Capítulo 3: Tuska
—¡A mí nadie me ha avisado de que serían dos personas!
El chaval de recepción grita detrás de nosotros, de la misma forma que se ha negado a dejar la conversación y aceptar el dinero por una persona más en la habitación.
—¡Y por Dios!¡Este —señala a Tuska — tipo estaba corriendo en pelota por la recepción!
Se me han congelado los dedos alrededor del nailon de la bolsa, apesar de haberme comprado unos guantes en el supermercado del pueblo.
—¡No voy a permitir que...!
Un golpe me obliga a darme la vuelta justo cuando llego a la puerta cerrada de la habitación. Tuska ha estrellado al chico delgaducho contra la pared sujetándolo por el pecho de su abrigo, y lo observa con asco.
—¿Qué exactamente no vas a permitir? —Le pregunta inclinando la cabeza con lentitud, y entrecerrando los ojos.
Suelto las dos bolsas, ya que he sido yo quien ha tenido que cargar con ellas ya que Tuska se negaba a ayudar. Cuando le expliqué que era cosa de dos puesto ue ambos habíamos comprado, se limitó a sacar de una de las bolsas su caja transparente con uvas y el refresco de naranja. Camino precipitadamente hasta ellos y coloco una mano sobre la muñeca de Tuska para tratar de calmarlo.
—Suéltalo.
—No.
El tipo tiembla como una hoja seca en otoño.
—Tuska. Suéltalo.
Él disminuye la fuerza y el tipo vuelve a tener los pies en el suelo, pero no lo suelta.
—La habitación la hemos pagado.
Me sorprende el razonamiento en su voz. Funzo levemente el ceño dejándolo hablar.
—Per-pe... Per-pe... Pero era para una sola pe-persona y un pa-pato... —tartamudea el chaval.
Tuska no se inmuta.
—Yo soy el pato.
Lo dice tan serio que el chico parpadea varias veces.
—Tío ¿te estás quedando conmigo?
—¿Dónde? —pregunta él.
El tipo parpadea.
—¿Qué?
Decido intervenir en la conversación sin sentido. O al menos sin sentido para el pobre chaval al que se le han torcido las gafas.
—Oye mira, —trató de recordar su nombre pero veo la placa en el pecho —. Ennis. Éste —señalo a Tuska —es mi novio. Ha venido de improviso y yo no estaba, así que ha salido a buscarme. No hay nada de extraño... —rectifico —. Mira, lleva ropa.
El tal Ennis mira a Tuska y después a mí. Se las apaña para colocarse bien la gorra a pesar de seguir bajo el agarre de mi acompañante.
—¿Se va a quedar?
Parpadeo.
—Supongo.
—Sí.
Decimos Tuska y yo a la vez.
—Entonces son treinta pavos más —dice extendiendo una mano. —. En efectivo.
—Claro —suspiro poniendo los ojos en blanco. Rebusco en el bolsillo y saco un puñado de billetes arrugados. —¿Mejor así?
Él asiente.
Le hago una señal a Tuska y él frunce el ceño sin comprender. Señaló al chico y abre la boca.
—Oh, sí. —lo suelta arreglándole el cuello del jersey —. Ya está. Como nuevo.
—Joder, tío —se queja el chico —. Que bruto. Tienes suerte de que esté currando que sino —hace una especie de exposición de karate frente a nosotros — Te partía en dos.
Le dedicó una mirada de advertencia.
—No te pases.
Tuska alza una ceja inclinando la cabeza como un perrito.
—¿Cómo ha hecho eso?
El tipo se vuelve a colocar la gorra.
—La calle, hermano.
Tuska me mira sin comprender.
—Bueno, eso. Que has tenido suerte esta...
Tuska se aventura hacia él sobresaltándolo. Olisquea a su alrededor mientras el otro epermanece estático. Finalmente mi amigo lo señala con el pulgar.
—Huele a meado.
—¡Es que tengo perdidas de orina!¡¿Vele?! —y con eso se va enfurruñado.
Miro a Tuska y él a mí antes de que ambos nos echemos a reír.
La habitación está tal cual la dejamos a excepción de la forma curiosa de las sábanas.
—¿Has...? —pregunto.
Tuska se encoge de hombros.
—Me aburría.
—¡Qué asco! —Digo con una mueca. —¡Asqueroso!¡A la ducha!
Mientras él se toma un baño yo aprovecho para calentar una hamburguesa en el microondas. De ternera, claro. A Tuska le resulta violento el pollo. Cuando sale limpiándose el oído con un dedo envuelto en una toalla, y unos pantalones cortos -muy cortos- azules con rayas blancas y rojas en los laterales, se sienta en la silla frente a la pequeña mesa redonda de madera.
Le dejo las uvas sobre ésta y empieza a comer agradecido.
—Oye, Sara.
—¿Huh?
Se mete uva tras uva en la boca.
—¿Te acuerdas del tipo que te ha empujado en el cementerio?
Asiento quedándome in momento de pie en el sitio.
—Olía a sangre.
Tuska tiene un olfato excepcional.
—Estaría herido.
Él no parece muy convencido, pero lo deja pasar.
La noche ya ha caído y me cambio con un pijama suave que me he traído en la bolsa de mano. El único que tengo. Es blanco con franjas rojas y apesar de lo desgastado que está, sigue siendo reconfortante como cuando me lo regalaron.
—¿Qué haces? —pregunta Tuska desde el baño, mientras se lava los dientes.
Escupe.
—Voy a ver la tele. —digo ocultando el papel en el cajón de la cómoda. Ya le echaré un vistazo mañana. —¿Vienes?
Palmeo la cama a mi lado y él escupe tras hacer gárgaras saliendo del pequeño baño.
Sonrío cuando su forma cambia y unas patitas pequeñas y anaranjadas dejan sus huellas sobre la sábana -la que he pedido de repuesto a Ennis, quien la ha subido de mala gana junto a otro par de toallas- y se coloca bajo mi sobaco.
—Vamos a ver ese programa de reformas, porfi —pide frotando el picó contra la tela de mi pijama. —.Porfi, Sara.
Asiento buscando el canal y cuando doy con el programa, Tuska se acomoda ahuecando la almohada con el trasero. Después de media reforma y gritos entre la pareja escucho el leve ronquido del pato bajo mi brazo. Su alita derecha descansa sobre éste como si lo abrazara. Sonrío enternecida.
En algún punto he de quedarme dormida yo también con la voz de los mellizos de la televisión de fondo, discutiendo sobre el precio de no sé qué imprevisto.
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