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Capítulo 14: Birthday

Quizás era el encuentro con Arnar o el hecho de que mi cumpleaños se acercaba, pero andaba más sensible que animalista viendo Hachikō

Cumplía treinta y tres, la "edad de Cristo", y no podía evitar pensar que, en mi vida, ya había pasado por más de una crucifixión.

La de Erik, por ejemplo. Estaba furioso por mi "relación" con Arnar. Tanto que me amenazó con demandarme por "poner en riesgo la seguridad de Mely". Claro, porque salir con Arnar ahora era equiparable a salir con un narco. Para rematar, había acelerado los trámites para vender la casa. Un verdadero encanto, como siempre, demostrando que el premio al ex más insufrible seguía siendo suyo.

Llegó el jueves, un día que prometía ser tan gris como los anteriores. Lo único rescatable era la sesión del club de lectura y al menos por unas horas, no estaría sola. Nadie en el club, aparte de Arnar, sabía que ese día era mi cumpleaños y estaba bien con eso. O al menos eso creía.

Esa mañana me preparé un café para la supervivencia mientras Mely partía a la escuela con su abuela. Después, me dejé caer en el sofá y tomé el teléfono:


No podía creerlo. Creo que jamás en la vida me habían enviado un mensaje tan hermoso. Sonreí como una boba mientras tecleaba mi respuesta, sintiendo que mi Shakespeare versión metalera acababa de escribir un soneto en mi corazón.



«¿Cita en el estacionamiento otra vez? ¿Qué se trae este hombre?»

Por la tarde, tomé mi auto y fui a la Facultad. Mientras aparcaba, vi por el espejo retrovisor la silueta de un chico guapo esperándome en nuestro lugar habitual. Sonreí.

Me bajé del auto y Arnar me atrapó en un abrazo tan cálido que me derritió como un helado en pleno verano. Antes de que pudiera decir algo ingenioso, me plantó un beso largo de esos que me dejaban con ganas de más. Luego, me pidió que cerrara los ojos y me entregó una caja.

—Feliz cumpleaños —dijo.

Al abrir la caja encontré una pluma y tinta para escribir "a la antigua". Sobre ellas, un pequeño trozo de papel con un mensaje:

"Para la única musa de mi vida"

Me quedé sin palabras. Sólo lo abracé fuerte. Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo más que nostalgia o cansancio: sentí felicidad de verdad.

—Gracias —murmuré contra su hombro.

—Tú mereces todo lo bueno de este mundo.

Algo en la forma en que me miraba, con ese brillo hipnótico, me hacía pensar que me quería confesar algo que no se atrevía.

—¿Sabes? —dijo en un susurro mientras me mantenía abrazada a él—. A veces pienso que el universo se divirtió juntándonos. Como si quisiera compensar todas las cosas que no salieron bien antes de conocernos.

Sonreí nerviosa pero emocionada sintiendo las revoluciones de los latidos de mi corazón.

—¿Y qué pasa si el universo está equivocado? —respondí tratando de sonar más segura de lo que me sentía.

—No lo está —dijo sonriendo de medio lado.

Sin decir nada más, se inclinó hacia mí. Su mano rozó mi mejilla con delicadeza. Sus labios encontraron los míos en un beso lento y profundo. Mi espalda chocó suavemente contra el auto pero ni lo noté. Todo lo que sentía era su calidez, su cercanía y la forma en que sus manos se posaron en mi cintura, haciendo que mi respiración se saliera de control.

Cuando el beso terminó, Arnar apoyó su frente contra la mía mientras yo intentaba recordar cómo se respiraba.

—Eres tan perfecta que me parece increíble —susurró

—Haces que me enamore más de ti. Esto es una trampa —respondí

—Te quiero, preciosa.

Sin darme tiempo a responder, volvió a besarme asegurándose de que entendiera lo que sus palabras no alcanzaban a decir. Luego me sonrió, entrelazó mis manos con las suyas y me llevó hacia la facultad de Filosofía.

