Capítulo 8: Matonaje
Regresar al club de lectura era igual a subir al edificio más alto de la ciudad a sabiendas que tenía vértigo.
La idea de reencontrarme con Arnar me tenía los nervios de punta. Me había prometido dejar lo que sentía por él bien guardado en un cajón con llave y todo. Con solo imaginarlo, ese cajón se transformaba en una ridícula caja de cartón mojada, a punto de desmoronarse.
Esa tarde, el club estaba lleno de risas y conversaciones que se mezclaban con el cálido aroma a madera. Gretta no estaba pues una gripe fuerte la había dejado fuera toda la semana. Entré y saludé a mis compañeros rápidamente pero mis ojos no podían evitar buscar a Arnar. Cuando lo vi al fondo, en su esquina de siempre, nuestras miradas se encontraron y una complicidad silenciosa llenó el lugar, como si el mundo se redujera solo para nosotros.
—Hola, Brida —dijo acercándose con esa sonrisa que desarmaba cualquier defensa—. Me alegra verte por aquí.
—Hola —respondí intentando que mi voz sonara tranquila.
La atracción entre nosotros era obvia y aunque trataba de mantener mi resolución, sentí mi corazón acelerarse.
La reunión se desarrolló en un ambiente ligero, lleno de buena onda, aunque flotaba una latente tensión en el aire. Arnar se sentó a mi lado y, cada vez que nuestros brazos se rozaban, un escalofrío me recorría como si tocara una corriente eléctrica.
Mientras charlábamos sobre el libro del mes, sus comentarios y la forma en que su mirada se iluminaba al hablar sobre literatura e historia me hacía olvidar todo.
La idea de mantener distancia se volvía cada vez más difícil. La conexión entre nosotros era tan fuerte que, por más que intentara, no podía evitar sentirme cada vez más cerca de él.
Sin embargo, había algo incómodo: la mirada de muñeca diabólica que me daba Maya. No pestañeaba ni un segundo observando cada vez que sonreía o hablaba con Arnar. Su atención era milimétrica y eso me molestaba.
Llegó el momento del sorteo de las parejas para el intercambio de lectura y Maya aprovechó la ocasión para obligarme a ponerme de pie y ser la anfitriona de la tómbola, sentarse junto a Arnar e impedir que volviésemos a conversar.
Fue así como me tocó con Silvestre esa semana y comencé a conocerla mejor, a descubrir mi gusto por las novelas policiales sobre asesinos en serie y a entender su historia con Aaron.
Con su cabeza mitad rapada y su ropa desgastada que gritaba "punk" por todos lados, Silvestre parecía ruda pero, en cuanto abría la boca, sus palabras siempre tenían una dulzura inesperada. Era una chica con un corazón enorme, que, simplemente por vestirse como quería y amar a quien amaba, había sido rechazada por su familia.
Aaron, su novio, era trans y la familia de Silvestre nunca aceptó la relación. Ante la negativa de su hogar, decidieron fugarse juntos y ambos vivían en la Universidad trabajando medio tiempo en un McDonald's para poder costear sus cosas. De esa forma iban armando su propio camino, algo muy valiente y digno de admirar.
Al terminar la sesión, me quedé conversando con ambos sintiéndome extrañamente tranquila mientras Arnar y Maya organizaban unos libros al fondo del auditorio.
De repente, la puerta del auditorio se abrió de golpe y tres figuras entraron al salón sin previo aviso. Sus chaquetas lo decían todo: eran jugadores del equipo de fútbol de la universidad.
—¡Ey, tropa de nerds, necesitamos este lugar, así que largo! —soltó el líder del trío, un tipo alto y bastante guapo con una expresión de "aquí mando yo".
La furia me subió de golpe. Sin pensarlo, di un paso al frente y le sostuve la mirada.
—Oye, idiota, ¿qué te crees? Este es el espacio del club de lectura — lo encaré plantándome frente a él con los brazos cruzados.
La sala quedó en silencio. Algunos me miraban sorprendidos mientras que otros parecían contener la respiración. Me dieron a entender que enfrentarme a él había sido la decisión más insana de mi vida.
—Y tú, defensora de los pobres, ¿de dónde saliste? —me soltó, con una sonrisa burlona, mirándome como un bicho raro.
—Vete —le respondí, firme.
—No sabes con quién te estás metiendo —dijo acercándose demasiado en un intento por intimidarme.
Antes de que pudiera responderle, escuché la voz de Arnar a mis espaldas, calmada pero cortante.
