Capítulo 5
Sentía el cuerpo entumecido. Ni siquiera tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos. Apoyó el mentón en la palma de su mano mientras trataba de prestar atención a su clase, pero le fue imposible. Las imágenes de la noche anterior se repetían una y otra vez en su cabeza; de solo recordar aquella bestia sobre él, se le erizaba hasta el último pelo del cuerpo. Y no es que lo llamara bestia en sentido literal, aquello no era más que una metáfora, un apodo que Tomás le había puesto para hacer alusión a sus increíbles habilidades para el sexo, pero su aspecto era todo lo contrario al de una bestia.
Se mordió el labio cuando una sonrisa pícara curvó su boca. Al principio se le hacía imposible creer que todo ese asunto fuera real; incluso teniéndolo en frente se atrevió a cuestionar su cordura, pero su "maldito adonis" se encargó de probarle que era real, y lo hizo de tal manera que esa mañana, Tomas apenas pudo levantarse de la cama.
—¡Psst! —Su amiga llevaba un buen rato tratando de llamar su atención—. ¿Estás en este planeta? —susurró.
Tomás ladeó la cabeza, sin perder la sonrisa de su rostro.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—¿A mí? Qué te pasa a ti —replicó Luisana —. Tienes una cara de idiota increíble. ¿Te sientes bien?
—Mejor que nunca.
—¿Apareció?
—No es algo que pueda contarte en clase, imaginarás el porqué.
Luisana abrió los ojos de par en par, y al mismo tiempo se llevó las dos manos a la boca.
La última respuesta de Tomás la tuvo en ascuas hasta que terminaron las tediosas dos horas de clase. En cuanto Luisana tuvo la oportunidad de tocar el tema otra vez, lo abordó casi con desesperación.
—¿Qué quieres que te diga? Apareció, y volvió a darme el polvo de la historia. Todavía me duele la cadera.
Luisana hizo un sonido con la boca, indicando que ya estaba al borde de una crisis de nervios.
—Tomás, Tomás... A ver si esa cabeza hueca entiende lo que está pasando. ¡Estás teniendo sexo con un maldito demonio!
—Sshh. Baja la voz. No se tiene que enterar todo el mundo.
La chica se pasó la mano por el pelo.
—¿Estás consciente de lo peligroso que puede ser esto?
—Hasta ahora no me ha hecho nada, ¿verdad? O sea, sí me ha hecho, pero no es nada que atente contra mi vida. Incluso hablamos un poco.
Luisana solo lo escuchaba con la boca y los ojos bien abiertos. Ya había caído en cuenta de que tratar de hacer entrar a su amigo en razón iba a ser imposible. No sabía si ese demonio había hecho algo más con él, pero parecía sumido bajo un trance. Eso o simplemente estaba teniendo un ataque de estupidez.
—¿Podrías por favor dejar de pensar con el pito? ¡Me estás enfermando! Hoy voy contigo a tu casa y vas a hacer que esa cosa aparezca. Quiero verlo. Tal vez solo tú ves esa forma, pero en realidad es un monstruo horrible.
Tomás soltó una carcajada.
—Ajá. Tienes demasiada imaginación, ¿sabías? Si quieres venir a mi casa ven, pero yo no lo hago aparecer, él aparece cuando quiere.
—Pues más le vale aparecer. Y si es un monstruo horrible te juro por Dios que te saco de ahí. Me da igual si te vas con lo puesto, ¿me oíste? Dios... —se frotó el entrecejo y las sienes con las yemas del dedo índice y el medio—. Esto fue una espantosa idea, soy una estúpida.
—Lu, tranquila. Estoy bien. En serio.
Por más que Tomás se esforzó por asegurarle a su amiga que estaba bien, ella estaba completamente convencida de que su amigo corría grave peligro. Le aterraba que él estuviera envuelto en algo así, y también le aterraba la posibilidad de que ese espectro apareciera, pero se sentía responsable por todo lo que estaba ocurriendo.
Cuando llegaron al apartamento de Tomás, Luisana entró abrazada a su mochila. Sentía el corazón palpitándole con fuerza, jamás había estado tan asustada en su vida.
—¿Te vas a quedar ahí parada o vas a pasar? —le preguntó Tomás, mientras dejaba su mochila sobre el sofá.