Al abrir la puerta del auditorio, me quedé de piedra. El lugar estaba decorado con cintas y globos y en el pizarrón había un mensaje escrito con tiza: Feliz cumpleaños, Brida. No había nadie a la vista, pero el gesto me llenó el corazón. Dejé mi mochila en una esquina, aún anonadada, cuando de repente, todos salieron de debajo de las butacas gritando: ¡Sorpresa! Y me estrecharon en un abrazo grupal, reconfortándome más de lo que esperaba.

Resulta que el conspirador de Arnar se había encargado de organizarlo todo. No solo eso, había convencido al club de dedicar la sesión a mis tres autores favoritos: Hesse, Rowling y Kundera. Cada uno de mis compañeros leyó un fragmento de mis novelas favoritas y, como si eso no fuera suficiente, también leyeron capítulos de mi propia comedia romántica, esa que solo Arnar había leído. Me sentí... especial.

Al finalizar la sesión, Lethe se acercó a mí y me dio un dibujo. Era precioso. En él, estábamos nosotros en círculo leyendo en una sesión del club. En una esquina del papel decía: feliz cumpleaños Brida. Le di un abrazo.

Luego, Gretta me dio una bolsa que en su interior tenía un perfume que olía a flores frescas.

—Es mi pócima secreta para mantener alejados a los cabrones —me dijo y ambas soltamos una risa.

Estábamos en eso cuando Arnar se acercó a mí

—Debe estar por llegar la segunda parte de la celebración —acotó y cómo por arte de magia la puerta del auditorio se abrió de golpe y entró el grupo de góticos, amigos de Arnar, cargados con alcohol y vasos.

Entre ellos venían Freddy e Ivy, quienes, al verme, me envolvieron en un abrazo grupal haciendo de mi un sándwich de humano.

—¡Brida! ¡Feliz cumpleaños! —gritaron al unísono, aplastándome entre risas.

Verlos de nuevo me llenó de alegría. Ambos extendieron sus manos al mismo tiempo, entregándome un paquete de regalo con forma de libro.

—Ábrelo, espero que te guste —dijo Freddy.

—Él lo eligió, así que si no te gusta, no es mi asunto —añadió Ivy cruzándose de brazos con una sonrisa traviesa.

—¡Cállate, enana! —replicó Freddy fingiendo indignación.

Me reí de su dinámica habitual y comencé a abrir el paquete con curiosidad. Cuando vi el título, El soñador desconocido de Laini Taylor, mis ojos brillaron de emoción. Di un salto de alegría y olvidando su timidez, envolví a Freddy en un gran abrazo.

—¡Muchas gracias! —le dije genuinamente feliz, antes de extender mi brazo para incluir a Ivy en el abrazo.

Ella fingió estar celosa y molesta, pero no pudo evitar sonreír. Era un regalo perfecto y ellos lo sabían.

La celebración estuvo genial sobre todo por la ausencia de algunas personas. Durante la sesión del club no había aparecido Maya y, ahora, entre los góticos, tampoco estaba Alexa. La curiosidad me ganó, así que le pregunté a Arnar:

—¿Y Maya? ¿Y Alexa?

—Maya se enojó porque recordé tu cumpleaños. Por eso no vino.

Rodé los ojos y solté, sin filtro: —¡Que celosa más patética!

Arnar sonrió divertido y añadió:

—Y Alexa...bueno, ya sabes, Alexa está siendo Alexa.

Levanté los hombros, como diciendo "allá ellas". No iba a perder el sueño por sus ausencias. Hoy, Arnar era mío y toda esta jornada estaba dedicada a mí.

Al parecer, sus planes también incluían extender la celebración de una manera más privada, en su departamento. Fue lo que me susurró al oído mientras el resto de los chicos se embriagaban a mi salud.

Aceptar la invitación de Arnar a su departamento era una oferta tentadora, una clara señal de que la noche estaría celebrada de una manera mucho más... personal.

—Déjame hacer unas llamadas primero —respondí sacando mi teléfono.

