1.21 | Miles Prower
Maurice se acercó caminando con tranquilidad al habitáculo desordenado de Rotor, recargó su costado izquierdo en el marco de la puerta y percutió la madera con sus nudillos. La morsa, que permanecía absorto en sus inventos, se giró hacia él.
—¿Saliste de tu habitación? Eso es nuevo —volvió a inmiscuirse en su tecnología.
—¿Sabes dónde está Alicia?
—¿Ustedes se pelearon, verdad?
—¿Entonces no la has visto?
—¿Es por Geoffrey?
—Rotor —llamó a regañadientes—. Necesito reportar el estado de mi área.
—¿Apenas? Tardaste más de lo que imaginaba —Maurice suspiró.
—Digamos que algo se me pegó al zapato —la morsa volvió hacia el erizo.
—¿De qué hablas?
—Míralo por ti mismo —apuntó su mirada hacia afuera.
Rotor se levantó de su silla, se dirigió a la puerta y asomó su cabeza. Abajo, un zorro amarillo se paseaba curioso por la villa.
—¿Acaso tiene un hermano siamés sin extirpar o...?
—No tengo idea, pero sí, tiene dos colas —comentó restándole importancia—. Ah, y vuela con ellas.
—¿Qué?
—Iré a buscar a Sally.
Rotor levantó una ceja, confuso por las afirmaciones del erizo, sacudió su cabeza lentamente intentando no darle mucha importancia.
—Como si no tuviera suficiente con un erizo supersónico —quejó dando la vuelta y volviendo a su asiento.
El infante garzo descendió de la casa del árbol, Miles Prower fijó su vista en él, su rostro reflejaba la más pura expresión de exaltación, estaba emocionado por las comodidades en Knothole Village.
Maurice.
—Vamos —indiqué.
—¿Cómo construyeron todo esto tan rápido? ¿Cómo pudieron tener energía eléctrica?
—Definitivamente no fue haciendo preguntas —evadí—. ¿Pasaste toda la horda de Eggman en esa zona?
—Sí, mis padres y yo nos escondimos sin mucho problema.
Los ataques de Robotnik jamás fueron a la región sureste, sino a los lugares más habitados y citadinos. Miles pudo habérsela pasado allí fácilmente sin ser descubierto, siempre y cuando contara con los recursos necesarios.
—¿Y qué hay de tus padres? ¿Siguen allá?
—No tengo idea, habían pocos suministros para los tres, salieron por más hace un par de semanas.
Callé, apreté los labios y desvié la mirada. Miles era incluso más pequeño que yo, su inocencia no le permitía ser consciente de la situación. Sus padres probablemente habrían sido robotizados.
—No sé tú, pero a mí me entra mucha hambre después de correr, ¿qué dices? ¿Me vas a negar un bocadillo? —Alenté.
—¿Tienen cafetería aquí? —Reí.
—Algo así.
Tomé la delantera, él me siguió paseando su vista por el atrio y las viviendas en los árboles.
Paré al llegar al comedor, había olvidado por completo que era la hora en la que el servicio secreto y algunos militares tenían su almuerzo, suspiré hastiado sabiendo que tendría que coexistir a pocos metros de Geoffrey.
Quedé enfrentado del hombre encargado de la cocina, Miles se posicionó a mi lado mientras que yo recargaba mi peso en la barra de aluminio donde servía los alimentos. Él me saludó sonriendo, yo solo respondí asintiendo con la cabeza.
El sujeto sumergió un cucharón en un chafer, posteriormente llenó dos platos desechables con ello. Le proporcioné su alimento a Miles, agradecí, tomé el recipiente y caminé a un voladizo que solía ocupar de asiento.
El zorro se sentó a mi lado con aires tímidos, no protesté y preferí comer en silencio. Una sensación de pesadez me invadió, levanté la vista de mi plato, teníamos la mayoría de las miradas sobre nosotros.
—¿Quién es ese? —Murmuró Miles.
—Un idiota —contesté observando a Geoffrey acércarse con la pierna envuelta en vendas.
—¿Quién te crees tú para desobedecer así? —Reclamó de primera instancia.
—Buenos días —evité burlón.
—Se suponía que tú irías al área noroeste —reí, ¿y eso le pasó por cubrirme?—. No respetaste el acuerdo.
—Alicia no lo respetó desde un principio, yo tampoco tengo por qué hacerlo.
—¿Acaso era miedo de que se te volvieran a escapar? —Azuzó.
—Al menos no acabé pareciendo un rollo de papel higiénico.
