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1.8 | Sally Acorn



      La situación se había complicado significativamente en cuestión de días, lo que al principio habían sido cuatro vecindarios, hoy se habían transformado en un refugio atiborrado de almas. Y Amy seguía sin comprender cuál era la causa de aquel pánico, su padre se negó a responder cada pregunta que ella emitía.

      El sitio en el que ambos eran guarecidos consistía en un complejo en forma de cuadrado amurallado por pequeñas unidades habitacionales, y en el centro, un atrio de concreto sin techo. Quienes presentaban problemas de salud y dificultades para permanecer a las afueras eran trasladados a las habitaciones, sencillas, pero que al menos contaban con un colchón y cobertores calientes.

      La familia Rose gozaba de aquel beneficio, a causa de la corta edad de la eriza. Compartían habitación con un grupo recién llegado, desconocidos para Amy pero grandes amistades para su padre. Rob o'The Hedge y Mari-An su actual pareja.

      Amy apretaba con fuerza la mano de su padre, mirando desde la ventana el atrio henchido de un brioso riachuelo formado por la multitud. Todos corrían de lado a lado con la esperanza de recibir su alimento.

—Voy yo. Veo veo algo turquesa —compartió divertido.

—¿La mochila del chico de allá?

—No.

—¿El coletero de la chica de la —observó sus manos, reflexionando qué diría. Derecha con la que escribes, izquierda la otra—... Izquierda?

—No, ¿un coletero? ni siquiera alcanzo a verlo desde aquí.

—Sé más específico —reclamó, sonando enternecedoramente molesta.

—Bueno, otra pista: tiene cara de pocos amigos.

—¿El primo Rob? —Su progenitor soltó una carcajada.

      El mencionado se hallaba alerta, intentando asir algo de comida para llevarla a su familia, el desnutrido raciocinio del resto lo hacían hartarse de la situación. Si todos tuvieran organización, nadie se quedaría sin comer.

—Sí, tu primo Rob —premió con una sonrisa risueña.

      Estaba seguro de lo que hacía. Incluso si le informaban sobre que la amenaza de Ivo Robotnik continuaba avanzando, él no preocuparía a su pequeña. Ella tarde o temprano experimentaría la maldad del mundo por sí sola, no ahora. No cuando su padre podía amenorar la condena.

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Maurice.

—Ya llegué, ¿cuál es nuestra situación? —Cyrus me observó escéptico—. Siempre quise decirlo.

—Hay múltiples reportes de tropas moviéndose hacia el este —informó.

—¿Y qué hago?

—Averiguar hacia dónde se dirigen e intentar alejarlos —respondió Rotor.

—¿Cuántos kilómetros tenemos de distancia?

—Muchos —intervino la rasposa voz de Charles—. Además la zona es muy sinuosa, lo tendrás complicado para ir y volver —planteó—. Pero lo tenemos cubierto. Ven.

Chuck se adelantó a paso rápido. Intercambié miradas con el resto en busca de respuestas, aquellos solo se limitaron a sonreírse con picardía, me estaban escondiendo algo.

Seguí a mi tío con una mueca repleta de incertidumbre, la temporalidad tan extremadamente larga de su sonrisa me hacía arquear mi ceja con diversión confusa, ¿qué era lo que lo tenía tan contento?

—Bueno muchacho... Permíteme presentarte a nuestro vehículo oficial —pausó melodramático—. El Tornado.

Escruté la escena perplejo, frente a mí se desplegaba un biplano de aproximadamente cinco metros y medio de largo, con un fuselaje rojo y un par de alas grises. Corrí hacia él para escudriñarlo, la palabra "Chuck" yacía escrita en pintura blanca situada en el lado izquierdo.

—¿Lo hiciste tú? —Interrogué sorprendido.

—Nah —desmintió—. Mucho trabajo y muy poco tiempo para un viejo como yo; es cortesía de la milicia.

