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Capítulo IX

Maliah

El bullicio de las gradas vibra con la emoción del partido. Aunque nunca he sido fanática del fútbol, la energía del momento y la compañía de Ciro e Itzel son suficientes para mantenerme entretenida. Desde mi lugar, observo cómo los jugadores corren por el campo con determinación, y no puedo evitar pensar en lo bien que lucen con sus uniformes.

—Este partido ha estado emocionante, ¿no creen? —comento mientras intento equilibrar mi bolso y mi refresco.

—¡Totalmente! —responde Ciro con entusiasmo, moviendo exageradamente las manos como si fuera un comentarista deportivo—. Aunque, sinceramente, creo que los uniformes hacen todo el trabajo. ¡Qué bombones!

—¿Bombones derretidos, dices? —bromea Itzel con una sonrisa, lanzando una mirada burlona al atuendo de Ciro: una camiseta cortada que deja su ombligo al descubierto, combinada con un maquillaje azul y amarillo que rivaliza con los colores del equipo.

Nos reímos mientras descendemos de las gradas, siguiendo a la multitud. Ciro, fiel a su estilo, comienza a bailar sin música, ganándose miradas divertidas de los demás. Justo cuando trato de esquivar a un grupo de estudiantes apurados, alguien detrás de mí me empuja, y mi refresco se estrella contra un chico que no había notado.

—¡Oh, no! —exclamo, con el rostro encendido de vergüenza.

Al alzar la mirada, me encuentro con un chico alto, de cabello despeinado y sonrisa despreocupada. Su camiseta ahora lleva la evidencia de mi torpeza.

—Un simple "lo siento" bastaría, ¿no crees? —dice, arqueando una ceja mientras observa la mancha.

—¡Lo siento mucho! Fue un accidente, de verdad. —Balbuceo mientras intento limpiar su camisa con torpeza.

Ciro ha dejado de bailar y ahora lo observa con interés, mordiéndose los labios, mientras Itzel mira la escena con evidente diversión.

—Tranquila —dice él con una risa suave—. Estas cosas pasan. Además, después de un partido tan intenso, no está mal un baño refrescante.

No sé si reírme o hundirme de vergüenza. Antes de que pueda decir algo más, Ciro interviene con una de sus ocurrencias.

—Definitivamente deberías compensarlo, Maliah. Aunque, claro, creo que sin esa camiseta te verías mucho mejor. —Su tono es descarado, y lo fulmino con la mirada.

El chico sonríe, divertido. —Iker. —Extiende la mano hacia mí, ignorando el comentario de Ciro.

—Maliah. —Respondo, estrechando su mano. Su toque es firme, pero no incómodo.

Nos quedamos unos segundos así, hasta que Itzel aclara la garganta con una sonrisa traviesa.

—Bueno, ya me tengo que ir —dice Iker, soltando mi mano y dirigiéndose a la salida. Antes de alejarse por completo, me lanza una última mirada que me hace sentir un nudo en el estómago—. Fue un placer conocerte, Maliah... y gracias por la bebida.

Lo observo mientras se pierde entre la multitud, y entonces siento las miradas inquisitivas de mis amigos sobre mí.

—¿Y bien? —pregunta Itzel con tono pícaro—. ¿Nos vas a contar qué pasó ahí?

—¿Qué? ¡Nada! Sólo fue un accidente. —Intento sonar casual, pero mi voz tiembla un poco.

—Ajá, claro. —Ciro ríe mientras me mira con complicidad—. Ese chico no dejaba de mirarte. ¡Estaba más encantado que yo frente a un espejo!

—Están exagerando —murmuro, tratando de desviar la conversación.

—Oh, vamos, Maliah. Es el capitán del equipo rival. Además, ¿qué clase de chica derrama su refresco pegajoso sobre unos abdominales así? —Itzel da un saltito, como si acabara de descubrir algo emocionante.

—¡Locos! —protesto, caminando más rápido hacia la salida.

Al salir del estadio, el ambiente cambia. El bullicio queda atrás, y la calma del atardecer comienza a envolvernos. Respiro hondo, agradecida por la tranquilidad.

—Oigan, por cierto —dice Ciro, rompiendo el silencio—. Mañana no tenemos que trabajar en la cafetería. Es feriado en Argentina, y mi familia planea ir a la playa. ¿Quieren venir conmigo?

—¡Claro que sí! —respondo emocionada.

—¡Suena increíble! Gracias por invitarnos, Ciro. —Itzel sonríe.

