pesadilla.

Pero ella no dejaba de reírse ni de insistir en que aprovechara la oportunidad. Decidí cortar la conversación antes de que empezara a hablar de "montar toros" de nuevo.

A la mañana siguiente, me preparé para mi primer día en el instituto. Me puse el uniforme: camisa blanca, chaleco azul marino, una corbata de cuadros y una falda que me hacía sentir como un personaje salido de "Harry Potter". Mientras me arreglaba, canté a todo pulmón Without Me de Halsey, porque nada como una canción dramática para empezar el día.

Al llegar al colegio, mi nerviosismo alcanzó un nuevo nivel. El lugar era enorme, con su nombre, King's College, brillando en letras rojas. Me bajé del auto y observé a mi alrededor. Fue entonces cuando lo vi.

Ahí estaba Kallias, apoyado en una moto negra que hacía juego con su chaqueta. En una mano sostenía un cigarro, y al verme, una sonrisa arrogante se dibujó en sus labios. Pero no fue eso lo que me dejó atónita, sino la chica que estaba frente a él.

Se estaban devorando la boca como si el aire fuera opcional. Él la sostenía por la cintura, y mientras seguían besándose, volvió a mirarme. Yo aparté la mirada rápidamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

Dentro del colegio, fui directamente a la oficina de información. Necesitaba mi horario, escoger clases extracurriculares y, con suerte, evitar a Kallias durante el resto del día. Pero algo me decía que el destino cabrón tenía otros planes.

El instituto es inmenso, tan grande que siento que podría perderme en cualquier momento. Cada paso que doy parece atraer las miradas de los estudiantes, que no se esfuerzan en disimular. Algunos susurran entre ellos, otros simplemente me miran como si fuera una atracción de feria.

"Qué maravilla ser nueva", pienso con ironía, ajustando la mochila en mi hombro mientras recorro los pasillos en busca del aula de Historia Española.

Voy pendiente de las numeraciones de las puertas, con la vista fija en los pequeños letreros metálicos, cuando de repente un torbellino de libros se cruza en mi camino y chocamos. Todo sucede en un instante: mis cosas caen al suelo, junto con un montón de libros y papeles ajenos.

—¡Puedes fijarte por dónde caminas! —exclama un chico, agachándose para recoger sus cosas con brusquedad.

Lo miro desde mi posición, con las manos en las rodillas. Tiene el cabello rubio y despeinado, un piercing brillante en la nariz y un uniforme que claramente fue modificado a su gusto. Es delgado, con facciones finas, y su expresión de fastidio podría hacerle ganar un premio al "Rey del Drama".

—¿Disculpa? —respondo, cruzándome de brazos—. Tú fuiste quien se cruzó en mi camino.

Levanta la mirada y me taladra con los ojos. Unos ojos azul claro, por cierto, que no deberían lucir tan amenazantes pero de alguna manera lo logran.

—Para ser nueva, tienes actitud —dice, y de repente noto que está sosteniendo mi horario en su mano.

—¿Y tú cómo sabes que soy nueva?

Se ríe, una risa baja y burlona que me hace sentir como si acabara de perder en un juego que ni siquiera sabía que estaba jugando.

—Es obvio. —Hace un gesto con la mano hacia mi uniforme—. Tu outfit no tiene personalidad. Ese uniforme parece recién sacado del catálogo de "alumnas ejemplares". Y, oh, tu falda... es más larga que las tendencias actuales.

Me sonrojo de inmediato y bajo la mirada hacia mi falda. No tiene nada de malo... ¿o sí? Intento alisar las arrugas inexistentes con las manos.

—En vez de estar criticando mi "outfit" —respondo, enfatizando la palabra con tono sarcástico—, podrías ser amable y darme un tour por el instituto. Es lo menos que podrías hacer por cruzarte en mi camino.

El chico sonríe con suficiencia y se mira las uñas, ignorándome por completo.

—Por favor... —suplico, sintiéndome derrotada.