Tenía que asegurarme de que Micaela pudiera cuidar a Mely esa noche. No podía simplemente irme sin más, aunque mis instintos felinos ya estuviesen rugiendo de emoción.

—¡Hola! —respondió Micaela al otro lado de la línea—. ¿Todo bien?

—Si, todo bien. Quería preguntarte algo, ¿crees que puedas quedarte con Mely esta noche?

—Claro, tranquila. ¿Celebrando? —preguntó captando al instante que algo estaba pasando.

—Sí, un poco —respondí sin querer dar más detalles, aunque con Micaela no era necesario.

—No hace falta que me cuentes nada más. Yo cuido a Mely. ¡Diviértete! —respondió y se notaba que estaba sonriendo.

—¿Me puedes pasar a Mely? —le pedí.

—Acá está, con la parabólica.

—¡Mami! ¿Estas con Arnar?— Fue lo primero que soltó y no pude evitar reír.

—Mely, ¿qué estás diciendo? —reí intentando mantener la calma.

—¿Te vas a quedar con él toda la noche dándose besos? ¿O solo un ratito y te vendrás a casa? —me preguntó casual.

No pude evitar reír a carcajadas.

—Mely, ¡ya basta! —dije entre risas—. Sí, voy a quedarme.

—¿Con Arnar?

Lo miré y él frunció el ceño, confundido.

—Sí, con él, señorita chismes —respondí bromeando.

—Pásalo bien y no te olvides de cuidarte —me advirtió con tono de madre.

—¡Amelie! Soy tu madre, no tu hija —le dije sonriendo, sabiendo que era su forma de bromear.

—Lo sé, te quiero mamita —me contestó antes de cortar la llamada.

Suspiré aliviada y me volví hacia Arnar quien me observaba con curiosidad

—Micaela se queda con Mely —le dije, sonriendo—. Así que...

Me interrumpí al notar la sonrisa divertida en su rostro.

—¿Qué? —pregunté levantando las cejas.

—Tu hija es... peculiar.

—Ni me lo digas —respondí sonriendo de vuelta.

—Entonces, ¿nos vamos?

Lo miré sintiendo el calor subir a mis mejillas y asentí, sabiendo que la noche prometía mucho más de lo que había imaginado.

Nos despedimos de los del club y de los góticos, aunque no pude evitar notar la mirada fulminante de Gretta. Era como si sus ojos tuvieran subtítulos que decían: "Amiga, esto no está bien".

Camino a su departamento, la conversación fluía mucho más relajada que en el club. Había algo en la noche que hacía todo parecer más ligero

—¿Sabes qué? —dije riendo mientras lo miraba de reojo—. Nunca imaginé que mi cumpleaños terminaría así.

—¿Así, cómo? —preguntó arqueando una ceja.

—Con un tipo raro invitándome a su departamento para celebrar en privado... —bromeé.

—¿Y eso te molesta? —respondió él sonriendo también, sabiendo que la respuesta era todo lo contrario.

Estacioné dentro del edificio de su departamento. Tomamos el ascensor que llegó rápidamente al último piso y las puertas se abrieron con un suave ding. Caminamos hacia su puerta y justo antes de abrirla, Arnar se detuvo y me miró. Su sonrisa iluminó su rostro y sentí un leve cosquilleo en el estómago.

—Bienvenida —dijo, abriendo la puerta como si fuera la entrada al Edén.

Ingresé y lo primero que sentí fue el sonido de unos maullidos casi sincronizados. Sus dos gatos se me acercaron rápidamente, con sus ojos brillantes y sus cuerpos ágiles.

—¡Qué lindos! —exclamé viendo cómo se me acercaban—. ¡Están tan emocionados como yo!

Arnar soltó una carcajada al verme rodeada por los gatos. Uno de ellos, un gato negro con ojos verdes, se alejó de mi lado, subió al sofá y se acomodó en el cojín mirándome con desdén.

