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Capítulo 9


Luisana se espantó de tal manera que al intentar alejarse, se golpeó la espalda contra el borde de la tina.

—¡Vete de aquí! —le gritó, sumergiendo la toalla bajo el agua para intentar cubrirse.

—Oh, por favor, ya conozco tu cuerpo desnudo. Además tú no quieres que me vaya.

—¿Qué-qué es lo que quieres? —tartamudeó.

Efialtis se inclinó, curvando los labios en una sonrisa juguetona.

—La pregunta es: ¿Qué es lo que tú quieres?

—¿Qué? Lo que quiero que te largues y nos dejes en paz, a mí y a Tomás. ¡Desaparece de nuestras vidas!

—Oh, Tomás... —Sumergió la mano en el agua, y Luisana arrolló las piernas para evitar que Efialtis la tocara—. Ya nos estamos acercando.

—No, yo no voy a caer en tu trampa. Ya cometí un error al haberle dicho a Tomás que hiciera ese maldito ritual que te trajo, no voy a seguir empeorando las cosas.

—Pero quieres que lo deje en paz, ¿no es así? O tal vez, en el fondo tú también quieres obtener lo que deseas. Yo conozco tus verdaderos deseos, ¿sabes? los más profundos, los que te queman las entrañas y te hacen fantasear y llorar por las noches, y puedo hacerlos realidad cuando tú estés lista.

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza cuando cayó en cuenta de lo que Efialtis estaba intentando hacer. Sin embargo, una parte de ella se moría por aceptar la propuesta de Efialtis, por más peligrosa que fuera, porque sabía que él era capaz de hacer que ese deseo del que hablaba se transformara en algo real.

—¿Y cuál es el truco?

Efialtis sonrió. Esa sonrisa pícara, traviesa y aterradoramente seductora que la asustaba y la hechizaba.

—No hay ningún truco, Luisana. Deberías tomar esto como algo a tu favor. Ustedes me invocaron sabiendo cuál era mi función, ¿y ahora se asustan y quieren que me vaya? No entiendo la lógica de los humanos, son muy indecizos y asustadizos como pequeños ratones.

—Tú le haces algo a Tomás —atacó Luisana, apretando la toalla contra su pecho—, él termina agotado luego de que tú... Bueno, cuando le haces eso. ¿Por qué?

—Bueno, eso es porque ustedes no tienen la misma resistencia que nosotros, ¿pero alguna vez le he hecho daño? ¿Te he hecho daño a ti? —Ella negó ligeramente con la cabeza—. Entonces... —Efialtis se deslizó por el borde de la bañera, luego se inclinó para acercar su rostro al de Luisana—, deja de pensar en las consecuencias y atrévete a hacerlo. No tienes que decirlo si no quieres, solo cierra tus ojos e imagina a tu persona especial, yo me encargo del resto.

Ella tragó saliva, intimidada por la imponente presencia del demonio. Sin embargo, las palabras de Efialtis acabaron de convencerla, así que cerró los ojos durante unos momentos, y al abrirlos...

—¡Tomás...!

El muchacho frente a ella sonrió con dulzura.

—Hola, Lu.

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