El camino de regreso a casa se siente más ligero después de un día lleno de emociones, y cuando finalmente llego, noto que papá ya ha enviado mi auto de vuelta al garaje. Me quedo mirando las luces de la casa encendidas, pensando en Iker y en la extraña mezcla de nerviosismo y emoción que me dejó nuestro encuentro.

A toda velocidad, como si huyera de una jauría de perros rabiosos, salgo de mi habitación. El sonido rítmico de mis sandalias golpeando el mármol es prácticamente mi banda sonora de acción. La brisa marina que se cuela por las ventanas me saluda con su aroma salado, como si estuviera conspirando con el océano para distraerme. Estoy emocionada por el día, claro, pero si no me apuro, Ciro va a usarme como carnada para tiburones... aunque a veces pienso que sería más eficiente lanzarme directamente al volcán más cercano.

En la sala, mis padres me reciben con sonrisas que ya sospecho tienen algún truco detrás.

—Maliah, disfruta de la playa, pero por favor, sé cuidadosa —dice mi padre, siempre con su tono de "yo soy sabio y tú no"—. Y, por favor, no pierdas las llaves del auto otra vez. ¿Recuerdas el pequeño incidente de la última vez? —me lanza una mirada que grita complicidad.

—Claro, papá. Jamás lo olvidaré. La próxima vez procuraré no perderlas justo antes de quedarme encerrada afuera con mi dignidad en modo ausente.

Mi madre, siempre más directa, interviene con su propia joya.

—Cariño, diviértete mucho... y ponte protector solar, que no quiero verte roja como un camarón. Ah, y si puedes, trae un novio decente a esta casa, por favor.

Papá, fiel defensor de mi independencia romántica, frunce el ceño y susurra conspirativamente:

—Ignora a tu madre. Antes de que tengas novio, deberá pasar por mis pruebas de supervivencia. Spoiler alert: nadie las supera.

Un codazo bien calculado de mi madre lo hace callar, y yo aprovecho para lanzar mi propio dardo.

—No se preocupen, solo voy a la playa, no a mi boda. Aunque, bueno, con lo que llevo puesto, podría ser la oruga que se convierte en mariposa... o en polilla, dependiendo del ángulo.

—Eres nuestra oruguita —dice papá con ternura.

—Perfecto, entonces no me esperen despiertos. Volveré tarde porque, ya saben, tengo una cita secreta con alguien especial.

Mi padre, siempre tan calmado, prácticamente palidece. Me río tanto que casi me caigo, mientras mi madre le da unas palmaditas en la espalda como si estuviera sufriendo un infarto.

—Es broma, papá. Regreso antes de la cena... a menos que me pierda en alta mar.

Cuando estoy a punto de salir, mi padre me detiene con su tono dramático de "guardián del secreto familiar".

—Espera, Maliah. Tengo algo para ti.

De repente, saca un pequeño paquete envuelto en papel brillante. Lo miro con escepticismo mientras lo abro.

—¿Condones? Vaya, papá, gracias por tu fe en mi vida social.

Papá empieza a toser como si hubiera tragado un sapo mientras mamá corre en su auxilio. Yo, por supuesto, me limito a fruncir el ceño por su reacción exagerada.

—Son gafas de sol, ¡no empieces con tus cosas! —dice finalmente entre toses—. ¡Y vete ya, antes de que me mates de un infarto!

En el auto, desenvuelvo el paquete y, efectivamente, encuentro unas gafas enormes y ridículamente extravagantes con una nota que dice: "Para que arrases con estilo en la playa. Con amor, papá. PD: Usa sombrero. No queremos un cangrejo gigante en casa."

Al llegar a la playa, Ciro me espera con su risa característica.

—¡No me decepcionas, Maliah! Siempre sabes cómo llamar la atención, incluso con accesorios que deberían estar prohibidos por la moda.

—Gracias, Ciro. Tus cumplidos siempre tan... honestos.

La playa es un espectáculo: sol radiante, arena dorada, y el mar cantando su eterna canción de olas. Pero el espectáculo principal es nuestra improvisada carrera al agua.

—¡El último en llegar se baña sin calzones! —grita Itzel con la autoridad de quien nunca pierde.

Por supuesto, Ciro tropieza espectacularmente con un montículo de arena y se corona como perdedor.

—Prepárate, porque las reglas son reglas —le digo entre carcajadas mientras él se quita el bóxer sin dudarlo.

—¡Me encanta estar libre! —responde, desafiando nuestra dignidad colectiva.

Todo iba perfecto hasta que aparece Iker.