—Prefiero estar cerca de la salida por si ocurre algo.
—Ay, por favor, ¿dónde está la valentía que mostraste hoy?
—No me hagas contestarte.
Tomás se carcajeó.
—Bueno, ¿quieres tomar algo o pasamos a la acción?
Luisana soltó un suspiro pesado. Dejó la mochila que mantenía estrujada contra su pecho en el suelo, y avanzó temerosa hasta la habitación de Tomás.
—Hagamos esto de una vez. ¿Qué planeas hacer para que aparezca? —preguntó ella.
—Lo más lógico: voy a llamarlo por su nombre. Tal vez funcione.
—¡Pues hazlo antes de que me arrepienta y salga corriendo de aquí! —exclamó Luisana.
Tomás se paró en el centro de la habitación, cerró los ojos y comenzó:
—Efialtis, ¿estás ahí? Aparece, mi amiga te quiere conocer.
Luisana había comenzado a morderse las uñas.
—Efialtis, ¿puedes escucharme? Ya despejé el pentagrama.
—Olvídalo —lo interrumpió Luisana —, no funciona, no te escucha. Mejor salgamos de esta habitación antes de que me de algo...
Se giró para dirigirse a la salida, y justo allí, recargado sobre el marco de la puerta, estaba él. Luisana pegó un grito y retrocedió, chocando contra Tomás, que intentó inútilmente contenerla.
Efialtis solo observaba la situación, divertido, con una sonrisa adornando sus labios carnosos.
—¡Lu, cálmate!
Tomás la sostenía por los hombros mientras Luisana intentaba embestirlo para alejarse lo más posible del espectro.
—¡Está ahí! ¡Lo estoy viendo! Por Dios Santo, ¡lo estoy viendo!
El griterío duró hasta que Efialtis, en un sutil movimiento que fue casi imperceptible para ambos, se deslizó hasta la chica y la tomó con gentileza por los hombros. Luisana, en cuanto vio aquellos ámbares profundos y seductores, cerró la boca de inmediato.
—Qué asustadiza eres, Luisana.
La chica abrió la boca para contestar, pero no salió ni un solo sonido de ella.
Las manos del chico se deslizaron desde sus hombros hasta sus brazos, y Luisana sintió un cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo.
—¿Q-qué me hiciste?
Efialtis le dedicó una sonrisa traviesa, casi dulce.
—Nada, solo te toqué los hombros. ¿Por qué estás tan inquieta, Luisana? Tú querías verme.
Ella se frotó los brazos con brío para intentar quitarse aquella sensación que no quería abandonarla. Sentía como si un montón de hormigas estuvieran caminando por todo su cuerpo.
—¡Yo no quería verte! Quería... ¡yo quería advertirte que dejes de molestar a mi amigo!
Intentó sonar lo más agresiva posible, pero no tuvo el resultado que esperaba. Se sentía extraña estando cerca de él; su presencia la intimidaba, le daba miedo, pero al mismo tiempo se sentía completamente atraída hacia él. Como si hubiera caído en un especie de encanto.
Efialtis dio un paso adelante y Luisana se paralizó.
—¿Qué estás haciendo conmigo?
Efialtis estiró la mano para apartarle un mechón de pelo que se había caído hacia su rostro. Lo colocó de forma gentil detrás de su oreja, regalándole una sutil caricia que no pasó desapercibida. Luisana cerró los ojos cuando aquel cosquilleo se hizo más intenso. De pronto parecía como si estuviese parada sobre un montón de algodón.
—Estoy saciando tu curiosidad —contestó con aquel tono de voz seductor—. Porque para eso viniste, ¿verdad? Querías ver si era un monstruo, y no lo soy.
—Y no lo eres... —repitió ella, aún con los ojos cerrados.
Permitió que los dedos cálidos de Efialtis viajaran desde su mejilla hasta su cuello, y de allí hasta su hombro. Pero en ese momento, recordó la reacción de Tomás, y supo que tenía que alejarse antes de que terminar igual que él.
Abrió los ojos de golpe y le apartó la mano de forma brusca. Salió de la habitación sin siquiera dar explicaciones, marchándose de allí.
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