—No, tú no sabes con quién te estás metiendo —dijo acercándose a mi lado.
—¿Miren quién está aquí? ¿Qué haces entre estos frikis, Satanás? —dijo el recién llegado lanzando una risa sarcástica.
—Desaparece, Rino. Este es el espacio de mi club —dijo Arnar poniéndose frente a mí como un escudo.
—¿Tu club? —repitió Rino fingiendo sorpresa.
—Ya lo oíste. No quiero verte molestando a nadie aquío te aseguro que te quedarás fuera de las canchas otro mes más —le advirtió Arnar.
El rostro de Rino pasó por varios tonos y con una mueca de resignación, les hizo una señal a sus dos matones para que salieran del auditorio. Se fueron sin decir más.
—¿Estás bien? —me preguntó Arnar.
—Asqueada pero bien. ¿Quiénes se creen? —respondí, mientras él sonreía.
—Los dueños de la facultad, al menos en sus mentes. Se creen intocables —comentó encogiéndose de hombros.
—Unos completos cabrones hijitos de papá —solté con más rabia de la que planeaba. Arnar rió
—No deberías contestarle así, Brida: ese tipo es un mafioso —intervino Silvestre, preocupada.
—No me da miedo —le respondí—. Es solo un niño que...
Un golpe fuerte en la puerta me interrumpió y todos nos volvimos a mirar. Alexa, la novia gótica de Arnar, entró corriendo al auditorio.
—¡Arnar! —gritó buscándolo con ojos desesperados.
—¿Qué pasa? —preguntó él acercándose rápido.
—Rino... —dijo ella, agitada—, nos echó del salón de ensayo y ¡está golpeando a Freddy!
—¡Hijo de puta! —exclamó Arnar y salió disparado hacia la puerta con Alexa pisándole los talones.
Nos quedamos todos petrificados sin saber si seguirlos o quedarnos en el auditorio. Finalmente, Maya tomó sus cosas y salió también sin dudar.
—Rino es un malnacido, homofóbico y siempre está en contra de las tribus de la facultad —me explicó Silvestre—. No es la primera vez que se enfrenta con los góticos. Arnar es el único que logra mantenerlo a raya.
Me quedé ahí, preocupada, imaginando qué tipo de técnicas usaría Arnar para "mantener a raya" a un tipo como Rino. Tal vez aplicaba la ley de la selva y, a juzgar por su determinación, estaba claro que Arnar tenía todas las de ganar.
Pasaron diez largos minutos de silencio y tensión hasta que Maya entró al auditorio con un chico pálido y golpeado, con el labio roto.
—¡Mierda! ¡Freddy! —exclamó Silvestre corriendo hacia la entrada.
Todos nos hicimos a un lado para que Freddy se sentara mientras yo sacaba un pequeño botiquín de mi mochila (sí, ese arsenal de "mamá precavida" que siempre llevo a todas partes). Saqué una gasa, antiséptico y me acerqué al chico.
—¿Me dejas limpiarte el labio? —le pregunté.
Freddy levantó la vista, mirándome algo sorprendido y luego asintió. Le tomé el mentón con cuidado y empecé a curarlo. Tenía el labio roto y se sujetaba las costillas.
—¿Puedes respirar bien? —indagué.
—Estaría muerto si no, ¿no? —respondió en un susurro.
—Respira hondo, lo más hondo que puedas.
Él lo intentó y se quejó de inmediato.
—Deberías ir al hospital: podrías tener las costillas rotas.
—¿Eres médico o qué? —soltó Maya algo impaciente.
—Sé primeros auxilios —le respondí. Justo cuando la puerta volvió a abrirse y Arnar entró acompañado de Alexa.
—¡Arnar! —exclamó Maya saltando de su asiento y corriendo hacia él.
Arnar estaba sudado y con los nudillos destrozados pero sin un rasguño en el resto del cuerpo. Al verlo, la preocupación se me disparó y me acerqué de inmediato.
—¿Qué pasó? —pregunté sin pensarlo demasiado, tomando sus manos entre las mías para empezar a limpiarle los nudillos.
Alexa y Maya me lanzaron miradas asesinas, como si tocar las manos de Arnar fuera un sacrilegio. Él, en cambio, me dedicó una sonrisa de medio lado y se dejó cuidar disfrutando visiblemente de la situación.
—No pasó nada —respondió Arnar con aire despreocupado—. Solo que a Rino se le estropeó su cara de niño bonito, nada más.
—Menos mal que llegó Arnar porque Rino estaba a punto de destrozar al pobre Freddy —intervino Maya apartando mis manos de las de su "amigo" sin mucho disimulo.
—Arnar es nuestro protector —añadió Aaron acercándose con una sonrisa.
—Siempre estaré para ustedes, lo saben —respondió Arnar y todos asintieron como si estuvieran ante su héroe personal.
De alguna manera, Arnar era el pegamento que mantenía unida a esta peculiar comunidad en un campus plagado de prejuicios. Me quedé pensando en la responsabilidad que él había asumido como "perro guardián" de los grupos marginados de la universidad.
—Freddy, ¿cómo estás? —preguntó Arnar acercándose a él, preocupado.
—Costillas rotas, según la sabelotodo —dijo Freddy apuntándome con la mirada.
——Voy a llevarte al hospital, Freddy —le respondí ignorando la indirecta.
—¿De verdad puedes? —preguntó Arnar.
—Claro que sí.
En ese momento, la puerta del auditorio se abrió de nuevo y una chica tan pálida como Freddy entró corriendo.
—Ivy, tranquila, no te alteres —le dijo Arnar apenas la vio.
La chica no escuchó absolutamente nada. Al ver a Arnar cerca de Freddy, lo empujó sin pensarlo haciéndose espacio para examinar de cerca al chico golpeado.
—Hermano, ¿cómo te sientes? —le preguntó tomándole las manos—. Estás temblando.
—Estoy bien, Ivy.
—Puedes estar muriéndote y siempre dirás lo mismo —lo regañó ella.
—Lo llevaremos al hospital —intervino Arnar poniendo una mano suavemente en el hombro de Ivy pero ella lo paralizó con una mirada fulminante.
—Arnar, tú te quedas aquí —dijo Maya sumándose a la conversación—. Deja que Freddy vaya con su hermana y Brida al hospital.
Arnar me miró buscando mi aprobación y yo asentí.
—Vamos, chicos —dije dirigiéndome a Freddy y a su hermana. Me puse la mochila al hombro y me despedí.
Antes de salir, miré hacia atrás y vi a Alexa y Maya rodeando y acariciando a Arnar, como si le rindieran pleitesía a un emperador. La escena me pareció algo absurda y también me hizo sentir un poco excluida. Yo no pertenecía a ese círculo de adoración.
Ivy y Freddy subieron a mi auto y partimos rumbo al hospital. El silencio reinaba en el interior; por el retrovisor, vi a Ivy secándose las manos nerviosamente sobre sus rodillas. Mientras a mi lado, Freddy, apoyado contra la ventana, respiraba con dificultad.
—Gracias —susurró Freddy medio ido.
—Fred, por favor, no te desmayes ahora, ¿sí? —le rogó su hermana desde el asiento trasero, asomándose hacia adelante.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Freddy sufre de lipotimia; se desmaya cuando se altera emocionalmente.
—Entonces, mejor acelero —dije presionando el acelerador—. Freddy, escúchame, quédate conmigo.
Freddy levantó la mirada, intentando enfocarse en mí.
—Dime algo. ¿Qué es lo que más te gusta hacer? —le pregunté buscando mantenerlo consciente.
—Escribir.
—¿Qué escribes? —Mi voz sonaba tensa.
—Canciones... y novelas de ciencia ficción —respondió antes de empezar a desvanecerse de nuevo.
—¡Freddy, hey! ¿Cómo se llaman tus novelas? —le pregunté. El hospital ya estaba a la vista.
—Anormal e Inmoral...
—¿Y cómo se llama tu hermana, Freddy? —le insistí.
—Ivy... —murmuró, casi perdido.
—¡Llegamos! Vas a estar bien.
Bajamos del auto y los acompañé a urgencias. Ingresaron a Freddy de inmediato, como si ya conocieran su historial médico. Ivy se despidió de mí con un abrazo y luego regresé a casa.
Mientras conducía, no dejaba de pensar en cómo Arnar, un tipo rudo que se llamaba a sí mismo tirano, podía ser el primero en ponerse al frente para proteger a los demás. Esa dualidad en él me intrigaba.
«¿Qué esconde detrás de esa imagen de chico malo?»
Al llegar a casa, revisé el teléfono y encontré un mensaje de Arnar.
Solté una risa boba y me dejé caer en la cama mientras pensaba en sus manos y me preguntaba si serían tan hábiles acariciando como lo eran para dar golpes. La idea de que pudiera ser un experto en ambas cosas me hizo sonreír antes de caer en un sueño profundo.
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