—Esa actitud me gusta más. Anda, sígueme —dice finalmente, como si me estuviera haciendo un favor enorme. Antes de empezar a caminar, se gira hacia mí y añade:— Por cierto, soy Ciro Becerra.

Mientras camino detrás de él, no puedo evitar sentirme algo irritada. Es la primera persona con la que tengo una interacción real aquí, y ya me está haciendo sentir como si estuviera en un desfile de moda en el que he fallado miserablemente.

"Genial", pienso. "Un crítico de vestuario con aires de superioridad. Esto va a ser interesante."

Ciro me lleva por los pasillos del instituto con la confianza de alguien que ha pasado años aquí. Me señala aulas, salones de usos múltiples y, finalmente, me deja frente al aula de Historia Española.

—Aquí es. Por cierto, tenemos tres clases juntos —dice con una sonrisa triunfal—. Así que tendrás que aguantarme.

La clase aún no ha comenzado, así que me siento en un escritorio junto a Ciro, quien no deja de hablar. Me cuenta que es de Argentina, aunque ha vivido casi toda su vida aquí. También menciona, casualmente, que es el mejor estudiante de la clase de arte y que el profesor de Literatura lo adora.

Estoy a punto de hacerle un comentario sarcástico cuando una figura familiar entra en el aula. Itzel.

—¡Mali! —exclama al verme, acercándose rápidamente. Su aroma floral dulce me envuelve antes de que pueda decir algo.

—¡Itzel! —respondo, sorprendida pero feliz de verla.

—¿Te molesta si te digo Mali? —pregunta con una sonrisa cálida.

—No, está bien —respondo, sonriendo también.

Ciro, que ha estado observando la interacción en silencio, se aclara la garganta para hacerse notar.

—Mali, él es mi mejor amigo Ciro. Es mi asesor de modas y, por cierto, es gay —dice Itzel con total naturalidad.

—¡Oye! Eso de gay sonó un poco despectivo —se queja Ciro, fingiendo estar ofendido.

—No te ofendas, cariño. Solo lo digo para que Maliah no delire con tu belleza y se vaya a enganchar.

—Tienes razón —admite Ciro, encogiéndose de hombros—. Aunque, seamos honestos, mi belleza es demasiado para cualquiera.

Me río, aunque una parte de mí siente que estoy entrando en un territorio que no entiendo del todo. Estos dos tienen una química tan natural que me hace sentir como una intrusa. Pero es una intrusión que no me importa, porque por primera vez en todo el día no me siento completamente sola.

Mientras la clase comienza, Itzel y Ciro me explican que ya están adelantados en el proyecto que debemos hacer en parejas. Me invitan a unirme a ellos, algo que agradezco más de lo que estoy dispuesta a admitir.

Durante el receso, salimos juntos al patio, donde me cuentan más sobre el instituto. Itzel me advierte sobre los problemas de discriminación y las distinciones sociales que existen aquí, mientras Ciro asiente con dramatismo, diciendo que este lugar es "como una telenovela mala".

—Pero no te preocupes —añade Ciro, poniendo una mano sobre mi hombro—. Ahora tienes a nosotros. Y créeme, somos el mejor equipo que podrías pedir.

— ¿Saben de algún lugar en el que pueda conseguir empleo? —cuestioné, intentando sonar casual.

Itzel alzó las cejas, claramente sorprendida por mi pregunta, mientras que Ciro le lanzó una mirada que solo podía describir como de complicidad. Algo estaban tramando.

—Pues... tenemos el trabajo perfecto para ti —respondió Itzel, alargando las palabras con un tono que me hizo sospechar.

—Perfecto. ¿A dónde tengo que ir? —pregunté con cautela, mientras los observaba con curiosidad.

—Mis padres tienen una cafetería, y estamos buscando personal. Bueno, técnicamente somos nosotros quienes trabajamos ahí, pero la paga no es precisamente maravillosa —dijo Ciro, mientras se encogía de hombros.

—Ah, claro, entonces quieren que me una a su club de "vagos responsables" —bromeé, aunque en el fondo la idea me pareció interesante.