Hacía unas semanas que Chuck había discutido con uno de los representantes militares. Argumentaban en nuestra contra diciendo que a quiénes les correspondía proteger a la ciudadanía eran a ellos.

En lo personal, no podía enfadarme con ellos, simplemente estaban siguiendo órdenes, las cuales les trajeron como consecuencia un comportamiento negativo por parte del pueblo, y con justa razón. Los aborrecían juzgándolos como asesinos a sangre fría.

Pese a que la situación entre ambos se mantuvo tensa por días, éstos terminaron aceptándonos, si querían volver a acercarse a los lugareños tendrían que trabajar a nuestro lado y no en nuestra contra.

—¿De la milicia? Siempre pensé que sus aeronaves tendrían camuflaje y armas.

—Bueno, le hice leves modificaciones.

—Lo supuse, nadie de la milicia te llama Chuck, solo Charles —Deduje.

—Qué observador —rió—. La mano de pintura fue lo primero que cambié — compartió sonriente—. Y como tú eres mi mano derecha... ¿Por qué no ves el lado derecho? —Sugirió.

Fruncí el ceño enzarzado, rodeé el avión con lentitud, fijé mis pupilas en el texto albar y acaricié el frío metal con las yemas de mis dedos sin poder evitar que mis labios se curvearan con curiosidad.

—¿Sonic?

—Necesitaras un nombre en clave, creo que te pega muy bien. ¿Te gusta?

—¿Es un mal momento para decirte que prefiero "Maurice"? —Bromeé.

—¿En verdad? —Cuestionó alterado.

—No, me encanta el apodo —reí. Él suspiró con actitud cansina.

—Súbete ya —ordenó divertido.

      Maurice dejó salir una pequeña risa y trepó al Tornado sujetándose del ala superior. Examinó la cabina enarcando una ceja, solo había un asiento.

—¿Y dónde voy yo? —Cuestionó.

—Detrás hay un pequeño espacio, aún no termino de instalar el otro asiento.

      El pequeño llevó su vista a la superficie del ala. Sonrió con atrevimiento y se volvió a Chuck.

—Tengo una idea... Aunque no creo que te agrade mucho.

[...]

      El erizo de bigote zarco meneó la cabeza de izquierda a derecha con confusión. Seguía preguntándose cómo es que su sobrino había logrado convencerlo de tan descabellada idea.

       El infante surcaba los cielos desde arriba de las alas del avión. Inhalando profundas bocanadas de aire puro.

—¡Esto es mejor que ir sentado! —Gritó poniéndose de pie.

—¡Maurice agárrate, por amor de-.

—Ya, ya, perdón —interrumpió cediendo a la petición de su tío.

      Chuck entornó los ojos fastidiado, posteriormente sonrió risueño. Cuando su hermano hablaba maravillado de lo extraordinario que resultaba ser Maurice, él sólo atendía en silencio y el pensamiento sobre que todos los padres eran cegados ante la incompetencia de sus hijos cruzaba por su mente.

       Ahora, siendo su custodio, no cabía en él duda alguna de que Jules estaba en lo cierto. El chico era excepcional.

       A quince kilómetros de distancia, una ardilla de pelaje marrón corría despavorida de los múltiples robots que le daban caza.

       Atravesaba el camino sinuoso con ímpetu, su respiración se agitó, dejando su pecho doliente a causa de sus equívocos ciclos respiratorios; mientras que en sus cuadríceps recorría un ardor flameante. Era la quinta vez en la semana que tenía que huir de Robotnik, quien estaba a nada de ponerle precio a la cabeza de la pequeña.

       Aun si tenía experiencia en el terreno, hoy la situación se le mostraba azarosa. Jamás había sido víctima de tantos villanos a la vez y salir de allí sería una tarea de lo más tortuosa.

