Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2: Intercambio


La curiosa bienvenida al club me rondó en la cabeza por días. 

Gretta estaba emocionada de que, al fin, seríamos compañeras en ese grupo al que tanto me insistió unirme. Decía que me haría bien, que necesitaba algo así para desconectar. Y tenía razón. Mi vida últimamente parecía un mal guion de novela dramática de las que ni Netflix aceptaría producir.

Lidiar con los problemas de la adultez resultaba agotador. A veces desearía poder congelar el tiempo en mis años de facultad, cuando lo más estresante era el examen final y el villano más temido era ese profesor baboso. Ahora, en cambio, lidiaba con mi ex, que, curiosamente (y ahora que lo pienso, un tanto irónicamente), resultó ser el padre de mi hija. Sorpresa, sorpresa.

Hasta escribir sobre esto me aburre. En serio, la adultez puede ser tan increíblemente tediosa que esto explica por qué todavía leo fanfics adolescentes.

Quizás esa sea también la razón por la que escribí una novela romántica. Un poco para evadirme de mi vida y otro tanto para reírme de mis propios dramas. Pero ese manuscrito nunca se lo pasé a Gretta. Me daba demasiada vergüenza. Ella me conocía tan bien que leería entre líneas y me dejaría al descubierto. No me juzgaría, claro. Pero tiene un talento especial para hacerlo gracioso y fastidiarme un poquito.

En eso pensaba mientras me dirigía a la segunda sesión del club de lectura. Entré al auditorio y, como siempre, el lugar tenía ese aroma tan peculiar, mezcla de papel viejo y madera. Me tranquilizaba. ¿Sería porque lo asociaba con cosas buenas?

¿Cosas buenas? Ahí estaba una de ellas, en medio del auditorio, Arnar. Absolutamente solo, sentado en el suelo, con sus audífonos puestos, vestido de negro como siempre. Leyendo.

Ni me escuchó entrar. Decidí no interrumpirlo y busqué mi teléfono para mandarle un mensaje a Gretta. Por supuesto, ella brillaba por su ausencia. Puntualidad y Gretta no eran amigas, claramente. Revisé la hora y...«¡recórcholis!», esta vez la impuntual era yo. Había llegado antes.

—¿Qué haces? —escuché una voz justo detrás de mí, y casi me da un infarto.

—¡Mierda! —exclamé, soltando el teléfono, que cayó al suelo como si fuera de plomo y retumbó por todo el auditorio.

—Tranquila, soy yo —dijo Arnar, riéndose mientras recogía mi teléfono del suelo.

—¡Ay, qué susto! Pareces un ratón de biblioteca silencioso —le dije, tratando de sonar relajada, aunque mi corazón todavía hacía cardio.

—¿Ratón? Creo que soy más grande que un ratón, ¿no te parece? —respondió, esbozando una sonrisa de medio lado.

—Bueno, vale, quizás un ratón mutante de gimnasio —dije, devolviéndole la sonrisa, mientras intentaba guardar el teléfono con un mínimo de dignidad.

Arnar se alejó riendo en busca de su mochila, y mis ojos, muy poco profesionales, decidieron seguirlo. ¿Qué puedo decir? Su espalda y su trasero guardaban perfecta armonía con el resto de su cuerpo, mientras sus pasos marcaban el ritmo de mi minucioso escaneo.

Tan alto, rudo y con esos tatuajes que contaría una y mil veces deslizando mis dedos por cada uno de ellos...

«¡Detente, Brida!» me dije, mientras intentaba disimular mi escrutinio.

Entonces dio media vuelta y, justo cuando él volvía hacia mí, ambos volteamos al escuchar la puerta abrirse. Silvestre, Aaron y Maya entraron en fila india. En cuanto Maya vio a Arnar, se iluminó como un árbol de Navidad y, sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre él como un canguro desbocado, abrazándolo con todo el entusiasmo del mundo.

Silvestre y Aaron lo saludaron con los puños antes de acercarse hacia mí.

—¿Qué hacías con Arnar? —preguntó Maya de repente, descolocándome.

—Pues, trataba de atrapar a un ratón —respondí sin pensarlo mucho.

