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Capítulo 18


Los chicos se habían sentado en un rincón de la habitación del hospital. Tomás miraba de vez en cuando a su amiga, que descansaba en la camilla, con una venda que le cubría los puntos de la cabeza y un collarín que mantenía inmovilizado su cuello.

Tuvieron que arreglárselas para poner una excusa coherente a los médicos; decir que habían sido atacados por un espectro no sería un motivo creíble, así que volvieron a recurrir a la misma mentira que usaron con Pablo: un intento de robo. Lo malo de reiterar aquella mentira fue que ahora tenían custodia policial durante todo el día, y varios oficiales buscando a los supuestos maleantes que, una vez más, habían escapado, según lo que los chicos testificaron.

—Entonces... —Tomás comenzó la conversación—. ¿Puedo preguntar qué fue lo que sucedió? Imagino que es difícil para ti hablar de eso, pero...

—Está bien —contestó Pablo—, me salvaron la vida, lo menos que puedo hacer es contarles cómo fue que comenzó toda esta mierda.

—Solo si te sientes listo —insistió Tomás.

—Su nombre era Megan —comenzó Pablo—. Nos conocimos hace unos años atrás, en uno de los foros de magia y ocultismo. Comenzamos intercambiando mensajes por correo, nos hicimos buenos amigos y un tiempo después intercambiamos nuestros números de teléfono. Estuvimos hablando mediante videollamadas y mensajes de whatsapp durante meses, hasta que un día acordamos conocernos personalmente. Luego de eso, nuestras charlas fueron más y más frecuentes. Hablábamos todo el día, a toda hora. Éramos realmente cercanos, ella era una chica grandiosa...

—¿Y luego qué pasó? —preguntó Tomás.

—Me enamoré perdidamente de ella. Le confesé mis sentimientos y ella correspondió. Jamás imaginé que lo hiciera,  fue una sorpresa muy grata. Comenzamos a salir y como a los tres o cuatro meses, nos mudamos juntos, y allí fue cuando descubrí que ella sufría depresión. Al principio me pareció algo extraño porque ella siempre demostraba estar de buen humor. Nos reíamos todo el tiempo y parecía... ya sabes, una chica sin ningún problema. Pero todo eso no era más que una fachada para ocultar lo que realmente le estaba pasando. Su familia era un desastre: su padrastro abusó de ella cuando era niña y su madre jamás le creyó. Se quedó sola a temprana edad y todos esos traumas fueron los que la destruyeron.

—Qué mierda, lo siento mucho, amigo...

—Yo también. Lo que más lamento es no haberme dado cuenta a tiempo de lo que estaba pasando a tiempo, ¿sabes? No supe cómo manejar la situación. Comenzamos a discutir cada vez más seguido y ella lo intentó dos veces antes de lograrlo...

—¿Te refieres a...?

Pablo asintió, con una expresión amarga en el rostro.

—La primera vez se tomó un blister entero de relajantes musculares. Tuvo un infarto pero lograron reanimarla. La segunda vez intentó colgarse, pero yo la encontré a tiempo. Y la tercera vez... —El muchacho suspiró, como si estuviera intentando deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. Se le habían puesto los ojos vidriosos, Tomás lo notó, pero no quiso interrumpirlo—. Fue después de una discusión. Yo salí a tomar un poco de aire porque nos dijimos cosas muy fuertes. Fumé un par de cigarrillos, di la vuelta manzana y cuando me calmé regresé a casa. Quería disculparme con ella, decirle que la amaba más que cualquier cosa, pero cuando llegué ya era demasiado tarde. La encontré metida en la bañera, ella ya no respiraba...

—De verdad lo siento —repitió Tomás.

—Yo no quise tomar terapia luego de eso. Quizás tendría que haberlo hecho. Me obsesioné con todo este asunto de los rituales porque quería traerla de vuelta, quería decirle todo lo que no pude aquella vez. Y así fue como llegué a invocar a Efialtis. Viví en esa ilusión hasta que me di cuenta de que esa cosa no era Megan. Me estaba matando de a poco, estaba acabando con mi maldita energía vital y con mi cordura.

—Pero hay algo que todavía no comprendo. ¿Cómo fue que esa cosa pudo lastimarte si tú tenías el sello?

—Porque todavía tenía poder sobre mí. Se metía en mi cabeza. Este sello te protege si tú se lo permites, pero cuando tú invocas a un demonio para que tome la forma de alguien que ya no está en este mundo las cosas son más complicadas. Ese maldito hijo de puta logró burlarlo porque sabía que tenía poder sobre mí. Lo mismo pasó cuando ustedes me salvaron. Tomó la forma de Megan y yo... No sé qué pasó conmigo. Por un momento tuve ganas de irme con ella.

—Pero esa no era Megan, Pablo. Estoy completamente seguro de que ella quiere que estés bien. Ya sé que es una putada y que de seguro escuchaste esto muchísimas veces. Yo no puedo meterme en tu dolor y seguramente no hay nada que pueda decirte que haga que te deshagas de él, pero no se puede regresar el tiempo. Megan ya no está, pero lo que sí está es su recuerdo, y va a vivir en ti.

En ese momento, Tomás notó que una lágrima traviesa resbaló por la mejilla de Pablo y se perdió en su mentón.

—¿Y qué hay de ti? Parece que tu amiga está perdidamente enamorada.

El chico hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ella sabe que no va a poder ser. Yo soy gay, y hemos sido mejores amigos desde hace años. Yo la amo, pero no de esa manera.

—Debió ser duro para ella. Conozco ese sentimiento y es una verdadera putada.

Tomás asintió.

—Creo que todos lo hemos experimentado alguna vez, pero, ¿qué le vamos a hacer? Supongo que mi responsabilidad será mantener distancia hasta que ella logre deshacerse de esos sentimientos. No voy a dejar de quererla y definitivamente no vamos a dejar de ser amigos, pero no va a poder ser.

Escucharon un quejido y cuando se giraron, notaron que Luisana había abierto los ojos. Pestañeaba lentamente y los mantenía entrecerrados, como si la incandescente luz blanca le hiciera daño.

—¿Dónde estamos?, ¿qué pasó?

Los chicos se levantaron al mismo tiempo.

—Estamos en el hospital. Te caíste y te diste un golpe muy fuerte en la espalda y en la cabeza. Perdiste algo de sangre, pero estás bien. Los médicos te pusieron un collarín porque te golpeaste en una zona delicada, y es preferible que estés inmovilizada por unos cuantos días.

—¿Qué pasó con...?

—Ladrones —la interrumpió Pablo—. La policía los está buscando. Tendremos custodia en nuestras casas por unos días.—Se acercó a ella para susurrar—. Se acabó. Ya no está.

Luego de decir eso, buscó en su bolsillo y le enseñó la pulsera rota que Luisana le había arrancado.

—Bien, salvé el día. Los dos me deben una —dijo a modo de broma.

—Claro que sí, pero primero recupérate, mujer maravilla. 

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