Ciro llama a Iker con entusiasmo, y mi corazón parece detenerse por un segundo. ¿Por qué tuvo que hacer eso? Intento mantener una expresión neutral mientras lo veo acercarse, el sol reflejándose en su cabello húmedo y en su tabla de surf, como si estuviera en un anuncio de bronceadores. Kallias permanece más lejos, pero noto cómo su mirada no se despega de nosotros. Mis nervios se intensifican al sentirme atrapada en el ojo de un huracán de emociones.

—¡Hey, chicos! —saluda Iker al llegar, con una sonrisa que podría hacer que cualquiera olvide cómo respirar por un momento. Su atención se detiene en mí, y el tono casual de su voz cambia ligeramente—. Un placer encontrarte aquí, Maliah. No esperaba verte tan pronto.

Su comentario parece inofensivo, pero la forma en la que sus palabras caen entre nosotros crea una tensión palpable. ¿Es mi imaginación, o hay algo más detrás de su tono? Trago saliva, intentando no parecer demasiado afectada por su presencia.

—Hola, Iker. Sí, qué sorpresa... —respondo, mi voz traicionándome con un ligero temblor. Señalo su tabla de surf en un intento desesperado de desviar la atención—. ¿Qué te trae por estas playas?

El arquea una ceja y mira su tabla como si acabara de preguntar si el cielo es azul. Me ruborizo al instante. ¡Estúpida! Obviamente está aquí para surfear.

—Vine por las olas, pero ahora parece que encontré algo más interesante —dice, clavando sus ojos en los míos con un brillo que me hace sentir expuesta.

Ciro, que hasta ahora estaba disfrutando del momento como si viera una telenovela, decide intervenir:
—Oh, Iker, deberías enseñar a Maliah a surfear. Siempre está buscando nuevas maneras de hacer el ridículo.

—¡Ciro! —protesto, dándole un codazo en las costillas, pero él solo se ríe.

Iker, sin embargo, parece considerar la idea seriamente. Se cruza de brazos, inclinando la cabeza mientras me observa como si evaluara un desafío.

—¿Nunca has surfeado antes? —pregunta, y su tono cambia, volviéndose suave, casi tentador.

—No... nunca. —Mi respuesta apenas es un susurro, porque ahora mi cerebro está ocupado lidiando con la intensidad de su mirada.

—Bueno, eso tiene que cambiar. —De repente, su sonrisa se ensancha, como si ya hubiera tomado una decisión—. Yo puedo enseñarte.

—No creo que sea buena idea... —empiezo a decir, pero él alza una mano, interrumpiéndome.

—Confía en mí, Maliah. Es más fácil de lo que parece. Además, estoy seguro de que tienes equilibrio. —Hace una pausa, y una chispa de travesura cruza por sus ojos—. ¿O acaso tienes miedo?

Ese comentario hace que Ciro e Itzel se echen a reír. Yo, por otro lado, siento cómo una mezcla de orgullo herido y nerviosismo me consume.

—Por supuesto que no tengo miedo —respondo rápidamente, levantando la barbilla en un intento de parecer más segura de lo que realmente estoy.

—Entonces no hay problema. Vamos. —Extiende una mano hacia mí, invitándome a unirme a él en el agua.

Por un momento, mis ojos se fijan en su mano, grande y firme, antes de que mi mirada se deslice hacia el mar. Las olas rompen en la distancia, susurros de desafío que parecen llamarme. En mi cabeza, dos voces luchan por el control. Una me dice que acepte, que no sea una cobarde. La otra me recuerda que nunca he estado de pie sobre una tabla de surf en mi vida, y que esto podría terminar muy mal.

—¿Qué dices, Maliah? —pregunta Iker, inclinándose un poco hacia mí, lo suficiente para que su voz sea solo para mis oídos. Hay algo en su tono, un reto disfrazado de amabilidad, que hace que mi corazón dé un vuelco.

—Está bien... lo intentaré. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.

—Eso es. —Su sonrisa se vuelve aún más amplia, y por un segundo me pregunto si he caído directamente en su trampa.

—¿Estás segura de esto? —interviene Itzel, mirándome como si acabara de aceptar saltar desde un acantilado.

—Claro que sí. ¿Qué tan difícil puede ser? —miento, intentando convencerme tanto a mí misma como a los demás.

Mientras camino hacia las olas con Iker, noto de reojo cómo Kallias sigue observándonos desde la distancia, su expresión indescifrable. Una parte de mí se pregunta qué está pensando, pero no tengo tiempo para averiguarlo.