       Distinguió el movimiento de más robóticos viniendo hacia ella desde enfrente, torció hacia la derecha y continuó desplazándose hasta topar con la alta pared de arenisca. Intentó volverse, pero fracasó al percatarse de que se encontraba sin salida.

        Maldijo entre murmuros, sabía que Robotnik no le concedería el honor de matarla, preferiría robotizarla por mera satisfacción personal, por más enfermiza que ésta fuera.

       La ardilla atisbó un destello garzo acercársele con notoria velocidad, sus músculos se tensaron y se mantuvo enmudecida, preguntándose si acaso aquello sería una grotesca máquina más.

       Sin embargo, el causante de su temor terminó por deshacerse de toda una hilera de robots que se le antepusieron. Abriéndole una ruta de evaluación que, sin dudarlo, ella tomó.

       Corrió por los arenosos senderos del anaranjado cañón, desviando su mirada del camino múltiples veces para asegurarse de que no la siguieran, para su sorpresa, aquel ejército se había reducido a, por lo menos, un cincuenta porciento.

       Un borrón azulado se estaba encargando del resto, atravesándolos, haciéndoles perder el equilibrio, girado a su alrededor hasta que terminasen disparándose los unos a los otros. "¡Miles de maneras pero un único propósito!" Pensó fascinada.

      La adrenalina se disparó por su sistema al notar que aquella mácula se aproximaba a ella, no a un robot. Inmediatamente una duda más preocupante atiborró su mente "Si esa cosa había sido capaz de disminuir a la mayor parte de tropas armadas ¿qué le esperaría a ella?"

       Ahogó un grito y endureció su cuerpo en espera del impacto, pero nunca llegó. En su lugar, se reparó del tacto de lo que parecían dos manos sobre su piel.

      Observó su cabellera ondearse por la ventisca, encogió sus extremidades e intentó observar hacia quien esperaba fuese su rescatista y no su secuestrador. La aceleración le hacía complicado enfocarlo, pero alcanzaba a distinguir la forma de un borroso rostro. Frunció el ceño pasmada de la impresión ¿debía alegrarse de que no se tratase de una máquina o debería de preocuparse porque alguien que no era una máquina llegase a correr tan rápido?

       Escuchó las detonaciones detrás de ambos, lo que para ella hubiera sido motivo de una taquicardia, para el sujeto parecía ser una pequeñez. Supuso por la reacción impertérrita y pericia al huir del individuo.

—Mejor sujétate —sugirió el erizo.

      Acató apanicada, el par se elevó utilizando uno de los estrechos senderos que conectaban las depresiones con la superficie del cañón. El azulado se desplazó por una viga de arenisca, la cual se desmoronó después de sentir su precipitado trote, provocando que el resto de robots cayeran al vacío. Sonrió confiado.

      Bajó la velocidad y escrutó el cielo con impaciencia. La ardilla lo vislumbró con asombro, el rostro pertenecía a un erizo azulado que aparentaba no sacarle ni un año de ventaja.

      El azulado trazó una curva en sus labios al percatarse del Tornado moviéndose entre las nubes, buscó una altiplanicie que le permitiera abordarlo. Halló su respuesta en la anfractuosidad del cañón.

      Corrió por una de las columnas, Chuck descendió hasta ellos y Maurice se decidió a saltar a las alas del biplano. Escuchando la exclamación de su acompañante en la ejecución del acto.

      Cayeron de bruces sobre el Tornado, la ardilla aferró sus dedos al ala y yació recostada en la superficie. Él se incorporó con rapidez y se acercó a ella para intentar transmitirle un poco de calma.

—¿Estás bien? Sé que es algo brusco pero aún no hemos contratado sobrecargos —bromeó. Ella no respondió—. Ya, público difícil, eh —carraspeó—. ¿Viste lo de que me monté allá abajo, Chuck? A este paso vaciaré el almacén de Robotnik —burló.

—Sobrevolé una zona poco más lejana a esto, no estoy seguro pero creo que podría ser otra fábrica.

