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Capítulo 13


Llevaban semanas intentando comunicarse con ese chico, sin éxito. El correo por el que les había escrito había desaparecido, tampoco respondía las llamadas telefónicas.

Luisana supuso que quizás no quería seguir dándole vueltas al tema, pero Tomás tenía la sensación de que había algo más, algo que ese chico estaba ocultando, y para saber cómo deshacerse de Efialtis, necesitaban saberlo.

—No tiene sentido que sigas intentando. No va a responderte.

—Es el único contacto que tenemos, Lu. Estoy segurísimo de que él invocó a Efialtis también, y que logró quitarle el brazalete. La cuestión es cómo diablos lo hizo.

—Lo estás suponiendo, Tomás. No sabemos si él hizo el ritual o no.

—Por eso mismo lo estoy llamando.

Tomás marcó el número del chico otra vez, pero el resultado fue el mismo: lo llevó al correo de voz. Dejó el teléfono encima de la cama y soltó un bufido. Sentía que faltaba una parte en la historia que tenían que conocer para poder concretar su plan; enfrentar a Efialtis por cuenta propia sin ningún tipo de guía era un camino sin atajos hacia una muerte segura.

En ese momento, A Tomás se le ocurrió una idea que posiblemente los sacaría de aquel apuro. Encendió su laptop y, bajo la mirada atenta de Luisana, comenzó a buscar cosas relacionadas con la marca que Anatema616 tenía en la mano. Después de revisar cada página del buscador, casi en las últimas, se encontró con un foro que estaba abandonado desde hacía dos años, de acuerdo a la fecha de la entrada que lo llevó hasta allí. El usuario que escribió aquella entrada era nada más y nada menos que Anatema616.

—Mira esto —le dijo a su amiga—. Esto es lo que estábamos buscando.

Luisana leyó el texto en la pantalla con la sorpresa plasmada en su rostro. La marca que tenía el chico en la mano no solo se trataba de un simple tatuaje, era un especie de pentagrama que, de alguna manera, anulaba los poderes de Efialtis y permitía que el demonio fuera manipulado.

—¿Me estás diciendo que tenemos que hacer otro ritual? ¿Y qué pasa si en vez de deshacernos de Efialtis invocamos a otro incubo? No lo sé, Tomás...

—Bueno, en toda esta locura creo que ya no tenemos más nada que perder, ¿no? La otra opción es esperar a que aparezca y nos mate a los dos.

Luisana hizo un mohín.

—Bueno, ¿qué se supone que tenemos que hacer?

—Según dice, tenemos que dibujarnos ese símbolo en la muñeca y traer a Efialtis. Cuando le quitemos la pulsera, tenemos que dibujar este mismo símbolo sobre el pentagrama para bloquearlo, de esa manera, Efialtis ya no podrá regresar.

—Si esta mierda no funciona, estamos jodidos. ¿Eres consciente de eso?

—Prefiero no ser pesimista y pensar que sí va a funcionar.

—¿Pero por qué Anatema no nos dijo sobre esto?

Tomás se encogió de hombros.

—Esa clase de gente juega a ser misteriosa, ya sabes... tal vez quería que lo descubriéramos por nuestra cuenta.

—Qué ridículo. Sácale captura a esa entrada por si se le ocurre borrarla también.

Tomás hizo caso a la indicación de su amiga. Sacó captura de pantalla y la guardó en una carpeta, donde también tenía una captura del correo de Anatema616.

. . .

Abrió los ojos y lo primero que vio fue el suelo de madera. Sentía sabor metálico en la boca; tenía el cuerpo entumecido, adolorido. Pestañeó con lentitud, y cuando su cabeza comenzó a aclararse, pudo reconocer el lugar donde estaba tendido: era el piso de su comedor.

Lo único que recordaba eran aquellos ojos rojos que lo acechaban desde la distancia, y la imagen demoníaca del incubo que lo atacó. Era una bestia de más de dos metros, con un par de cuernos que se torneaban sobre sí mismos. Desprendía olor a azufre y a carne quemada. Estuvo años intentando olvidar ese olor, pero por más que lo intentó, no pudo lograrlo. Sabía que, a pesar de que Efialtis estaba muy fortalecido, la marca en su mano fue lo que lo salvó de acabar asesinado, justo como en aquel entonces.

Se arrastró hacia la habitación para buscar su teléfono. Tenía una herida profunda que le zurcaba la frente y llegaba hasta la mitad de su cabeza, y si no pedía ayuda, la hemorragia acabaría matándolo.

Se encontró con varias llamadas perdidas de ese chico con el que había hablado, el mareo le impidió pensar en algún otro número, así que solo presionó sobre el número para devolverle la llamada.

—¡Al fin! —escuchó del otro lado—. Oye, lo siento, no quería molestarte, por favor no cortes, solo necesito...

—Avenida oeste 5428, ayúdenme...

Quiso dar más detalles, pero el teléfono se le cayó de las manos. Su cuerpo ya no soportó más, y nuevamente acabó desplomado sobre el suelo. 

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