Capítulo 13: Infierno
*Capítulo con uno que otro +18
Desperté sin saber en qué día vivía y con un dolor de cabeza insoportable. Estaba en mi habitación y no tenía idea de cómo había llegado allí. Solo recordaba el ron y a Gretta meando en un arbusto.
El sol brillaba con fuerza. Alguien había abierto las cortinas y yo detestaba hacer eso en las mañanas.
«¿Alguien? ¿Quién?»
Al entreabrir los ojos, vi la silueta de ese alguien de pie junto a mi cama. Intenté enfocar la vista pero el resplandor me dificultaba distinguir quién era.
«Oh, ¡shiet!»
Erik estaba de pie, desnudo, vistiéndose. La silueta de mi ex era imposible de no reconocer.
«Brida, ¿qué hiciste?»
Traté de hacerme la dormida pero Erik ya había visto que me movía. Me senté en la cama y las sábanas se deslizaron dejándome descubierta.
«Doble shiet». Estaba completamente desnuda.
¡Maldición! No quería un remember con mi ex y esto claramente era una resaca desastrosa.
—Buenos días. Iré a despertar a Mely, vamos al zoológico —dijo Erik mientras terminaba de colocarse los pantalones.
—¡Ey!, por favor, dime que no dormimos juntos —fue lo primero que se me ocurrió.
—Claro que dormimos juntos. Si no me crees, pregúntale a tu vecino: seguro te oyó gemir —respondió como si fuera lo más normal del mundo.
Me dejé caer otra vez sobre la cama con la almohada cubriendo mi rostro como si fuera un escudo ante desastres. ¡Qué fatalidad! Esto era lo último que quería y, como si no fuera suficiente, todavía quedaba una bomba adicional.
—¿Qué es Arnar? —me preguntó Erik mientras se ataba los tenis sentado en mi cama.
—¿Arnar? —respondí fingiendo no saber a qué se refería.
—Sí, ayer decías eso mientras te follaba —me respondió sin más.
No sé de qué color me puse pero afortunadamente la almohada facial cumplió su propósito protector y me encubrió. Erik, sin inmutarse, salió de mi campo visual para ir a la habitación de mi hija.
Me levanté con la cabeza hecha un tambor, tomé dos analgésicos y me metí en la ducha intentando lavar no solo el malestar físico, sino también el bochorno de haber pasado la noche con mi ex mientras estaba borracha.
Hice un esfuerzo por lucir digna antes de salir de mi habitación. Entré a la cocina y ahí estaba Amelie sentada desayunando su cereal con sus headphones que parecían una extensión de su cuerpo. A su lado, Erik tomaba un café con una expresión imperturbable. Saludé a mi hija con un beso en la frente apartando ligeramente los audífonos y me puse a preparar una sopa que prometía aliviar mi resaca.
Estaba en plena faena alimenticia cuando mis pensamientos fueron interrumpidos.
—Así que ahora tienes amigos del jardín de niños —soltó Erik rompiendo el silencio.
—¿De qué hablas? —pregunté sin mirarlo mientras revolvía mi exquisita sopa en la olla.
—Anoche te trajeron dos infantes, Brida. Qué irresponsable eres.
—No tengo amigos infantes, son mis compañeros del club de lectura.
—¿Crees que juntándote con ellos vas a recuperar tu juventud o algo así?
Me giré para enfrentarlo sintiendo cómo la irritación subía como espuma.
—Lo que haga o deje de hacer es asunto mío.
Erik no se quedó callado.
—Tienes una hija, ¡carajo!
Lo fulminé con la mirada.
—La misma hija que tienes al lado y a la que le das el peor ejemplo de cómo respetar a alguien —respondí molesta.
Erik tenía una habilidad increíble para agotar mi paciencia. Se levantó de su asiento y avanzó hacia mí con el ceño fruncido.
—¡El respeto lo perdiste anoche cuando llegaste ebria y dos niños a los que les doblas la edad tuvieron que cargarte hasta aquí!