—Pues demos la vuelta y destruyámosla —ideó poniéndose de pie con desbordante entusiasmo.

—¡Que no te sueltes! —Demandó histérico.

—Ya, ya, tranquilo, ya —respondió sentándose al instante.

[...]

      El biplano cedió altura, Maurice llevó su campo de visión al piloto quien se mantenía concentrado en ejecutar un aterrizaje forzado en un campo sinuoso a tan solo contados kilómetros de su llegada al refugio.

      Aún con el sentimiento de confusión a flor de piel, el pequeño no emitió réplica alguna y, en su lugar, se dirigió a la pasajera para auxiliarla en la arribada trémula. Se sentó a su diestra se sujetó del grosor del ala.

      Cuando la sacudida los afectó ella asió el ala con su mano izquierda mientras que clavaba los dedos de la restante en el brazo melocotón del erizo. Aún necesitaba respuestas, pero incluso después de haber sido "salvada" por el par, tenía experiencia suficiente para continuar desconfiando.

      Las ruedas del tren de aterrizaje impactaron el suelo, la aeronave dio cuatro saltos y finalmente se detuvo en medio de un claro. Tras haberse apaciguado, la chica apartó su tacto de él y desvió la mirada con aires tímidos.

—Sonic, necesito hablar contigo —comunicó saliendo de la cabina.

     El erizo se giró hacia él y atendió difuso. Se cernió y saltó desde arriba del ala, flexionó sus rodillas medianamente al tocar suelo. Siguió las pisadas de su tío y se postró a su lado, un poco alejados de la tercer tripulante.

—¿Pasa algo? —Indagó el infante.

—No sé si podamos llevarla con nosotros —informó casi inaudible.

—¿Por qué no? —Insistió.

—Sabes que la situación en el refugio es algo delicada respecto al ejército, no quiero ni imaginar qué tan histéricos se pondrán con ella.

—¿Con ella? Se ve de mi edad, es muy joven para pertenecer al ejército ¿no crees? —Recibió una mirada sulfurosa de parte de Chuck—. Bueno, quizá no sea el más indicado para hablar respecto a su edad —fue interrumpido por el mayor.

—Ella no está en ningún ejército ¿acaso no la conoces? Su familia está en primera plana todo el tiempo —comunicó.

—Solo leo el periódico cuando yo soy la noticia.

—Es una Acorn, la princesa para ser más exactos —espetó. Causando una  mueca de incredulidad en su sobrino.

—¿Acorn Acorn? ¿La familia real? ¿Esos Acorn? —Inquirió nervioso.

Esos Acorn —afirmó contumaz.

      Maurice pasó su mano derecha por encima de sus púas en un intento de razonar la situación. No obstante, se quedó con la mirada vahída, languideció y exhaló un suspiro profundo. Chuck tenía un argumento perturbador, si la mayoría de los habitantes aún se encontraban encolerizados con los propios militares, explotarían con la presencia de una Acorn, en otras palabras, alguien perteneciente a la familia que dio la orden de acabar con la existencia de los robotizados.

      Sin embargo, el erizo aún tenía algo claro, la pequeña cargaba con un peso que no le correspondía, únicamente por poseer el mismo apellido. Claramente ella no había sido quien guió a la milicia en aquella misión. La princesa tan sólo era víctima de una diatriba colectiva.

—¿Viste todos los robots que Robotnik mandó para atraparla?

—Lo sé, tampoco planeaba dejarla a su suerte. Estaba pensando en llevarla a un refugio lejos de aquí.

—Buena y mala idea, terminarás por separarla de su propio pueblo.

—Pueblo que por cierto, amenazó de muerte a su familia.

—Nos acompañará —pronunció con ultranza.

      Charles colocó los brazos en jarras, levantó la cabeza, cerró sus ojos e inhaló con pesadez. 

—Le costará adaptarse —cesó—... Pero es algo posible.

