Capítulo 7: La niña que temía a la pérdida
Me ayudaría mucho que compartieras la historia con tus amigos si te está gustando.
Cuando digo que me gusta el frío, es exactamente a esto a lo que me refiero; Tierra mojada, cielo gris encapotado por gordas nubes que apenas dejan que algún que otro fino rayo de Sol nos alumbre. Asfalto mojado, hojas batiéndose en duelo unas contra otras sin control en lo alto de las copas de los árboles...
Me gusta mucho. Me encanta y reconforta. Me hace sentir... hogar. Aunque realmente no tenga uno.
—Es el mejor café, que no te engañen con sus paredes de madera y televisión de plasma —dice el chico de oscuro cabello frente a mí, con un brazo extendido y un café humeante en la mano. —. Estos paletos no sabrían lo que es un buen grano de café ni aunque lo esnifaran.
Me aparto un mechón de pelo de la cara y acepto la bebida, aunque siendo sincera no tiene muy buena pinta en el vaso diminuto de plástico. Un dólar cincuenta en la máquina de la gasolinera me parece un timo, pero al menos está caliente, y me mantiene las manos ocupadas.
Suspiro mirando al suelo mojado, hace un rato que ha dejado de llover, y trato de inhalar todo el aire posible mientras nos acercamos a un banco que da a la carretera. No muy bien ubicado la verdad.
Huele tan... bien. Mi sentido del olfato está demasiado desarrollado, o eso solían decirme de pequeña.
—¿De dónde vienes?
Su pregunta me hace alzar la mirada, pasarla del suelo al vaso, y del vaso a su rostro. Se ha quitado la capucha, y se ha sentado en la parte de arriba del banco.
Me planteo mentir, pero no quiero ni intentarlo, asique me limito a torcer la boca en un gesto de indiferencia, sorbiéndome la nariz.
—De muy lejos. ¿Tu eres de aquí?
Castle imita mi gesto con los labios, y da un trago a su café mirando a la nada. Vista al frente.
—Digamos que sí y no.
—¿Cómo es eso?
Su sonrisa se amplía cuando me mira.
—¿Cómo de lejos vienes?
Touché.
Vuelvo a suspirar, y realmente es por el aire. Esque... de verdad, tanta humedad es un maldito paraíso para mis pulmones.
—¿De qué conoces a Desk? —pregunto tratando de llenar el silencio.
No pasa ni un solo coche. Tan mal ubicado no parece estar el banco.
—Fuimos juntos a clase desde niños —dice dando otro sorbo —¿Y tú?
—Me vendió un café cuando llegué.
Castle asiente.
—¿Por qué te odian tanto...? —pregunto haciéndome la tonta.
El chico alza una ceja y niega poniendo los ojos en blanco.
—No me vengas con que no has visto la tele aunque sea un rato.
—Sí. Pero... Te han soltado.
—Sí.
Asiento sin saber muy bien como seguir con el rumbo de una conversación con un posible asesino.
—¿Es verdad? —inquiero mordisqueandome el interior de la mejilla. —. Lo de la mujer del jardín.
—¿Importa?
—Bueno. Me gustaría saber si voy a acabar enterrada bajo la gasolinera.
Castle ríe, y su risa me recuerda al aire. Fresca y... bueno fresca. Poeta no soy.
—Tranquila. Sólo entierro a los que les tengo cariño.
Trago en seco y al notarlo su carcajada aumenta.
—¿Tengo pinta de asesino?
—Chaval, te he visto tres veces y las tres ibas con la misma sudadera. Si hay algo que no seas es cuidadoso.
—O a lo mejor soy demasiado listo.
No lo creo. Sus ojos tienen un brillo curioso, y me muerdo el interior de la mejilla de nuevo. Costumbre absurda.
—Bueno. Asesino o no, con cariño por favor. —digo levantando el vaso en su dirección.
Él frunce el ceño, y se sube la capucha de nuevo con una sola mano.
—Lo prometo. —choca el vaso volviendo a mirar al frente.
No sé cuánto permanezco así, sentada en el mismo banco que un repudiado, en silencio y con una paz inexplicable en el pecho. La magia de Illinois.
—Así que ahora ¿vives solo?
Castle, camina a mi lado con ambas manos en los bolsillos.
—Tengo un loro.
—Ah.
—¿Y tú?¿Has venido sola?
Y una mierda que te vas a comer, guapo.
—Adivina.
Castle se pasa la lengua por los dientes chasqueándola.
—¿Quieres jugar a las preguntas?
No muy convencida accedo.
—¿Tu primer beso? —dispara.
—No me acuerdo —miento. —¿Y el tuyo?
Él parece pensarlo por un momento.
—Desk.
—¡¿Desk?!¡¿Nuestra Desk?!
Castle ríe alejándose un par de pasos.
—No sé si sea nuestra, pero sí. En cuarto de primaria.
—Hostia puta. ¿Fue tu novia?
—Algo así.
—Explícame eso.
Castle se ha acercado y me estremezco al notar sus dedos sobre mis hombros presionando.
—Eres muy preguntona.
—Va. Siguiente pregunta. ¿Por qué mataste a tu tía?
Si me esperaba una reacción, desde luego la que acaba de tener no era.
—No venía a mis partidos y me obligaba a dormir pronto.
Lo miro confusa mientras se encoge de hombros.
—Te diga lo que te diga no importa —prosigue —. A ver, me toca. ¿Tu mayor miedo?
Me lo pienso por un momento.
—La pérdida.
Castle inclina la cabeza caminando de espaldas, de cara a mí.
—¿Te asusta la muerte?
Asiento.
—No la mía. Pero no sé... No es la muerte en sí. Sino lo que significa.
—¿Has perdido a alguien?
El pecho se me oprime, y abro la boca para contestar pero la vuelvo a cerrar.
—Me toca. ¿Color de...
—¡SARAAAAAAAA!
Me cago en mi...
Tuska.
Desnudo.
En medio de la calle.
Con dos policías a su lado.
—¿Quién coño es ese?
Gimoteo.
—Mi... —cómo explico esto — Tuska.
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