—No somos vagos, somos estrategas del ahorro —respondió Itzel, riéndose.

—Di que sí —intervino rápidamente Itzel, dándome un leve empujón en el brazo.

Ciro, sin perder su esencia bromista, se giró hacia Itzel con una expresión exageradamente seria.

—Izi, amor, si sigues frunciendo el ceño cada vez que hablas así, no podré hacer nada con las arrugas que te saldrán aquí —dijo, colocando suavemente un dedo en la frente de Itzel.

Ella puso los ojos en blanco, pero sonrió de todos modos.

—Volviendo contigo, Mali... —continuó Ciro—, hoy mismo hablamos con nuestro jefe.

No estaba completamente segura de la idea, pero al menos sería una forma de ocupar mi tiempo y, de paso, ganar algo de dinero.

—Está bien, gracias. Pero les advierto que si terminamos peleando por las propinas, yo soy más rápida.

Mientras almorzábamos bajo la sombra de un árbol en el patio, noté que un grupo de chicas avanzaba en nuestra dirección.

Eran tres. Todas increíblemente bien arregladas, como si acabaran de salir de una pasarela. Al frente iba una rubia que, por su forma de caminar y la manera en que levantaba la barbilla, parecía ser la líder del grupo. Mi instinto me decía que esto no iba a terminar bien.

—Así que tú eres la nueva, ¿eh? —dijo la rubia, deteniéndose justo frente a mí. Sus ojos me escanearon de pies a cabeza antes de añadir—. Y veo que ya elegiste bandos.

¿Bandos? ¿Qué demonios?

—¿Bandos? —repetí, sarcástica. —Vine a este instituto a estudiar, no a inscribirme en un club de estrategias militares.

Ciro dejó escapar una risa discreta, mientras que Itzel intentaba no sonreír. La rubia, por otro lado, no pareció encontrarme tan graciosa.

—Mira, no sé quién te crees para hablarme así, pero te advierto que juntarte con el becado y la chica rica que pretende ser pobre no te llevará a nada bueno. Seguro tu madre es una criada.

La rabia subió rápidamente a mi garganta. Mi madre. ¿En serio?

—No, mi madre es la que te corregirá la nariz si sigues hablando de ella —respondí sin pensar, sorprendida incluso de mí misma.

Sus dos amigas, que hasta ahora habían permanecido en silencio, se miraron entre sí, incrédulas. La rubia, sin embargo, solo dejó escapar una risa condescendiente, claramente disfrutando de la confrontación.

—Kendra, mejor vete con tus secuaces —dijo Ciro, con voz firme.

Pero Kendra, que ahora sabía era su nombre, no se movió ni un centímetro.

— ¿Qué dijiste, gay pobretón? Becado de mierda...

Antes de que pudiera terminar su insulto, Itzel intervino con una frialdad que me dejó boquiabierta.

—Eres el ser más despreciable que conozco. No entiendo cómo mi hermano se arrastra contigo, porque eso es lo que hace. Y te lo diré claramente: Kallias no te ama. Nunca lo hará. Cada vez que te desprecia, te lo deja claro, pero parece que tu cerebro y tu amor propio no tienen la capacidad de entenderlo.

El color desapareció del rostro de Kendra por un segundo, pero rápidamente fue reemplazado por un rojo intenso de furia.

— ¡Eso no es cierto! Hoy vino al instituto solo para verme —gritó, con las manos hechas puños.

—No seas bruta. Vino a clases.

La tensión en el aire era tan espesa que podía cortarse con un cuchillo. Kendra, ahora completamente fuera de sí, se abalanzó hacia Itzel, pero una de sus amigas la detuvo justo a tiempo.

— ¡Esto no se quedará así! —me dijo, acercándose peligrosamente a mi oído—. Esto también va para ti.

Mientras se alejaban, no pude evitar pensar que, en menos de 24 horas, ya había tenido mi primer encontronazo con la aspirante a abeja reina. ¿Esto es lo que me espera aquí? Definitivamente, este instituto no iba a ser aburrido.