[...]

—Es aquí —indicó desde tierra firme—. Baja con cuidado, está algo al —Acorn descendió del Tornado con un hábil salto. Luciendo sutil y liviana en el aire.—... to —completó—. O claro, puedes hacer eso —ella esbozó una diminuta sonrisa.

      Maurice le hizo un ademán con la mano, indicándole que lo siguiera de cerca. Él tendría que mantenerla oculta dentro del campamento, antes de que se armara un alboroto. Chuck estaría ocupado charlando con un representante de la milicia y posteriormente, se encargaría de pregonar sobre la presencia de la chica.

      La ardilla avizoró con detenimiento el refugio, su ubicación era sumamente complicada de hallar, la espesura de los árboles y matorrales hacia complicado que alguien externo pudiese ver a través de ellos, funcionando casi como un seto. Había casas de campaña distribuidas en toda la explanada, pero siempre considerando dejar un amplio pasillo en el centro para permitirse una buena circulación.

—Por acá —señaló.

      El erizo ascendió siguiendo los peldaños de una delgada escalera de madera colocada frente al tronco de un fuerte árbol. Una expresión atónita se dibujó en el rostro de la princesa, no había notado que algunos árboles contaban con pequeños refugios sobre de ellos. Situó sus manos en un par de peldaños arriba e imitó el comportamiento de Maurice.

—¿Por qué hay tan pocos arriba de los árboles? —Interrogó observando a la mayoría aposentada en el suelo.

—No es tan fácil construir aquí, además, se nos acaban los materiales necesarios para continuar —apuntó su índice a los espacios presentes en su propia morada—. Nos conformamos con tener un techo que nos cubra para poder trabajar.

      Ambos entraron a la habitación, dentro se hallaban Rotor y Cyrus, discutiendo acaloradamente, puntualizando múltiples veces utilizando una hoja de papel. Maurice tosió de manera exagerada, el par cesó su riña al notarlos.

—¿Y ahora qué se traen ustedes? —Cuestionó caminando hacia ellos.

—El diseño que propone Rotor amerita muchos recursos, solo habría casas para como tres miembros —arguyó el león.

—¡Pero así son más seguras! Las tuyas podrán ser más, pero no aguantarían ni el soplo de un asmático —refutó.

      Maurice colocó sus manos a los costados de su cadera, entornó los ojos y se giró hacia su acompañante, ella lo miró dubitativamente divertida. Él le sonrió e intervino en el debate de sus colegas.

—Te los presento, él es Cyrus —informó abrazándolo con su diestra— y él es Rotor —prosiguió a rodear sus hombros con su brazo izquierdo—. Pelean casi todo el día, pero es por un bien común—bromeó.

      Tanto Rotor como Cyrus se limitaron a saludar con un movimiento oscilatorio hecho con su mano derecha.

—¿Y tú eres? —Inquirió cruzándose de brazos.

—¿Yo? —El azulado se mostró confuso hasta que recordó que ciertamente, él no le había dicho su nombre aún—. Soy Maurice.

—Sally —correspondió ella.

[...]

      El par había permanecido hablando el resto de la mañana, sentados en la plataforma de madera que rodeaba el área de trabajo de Cyrus y Rotor, éstos habían conseguido decidirse por la idea más apropiada y ahora debían de culminar con un diseño comprometedor hecho por ambos.

Maurice.

—Y... ¿Qué es lo que hacemos aquí? —Indagó la fémina.

—Espero a Chuck.

—Y Chuck es... —Guardó silencio, esperando que completara su enunciado.

—Mi tío, el erizo que pilotó el Tornado.

—¿Tornado? Vas muy rápido —reí, ir rápido era lo que me caracterizaba.

—Así es como él llamó al avión en el que te rescatamos —posé mis manos detrás de mí, recargando mi peso en ellas—. Quedó conmigo para la tarde, me dará una introducción a la aviación. Pero no ha regresado.

