Capítulo 17
Ninguno de los presentes se atrevía a acercarse al espectro. Este solo los miraba desde su rincón, con aquellos ojos rojos, brillantes y aterradores. Escuchaban su respiración, sus gruñidos y su voz ronca y jadeante que murmuraba cosas sin sentido.
—Se la voy a quitar —dijo Pablo.
—¡Espera! ¿Te volviste loco? ¡Esa cosa va a matarte en cuanto te acerques! —Exclamó Luisana, mientras lo agarraba de un brazo para intentar detenerlo.
—Soy el único que tiene el símbolo de protección, no va a poder hacerme daño ahora.
—Pero ya te lastimó una vez, ¿no? —agregó Tomás— ¿Qué pasa si logra hacerlo de nuevo?
—Bueno, supongo que mi vida está en sus manos —contestó—. Lo único que les pido es que no permitan que vuelva a meterse en mi cabeza. Confío en ustedes.
Pabló no les dejó chance de rehusarse luego de aquella petición. Luisana y Tomás se quedaron a un par de metros de él, observando con atención cómo el chico avanzaba hacia el rincón que parecía haberse hecho mucho más profundo. Tuvieron la sensación de que aquella oscuridad abrumadora se lo había tragado. Escucharon un rugido, luego la voz de Pablo, pero no lograron entender qué era lo que estaba diciendo exactamente.
Luisana se aferró al brazo de Tomás cuando el silencio sepulcral reinó en la habitación. Ninguno de los dos apartó la vista del rincón; la oscuridad no les permitía ver si Pablo seguía allí o si estaba bien, y el miedo mantenía sus pies aferrados al suelo.
De repente, volvieron a escuchar la voz de Pablo. Sonaba como un sollozo, un lamento que de a poco fue volviéndose más claro:
—No... no lo hagas de nuevo, ¡por favor! Quédate conmigo esta vez, por favor...
Luisana apretó el brazo de Tomás. Ambos se dedicaron una mirada antes de que el chico comenzara a hablar.
—Voy a buscarlo.
—¡No! ¡Tú no tienes el sello protector, Tomás! Esa cosa fue muy clara con nosotros, va a matarnos en cuanto tenga oportunidad.
—Pablo nos pidió que no dejáramos que esa cosa volviera a meterse en su cabeza. Confió en nosotros, Luisana, ¿vamos a dejar que le haga daño de nuevo? Nosotros trajimos de vuelta a Efialtis y él es quien se está haciendo cargo de nuestra estupidez, así que voy a ir a ayudarlo. Si tú no quieres ser parte de esto, lárgate.
Tomás logró zafarse del agarre de su amiga, que intentó a toda costa impedir que avanzara hacia la oscuridad. Encendió la linterna de su teléfono para intentar conseguir un poco de claridad, y en ese momento se encontró con un escenario completamente espeluznante: Efialtis había tomado la forma de aquella chica otra vez, sus muñecas estaban sangrando y de sus ojos salían lágrimas negras y densas como el alquitrán. Tenía un especie de agujero negro en el pecho, el cual se estaba tragando a Pablo.
—¡Pablo, despierta! —gritó Tomás.
El teléfono cayó al suelo cuando el chico corrió a ayudar al otro muchacho. Tomás lo agarró de un brazo y comenzó a jalar de él, mientras gritaba una y otra vez que despertara, que aquello no era más que una ilusión. Luisana miraba todo el espantoso escenario desde su lugar, cubriéndose la boca con las dos manos. El terror que le provocó ver aquello la petrificó de tal manera, que aún viendo que su amigo necesitaba ayuda, no podía moverse.
—¡Luisana, ayúdame!
Luisana pestañeó cuando escuchó su nombre, y en ese momento, vio que aquel agujero negro ya se había tragado la mitad del cuerpo de Pablo, y estaba llevándose también a su amigo. Corrió hacia donde estaban, aún con el terror haciéndole temblar el cuerpo, y buscó la pulsera roja con el dije de metal que Tomás había hecho. Sus dedos temblorosos engancharon el hilo rojo y sin meditarlo demasiado, tiró de él con fuerza para arrancárselo al espectro. En ese momento, su cuerpo salió despedido varios metros. Su espalda se estrelló de forma violenta contra la pared antes de impactar contra el suelo de madera de la habitación. Quedó tendida boca arriba en el suelo, con una contusión en la cabeza y la pulsera roja con el dije de metal enredada entre sus dedos.
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