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Capítulo 15: El más grande tal vez

Nunca entendí por qué la gente tenía una obsesión con los centros comerciales. Para mí siempre fueron parques de atracciones para adultos: música repetitiva, descuentos que no lo eran y filas interminables. Arnar, sin embargo, parecía tener otra razón para odiarlos y me lo explicó con una cara que parecía salida de una tragedia griega.

—La vi, Brida. A ella. —Su voz tenía la seriedad de alguien que acababa de presenciar un asesinato.

No hacía falta preguntar quién era ella. Lo supe en cuanto se dejó caer en el banco del parque con las manos alborotándose el cabello, al punto de parecer que buscaba quedarse calvo.

—¿Lady A.? —pregunté más para confirmar mi habilidad de leer mentes que por verdadera duda.

Él asintió y comenzó su relato, un capítulo de su vida que dejaría en ridículo al mejor guionista de telenovelas.


Flashback patrocinado por Arnar

Arnar tenía 17 años cuando conoció a Lady A., su novia. Para él, fue amor a primera vista. Para mí, más bien parecía el resultado de un exceso de drogas y rock and roll.

Él tocaba la batería en una banda de death metal local, de esas donde todos sueñan con ser estrellas. Astrid, conocida en el mundo de las bandas como Lady A., estaba siempre allí aplaudiendo en primera fila

Lady A. fue quien le enseñó a Arnar a creer en el amor. Con solo estar cerca logró sanar algunas de las cicatrices de su pasado, ayudándolo a superar las sombras de experiencias complicadas con mujeres, incluida una situación de abuso bastante oscura en su adolescencia.

Por esas malas experiencias, Arnar solía decir que tenía muchas razones por las que podría odiar a las mujeres. Después de todo, sus abusadoras en la infancia y adolescencia habían sido... mujeres.

La conoció y se enamoraron perdidamente, un amor que él juraba sería eterno. El tipo de amor que pensaba que duraría toda la vida.

—Era perfecta, Brida. —Sus ojos brillaban mientras recordaba.

—¿Perfecta tipo "modelo de revista" o tipo "sabe cocinar pancakes sin quemarlos"?— le pregunté intentando bajarle el tono romántico a la conversación. Me ignoró.

La banda tuvo su gran oportunidad: telonear a un grupo famoso. Arnar estaba en las nubes pensando que era el inicio de su ascenso al estrellato. Allí también estaba Lady A., siempre apoyándolo... o eso parecía.

—Ella se fue con ellos, Brida. Con la banda famosa. Esa misma noche. —Arnar bajó la mirada y pude ver que aquel recuerdo todavía le pesaba.

Eso no fue todo. Porque claro, la historia no podía quedarse en "me engañó y me dejó", no. Lady A. tenía que añadirle drama: mintió. Les dijo a sus amigos que Arnar había abusado de ella.

—¿Y qué pasó? —pregunté preparando mi cara de indignación nivel diez.

—Unos idiotas me buscaron y me golpearon. Terminé en el hospital.

Arnar recibió tales golpes que casi lo matan. Le dejaron cicatrices que no solo le recordaban ese momento, sino que se convirtieron en marcas permanentes en su cuerpo y su alma.

Fin del flashback patrocinado por Arnar


—¿Y ahora qué? —le dije intentando procesar cómo alguien podía seguir pensando que su ex era "el amor de su vida" después de todo eso.

—Nada. Solo verla me dejó mal. Es como si todo volviera, ¿sabes?

Arnar se encogió de hombros pero sus ojos seguían clavados en algún punto del parque, como si su ex fuera a aparecer de nuevo entre los árboles.

—Yo la amaba, Brida, y aún la sigo amando. Jamás amaré a nadie como la amé a ella —dijo de golpe, con esa honestidad que me partía el alma. Mi corazón volvió a romperse en pedazos.

—Te hizo mucho daño, Arnar —le recordé.

—Lo sé, pero hasta eso le perdonaría. Brida, no es justo, esto no es justo.

—¿Qué es lo que no es justo?

—Nunca podré amarte como amé a mi ex y tú no mereces migajas de amor.

Ese golpe dolió más de lo que esperaba. Cada palabra de Arnar fue un pinchazo directo a mi ego y aguanté aquello como toda una deportista de alto rendimiento.

Quise decir algo pero las palabras parecían atascadas en mi garganta. Aun así, me tragué todo eso.

—Arnar yo quiero estar contigo. No me importan las migajas. Estoy enamorada de ti, ¿no entiendes?

