Capítulo 2
Sentía como si un montón de manos lo estuvieran acariciando por todas partes al mismo tiempo. Una sensación de calidez envolvió su cuerpo y lo llevó a un estado de relajación máxima. Ni siquiera tenía fuerza suficiente para abrir los ojos. Se sentía exhausto. Aquellas manos imprudentes manipularon su cuerpo a su antojo. Tomás no era capaz de moverse o de poner resistencia alguna, tampoco lo sintió como una amenaza, puesto que las caricias no se detuvieron en ningún momento, era la manera de mantenerlo con la guardia baja. En un momento, sintió como algo intentaba abrirse paso dentro de él. No sintió dolor, solo una sensación de placer que lo estremeció y le arrancó un jadeo pesado. Sus piernas se abrieron y sus caderas comenzaron a moverse, con el afán de conseguir un poco más de esa deliciosa sensación. Aquella cosa que lo penetraba con insistencia se hundió dentro de él hasta golpear aquel punto que lo hizo estallar en un orgasmo intenso que le provocó algunos espasmos. Aquello se repitió varias veces, no supo exactamente cuántas, ni cuando se detuvo, porque al final, el cansancio y los múltiples orgasmos lo llevaron a sumirse nuevamente en un sueño profundo.
. . .
—Anoche me pasó algo raro.
—¿Ya empezaste a sentirlo?
—Ay, por favor, no estoy hablando de eso. Tuve un sueño erótico. Pero fue tan real que todavía tengo la sensación de haberlo vivido.
—¡Seguramente fue él! —exclamó la muchacha.
—¿”Él” quién? Luisana, ¿nunca tuviste un sueño erótico? No puedes atribuir todo lo que me pasa al bendito ritual, ¿sabes como se llama eso?, poder de sugestión. A fuerza estás queriendo que funcione.
—Tú eres el que se esfuerza por no creer. Ellos tienen muchas formas de manifestarse, y una de ellas es mediante los sueños.
—O sea que mi espectro pensó que era una idea genial que nuestro primer encuentro fuera una noche de sexo brutal, ¿no? Vaya, eso sí me interesa.
La muchacha, rendida ante el cinismo y la incredulidad de su amigo, chasqueó la lengua.
—No se puede hablar contigo, Tomás.
El chico solo soltó una carcajada.
Por más que amara llevarle la contraria a su amiga, no iba a negar que una parte de él atribuyó ese sueño al ritual. Aunque al final, acabó echándole la culpa al dichoso poder de la sugestión.
Se despidió de su amiga pasadas las siete de la tarde. Dejó la mochila sobre la mesa del comedor y comenzó a revolver el refrigerador en busca de algo para cenar. En ese momento, escuchó un golpe en su habitación que lo puso en alerta de inmediato. Buscó el teléfono en el bolsillo de sus pantalones de mezclilla mientras caminaba en puntillas hasta su habitación. Esperaba encontrarse con algún ladrón, pero cuando entró a su habitación y se dio cuenta de que estaba vacía, se puso mucho más inquieto que antes.
—Maldita sea —gruñó, guardándose el teléfono —. Eso me pasa por estar haciendo cosas raras.
No le contaría a su amiga sobre su “experiencia paranormal”. Tampoco le diría que no había podido borrar el pentagrama del suelo de su habitación, y que llevaba una semana entera teniendo esos sueños extraños. Esperaba que las cosas se normalizaran al tercer día, que fue su fecha límite, pero la situación fue poniéndose más y más rara, y ahora comenzaba a replantearse su propia incredulidad.
Esa noche, se fue a la cama con la cabeza revuelta. Su razón le gritaba que era absurdo creer que lo que estaba pasando era por culpa del ritual, pero esa pizca de duda lo estaba volviendo loco, ya no sabía si ser racional era lo mejor que podía hacer. Cerró los ojos y apretó la almohada contra sus oídos. De lo que sí estaba seguro, era que sería la última vez que llevaría a cabo las ideas locas de su mejor amiga.
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