Capítulo 2: Desfortuita Bienvenida
Estoy sin ganas de nada así que digamos que esta actualización se debe a mi aburrimiento.
—¡¿Qué haces aquí?! —pregunto cuando Desk se ha ido a buscar uvas, espero.
—No me hables en ese tono, señorita "Voy a buscar uvas para mi mejor amigo al que quiero más que a mí vida" —gruñe con una mueca arisca y voz aguda, pasándose una mano enorme por la cabeza rapada. Sus dedos se quedan por un instante sobre la fina capa de pelo y las venas sobre su mano se marcan al crisparse sus labios. Está maquinando algo por esa maléfica cabecita. Se deja caer contra el respaldo de la silla con fastidio —. Estabas tardando mucho y tengo hambre.
—¿Y la camiseta? Te he comprado dos sudaderas.
—Me pican. Tienen esas etiquetas largas y unas costuras así como —gesticula con las enormes manos —, como algo mal hecho.
—¡No puedes ir desnudo por la vida! —susurro al borde de la histeria.
Tuska bosteza entrecerrando los ojos.
—Y ¿por qué no? A ver.
—Porque... —miro a nuestro alrededor pero nadie nos presta atención. —¡Porque no está bien! Dios... Eres como... ¡Estás desnudo!
—Llevo pantalones.
—Oh, sí. Llevas pantalones —ironizo —¡¿Pensabas venir sin, también?!
Él se inclina sobre la mesa y con agilidad me atrapa los labios entre su índice y el pulgar.
—Cállate. —sus ojos parecen dos joyas sin pulir —Me molestas. Cada vez que hablas siento como si una motosierra me estuviese cortando el cerebro en filetes.
Murmuro contra sus dedos cuando la camarera vuelve con esa sonrisa suya. Tuska me suelta los labios volviendo a dejarse caer contra el respaldo.
—Uvas para el exhibicionista amargado, y otro café para la chica misteriosa.
Ambos la miramos y ella se coloca una mano en la cadera sosteniendo la bandeja contra ésta.
—¿Algo más, chicos?
—No me gustas. —protesta Tuska.
—¡Tuska!
Desk eleva una ceja divertida.
—Te puedo traer más uvas.
Tuska parece replanteárselo pero finalmente suelta.
—No. Seguirías sin gustarme. Sonríes mucho. —se señala la boca con los ojos entrecerrados y una mueca, pequeñas arrugas se forman en las comisuras externas de éstos. —Eres como un... enorme payaso.
Y con eso la ignora volviendo su atención a mí nuevamente.
—Tengo frío, y el tío de recepción me ha perseguido.
Me paso una mano por la cara notando el calor subirme a las mejillas.
—¿Por qué será? —suspiro apoyando la espalda contra el respaldo de la silla.
—Me ha llamado pervertido.
Desk parecía pasárselo en bomba con la conversación y yo solo me limito a alzar ambas cejas cerrando los ojos.
—Ponme algo más fuerte, anda.
Ella asiente sin dejar de mirar a mi acompañante, y cuando vuelve trae un jersey viejo con ella. Lo deja sobre la mesa junto a un chupito de tequila. Agradezco que después de eso aclamen su presencia en otra mesa.
—Pontelo.
—No quiero.
—Ponte la puta ropa o te la meto por el culo hasta que cagues trapos.
Tuska alza una ceja provocándome.
—Eso es anatómicamente imposible.
—¡¿Quieres ver como no lo es?! —grito poniéndome en pie, con las palmas de las manos apoyadas en la mesa, para dejarle claro que no pienso ceder.
Tuska puede llegar a ser como un niño pequeño y caprichosos. No entiende del todo como funciona el sarcasmo o la ironía, y aparte de eso suele tomarse las mofas de una forma... literal.
—Pontr el jersey.
Él refunfuñando accede y ya completamente vestido apoya los codos sobre la mesa comiendo sus uvas. Emite un sonido similar a un graznido mientras las engulle, echando la cabeza hacia atrás y dejándolas caer de una en una en el interior de la boca. Finalmente consigo cambiar la tarjeta y encender el móvil y victoriosa meneo la pantalla frente a su cara.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta metiéndose la última uva en la boca. —. He visto que hay un feria en un panfleto. —pensativo frunce el ceño. —. La feria es en otra parte, no en el panfleto. No puede haber nada en un panfleto. O sea pueden haber imágenes y palabras pero no...
