
Capítulo II
Maliah
Llegar a casa después de la fiesta fue... extraño. Mis padres, los reyes del reproche, no dijeron absolutamente nada sobre mi llegada tardía. Ni una mirada severa, ni una pregunta inquisitiva, ni siquiera el clásico: "¿Sabes qué hora es?"
Solo estaban sentados en la sala, rodeados de cajas apiladas como si estuviéramos en plena mudanza. Algo definitivamente estaba fuera de lugar.
Subí las escaleras despacio, esperando que en cualquier momento alguien me gritara desde abajo. Pero el silencio siguió ahí, espeso y pesado.
La ducha me recibió como un refugio. Mientras el agua tibia caía sobre mi piel, repasé la noche: el ruido, las luces, las risas descontroladas... y el alcohol. Mucho alcohol. Me miré en el espejo al salir. Mi cabello era un desastre, una maraña ondulada y sin control. Mis ojos verdes parecían el reflejo de una bombilla a punto de fundirse. Suspiré.
"Esto es lo que pasa cuando mezclas alcohol, decisiones cuestionables y tres horas de sueño."
Me dejé caer en la cama y busqué mi celular en la mesita de noche. Lo conecté a cargar y esperé, sintiendo el leve martilleo de la resaca en mi cabeza.
El sonido de encendido del teléfono me sacó de mi trance. Un par de notificaciones aparecieron en la pantalla, pero una en particular me hizo olvidar cómo respirar.
Era un mensaje de... Kallias Myers.
Mi cerebro se detuvo.
Kallias.
¿Por qué me había escrito Kallias? ¿Cómo siquiera sabía que existía?
Con manos temblorosas, abrí la notificación, y entonces lo entendí.
No le había escrito a Kai.
No.
Mi mensaje impulsivo, envalentonado por el alcohol, no había llegado al chico que me parecía el más atractivo del mundo. Había llegado a Kallias Myers.
El hijo del nuevo socio de mi padre.
Un completo desconocido para mí, aunque, en un momento de aburrimiento, lo había stalkeado en Instagram. Solo por curiosidad.
Y ahora... ahora esto:
"Interesante manera de presentarte. ¿Siempre hablas así con desconocidos, o debería sentirme especial?"
Mi estómago dio un vuelco.
Solté el teléfono como si me quemara y corrí al baño.
El poco contenido que tenía en el estómago se fue por el drenaje mientras mi mente repetía en un bucle:
"No puede ser. No puede ser. No puede ser."
Cuando finalmente logré regresar a mi habitación, apagué la pantalla del celular y me prometí no volver a abrir Instagram en mi vida.
"Esto no está pasando."
Pero sí estaba pasando.
Y no tenía ni idea de qué hacer.
El Plan de Emergencia: Caroline
Decidí llamar a Caroline. Si alguien podía ayudarme con esta catástrofe, era ella.
Tres llamadas y un par de mensajes después, quedó claro que mi prima no estaba disponible.
"Genial. Estoy sola en esto."
Bajé a la sala, intentando mantener la compostura. Mis padres seguían allí, hablando en voz baja. No levantaron la vista cuando me acerqué.
Mi madre fue la primera en notar mi presencia.
—Caroline está castigada —dijo mi padre de repente, sin contexto alguno.
Lo miré, confundida.
—¿Qué hizo esta vez?
—Algo que no debería haber hecho —respondió mi madre con evasivas.
Suspiré.
Caroline siempre ha sido la rebelde de las dos. Yo soy la tranquila, la que sigue las reglas. Pero eso no significa que mi mente esté quieta. No. Mi mente es un caos constante de ideas, sueños y pensamientos que no comparto con nadie. Ni siquiera con mis padres.
La única excepción es Caroline.
Ella siempre ha sido mi compañera, mi aliada. Nosotras contra el mundo, como solemos decir.
Y luego está Kai.
Kai, el chico que nunca me ha mirado, pero que para mí es lo más perfecto que existe.
No sé cuántas horas he pasado imaginando que me mira, que me sonríe, que dice algo que haga que todo cobre sentido.
Pero hasta ahora, él ni siquiera sabe que existo.
El Instituto y la Revelación
Al día siguiente, mi padre me dejó en la entrada del instituto con una frase inquietante:
—Esta noche tenemos una cena familiar. Hay algo importante que discutir.
—Ajá, lo que digas —respondí distraída.
Porque lo único importante en mi mente era encontrar a Caroline y resolver el desastre que había causado.
Cuando por fin la encontré en el pasillo, le solté todo de golpe. Desde el mensaje accidental hasta la respuesta sarcástica de Kallias.
Caroline, en lugar de compadecerme, estalló en carcajadas.
—¡Esto es lo mejor que me has contado en años! —dijo, secándose una lágrima de tanto reír.
—¡No tiene gracia! —protesté.
—Claro que sí. Imagínate que el mundo fuera tan pequeño y los juntara a ustedes dos. ¡Sería como una comedia romántica, pero peor!
—Caroline, ¡deja de bromear! Necesito saber qué hacer.
Ella me miró con una sonrisa de superioridad y se encogió de hombros.
—No es para tanto. Ignóralo. Es un chico al otro lado del mundo. Además, tenemos problemas más urgentes.
—¿Cómo qué?
—Como el parcial de matemáticas.
Y entonces lo recordó.
Yo lo recordé.
Justo en el momento en que el profesor anunciaba, con una sonrisa sádica, que el examen se adelantaba para hoy.
"Estoy condenada."
La Cena Familiar y el Problema Real
El resto del día pasó en un borrón de clases y pensamientos ansiosos.
Caroline no se veía bien. Estaba pálida, con ojeras marcadas.
—¿Estás bien? —pregunté en el almuerzo.
—Es solo un dolor de cabeza —respondió, apretando los ojos como si la luz le molestara—. Creo que es la falta de sueño.
—¿Quieres ir a la enfermería?
—No te preocupes. Mejor prepárate para la cena familiar. Seguro será un espectáculo.
Asentí, aunque no podía quitarme de la cabeza su aspecto.
Antes de irse, me lanzó un guiño.
—Nos vemos en la cena. Y no te pongas demasiado dramática por ese mensaje, ¿vale?
La vi alejarse y, por primera vez en todo el día, algo más fuerte que mi pánico por Kallias se instaló en mi pecho.
Preocupación.
Caroline nunca se enferma.
Pero hoy... hoy algo no estaba bien.
Y lo peor es que, en el fondo, sentía que la cena familiar tampoco lo estaría.
"Importante", había dicho mi padre.
Y en esta familia, importante nunca significaba bueno.
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