—¿Te gustan los gatos? —me preguntó Arnar mientras cerraba la puerta detrás de nosotros.

—¡Me encantan! —respondí agachándome para acariciar al gato que se acercaba con más entusiasmo. —Aunque ese de ahí parece decirme: "no me toques".

—Es Keisara —dijo Arnar, señalando al gato negro—. Es el más... distante. Y este —añadió, apuntando a un gato más pequeño y gris que se acicalaba entre mis manos—, es Bomull, el más cariñoso de los dos.

El gato gris comenzó a ronronear con gusto, mientras el negro observaba desde el sofá juzgando hasta mi alma.

—Son adorables —dije, sonriendo mientras acariciaba al gatito gris—. Sus nombres son...

—Nórdicos —me interrumpió Arnar con un tono casual.

—Tienes una conexión fuerte con esa cultura, ¿verdad?

—Sí. Mi padre biológico era islandés.

—¿En serio?

—Sí.

—Wow, entonces tienes antepasados vikingos.

—Hmmm... si fuéramos historiadores, esa afirmación sería incorrecta.

—Arnar, eres historiador —respondí riendo.

—Por eso lo digo.

—¿Qué significan los nombres de tus gatos?

—No te lo diré.

—¡Arnar! solo debo googlear y lo obtendré, prefiero que me lo digas.

—Googlea si quieres —respondió seriamente. Tomó sus cosas y desapareció por el pasillo dejándome descolocada y sola con los gatos.

La luz de su departamento era suave y proyectaba sombras delicadas sobre las paredes, lo que creaba un ambiente tranquilo. Poco después, él regresó y, sin decir una palabra, me abrazó por la espalda. El sonido de los gatos ronroneando y los murmullos lejanos de la ciudad acompañaban nuestro silencio.

—Emperador y Algodón —dijo con voz suave cerca de mi oído

—¿Qué? —pregunté no entiendo nada

—Así se llaman mis gatos.

Sonreí disfrutando del calor de su abrazo y de su mentón rozando mi cuello, dejando una sensación de cosquilleo en mi piel.

—¿Te gustaría escuchar música? —preguntó tocando con sus labios mi piel, electrizándome.

—No... —respondí casi sin pensarlo. La certeza en mi respuesta me sorprendió, pero no la cuestioné. Me giré para quedar frente a frente. Sus ojos brillaban como dos llamas ardientes.

—Lo que tú quieras —dijo suavemente—. Hoy es tu día, Brida.

Se acercó un poco más reduciendo la distancia entre nosotros hasta que nuestras respiraciones se entrelazaron. Mi corazón latía acelerado mezclándose con los latidos del suyo, en un eco compartido.

Su mano rozó mi mejilla y un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante el toque tan suave pero tan seguro.

—Mi musa, te necesito —susurró, como si fuera un secreto entre nosotros.

—Mi chico malo y sensible... —le respondí mirándolo a los ojos, buscando en su mirada la certeza de que lo que sentía no era solo un sueño.

Sus labios se acercaron a los míos y el roce de su aliento me hizo cerrar los ojos. El beso fue suave y tímido pero pronto la dulzura dio paso a una urgencia que nos envolvió. Sus manos se deslizaron por mi espalda acercándome más a él mientras yo respondía con la misma intensidad.

Me perdí en el calor de su cercanía sabiendo que ya no podría estar sin él. Era imposible suprimir el deseo de querer enredarme en su piel.

Con un gesto rápido, le quité la camiseta mientras él hacía lo mismo conmigo y me arrastraba hacia su habitación. Allí, el calor de su cuerpo se fusionó con el mío, volviéndonos una sola entidad. Sentí cómo mi piel reaccionaba a cada caricia perdiéndome y encontrándome al mismo tiempo.

Sus palabras, sus gestos, sus caricias... todo era un recordatorio de que merecía ser tratada con ternura y con la misma intensidad con la que yo lo amaba.

Era más que deseo; era un reconocimiento profundo de lo que ambos necesitábamos.


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