—Bien, primero lo básico —empieza Iker, colocándose detrás de mí mientras me muestra cómo subir a la tabla. Su cercanía me pone nerviosa, y su voz grave parece resonar en mi oído como un eco.

—¿Lista? —pregunta, sosteniendo la tabla mientras yo me preparo para enfrentar mi primera ola.

—Lista... creo —respondo, aunque el temblor en mis piernas me delata.

Y entonces, me empuja suavemente hacia la ola.

El mundo a mi alrededor parece ralentizarse mientras intento mantenerme en pie. Por un breve momento, creo que lo lograré. El viento acaricia mi rostro, y por un segundo siento la euforia de conquistar algo nuevo. Pero la realidad golpea como una ola furiosa, y antes de darme cuenta, estoy cayendo.

La caída es rápida, pero la sensación de estar atrapada bajo el agua, luchando contra la corriente, es interminable. La correa de la tabla se enreda a mi alrededor, y el pánico comienza a tomar el control.

Siento unas manos firmes que me sujetan y me arrastran hacia la superficie, luchando con determinación contra la fuerza de las olas que parecen querer reclamarme. Mi instinto inicial de resistir se desvanece, y dejo de luchar, confiando ciegamente en esa presencia salvadora que no me suelta.

El aire frío golpea mi rostro cuando finalmente salgo a la superficie. Todo parece un caos a mi alrededor: murmullos inquietos, gritos ahogados por el sonido del mar, e Itzel llorando histéricamente mientras Ciro suplica, con una voz que nunca había oído tan desesperada, que alguien haga algo.

Mi mente está borrosa, mi cuerpo no responde. Todo parece distante, como si estuviera atrapada en un sueño extraño. Y entonces lo siento: algo suave y cálido hace contacto con mis labios.

Mi mente tarda un segundo en registrar lo que está pasando. El aire invade mis pulmones mientras unas presiones repetitivas en mi pecho me sacuden. Tos convulsivamente, el agua sale de mi boca y mi garganta quema con cada jadeo desesperado por aire.

Parpadeo, tratando de enfocar mi visión mientras figuras borrosas se arremolinan a mi alrededor. Entre todas ellas, una mirada intensa se destaca: ojos almendrados, azul oscuro y profundos, clavados en los míos como si trataran de descifrar algo.

Kallias.

Está inclinado sobre mí, su cabello mojado goteando en mi rostro, y la proximidad de su presencia me aturde más que el agua que todavía siento en mis pulmones. Es entonces cuando mi mente, aún confusa, conecta las piezas. Sus labios... sus labios habían estado sobre los míos. Respiración boca a boca.

—Maliah, ¿estás bien? —pregunta alguien, pero no puedo responder. Todo mi enfoque está en él, cuya expresión mezcla un alivio reprimido con algo más oscuro y difícil de interpretar.

Intento levantarme, pero mi cuerpo se siente pesado y torpe. Antes de que pueda moverme más, él me detiene colocando una mano firme en mi hombro.

—No te levantes todavía —dice con voz baja pero autoritaria.

La intensidad de su mirada, ahora más cercana, me deja congelada en el lugar. Mi corazón late con fuerza, aunque no estoy segura si es por el susto o por la forma en que me mira, como si hubiera algo en mí que lo enfurece, pero al mismo tiempo lo inquieta.

Antes de que pueda procesar lo que está pasando, Kallias se levanta de golpe. La calidez de su presencia desaparece, reemplazada por un frío repentino que me recorre como un escalofrío.

—¿Estás loca o qué? —grita Itzel, corriendo hacia mí mientras me abraza con fuerza, sollozando. Ciro sigue repitiendo que todo estará bien, pero su tono traiciona su nerviosismo.

En ese instante, Kallias, ahora de pie, gira hacia Iker, quien está a pocos pasos de nosotros, empapado y con una expresión de culpabilidad clavada en el rostro.

—Para la próxima, asegúrate de que tu alumna sepa lo que hace —dice él con voz áspera, su desprecio goteando en cada palabra.

Iker abre la boca para responder, pero no encuentra palabras. Su rostro refleja vergüenza, mezclada con preocupación, mientras evita mi mirada.

Sin decir nada más, Kallias se da la vuelta y comienza a alejarse, dejando un silencio incómodo a su paso.

Mi mente sigue aturdida, y aunque sé que debería estar agradecida, lo único que puedo pensar es en lo extraña y cargada de emociones que ha sido esa mirada.

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