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Capítulo 10: El novio cool

Eran las ocho de la mañana del sábado. Una fatalidad que me obligaran a despertarme tan temprano pero, bueno, Amelie iba a salir con sus abuelos ese día y tenía que preparar su mochila.

Mientras la organizaba, no podía dejar de pensar en Alexa y Arnar ni dejar de preguntarme en qué rincón de su corazón (o de su cerebro) me encontraba yo.

Cuando mi hija se fue, revisé mi celular y ahí estaba de nuevo viendo sus mensajes con una kilométrica sonrisa de boba.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

«¡Shiet!, algo malo pasó».

Como un rayo, me di una ducha rápida y traté de verme casualmente hermosa.

Una hora después, Arnar estaba parado en mi puerta luciendo increíblemente atractivo... y triste. Un pack que nunca había visto antes.

—Hola —dijo casi susurrando cuando abrí la puerta.

—Hola —respondí y me abrazó con tanta fuerza que mi corazón casi se salió del pecho.

—Ey, ¿qué pasa? —le dije intentando calmarme. —Entra.

Arnar entró y se dejó caer en el sofá con una expresión cansada. Me contó que había discutido con Alexa y que se habían dado un tiempo. Ella quería salir con un tipo que a él le desagradaba y él sentía que nunca era suficiente para nadie.

«Si supieras todo lo que sueño contigo, no dirías que no eres suficiente» pensé.

Traté de encontrar las palabras adecuadas pero no pude.

Me dijo que iba a ir a embriagarse y que solo quería verme un rato antes de eso.

—¿Vas a emborracharte? —pregunté levantando una ceja. A mi juicio, era muy temprano para pensar en borracheras.

—Claro, ¿no es lo que todos hacemos un sábado por la mañana? —respondió encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más normal del mundo.

—¿Siempre bebes para animarte?

—Siempre. Beber y drogarme es mi terapia.

—¿Y no tienes una versión más... saludable de terapia? Como yoga, hacer deportes... o ver videos de gatos.

Él esbozó una leve sonrisa.

—No lo hagas —dije preocupada pero sonó más como un regaño de madre.

—¿Por qué?

—Porque me preocupas. No quiero que te pase nada.

—¿Tan importante soy para ti? —me lanzó, desafiante.

—Claro que sí —le respondí mirándolo a los ojos e intentando transmitir lo que realmente sentía.

Otra leve sonrisa se dibujó en su rostro y en un arranque de locura me acerqué a su irresistible magnetismo y lo besé. El beso fue suave al comienzo, casi tímido, pero en cuanto sentí su cercanía, me dejé llevar. Apenas unos segundos después, me aparté de la línea peligrosa que acaba de cruzar.

—Lo siento... habíamos quedado en tirar la llave al mar —dije intentando mantener un tono serio aunque mi corazón latía a mil.

Él no se movió ni un centímetro, sólo me miró.

—La llave puede quedarse donde quiera —contestó sin titubear y volvió a besarme.

Todo lo que sentíamos se volcó allí, entre sus labios y los míos, en ese beso que cada vez se volvía más profundo.

Me apartó apenas un momento, lo suficiente para hablar y derretirme como una colegiala frente a su primer amor.

—Estaba volviéndome loco, necesito estar cerca de ti —susurró al borde de mis labios.

Sin pensarlo, volví a besarlo esta vez con urgencia. El espacio entre nosotros desapareció y mis manos, que hasta entonces habían estado quietas, empezaron a explorar su espalda. Nuestras respiraciones se mezclaban, el aire ya no alcanzaba y el calor crecía.

—Arnar, me gustas —confesé, sin filtros, entre un beso y otro.

—Y tú a mí —respondió sin dudar.

Esas palabras fueron el combustible que faltaba. Nuestros labios chocaron de manera explosiva en un beso tan intenso que antes de darme cuenta, estaba recostada en el sofá, con mis piernas ligeramente abiertas y él sobre mí, explorando mi cuello con sus labios, acariciando mi cuerpo con sus manos y volviendo mi entrepierna una laguna artificial con patos y todo.

El sonido de la llave girando en la puerta nos hizo saltar y separarnos. En un parpadeo, estábamos sentados en el sofá intentando aparentar una compostura que, sinceramente, ya habíamos perdido.

Entonces, la puerta se abrió y Amelie apareció de la mano de mi madre. Ambas nos miraron con un rostro que solo puedo describir como "cara de meme".

—¡Mamá! —exclamó Amelie soltando la mano de mi madre para correr hacia mis brazos.

El repentino regreso a la realidad me golpeó tan fuerte como un balde de agua helada. Baldazo que probablemente me hacía falta, debo confesarlo.

Intenté enfocarme en mi hija, pero no podía ignorar cómo mi madre arqueaba una ceja con esa expresión que decía: "¿Qué clase de individuo has traído aquí?".

Abracé a Amelie, mientras rezaba internamente para que este momento de ternura borrara cualquier rastro de mi anterior incursión en el sofá.

Spoiler: no funcionó.