Lo que queda del almuerzo transcurre sin más incidentes con Kendra, pero no dejo de sentirme en el centro de todas las miradas. Parece que el encontronazo ya es el chisme del día. Sin embargo, estar con Ciro e Itzel me ayuda a ignorar la incomodidad de ser la nueva.

—Entonces, ¿de verdad no hay forma de evitar a Kendra? —pregunto mientras camino.
—No exactamente —responde Ciro con dramatismo, agitando una mano en el aire—. Ella es como el aire en esta escuela: tóxico, pero inevitable.

Itzel suelta una carcajada mientras revisa su teléfono.

—Yo la evito todo lo que puedo. Pero, ¿sabes? Lo que hiciste hoy fue genial. Nadie se atreve a enfrentarse a Kendra así. Eres mi nueva heroína.
—Heroína o suicida. No estoy segura de cuál me describe mejor —murmuro, dejando escapar una risa nerviosa.

—Eso depende —dice Ciro, mirándome con interés—. ¿Planeas sobrevivir aquí o vas a ser nuestra revolucionaria oficial?

—Por ahora, solo quiero sobrevivir —respondo con sinceridad.

Ciro hace un gesto de exagerada decepción y luego me lanza un envoltorio de galletas vacío que cae sobre mi falda. Me río, pero mi mente vuelve al tema que realmente me interesa.

—Por cierto, ¿qué hay de la cafetería? ¿Creen que tus padres me acepten?

—Seguro que sí —responde Ciro, encogiéndose de hombros—. Eres perfecta para el puesto: trabajadora, sensata, y si todo falla, siempre podemos usar tu encanto natural para atraer clientes.

—Es un buen lugar —añade Itzel—. Aunque tengo que advertirte, trabajar con Ciro significa aguantar sus playlists de reguetón todo el turno.

—No digas eso. Mi música es lo que mantiene viva esa cafetería —se defiende Ciro con una sonrisa traviesa.

Cuando finalmente se acaban las clases y después de larga charlas con Ciro e Itzel, llega la hora de regresar a casa, el cielo ya empieza a teñirse de tonos anaranjados.

Al día siguiente, me encuentro con Itzel y Ciro a la salida del instituto para ir a la cafetería. El lugar está ubicado en una esquina tranquila del centro de la ciudad. Es acogedor, con paredes de ladrillo a la vista y mesas de madera oscura. Hay plantas colgantes cerca de las ventanas y un aroma a café recién hecho que lo llena todo.

—¡Papá! —grita Ciro apenas entramos—. ¡Traje refuerzos!

Un hombre robusto con cabello canoso y gafas aparece detrás del mostrador. Tiene una sonrisa cálida y un delantal lleno de manchas de café.

—Tú debes ser Maliah —dice, extendiéndome la mano—. Ciro me habló de ti. Si estás dispuesta a trabajar duro, eres bienvenida aquí.

—Gracias, señor Becerra. Prometo no defraudarlo.

—Por favor, dime Manuel. Y no te preocupes, todos comienzan derramando café alguna vez.

Itzel ríe mientras se amarra el cabello en una coleta.

—Vamos, Mali. Te enseñaremos cómo sobrevivir en este lugar.

Me pongo el delantal y me dejo guiar por ellos. Al principio me siento torpe, pero pronto me adapto al ritmo. Es divertido trabajar con Ciro e Itzel. Él siempre tiene un comentario sarcástico a la mano, mientras que ella se asegura de que no me pierda entre los pedidos.

El turno pasa rápido, y cuando terminamos, estoy agotada, pero extrañamente satisfecha. Me despido de los Becerra, agradeciéndoles por darme la oportunidad, y regreso a casa con una sensación de logro.

Sin embargo, en el fondo de mi mente, algo me dice que esta calma no durará mucho. La mirada de Kendra en el instituto hoy fue una advertencia, y aunque no quiero admitirlo, sé que sus palabras podrían complicar mucho más las cosas en el futuro.

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