—¿Ya terminaron? —Interrogó la ardilla a la siniestra del zorrillo.
Sally intervino en la discusión, sus ojos de súplica acosaron a Geoffrey hasta hacerlo marcharse. Ella se quedó frente a mí y al zorro.
—¿Me explicas? —Pidió con seriedad.
—Me lo encontré por ahí —minimicé.
Alicia frunció el semblante, suspiré sabiendo todo el enojo que escondía ese gesto. Me levanté y dejé mi plato de comida a un lado del zorro.
—Cuídame esto, ya vuelvo.
Ambos nos alejamos del resto, sin cruzar palabra alguna en el trayecto. Ella paró aún escrutando al pequeño desde la letanía.
—Se llama Miles Prower —comencé.
—¿Familia?
—Te iba a pedir que investigaras eso con el ejército robian recuperado, no ha visto a sus padres en dos semanas.
—¿Sabes de alguien más? Además de sus padres.
—No.
—¿Edad?
—Ni idea.
—¿Vivía aquí antes de todo esto? —levanté los hombros— ¿No has investigado nada?
—Después de preguntarle por sus padres imaginé que el resto también sería triste y a mí no se me da bien eso de aconsejar —expliqué ahogando una risilla. Ella me barrió con una mirada de desdén.
—Pues tendrás tiempo para aprender.
—¿De qué hablas?
—Se quedará contigo.
—¡Eh? Ya he perdido la cuenta de cuántas veces he estado a punto de morir en este último mes, no cuido ni de mí ¿cómo voy a quedarme con esa cosa?
—No es una cosa, tómalo como un —movió su mano en círculos—... Hermano menor, quizá.
—Si te parece tan fácil ¿por qué no lo cuidas tú? —Rio cubriendo sus labios con su mano.
—No puedo, ¿olvidas que yo me encargo del papeleo? —Repitió yéndose.
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A miles de kilómetros de distancia, las rodillas de Amy permanecían sobre los asientos levemente acolchados de la ruta 14 del tren. Apoyó sus manos en el respaldo y fijó su mirada en los impresionantes panoramas urbanos a través de la ventana.
Vanilla desprendía un aura melancólica, dirigió su vista al suelo y sonrió con debilidad. Aún le costaba asimilar su nueva vida.
El tren cruzó sobre un puente, ofreciendo los paisajes más escultóricos jamás vistos por los ojos de la eriza. Los altos edificios repletos de luces deslumbrantes se reflejaban en las sosegadas aguas del mar. Habían arribado a la metrópoli, Station Square.
El transporte frenó y las puertas se abrieron. Vanilla elevó su cabeza por primera vez en el viaje. Ambas féminas se levantaron del asiento, la mayor contó con la ayuda de una noble pasajera, su situación le daba una respuesta de amabilidad instantánea.
La señora Vanilla asió la mano de la eriza y salieron del vagón. Los ojos verdosos de Amy se vieron abrumados por la elegancia de la estación central. Descendieron por las pulcras escaleras de tramo, cuyos peldaños se hallaban forrados con mosaicos que simulaban la textura del mármol. La mole estructura era sostenida por gruesas columnas jónicas blanquecinas
Las multitudes caminaban apresuradas de lado a lado, abordando y bajando de los trenes, comprando boletos, y peleando en la taquilla. El ambiente percibido era diligente y estresante, como toda urbe.
Afuera de la central, una larga fila de taxis aguardaba por pasajeros. Las dos subieron a un vehículo; Vanilla, con notorio alivio, le dio las indicaciones. Amy permaneció pegada a la ventanilla, analizando cada tramo de la ruta: la glorieta con vista al mar, las calles perfectamente asfaltadas con áreas verdes en medio, los altos y amplios edificios, los comercios y el inmenso casino.
—Es aquí —instruyó Vanilla.
Amy abrió la puerta del automóvil, la coneja pagó y salió. La mirada de la eriza fue de arriba a abajo, formó un resquicio con sus labios observando su nuevo hogar.
La coneja sonrió por el carácter curioso de la infante, caminaron a través de una puerta giratoria. La planta baja compartía el espacio con una recepción de mínimas dimensiones y una pequeña cafetería.
Tomaron el ascensor, Vanilla pulsó el botón correspondiente al piso número 7. Las puertas se cerraron, la mayor presentaba un par de ojos apagados y una actitud ennegrecida. Amy asió su mano y se recargó con cautela en su torso, consiguiendo formar una sonrisa en el rostro de la adulta.