Me acerqué a él reduciendo la distancia a propósito y en un susurro lo suficientemente bajo para que mi hija no escuchara, disparé:
—¿Y eso justifica que me hayas quitado la ropa y te metieras en mi cama?
Erik se quedó mudo. Tomé un cuenco, serví mi sopa y me senté junto a Mely que seguía meneando la cabeza al ritmo de la música que emanaba de sus audífonos, completamente ajena a las patanerías de su padre. Por suerte.
Dí un sorbo a la sopa caliente que empezaba a devolverme el alma al cuerpo. Erik se sentó frente a nosotras e intentó retomar el tema.
—Brida, respecto a anoche, yo...
—No quiero seguir hablando contigo. —Lo interrumpí con un gesto tajante y continué disfrutando mi sopa levanta muertos.
Mely terminó su cereal, dejó el plato en el fregadero y, antes de salir de la cocina, me dio un beso en la mejilla.
—Escuché todo, por si acaso —dijo con la ligereza de quien canta una canción. Luego, se dirigió a su padre y, haciendo los gestos dignos de meme, le dijo:— Te observo, te analizo y te ignoro.
Se dió media vuelta y salió de la cocina bailando mientras yo me ponía de todos colores y Erik se levantaba de golpe saliendo tras ella. Estaba a punto de recuperarme del "día mundial de la humillación" cuando el universo decidió que aún no había terminado conmigo.
Mientras Mely se despedía con su beso fugaz y mi ex me daba un forzado beso de Judas en la mejilla, sonó el timbre. Amelie corrió a abrir y apareció la figura de Arnar en el umbral de la puerta.
«¡Triple shiet!»
—Hola, Mely —la saludó sonriendo.
—Hola —respondió ella—. Voy al zoológico con mi papá.
Erik se acercó a la puerta para averiguar quién era y Amelie se encargó de que yo deseara que la tierra me tragara.
—Papá, este es Arnar, el amigo con derechos de mi mamá —lo presentó, sin filtros.
Los rostros de Erik y Arnar mutaron al escucharla como si estuvieran en una competencia de desfiguraciones.
—Así que a él nombrabas anoche —me delató Erik.
—Hola, soy Arnar —le dijo extendiendo la mano para darle un apretón firme.
Erik lo miró de pies a cabeza, devolvió el saludo y luego me lanzó una mirada de incredulidad.
—Vamos, papá —lo apuró mi querida Amelie.
Salieron por la puerta, dejando pasar a Arnar y Erik pegó un portazo que casi desarma mi casa.
Arnar me miró y lo primero que dijo fue:
—¿Pasaste la noche con el cucaracho?
«¡Cuádruple shiet!»
—No recuerdo nada de anoche, estaba muy borracha —le respondí sintiéndome un poco avergonzada.
—La peor excusa.
Se veía visiblemente molesto e irresistiblemente atractivo.
—¿Y tú? ¿Dónde pasaste la noche, amigo mío? —le devolví la pregunta.
—Con Maya —me soltó lanzándome otra bomba.
—¿Viniste a mi casa a restregarme en la cara que te cogiste a una de tus chicas? —le pregunté irritada.
—No, vine a verte porque te extraño, mientras tú... te dejas coger por tu ex pero me dices que sientes algo por mí.
—A ver, a ver. El que tiene múltiples chicas eres tú, ¿y me vienes a sacar en cara algo que ni siquiera recuerdo si pasó?
—Es obvio que pasó. Tu ex dijo que me nombraste anoche.
Mi cara se encendió como un semáforo. Arnar se acercó demasiado. Tan cerca que sentí su respiración sobre mi piel. Me hizo retroceder hasta chocar contra la pared.
—Te voy a demostrar que soy mucho mejor que él —me dijo con sus labios a milímetros de los míos.
—Arnar, estás con Maya.
—Me vale. —Y antes de que pudiera reaccionar, su boca se apoderó de la mía despertando algo en mí que había estado dormido por años.
Acorralada contra la pared, sus manos recorrían mi cuerpo con un hambre salvaje. Su toque me encendía derritiendo cualquier resistencia. El beso se volvió más intenso, a la medida exacta para hacerme perder el control.