—Al menos sabes adónde fue ¿no? —Enmudecí por unos segundos.

—Está convocando a una reunión con los refugiados.

—¿Para qué?

—Por ti —informé con incomodidad.

—¿Hacen eso cada que hay alguien nuevo?

—No —desvié la vista—. Pero en esta ocasión es algo necesario para protegerte. Eres la hija de Maximilian Acorn ¿no? —ella torció los labios con molestia.

—No me gustaría que me trataran diferente por mi legado —defendió.

Fruncí los labios, estaba malinterpretando lo dicho y, aunque me alegraba que mostrara humildad al solidarizarse con su propio pueblo, era algo complicado tener que decirle que gran parte de los habitantes le tienen un odio desmesurado a ella y su familia.

—No es esa clase de trato —suspiré apesadumbrado—. Sé que tú no eres culpable de ello pero —traté de ordenar mis ideas—... Hay algunas guerrillas entre los propios habitantes, no sé si lo sepas pero en el último ataque con robotizados...

—La milicia les disparó hasta matarlos—concluyó ella.

—Sí, los lugareños se volvieron contra las fuerzas armadas, los tacharon de asesinos por su decisión. Dispararon a mobians inocentes, eran un peligro estando robotizados, pero no eran conscientes del daño que causaban —inhaló una bocanada de aire—. La presión de las manifestaciones hicieron que Armand, el antiguo coronel, confesara que la orden vino del Rey.

—Mi padre nunca haría tal cosa —pronunció a la defensiva. Aunque su rostro languideció con una rapidez notoria, si lo reconsideraba, sabía que la posibilidad de que el rey lo hubiese hecho era más lógica.

—Lo hizo para proteger a su pueblo, además estaba bajo presión, nadie está exento de errar cuando no hay el tiempo suficiente para pensar con claridad —justifiqué tratando de sonar empático.

Ella no respondió, mantuvo la mirada gacha y suavizó su expresión, desnudando su debilidad y tribulación. Mi padre era mi héroe, supongo que Sally compartía la misma sensación con el suyo, y justo ahora, aquella idolatría se le desmoronaba, me convertí en su agorero.

Me fundí en el ambiente silente, oteé la actividad a nivel terrenal, todos salían de sus amparos y desfilaban por el camino despejado del centro. Alcé mis cejas con sorpresa al notar a Chuck dirigirse al robusto tronco que sostenía nuestro lugar de trabajo.

Lo llamé con un siseo, él viró sus ojos hacia arriba y formó una sonrisa debilitada en sus labios. Era hora.

—Vámonos —emití, sacando a la ardilla de su ensimismamiento. 

[...]

Mi tío Chuck discursaba desde arriba de una tarima que desempeñaba la labor de un estrado. Tras haber comunicado la llegada de una Acorn a nuestro campamento, el derredor se hinchió en murmullos compartidos entre los oyentes, que se transformaron efímeramente en proferías. Sally y yo permanecíamos escuchando a distancia, ella jugaba con sus dedos y meneaba la cabeza en señal de negación. Las cacofonías la señalaban casi como la culpable de un craso error.

Entonces reconocí su pesar. Sus ojos preocupados me eran familiares, sabía cómo se sentía, rechazada, humillada, juzgada injustamente, sola. No olvidaba los años que había vivido en su misma situación, no se necesitaba ser un genio para caer en la conclusión de que no era un sentimiento agradable.

      Maurice se irguió vehemente y se emplazó al lado de Charles. Escrutó los rostros de quienes lo veían y pidió silencio con parsimonia y respeto en sus palabras, justo como sus padres lo habían educado. En cuanto logró que el conciábulo se enmudeciera dio inicio a su prédica.