Las puertas se explayaron, caminaron por el pasillo a lo largo de dos habitaciones más, pararon en la tercera. Vanilla introdujo las llaves con su mano temblorosa, las giró, descorrió el cerrojo y empujó la madera. Soltó un suspiro y llevó su mano a su mentón. Había vuelto a casa sin tener un hogar.
—Bienvenida a casa, Amy.
[...]
—¿Y? ¿En qué resultó la reunión de exnovios? —Indagó Rotor.
—Que a partir de hoy soy niñero —respondió frustrado—. Antes no tenía un colchón, después, en Mercia tuve que dormir en el suelo. Y ahora que por fin tengo una cama, tengo que compartirla con ese enano.
—No seas exagerado, el chiquillo apenas y mide lo de una caja de zapatos.
—¿Insinuas que lo haga dormir en una? No por nada tú y Cyrus son los genios aquí.
—¡No lo metas en una caja!
Maurice se despidió con una sonrisa divertida. Buscó a Miles con la mirada, bufó hastiado al percatarse que Sally dialogaba con él. Caminó hacia ellos manteniendo una actitud indiferente.
—Vamos, chico —llamó—, te voy a presentar al pobre diablo que te cuidará —siguió de largo, caminando a su habitáculo.
—¿No me ibas a cuidar tú?
—De eso hablo.
Sally puso los ojos en blanco por el comportamiento inmaduro del erizo. Sin embargo, no protestó y se despidió del zorro, permitiéndole ir tras él.
Maurice y Miles cruzaron el atrio sin intercambiar palabra alguna. El menor se encontraba fuertemente emocionado por lo que implicaría tener al cobalto de compañero de cuarto. Quizás se harían más cercanos, aprendería a ser como él.
—Si nos hacemos amigos ¿puedo ser tu compañero de aventuras?
—No.
—Piénsalo, sería divertido, como Batman y Robin.
El erizo se frenó delante de la escalera de madera incrustada al tronco del árbol. Posó sus manos en los travesaños y se giró hacia Miles antes de subir.
—¿Si sabes que Batman siempre reemplaza a sus Robin porque lo abandonan o mueren, no? —El zorro permaneció en silencio.
—Me gustaría intentar corregirlo pero no leo historietas —Maurice ahogó una risa.
—Ya déjalo así.
El erizo garzo subió por la escalerilla, Miles prefirió elevarse con su par de colas, llegando a la cima antes que Maurice.
"Qué envidia ser un helicóptero andante" pensó.
Ascendió y se incorporó sobre el voladizo que se hallaba frente a su habitación. Abrió la puerta, ingresó siendo seguido por el zorro.
—¿No tienes tu cama pegada a la pared? ¿Qué eres? ¿Un psicópata? —Compartió su observación.
—¿No te caes de la cama o sí? —El zorro se encogió de hombros.
Maurice exhaló con pesadez, pasó sus dedos por su rostro, frotándolo con frustración. Colocó sus manos en el armazón de la cama y empujó hasta dejarla junto al muro.
Miles inmediatamente se arrojó al colchón, apropiándose del lado derecho de la cama. Maurice últimamente cargaba con una sensación mortecina; exhausto, apagó la luz y se recostó en el lado contrario.
—Siempre me he preguntado... En promedio, ¿cuántos insectos te tragas mientras corres? —Interrogó. Maurice ignoró su cuestión—. Por cierto, ¿cómo haces para correr sin usar un antifaz, gafas o algo en los ojos? ¿No te arden con el viento?
—¿Siempre haces tantas preguntas?
—Por lo general sí.
El erizo cubrió su rostro con la almohada, enfurecido por el lío en el que lo había metido Sally.
Pasados los minutos, consiguió que Miles conciliara el sueño y le permitiera descansar. Cerró sus ojos con alivio y se acomodó pasando un brazo por detrás del almohadón.
Sin aviso alguno, una fuerte patada llegó a su espalda. Él se giró, su contrario seguía completamente dormido. El zorro murmuró galimatías.
—¡Y encima es sonámbulo!
"Soy alguien bueno, no me gusta la violencia, ayudo a los demás. ¿Qué pecado estoy pagando?" Se cuestionó sintiendo una segunda patada.
El erizo aún no era consciente que, frente a todos sus enemigos, el mayor desafío que enfrentaría sería la fraternidad.
Escrito: 12/07/2020.
Publicado: 20/02/2021.
Encuentra una extensión a este capítulo en el apartado 4 de Quince Canciones;).
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