Él me miró con una expresión de tristeza y culpa.

—Amor, no puedo olvidarme de ella. No puedo garantizarte que serás más importante que ella.

—¡Pero ella te engañó, te lastimó! —exclamé, perdiendo el control por un momento.

—No la puedo superar —dijo en voz baja—. Esa es la razón por la que no puedo amar a nadie. Solo la amo a ella. Verla me destruyó.

Quise abrazarlo y alejarlo al mismo tiempo. Estaba ahí, frente a mí, roto y atrapado en un amor que nunca lo había merecido y al cual seguía queriendo, incluso sabiendo que nunca sería suficiente.

No podía culparlo. El amor no se apaga de un día para otro y lo de Lady A. para él, no era amor, era una llama que seguía ardiendo y consumiéndolo desde adentro. Yo estaba ahí con mi corazón hecho trizas pero con una decisión que dolía tanto como sanaba: quedarme.

—No necesitas amarme como la amas a ella, Arnar —dije al fin—. Lo único que quiero es estar a tu lado, aunque eso signifique esperar.

Él negó con la cabeza, como si no pudiera entender por qué alguien elegiría quedarse con él en esas condiciones.

—No es justo para ti, Brida. No quiero lastimarte.

—Ya me estás lastimando pero prefiero este dolor a no tenerte en mi vida.

Nos quedamos en silencio. Él tomó mis manos, sus dedos temblaban y como pocas veces antes, lo sentí vulnerable.

—Gracias —murmuró.

No supe si era un "gracias" por quedarme con él o por no odiarlo por todo esto. Quizá ambas cosas.

Quedar atrapada entre el "esto va a doler" y el "pero tal vez valga la pena" paradójicamente era igual que uno de los treinta y un tatuajes que se hizo Arnar: dolorosos y épicos

El parque comenzó a vaciarse pero nosotros seguimos allí. En ese momento mi corazón aceptó el acuerdo de homicidio. Firmé un contrato con el diablo y le entregué mi alma en un sobre sellado con un "por favor no me hagas mucho daño", escrito en la parte de atrás.

La idea de seguir adelante con él me daba escalofríos pero no era una mujer que se diera tan fácil por vencida. Así que, por supuesto, seguimos saliendo.

No pude negar que lo de las migajas seguía rondando en mi cabeza día tras día. Las sesiones del club eran nuestro momento para mostrarnos ante todos como simples amigos. Bueno, casi todos: Gretta lo sabía. Me regañaba cada vez que podía pero al menos era la única que lo sabía.

Otro jueves llegó con la promesa de una nueva sesión del club. Me senté junto a Lethe, pues habíamos intercambiado nuestras novelas y ese día tocaba entregarnos las críticas. Sin embargo, mi mente estaba puesta en la puerta del auditorio. La miraba cada dos segundos, esperando ver entrar a Arnar, pero no llegó.

Después de un rato, tomé mi teléfono. Sabía que quizás exageraba pero igual lo hice. Marqué su número. El teléfono sonó varias veces y cuando por fin contestó, su voz no era la que esperaba.

—¿Brida? —Su tono era grave: algo estaba muy mal.

—Arnar, ¿dónde estás? Todos te estamos esperando. —Intenté sonar tranquila pero la preocupación se me escapó entre las palabras.

Hubo un silencio y cuando finalmente habló, su voz era baja, casi como si estuviera luchando con algo.

—No puedo ir —respondió simple y directamente.

—¿Qué pasa?

—No puedo hacer esto hoy.

Y colgó. Así, sin más. Me quedé mirando el teléfono, sumida en el desconcierto.

—¿Estás bien? —preguntó Lethe inclinándose un poco hacia mí.

—Estoy preocupada por Arnar —admití.

—Seguro está bien. A veces uno necesita un respiro.

—Pero nunca falta. Algo no está bien.

—Quizás solo necesita un tiempo para él.

—Puede ser... pero igual me preocupa.

Lethe me miró con esa calma que siempre tenía y dijo: —Si quieres, dejamos lo de las críticas para la próxima semana.

—¿No te molesta?

—Claro que no. Ve a hacer lo que tengas que hacer.

—Gracias —le respondí. Recogí mis cosas, le avisé a Gretta que no podría llevarla de vuelta y partí en dirección al departamento de Arnar.

Al llegar, toqué el timbre pero nadie salió. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje diciéndole que estaba fuera de su casa. Un minuto después, abrió la puerta.

—Hola.

—¡Brida! —exclamó, y antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un abrazo apretado.