—Hola, mi amor —le dije acariciando su cabello con una sonrisa que intentaba gritar "mamá responsable"

—Está un poco enferma —anunció mi madre con la ceja ahora más arqueada que nunca—. No pudimos salir y, como no contestabas el teléfono, la traje de regreso. Vomitó en el auto, por cierto.

—Ah... ¿Y el auto está... bien? —pregunté sabiendo que mi intento de desviar la atención era un tiro en el pie.

—El auto sobrevivirá.

«Tú sabrás si tu alma lo hace después de esto», pareció decir su mirada.

—Mamá, él es Arnar —lo presenté intentando recuperar la dignidad y que los colores de mi rostro volvieran a parecer humanos.

—Un gusto señora —dijo Arnar tan diplomático como siempre. Yo, por mi parte, quería que me tragara la tierra o, al menos, que Amelie vomitara de nuevo. Todo sea por desviar la atención

—Igualmente, joven —respondió ella con recelo. Luego, girándose hacia mí, agregó—: Hija, tengo que volver a casa para preparar la comida.

—Gracias por traerla, mamá.

—De nada —respondió, no sin antes lanzarle a Arnar una última mirada de advertencia digna de una guardiana medieval frente a un intruso—. Hasta luego, joven.

—Hasta luego —contestó Arnar con su clásica sonrisa de paz mundial, como si no acabara de ser evaluado y casi declarado culpable por mi madre.

La puerta se cerró con un clic que sonó como la melodía de mi libertad. Solté un suspiro de alivio mientras Amelie se acomodaba en mi regazo. Como buena hija del chisme, no tardó en soltar una bomba.

—Mamá, ¡tu novio es más cool que el de Micaela! —exclamó haciéndome sonrojar al instante y provocando una carcajada en Arnar.

—No es mi novio —le aclaré rápidamente, todavía algo nerviosa.

—¿Entonces qué es? ¿Por qué se miran como en la telenovela de la abuelita? —insistió ella con esa lógica infantil que siempre arruina las estrategias de los adultos.

—Somos amigos —respondí

—¿Se dan besos? —preguntó observándonos curiosa.

Me quedé en blanco buscando desesperadamente una salida.

—Algunas veces —intervino Arnar con una sonrisa divertida.

—Entonces son amigos con derechos —decretó Amelie sellando nuestra relación de manera aplastante.

—Muy bien, pequeña cupido, vamos a la cama. Necesitas descansar para recuperarte —dije poniéndome de pie mientras intentaba cambiar el tema.

—¿Te llamas Arnar o así te dicen? —preguntó Amelie. Se sentó junto a él, ignorando por completo mi intento de sacarla del salón

—Así me llamo —respondió él sonriendo.

—Yo soy Amelie pero me dicen Mely.

—¿Sabes que Amelie es el nombre de la protagonista de una película francesa? —le comentó Arnar, divertido.

—Sí, ya lo sé. Mi mamá me lo contó y me enseñó la música de la película —respondió Amelie muy seria, antes de añadir con fascinación—. ¿Cuántos tatuajes tienes?

—Treinta y uno —contestó Arnar riéndose.

—¡Wow! Definitivamente eres mejor que el novio de Micaela —declaró Amelie, tan adorable que me arrancó una sonrisa.

Arnar me lanzó una mirada divertida y yo no pude evitar sonreír. De alguna manera, aquella pequeña conversación había disipado la tensión que nos envolvía.

—¿Y tienes una moto? —continuó la curiosa Mely.

—Creo que ya es suficiente el interrogatorio, Mely —la regañé con suavidad—. Necesitas ir a la cama, tomar tu medicina e hidratarte.

La tomé de la mano para alejarla de su reciente objeto de investigación y encaminarla hacia su cuarto.

—¿Quieres que me vaya? —me preguntó Arnar

Amelie detuvo su caminar hacia la escalera, giró hacia nosotros y soltó:

—No te vayas. Yo me voy a la cama y ustedes pueden seguir besándose.

La naturalidad que solo un niño puede tener provocó que mi rostro se volviera de todos los colores como un camaleón.

—¡Mely, a tu cama! —ordené un poco más firme esta vez. Luego me volví hacia Arnar y, tras un segundo de duda, le pedí—: Quédate un rato más.

Él asintió y Mely, con una sonrisa, se despidió de él como toda una anfitriona.

—Adiós, Arnar.

—Adiós, Mely —respondió él sonriendo.

Subimos las escaleras y la llevé a su cuarto. La arropé y, al ver cómo se quedaba dormida tan rápido, supe que realmente no se sentía bien. Me quedé unos segundos más junto a ella, acariciándole el cabello mientras escuchaba su respiración tranquila. Esa pequeña era todo mi mundo, incluso cuando hacía comentarios que me dejaban con ganas de exiliarme a una isla desierta.

Cuando regresé a la sala, encontré a Arnar con los audífonos puestos leyendo un libro. Parecía tan cómodo, tan en paz, que por un instante me sentí culpable por interrumpirlo pero lo hice de todas formas. Me paré frente a él, cruzándome de brazos. Al verme, levantó la mirada y rodeó mi cintura con sus brazos como un niño buscando refugio.

—Lo siento, Mely es un poco... metiche —me disculpé sonriendo.

—Es muy inteligente, como su madre —respondió él con una mirada tan tierna que mi cerebro tuvo que reiniciarse por un segundo.

Nos quedamos en silencio, uno de esos que no pesan y se sienten cómodos. Yo jugueteaba con el borde de su camiseta, él me observaba como si quisiera memorizarme. Había algo en esa quietud que me llenaba el pecho de una calma que hacía tiempo no experimentaba.

—¿Quieres algo de comer? — pregunté rompiendo el silencio.

—Sí, podría ser —respondió soltándome lentamente.

Lo llevé a la cocina, donde comencé a preparar unos sándwiches mientras calentaba agua para el té. El sonido de la tetera llenaba el espacio, pero mi mente estaba en otra parte. El tema del beso me daba vueltas, hasta que no pude más y lo solté.

—Arnar, no debimos besarnos.

—Lo sé.

—No quiero complicarme más. Sigamos siendo amigos, ¿te parece?

—Si eso es lo que quieres —respondió con aparente indiferencia.

Tomé aire antes de hacer la siguiente pregunta, sabiendo que era arriesgada.

—¿Puedo preguntarte algo? Pero tienes que ser honesto.

—Claro, lo que quieras.

—¿Cómo es tu relación con Alexa?

Arnar suspiró y apartó la mirada.

—Ya lo sabes... tenemos una relación abierta.

—Es que no entiendo por qué, si ella te pidió cerrarla, ahora quiere un tiempo.

—Yo tampoco lo entiendo. Solo... es lo que me dijo.

—¿Y no vas y le preguntas? —indagué intentando encontrar claridad en su situación.

—Brida, ya no quiero hablar del tema —dijo, esta vez más cortante—. Me pone de malas. Es como si te preguntara sobre tu relación con tu ex.

—Ya lo sabes. Nos separamos hace dos años y él solo viene a ver a Mely. No pasa nada entre él y yo.

—Eso es lo que dices tú.

—Si te lo digo es porque es así. Soy honesta, no tendría por qué ocultarte algo así.

—Lo sé.

El silencio se instaló entre nosotros. Cogí dos tazas y serví té. El suave tintineo de la cuchara provocó que Arnar fijara los ojos en lo que yo hacía. Sentí que la conversación no estaba del todo cerrada, pero decidí dejarlo pasar... al menos por ahora.

—¿Puedo preguntarte algo diferente? —le dije mirando su reacción.

—Dale.

—¿Por qué defiendes a los chicos del club? —pregunté mientras le entregaba su taza con "veritaserum" camuflado en su té.

Él se quedó en silencio un momento y pude ver cómo su expresión cambiaba, como si recordara algo doloroso.

—Porque se lo merecen —respondió finalmente.

—Es un rol muy grande el que te impusiste —le señalé—. Y puedes meterte en muchos problemas peleando con universitarios.

Arnar suspiró y vi una sombra de tristeza en sus ojos.

—Te contaré algo... Yo tenía una amiga en el colegio, una chica increíble, que era lesbiana. Sufría acoso constante por parte de varios bullys y yo siempre la defendía. Cuando entró a la universidad, el acoso fue aún peor. No estábamos en la misma facultad, así que no podía estar ahí para protegerla. Al final... no soportó la presión. No pudo resistir ni un año en la universidad y se suicidó.

Su voz se quebró un poco.

—No pude salvarla ni protegerla —murmuró bajando la mirada—, y eso me sigue pesando.

Me quedé mirándolo y reconociendo al Arnar real, despojado de cualquier fachada de dureza o brutalidad. Ese era el hombre que conocía, el que se escondía detrás de sus gestos bruscos y su actitud desafiante, el que dejaba entrever en sus escritos y en esos momentos de silencio.

—Lo lamento —le dije apretando suavemente sus manos entre las mías—. No fue tu culpa.

—Aún me siento culpable —replicó—. Ella estaría viva si hubiera intervenido a tiempo.

—Pero hiciste lo que estaba en tus manos cuando estabas junto a ella. No podías protegerla de todo.

Arnar no dijo nada pero su expresión cambió. Ya no era el hombre de actitudes rudas y respuestas rápidas; en ese momento, algo más frágil brillaba en sus ojos. Sus manos, aún con las cicatrices frescas de la pelea contra Rino, parecían mucho más vulnerables entre las mías.

Lo miré con ternura, percibiendo ese lado suyo que solía esconder con tanto empeño. En sus ojos, la de gratitud se asomó, silenciosa y pura, sin la necesidad de palabras.

—No eres un tirano, Arnar. Te convences a ti mismo de algo que no eres —le dije suavemente—. Eres un hombre sensible, más de lo que dejas ver.

—No sabes mucho de mí —respondió él, en un susurro que perdió toda rudeza.

—Yo veo a través de ti —le dije y al instante su voz se apagó.

El silencio nos secuestró nuevamente, pesado pero reconfortante, dejándonos atrapados en ese momento, entre gestos y miradas que decían más que mil palabras.

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