—¿En verdad tienen consciencia alguna sobre sus palabras? ¡Por Dios, es una niña! Ella ni por asomo fue quien dio la orden de acabar con los robians —arguyó—. No pueden arremeter en su contra. La sentencian como si su error hubiera sido nacer apellidada Acorn —enfatizó. Posteriormente, tranquilizó su respiración y dirigió su mirada a la acusada.

—El enemigo sigue estando allá afuera, no aquí, no entre nosotros —intervino Charles—. Militares, gobernantes, miembros de la resistencia, civiles, todos perseguimos un mismo propósito: recobrar nuestros hogares, nuestras familias, la paz —discursó—. Robotnik ya nos ha fracturado lo suficiente como para complacerlo con una guerrilla interna —finalizó.

      Los rostros de la muchedumbre se suavizaron uno a uno. Las palabras de Chuck quedaron flotando en el aire. Largos segundos pasaron en silencio hasta que un hombre se decidió a mostrarse solidario y aplaudió en pro de ambos erizos. Pronto, el fragor del encomio refulgó en la mayoría de los concurrentes.

      Maurice sonrió victorioso, observó a su tío y encorvó una ceja con confusión al percatarse de la actitud estoica reflejada en el porte firme del erizo.

      Su sobrino, aunque dudoso, adoptó el comportamiento pétreo de Chuck. No estaba seguro si la lección que infirió le deprimió o le inspiró, si querías liderar no debías de mostrar una imagen endeble. Nadie confiaría en un debilucho para que los protegiera.

____________________________________

      El hombre corpulento se desplazaba por el prolongado pasillo metálico, su frente se arrugada y sus labios se fruncían.

     Los tacones de su par de botas atronaban en el suelo, sosteniendo el pesado cuerpo de Ivo Robotnik. Un autoproclamado doctor de un metro ochenta con un impresionante coeficiente intelectual de trescientos.

     Continuó su trayecto en silencio, frenó estando a un metro del enorme monitor con el que contaba su ordenador. Observó el clip de apenas dos segundos proyectado en su pantalla.

     Endureció la mirada, lo que en un principio le había parecido un incidente causado por la ineptitud de sus secuaces, ahora le daba lugar a diversas especulaciones.

      Inspirado por la rabia, hace un par de días había logrado recuperar lo que a él le gustaba llamar "la caja negra" de su fábrica. Una especie de disco duro con la capacidad de almacenar poco menos de un petabyte. El accidente de los compuestos químicos que consiguieron cortar el suministro de luz eléctrica y la próxima explosión de la infraestructura le parecía una casualidad muy grande.

     Le prestó atención a las grabaciones y le dio seguimiento al robot X-33, un modelo eficientemente funcional tanto como robot de batalla como obrero. El patín hidráulico que éste acarreaba no mostró ningún fallo en la distribución del peso, ni siquiera una llanta floja.

     El filme lo había mantenido embebido por horas, el contenedor con el líquido corrosivo no había caído, la trayectoria solo prestaba lugar a hipótesis como que alguien o algo lo hubiese empujado desde dentro. Era imposible que éso consiguiera escapar de su sistema de vigilancia, incluso en el día del apagón.

     Después de pasar horas haciendo elaborados cálculos, sabía que los vehículos de la milicia no alcanzaban la suficiente velocidad como para surcar toda su fábrica en el poco tiempo que le llevó restablecer la energía con un generador de emergencia. Ni se diga de un mobian.

     Había revisado una multitud de veces los archivos que yacían en su poder, una máquina con tanto potencial nunca había sido mencionada ni en los expedientes del gobierno.

     Robotnik no creía en lo paranormal, los fantasmas le parecían un absurdo método del cerebro por mantener alerta a su propietario, su mente no daba lugar a ideologías religiosas, era un hombre de ciencia y jamás defendería algo que no hubiese sido ponderado.

     Por ahora, su cerebro estallaba ante lo que le parecía una incoherente ecuación v=d/t.

Escrito: 11/01/2020.
Publicado: 31/11/2020.

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Besos en el enese.

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