—¿Qué pasa? —pregunté mientras un fuerte olor a alcohol me golpeaba la nariz.

—Nada —respondió cerrando la puerta detrás de mí.

—¿Estás bebiendo por nada? — indagué.

Al ingresar ví su mesa cubierta por una botella de ron vacía, otra a medio terminar y varios papelillos dispersos.

Insistí, cruzándome de brazos: —¿Me vas a decir qué pasa?

—¿Te quedarás conmigo?

—Sí, claro. Soy tu amiga.

—Ven.

Me tomó de la mano y me llevó con él para sentarme en esa mesa del caos.

—¿Te estabas drogando? —pregunté mirando los papelillos con el ceño fruncido.

—Brida, sabes cómo soy. ¿Qué te sorprende?

Suspiré muy preocupada.

—Arnar, estás sufriendo. ¿Qué pasó?

—Me reuní con Astrid.

—¿¡Qué!? —exclamé completamente atónita.

No sabía que Arnar había vuelto a hablar con su ex desde aquel día que se la topó por casualidad en el centro comercial.

—Eso que acabas de escuchar —confesó, sin más.

—Ok... ¿Y qué pasó?

—Me dijo que también me había visto ese día, que se llenó de recuerdos.

—¿Y por eso volvió a contactarte?

—Quería decirme algo.

—¿Decirte algo? Y dejarte hecho mierda de nuevo, por lo que veo.

Arnar no respondió. En cambio, tomó su vaso y se lo llevó a los labios. Antes de que pudiera beber, sujeté su mano para detenerlo.

—Dime qué pasó.

Suspiró, derrotado.

—Musa... Verla de nuevo me hizo revivir todo lo que siento y jamás dejé de sentir por ella.

Sabía que esto me iba a doler pero lo escuché con atención.

—Nos reunimos porque quería decirme que, a pesar de todos los años que habían pasado, nunca se había arrepentido de lo que pasó entre nosotros. Me confesó que, después de separarnos, descubrió que estaba embarazada y no sabía de quién. Pensó que si me lo contaba yo la iba a mandar al carajo, así que abortó.

Me quedé muda mientras él continuaba con el relato, como si las palabras lo estuvieran desbordando.

—Luego tuvo otra pareja y con él nació un niño. ¿A que no adivinas cómo se llama?

—¿La desgraciada le puso tu nombre?

—Sí —confirmó apenas .—Dijo que nunca se olvidaría de su "más grande tal vez" y que una forma de recordarme era nombrar a su hijo igual que yo.

—Arnar... —murmuré intentando consolarlo mientras él se alejaba más en su tristeza.

—Hubiese tenido una familia, Brida. Quizás un hijo... con ella.

Sin darme tiempo a reaccionar, tomó el vaso y se lo bebió de un trago. Mientras lo veía beber hasta el fondo, sentí que las palabras no iban a ser suficientes. Quizás nunca lo serían. Pero no pensaba dejarlo solo en ese caos.

—Arnar, no puedes seguir así. Esto no te ayuda y lo sabes.

—¿Ayudarme? Brida —me interrumpió con una risa amarga que me dolió más que cualquier palabra. —¿De verdad crees que hay algo que pueda ayudarme?

—No digo que sea fácil pero no puedes hundirte de esta manera. Estoy aquí contigo, necesitas levantarte.

Me miró entonces: la rabia, tristeza y resignación que vi en sus ojos me rompió por dentro

—No mereces esto, Brida —su voz se quebró y su mirada permaneció fija en la mía. —Déjame hundirme solo. Déjame quedarme en este lugar porque es lo único que me merezco.

—Eso no es verdad, Arnar. Tú...

—¡Lo es! —me interrumpió —Merezco sentirme miserable. Merezco cada maldito segundo de esto.

Sentí un nudo en la garganta pero me obligué a tragarlo.

—No tienes que cargar con esto solo.

Él negó con la cabeza, apartando la mirada.

—No quiero que me salves, Brida. No quiero que intentes animarme. Sólo déjame ser miserable. Es lo único que tengo ahora.

Lo dijo con tanta convicción que me dejó sin palabras. Intenté buscar algo, cualquier cosa, para sacarlo de ese pozo pero él simplemente apartó la mirada y volvió a llenar su vaso.

El silencio se instaló entre nosotros, pesado y denso. Lo miré, buscando alguna rendija en esa muralla que él mismo había construido. No encontré nada.

En ese momento supe que, aunque doliera, lo único que podía hacer era quedarme a su lado, incluso en medio de su miseria.


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