Arnar soltó una carcajada, mientras que Maya, sin entender la broma, me miraba confusa. Eso solo hizo que me diera más risa.

«Qué niña tan tonta y celosa»

Mis pensamientos no duraron mucho, ya que la llegada de un segundo grupo, entre ellos mi amiga Gretta, los interrumpió.

Nos sentamos en círculo mientras Gretta me explicaba cómo funcionaba el club. Cada integrante compartía un escrito con su pareja, y juntos decidían cuánto leerían. Las parejas se sorteaban con una tómbola, y teníamos tres sesiones, de una hora y media cada jueves, para completar la lectura. Al final, la pareja presentaba su opinión del texto frente a todo el grupo, lo que daba pie a comentarios y retroalimentación.

«¡Qué organización!»

Ese día era el sorteo de parejas, así que pusieron la tómbola de cristal en el centro. Todos escribimos nuestros nombres en un papel, lo colocamos dentro, y luego fuimos sacando los nombres uno por uno. Si te tocaba a ti mismo, tenías que devolver el papel.

Cuando llegó mi turno, me levanté, saqué un papel y volví a mi lugar. Lo desplegué entre mis manos, y ahí estaba: "Arnar", con unos símbolos extraños que no lograba descifrar, dibujados al costado de su nombre.

Los nombres de la tómbola se acabaron y ya todos teníamos pareja. Las butacas comenzaron a moverse mientras los demás se acomodaban junto a sus compañeros. Yo recogí mi mochila y, cuando levanté la vista, vi que Arnar venía directo hacia mí.

—Peque, me tocó contigo —dijo, como si nada.

—A mí contigo —respondí, conteniendo una pequeña sonrisa.

—Genial.

—Podrías no decirme "peque". Soy mayor que tú —le contesté, sintiendo un leve fastidio.

—A todas les digo "peque", todas son más bajas que yo.

—Pues no me digas "peque", y ya —insistí.

Él se encogió de hombros, claramente no le importaba lo que acababa de pedirle.

—¿Y bien? ¿Qué leeré? —preguntó mientras acomodaba dos butacas, una frente a la otra, como si fuera lo más natural del mundo.

—Tengo una novela romántica. Creo que no es tu estilo, pero es lo que hay.

—¿Y por qué dices que no es de mi estilo? —preguntó, arqueando una ceja.

—No te imagino siendo romántico —respondí, encogiéndome de hombros.

—Tienes razón —dijo, riendo y sentándose con esa despreocupación que parecía innata en él, mientras señalaba la butaca frente a él para que tomara asiento.

—¿Y yo qué leeré? —pregunté, acomodándome en la silla.

—Fantasía.

—¿Fantasía? —repetí, entre sorprendida y divertida—. ¿Escribes fantasía? —No pude evitar un gesto de incredulidad, que al parecer le hizo gracia.

—Sí, y girl love —respondió sin mirarme, con despreocupación.

Sacó un papel arrugado de su mochila para luego dármelo.

—Mis novelas son extensas, si quieres sólo lee el comienzo y expones eso —me sugirió amablemente.

—No, la leeré completa.

—Está bien. Yo leo muy rápido.

—Yo también —respondí, entregándole mi escrito.

—¿Quieres competir conmigo, peque?

—¡Deja de llamarme peque! —le dije, sintiendo cómo su risa solo hacía irritarme más.

—Nunca podrás ganarme.

—Hazme un reto —respondí, segura de mis capacidades.

—Eso tendrá consecuencias.

—No me importa, te ganaré igual.

—No lo harás, nadie me gana —dijo con una confianza desbordante—. Te reto a que no te enamores de mí.

—Oye, mister ego. Eres un niño, podría ser tu madre.

—Pues serías mi mamacita —contestó seriamente.

—¡Arnar! —dije, fingiendo molestia, aunque por dentro me moría de risa. Obvio, no debía enterarse de cuánto me fascinaba su descarada forma de coquetear.

—¿Brida? —respondió como si nada, cogiendo su mochila y sacando de ella sus audífonos, como si no hubiera revolucionado mis hormonas con su coqueteo infantil, como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal a una mujer que apenas conocía.