Cuando sus dedos encontraron el borde de mi camiseta y la deslizó hacia arriba, ni siquiera intenté detenerlo. No quería detenerlo. Todo lo que había pasado antes se desvaneció, todas las advertencias se las llevó el aire que exhalaba de mi boca.
—Arnar... —logré susurrar sobre sus labios.
—No digas nada —respondió separándose un poco para mirarme a los ojos—. Déjate llevar.
Sus palabras llegaron directo a mi lóbulo frontal como una instrucción precisa. Mis manos traviesas comenzaron a explotarlo abriendo en cosa de segundos su cremallera mientras nuestras respiraciones se mezclaban.
Él gruñó cuando lo toqué, un sonido que me hizo temblar. Sus labios volvieron a los míos y sus manos recorrieron mi espalda, deshaciéndose del brasier mágicamente.
Arnar me besaba de manera sublime, atrapada con las caricias que sus dedos le entregaban a mis pezones. Yo examinaba entre mis manos su miembro viril con roces que lo hacían volver a gruñir y morder mis labios.
—Tu habitación —ordenó.
Sin palabras, señalé con los dedos hacia arriba. En un movimiento rápido, me levantó del suelo y rodeé su cintura con mis piernas, envuelta en un mar de deleitosos besos.
Subió las escaleras conmigo aferrada a él, mientras nuestras risas incontenibles llenaban el espacio como una melodía.
Mi habitación, en el segundo piso, nunca me había parecido tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.
Cuando llegamos, me sentó en la cama. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que su camiseta se deslizara y dejara al descubierto su torso tatuado, una obra de arte para mis ojos.
«Brida,no hagas esto», me decía mi ángel bueno.
«Brida, cometelo», me decía mi ángel rebelde relamiéndose con descaro.
Recostado sobre mí, me llevó al extremo del paraíso cuando utilizó su lengua como caricias sobre mis pechos. La forma en que su lengua se movía me arrancó un gemido.
Perdí la cuenta de cómo nos deshicimos de la ropa pero, de repente, estábamos piel contra piel.
—Un segundo... —murmuré buscando a tientas el cajón junto a la cama. Encontré el preservativo mientras él no dejaba de besarme el cuello.
«Déjame respirar tentador Lucifer».
La pausa no apagó el fuego; lo avivó. Sus labios volvieron a buscarme, su cuerpo arrasó con cualquier pensamiento y sus manos hicieron magia. El calor, los jadeos, el placer, todo se mezcló hasta que no existía nada más que nuestras respiraciones entrecortadas y la manera en que mi cuerpo se arqueaba contra el suyo.
El calor de Arnar me envolvía mientras nos perdíamos en los besos, embriagados por el placer que compartíamos.
—Eres mía —murmuraba entre un beso y otro.
Su posesión era caótica, ardiente y desbordante. Repetía, una y otra vez, que yo le pertenecía mientras sus manos firmes me sujetaban de las piernas haciéndome sentir cada roce, cada presión, como si mi cuerpo fuera una cuerda a punto de romperse. Cada contacto despertaba una oleada de calor, un cosquilleo que comenzaba en mis entrañas y subía hasta mis poros, imparable. Arremetía contra mí con la pasión de alguien perdido en su locura desenfrenada.
«Brida ha dejado este mundo. Favor, no molestar».
Nos perdimos en la cama hasta el mediodía; tres horas de caricias que se mezclaban con risas entrecortadas y gemidos ahogados.
Se quedó a almorzar, aunque en realidad apenas tocamos la comida. La conversación era solo un pretexto, nuestras miradas y sonrisas cómplices eran lo único que realmente importaba.
Intentamos ver una película pero no pasamos de los primeros diez minutos. Terminamos entrelazados en el sofá, otra vez desnudos, con los cojines aplastados bajo el peso de nuestros movimientos como testigos silenciosos de nuestro placer.
Arnar era el mismísimo infierno: ardiente e insaciable y mi ángel rebelde se deleitaba en el caos.
Era un incendio y yo, feliz, me dejé consumir.
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