—No sé. Buscarnos la vida. —digo distraída deslizando el dedo por la pantalla. —. ¿Quieres montar en la noria?
Alzo la mirada por un segundo ocultando una sonrisa. Lo cierto es que sería divertido ver a un sujeto enorme montado en una diminuta cabina.
—¿Puedo pedir más uvas? —inquiere ignorandome.
Levanto la mirada hacia él fulminándolo y levanta ambas manos a modo de rendición.
—Si no te vas a tomar esto enserio no pienso seguir aguantándote. —lo amenazo. —. Llevas dando por culo desde que nos hemos ido.
—Me has tenido metido en una bolsa con mi propia mierda ¿sabes lo humillante que es eso?
—Oh perdona, ¿tenías dinero acaso para pagarte un billete?
Él frunce el ceño cruzándose de brazos.
—No es justo. Sabes que no.
—La vida no es justa. —chasqueo la lengua recogiendo todo lo que he esparcido sobre la mesa. —Levanta, tenemos trabajo.
No me sorprendo cuando lo veo ya a mi lado, alto y serio.
—Yo no tengo trabajo. Soy un pato.
Viendo sus intenciones atrapó su muñeca zarandeándolo con brusquedad.
—Ni. Se. Te. Ocurra.
Sus cejas se unen.
—Dame dinero.
—¿Para?
Él se encoge de hombros como un niño pequeño al que le acabas de ordenar limpiar su cuarto y recoger los juguetes.
—Tengo necesidades.
—¿Qué necesidades puede tener un pato? —pregunto colgándome el bolso del hombro. —. Aparte de cagar sobre lo que se y comer uvas.
—¡No te metas con mis uvas, Sara Winchester! —gruñe inclinándose sobre mí. —. Son sagradas.
—Claro que sí, joder. Defiende tu posición. —dice una voz cantarina.
Desk. Me pregunto cuánto habrá oído de la conversación, o si se lo toma enserio.
—¿Ya os vais? —prosigue mientras pasa un trapo por la mesa que acabamos de dejar.
Parece agradable, para variar. Haber pasado tanto tiempo con Tuska me ha hecho olvidar que las personas pueden serlo. Muchas veces me sorprenden las actitudes más normales como frases compuestas o simples expresiones. Las de mí amigo son algo... repetitivas y limitadas.
—Sí. Tenemos que visitar a un familiar.
Ella entorna los ojos pero acaba sonriendo.
—Pues genial. Me alegra haberos conocido. ¿Vais a quedaros o...?
—No. —Niega el energúmeno parlante a mi lado, rotundamente.
—Oh, vaya.
La morena frunce los labios, pero no parece estar incómoda por la brusquedad de la negativa.
—Bueno —extiendo una mano hacia ella. —. También estamos encantados de conocerte, Desk. Tal vez nos volvamos a ver, ahora tenemos que irnos.
Ella se echa el trapo al hombro y me estrecha la mano.
—¿Por qué has dicho eso? —pregunta Tuska cuando ya estamos fuera.
—¿El queee?
—Nosotrod también estamos encantados de conocerte —Me imita. —. Yo no. Y tu tampoco.
Suspiro abrazándome a mí misma apesar de las capas de ropa. Hace demasiado frío.
—A veces la gente tiende a ser amable y respetuosa. Sé que tú no sabes el significado de esas dos palabras —Le palmeo el brazo —, pero deberías fingir, al menos.
—¿Y por qué haría eso?
—Para que la gente piense que eres humano.
Él bufa.
—Soy humano.
—Déjame que lo ponga en duda.
—¿Estás siendo condescendiente? —pregunta, aún que no está molesto. Es sólo su insaciable curiosidad.
—¿Yo? —inquiero con exageración. —No me atrevería. No.
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Illinois es un lugar curioso. Los edificios no son muy altos, tal vez dos plantas o tres como mucho. Estamos caminando sobre un camino de baldosas pétreas de color rosa y blanco mientras coches y peatones avanzan a nuestro lado. La vida sigue su curso.
Tuska se limita a mirar con curiosidad alrededor y me pregunto cómo de extraño ha de ser verlo todo desde unos quince centímetros para después medir dos metros. Pero él se limita a leer mentalmente el nombre de cada negocio, deteniéndose frente a una pequeña tienda con cristales transparentes y maniquís vestidos con telas de encaje.
—Mercería Coldplay —lee en voz alta. —¿Qué es una mercería, Sara?
Alzo ambas cejas mirando el cartel blanco con letras azules en cursiva para después bajarlas.
—Creo que es donde confeccionan ropa y eso.
—Ah.
Echo a andar nuevamente guiándome por el GPS del teléfono.
—¿Y una tetería? —está vez no miro. —¿Confeccionan tetas?
Me detengo en seco con una carcajada.
—Sí, anda, busca una pollería.
Su rostro se escandaliza y no puedo evitar reírme.
—Anda vamos —Digo tirando del enorme brazo. —.Es por aquí.
Tras doblar una esquina ante nosotros se muestra una verja negra y alta, que da a un camino de gravilla escoltado de verde césped.
—¿Tu tío Rupert? ¿Ese Rupert que no tenía una pierna y escribía con la boca?
La lápida está desgastada y las letras son apenas legibles.
Rupert Edmund Winchester.
—No le veo sentido a escribir con la boca.
—Era manco. —me encojo de hombros.
—Pero tenía otra pierna —dice como si fuera obvio — . Con dedos.
—Ya, pero era míope.
Tuska patea la piedra con la punta del pie.
—Sigo sin verle sentido. Si a mí me faltase un ala escribiría con la otra.
Chasqueo la lengua mirándolo con una mueca.
—No puedes escribir con un ala.
—¡Con la boca tampoco! —grazna.
Niego con la cabeza acuclillándome frente a la lápida. Paso los dedos por la antigua inscripción y después la piedra hasta que mis dedos tocan una parte hueca.
—Aquí está. —Digo sacando un papel doblado demasiadas veces como para seguir entero. —. Lo sabía.
Lo desdoblo juntando ambas partes rotas, y noto el aliento de Tuska en mi nuca sonoramente cuando se inclina sobre mí.
—¿Eso lo ha escrito con la boca? —pregunta sobresaltándome. —Joder, que mierda de letra. No se entiende nada.
Me paso una mano por la cara exasperada.
—Eso es porque está escrito en árabe creo, animal.
—¡Eh!
Entonces me arranca el papel, me lanzó sobre él embestido con todas mis fuerzas apesar de ser inútil por la diferencia de tamaños. Le arreo un codazo y él me pone una mano sobre la cara alejándome sin esfuerzo.
—¿Tu tío Rupert era guay?
—¿Qué? —pregunto contra su mano.
—Qué si le gustaban los hombres.
Aparto su mano con brusquedad de mí cara.
—Eso es gay, no guay. Y no. Aparte ¿Qué tiene eso que ver?
Tuska me señala unas manchas sobre el papel. Las olisquea.
—Eso huele como cuando me acarició el ganso en el baño cuando no estás.
Me atraganto con mi propia saliva.
—¿Qué haces qué?
Tuska se encoge de hombros.
—Me has dicho que no podía hacerlo si estabas tú.
—¡Claro que no!
Él me ignora nuevamente mirando el papel.
—¿Y por qué necesitas esto?
Se lo quito de las manos esta vez con éxito.
—Aún no lo sé... —digo pensativa —. Vámonos, anda.
Ambos rehacemos el viaje por el camino de gravilla hasta la verja, y trato de entender algo de lo que Rupert ha escrito en el famoso papel. Voy tan envuelta en mi mundo que me sobresalto cuando alguien pasa por mi lado casi lanzándome al suelo.
—¡Cuidado!
Tuska se dispone a ir tras el sujeto, que parece un tipo de su misma altura, pero más delgado. Lleva un abrigo enorme negro y la capucha de una sudadera sobre la cabeza.
—Déjalo —digo siguiendo al tipo con la mirada.
—Pero te ha empujado.
—Da igual. —sacudo la cabeza sonriendo. —Vamos a hacer la compra.
Los ojos de Tuska se iluminan.
—¿Uvas?
Asiento, y durante el camino lo único en lo que puedo pensar es en la brusquedad del tipo del cementerio que me ha empujado. Parecía ser capaz de tirarme de boca al suelo y pedirme que me disculpe.
N.A.
Aquí los #TeamTuska.
¿Qué os está pareciendo? Dejármelo por aquí, os leo a todos.
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