Se puso los audífonos y comenzó a leer mi escrito, mientras yo hacía lo mismo con el suyo. La introducción fascinante a un mundo de dioses y magia me envolvió desde el inicio. Era asombroso cómo narraba y cuánto conocimiento tenía sobre todo lo que contaba. Quedé hipnotizada con los primeros tres capítulos que leí.

Al alzar la vista, vi que Arnar reía, pero no de mí, sino de lo que había escrito en mi novela. Era evidente: mi historia era una comedia y estaba diseñada para hacer reír. Entonces, levantó la mirada y fijó sus ojos en los míos, y en ese momento, sentí un cosquilleo en el estómago.

—¿Pasa algo? —preguntó Arnar, quitándose los audífonos y mirándome con curiosidad.

—Estudiaste mucho para escribir tu novela, es sorprendente —le dije, genuinamente impresionada.

—Soy historiador —respondió, volviendo a colocarse los audífonos.

—Pensé que era un chiste cuando te presentaste en la sesión pasada.

—No, es real —replicó, con una sonrisa que dejaba entrever su tranquilidad.

Ese chico tenía un imán poderoso; no podía dejar las cosas así, quería saber más de él. Así que, en un arrebato, toqué su mano. Arnar se quitó los audífonos de nuevo, mirándome con interés.

—¿Qué escuchas? —le pregunté.

Deathcore. ¿Quieres escuchar? —ofreció, y sin pensarlo mucho, asentí.

Cambio sus headphones por unos audífonos inalámbricos para compartir; me pasó uno y se quedó con el otro. Puso play, y de repente, el auditorio se llenó con unos sonidos impresionantes, acompañados de la voz gutural de un cantante que, según yo, estaba a punto de morir calcinado.

—Es algo intenso —dijo, con total despreocupación.

—Y, ¿esto te relaja para leer? —pregunté, levantando una ceja mientras la música retumbaba en mis oídos.

—Es lo que más me relaja, pero entiendo que no es precisamente música para dormir bebés. Déjame buscar otra cosa —dijo Arnar, navegando por su playlist mientras su mirada se iluminaba con cada canción que reconocía.

Era evidente que Arnar era un erudito en música. Estudiaba una maestría en historia de la música, y su conocimiento parecía no tener límites. Era como una enciclopedia con piernas (¡vaya que piernas!), y me dejaba fascinada con cada dato que compartía.

Conversamos durante más de media hora sobre nuestros gustos musicales, explorando cómo la música había influido en nuestros escritos. Hablamos de bandas sonoras que nos habían marcado, de películas que nos habían hecho sentir y de libros que habían resonado con nuestras melodías favoritas.

A medida que la sesión avanzaba, me di cuenta de que solo habíamos discutido sobre música, y no habíamos hecho ningún progreso en la lectura de los escritos del otro. Así que, la mini Brida malvada se asomo por un costado de mi cabeza y me hizo sugerirle a Arnar que siguiéramos leyendo entre sesiones y que comentáramos lo que íbamos avanzando antes de la próxima reunión del club.

—¿Te parece? —pregunté, fingiendo despreocupación

—Claro, suena bien —respondió, mientras tomaba su teléfono y me lo pasaba—. Aquí tienes.

Así obtuve su número de teléfono.

«Eres una descarada, es menor que tú», me repetía a mí misma por inventar excusas tontas para justificar la solicitud. Pero había algo en su forma de ser que desafiaba mis nociones preconcebidas. Era como un magnetismo que atraía mis pensamientos y me hacía olvidar las barreras de la edad.

Al salir del club, sentí un ligero cosquilleo en el estómago. A pesar de ser la madre responsable y la adulta sensata, había algo que me invitaba a explorar esta conexión, a ver hasta dónde podría llevarnos.

Así fue como llegué a mi casa, con el escrito de Arnar en mis manos. Después de acostar a mi hija, darle su beso de buenas noches y asegurarme de que estuviese dormida, me dispuse a seguir leyendo esa maravillosa fantasía, con una sonrisa dibujada en mi rostro.

Tal vez, solo tal vez, este intercambio literario podría llevarnos a descubrir más de lo que ambos esperábamos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro