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EPÍLOGO

Aquella soleada mañana del día vigésimo noveno en el cuarto mes del año de 1872, la habitación del joven Edward Everwood se convirtió en un retrato amargo de duelo y miseria. Una vez más, la residencia Everwood era visitada por la amarga presencia del dolor que provocaba la muerte.

El silencio que momentos atrás cubría todo el lugar fue ahogado por los lamentos de amigos, padres, hermanos e incluso sirvientes que lloraban la despedida del joven; y de entre ellos, quien más parecía que necesitaba recibir consuelo en su tribulación era Arthur Everwood.

Una vez que hizo conocer la noticia, el hijo mayor de los Everwood abandonó la habitación a toda prisa. Se detuvo en una sección del corredor y se apoyó con las manos sobre la pared. A solas, procedió a dejar salir angustiosas lágrimas y lánguidos lamentos seguidos de un imprevisible arrebato de frustración en el que golpeó con toda su fuerza el muro en el que se sostenía. Acto seguido, se colocó sobre el suelo de rodillas con su puño sobre el piso y allí dejó salir su dolor.

—Arthur —le llamó una voz que él reconoció. Volvió su mirada para encontrarse con su padre, de pie junto a él con los brazos abiertos.

—Padre —respondió; entonces se puso de pie y le abrazó con gran fuerza.

—Tranquilo, hijo —consoló con su profunda voz.

—¡Lo lamento, padre! —sollozó—. Ustedes confiaron en mí, y los decepcioné. Hice todo cuanto estuvo en mis manos, y no pude... ¡No logré curar a mi hermano! —gimió Arthur desconsolado—. Soy una deshonra como médico, como hermano y como descendiente de nuestra estirpe.

—No digas eso, Arthur. En verdad te digo que hiciste mucho más que cualquiera de nosotros —lo confortó el señor Everwood—. Le diste una esperanza a su vida y calma a sus días angustiosos, le mostraste amor y aprecio desde el día en que llegó al mundo hasta el momento en que lo dejó. Deja de lado la amargura y el pesar; por el contrario, lleva paz a tu alma y el orgullo de que hiciste todo cuanto estuvo en tus manos por hacer su vida mejor —concluyó.

Era difícil que los ojos de Arthur permanecieran secos después de las palabras tan animadoras de su padre. Con este mensaje alentador, Arthur asintió, agradeció a su padre sus atenciones e ingresó a la habitación para ofrecer un poco de consuelo a su madre, sus hermanos y también los amigos de Edward

Por su parte, el señor Everwood se dirigió a la parte inferior de la casa para dar a conocer la noticia al resto de sus sirvientes, y luego buscó su telephon para llamar a la empresa funeraria además de llevar a cabo otros avisos pertinentes y relacionados al oscuro suceso.

Mientras tanto, dentro de la habitación, el joven Tyler contemplaba el cuerpo sin vida de quien fuera como su otra mitad. Su rostro se mostraba serio, un tanto desencajado, y sus ojos se veían fríos y sin vida. Parecía que, en su interior, trataba de reprimir todas sus emociones como si no deseara que lo viesen débil.

Rachel se acercó a él por un costado y colocó su mano sobre su hombro.

—Joven Tyler —le llamó, y él volvió su mirada hacia ella—, ¿te encuentras bien? —indagó.

—Estoy bien —respondió, y añadió—. Es sólo que... No sé cómo explicarlo.

—¿Qué ocurre? —quiso saber la doncella.

—Hubo ocasiones en las que me angustiaba la idea de saber que el señor Edward podría perecer; pero ahora que el señor Edward ha muerto, me siento... —Hizo una breve pausa para exhalar un poco de aire—... En paz. Es extraño e inexplicable. No me embarga la angustia, sino una calma absoluta porque sé que descansa —su voz comenzaba a quebrarse conforme hablaba—, y que ese mal que le aquejaba ya no es más un problema para su vida... —Tobias no pudo continuar lo que decía y se quedó en silencio un momento. Su semblante evidenciaba completa aflicción y sintió como un gran un nudo se había formado en su garganta.

—¿Joven Tyler? —inquirió la joven Raudebaugh con cierta aflicción.

Tobias no pudo continuar. Su ser entero se quebró por completo y rompió a llorar sobre los hombros de Rachel.

—¡Perdí a mi mejor amigo! —hipó el muchacho con dolor.

—Era más que tu amigo; era tu complemento —añadió Rachel a la par que frotaba la amplia espalda de su compañero.

—¡Lo sé! ¡Y se ha marchado para siempre! —gimoteó el chico, y prorrumpió en un llanto mucho mayor.

Conmovida por el inconmensurable aprecio que mostraba el joven Tyler por su hijo, la señora Everwood se unió a ellos en ofrecer consuelo a los abatidos jóvenes. Abrazó a Tobias y este se desahogó sobre su regazo como si se tratase de un pequeñuelo y ella fuera su madre.

Cerca de una media hora después hicieron acto de presencia en la habitación del menor de los Everwood varios hombres ataviados en ropajes oscuros, con una camilla y algunas mantas en sus manos. Eran los empleados de una reconocida empresa funeraria de Kaptstadt, y estaban allí para recoger el inerte cuerpo de Edward. Asimismo, solicitaron de la familia alguna prenda para ataviarlo una vez que acabaran de preparar el cuerpo, y la señora Everwood les proporcionó el traje considerado por Edward como el «especial», pues él lo había asignado para dicha función en el momento que fuese necesario.

Tomaron entonces el cuerpo del lecho del muchacho y lo subieron a la camilla. Lo rodearon con bandas que la camilla poseía para evitar que el cuerpo cayera de ella, y por último lo cubrieron con mantas para entonces trasladarlo. Detrás de ellos marcharon todos los presentes, además de algunos sirvientes como Amelia, Robert y Hans, a quien se le dio el encargo de transportar a Tobias, Rachel, Esther y el profesor Kallagher en el autwagen que se le había asignado.

No tardaron demasiado en llegar a la empresa funeraria, donde los empleados del local hicieron pasar a todos los asistentes en una sala iluminada con numerosas sillas y algunas pinturas de paisajes como bosques, campiñas y otros lugares tranquilos; recinto dedicado para el propósito de esperar mientras ellos llevaban el cuerpo para efectuar los preparativos requeridos del bongerfeuer.

Poco a poco comenzaron a llegar más personas al lugar, muchos de ellos estudiantes del instituto donde Edward asistía. Sucedió que el señor Everwood había informado al director Blyght sobre el fallecimiento de su hijo, y este pasó a dar el anuncio a toda la institución. Debido a que ese día daba inicio un nuevo trimestre en el año escolar, tanto estudiantes como docentes se enteraron del lamentable suceso, por lo que solicitaron el permiso del director para dejar el instituto y acompañar a los dolientes.

Con el pasar de las horas, miembros del Club de Ciencias, compañeros de clases e incluso profesores hicieron acto de presencia y presentaron sus condolencias por la lamentable pérdida; un gesto que todos agradecieron sobremanera. Asimismo, se hicieron presentes amigos del señor Everwood y otras personas allegadas a los hermanos de Edward con las mismas intenciones de fortalecer a los dolientes en el momento tan oscuro que vivían. Asimismo, debido a un aviso del profesor Kallagher, se presentó el señor Anderson en el servicio fúnebre, en compañía de la señorita Fawkner quien le asistía en la labor de caminar. Atrás quedó la silla de ruedas; ahora el hombre se desplazaba a pie apoyado en un par de bastones. Todavía poseía rigidez en el movimiento de su brazo izquierdo, razón por la que la señorita Fawkner era su ayuda. Baldric Beasley también realizó una fugaz visita al establecimiento, pues tenía un deber que cumplir, por lo que sólo saludó a la familia Everwood y al señor Anderson. Y mientras que la gran mayoría de los presentes quedaron sorprendidos por la aparición de tal figura representante de la ley en ese recinto, pues no comprendían el motivo por el que esto había ocurrido, al parecer no fue así en el caso de Tobias, Rachel, el profesor Kallagher y, de manera inesperada, el señor Everwood, quienes agradecieron las atenciones del jefe Beasley.

Las doce campanadas del reloj de la torre Skimmel Castburg anunciaron la llegada del mediodía, y fue a esa hora que los empleados de la funeraria dieron aviso de que el cuerpo del menor de los Everwood estaba listo para el bongerfeuer. El señor Everwood asintió y ordenó abordar los vehículos en los que se trasladaban. En cuanto al resto de los presentes, según sus circunstancias se lo permitieron, decidieron acompañar la procesión a pie.

Recorrieron el camino pedregoso que llevaba hasta un paraje conocido, el recinto donde era llevado a cabo el proceso del bongerfeuer. Al llegar allí, los empleados de la empresa funeraria se dirigieron al descomunal recinto para llamar a la puerta, y quien los recibió el mismo hombre que diecisiete años atrás lo hubiera hecho cuando llevaron a la señora Everwood, sólo que en esta ocasión le acompañaba una persona joven, con toda posibilidad un aprendiz de su labor.

Los empleados de la empresa funeraria ingresaron al edificio en compañía de la familia y amigos del finado además de numerosos acompañantes del cortejo fúnebre. Entonces trasladaron el ataúd hacia la gran sala y lo depositaron sobre la mesa de piedra donde, a petición del señor Everwood, abrieron el féretro para que los presentes pudieran despedirse del joven Everwood o mencionar algunas palabras sobre él.

Los primeros en acercarse fueron Tobias, Rachel y Esther. A paso lento, llegaron hasta el féretro y pusieron su vista en el interior. Allí reposaba su gran amigo, ataviado en sus ropajes elegantes y con su apariencia arreglada, y en el momento que lo vieron los tres no evitaron ceder a las lágrimas una vez más.

Les tomó unos minutos recuperar la compostura y se dispusieron a expresar algunas palabras en referencia a Edward, pero en ese momento las palabras fueron robadas de sus bocas. No tenían ni la mínima idea de lo que podían decir sobre su amigo; después de todo, ¿qué más podían contar que no fuese ya de conocimiento para los demás, incluso para los allí presentes? A diario manifestaron grandes muestras de compañerismo para con el menor de los Everwood a tal grado que podía decirse que era hermanos, y el vínculo que los unía era demasiado estrecho que casi podía ser visible y palpable. Después de permanecer un tiempo en silencio comprendieron que no era necesario decir algo más. Todo lo que podría decirle se lo habían dicho en vida, y ahora en la muerte no sería capaz de escucharlo.

Consciente de este hecho, Tobias tan sólo se limitó a sonreír, y una pequeña lágrima se fugó de su ojo izquierdo. Rachel, por su lado, canturreó un fragmento de «Dreummen Geschtorielser» y Esther aprovechó para dejar junto al cuerpo de Edward una nota que había escrito tiempo atrás, de la que sólo ella conocía el contenido. Hecho esto, los tres se apartaron del féretro con el alma todavía resquebrajada.

El siguiente en pasar fueron el profesor Kallagher, quien habló maravillas del muchacho y elogió diversas características de su persona, como su desempeño estudiantil, su inventiva y su personalidad.

Seguido al profesor tocó el turno de hablar de la familia Everwood. Primero fueron sus hermanos, quienes procedieron a acercarse uno a uno y hablaron sobre la vida del joven de acuerdo con experiencias que vivieron junto a él. La siguiente en acercarse fue la señora Everwood. Se le veía en lo sumo compungida y gimoteaba con intensidad. El señor Everwood, compasivo, se acercó a ella y rodeó su cintura con su brazo derecho. Ella de inmediato dejó caer su rostro sobre el hombro de su esposo y permitió que sus emociones fluyeran sobre él. Algunos minutos después, cuando por fin consiguió reponerse un poco, volvió su mirada al cuerpo de su hijo y los recuerdos viajaron hasta su memoria. Recordó cómo fue cuidar del pequeño, alimentarlo, desvelarse junto con él en sus días de enfermedad, jugar con él y enseñarle todo lo que ella pudo. Edward había sido su primera oportunidad de criar a un hijo, y de los hijos de la familia Everwood fue el primero en considerarla como una madre.

Extendió su mano hacia la cabeza de Edward y acarició su cabello a la par que dejaba salir gruesas lágrimas de sus ojos, y entonces suspiró:

—Gracias por tu amor, mi pequeño.

Dicho esto, volvió al hombro de su esposo, y él colocó su mano izquierda sobre la espalda de su esposa. Luego, la retiró por un momento y la acercó al frío rostro del joven; rozó sus mejillas y sucedió entonces que sus ojos se empañaron y su gesto se perturbó.

—Fue breve tu estancia en este mundo —habló con su voz resquebrajada—; sin embargo, fuiste capaz de muchas cosas de las que nosotros ni siquiera imaginamos que podríamos lograr. Fuiste un dechado de virtudes para aquellos que te rodeaban, manifestaste amor en todas las formas posibles en que puede ser expresado y demostraste una fe inquebrantable además de una ejemplar perseverancia.

»Ahora has partido al descanso eterno. Será difícil acostumbrarnos a tu ausencia, pues has marcado la existencia de muchas vidas con tus actos. Tu despedida ha privado nuestros corazones de tu maravillosa presencia, pero sigues vivo dentro de ellos y dentro de todas las almas que tocaste. Sólo nos queda esperar con anhelo el día en que nuestras almas vivas se reúnan otra vez y gozar de la vida que no tuviste la oportunidad de vivir. Hasta entonces, querido hijo.

Cuando el señor Everwood terminó de expresar dichas palabras, Tobias, Rachel, Esther y el resto de los Everwood se dirigieron donde el señor y la señora Everwood y se unieron a ellos en un cálido y reconfortante abrazo, y después de esto se apartaron del ataúd y dieron entonces autorización a los empleados para que pudieran llevarse el féretro para de esta manera dar inicio al bongerfeuer.

Los empleados así lo hicieron. Trasladaron la caja hasta el cuarto donde se encontraba el horno y, luego de activar la máquina, pasaron por fuego los restos de Edward.

Cerca de dos horas después el proceso quedó finalizado. El nuevo empleado del lugar apareció en la sala de espera y entregó una urna metálica en color oscuro con las cenizas del muchacho al señor Everwood. Luego de esto, pagó el señor Everwood la cantidad estipulada por los servicios y después dio el aviso para que todos se dirigieran al lugar denominado Speinmory Stoin.

Recorrieron el mencionado recinto hasta llegar al rincón donde se encontraban las placas de piedra de la familia Everwood. Al llegar a su destino, el señor Everwood procedió a grabar en una de las losas de piedra de color azul muy oscuro el nombre de Edward a golpe de cincel, y después pasó una mano de pintura dorada a través de las marcas que conformaban dicho nombre con un pequeño pincel. Terminado el proceso, el señor Everwood hizo una invitación a todos los que le acompañaban para dirigirse hacia el Skimmel Castburg, misma que todos ellos aceptaron para luego marchar sin dilación hacia el lugar antes mencionado.

Ahora bien, sucedió que, antes de partir con rumbo al mencionado edificio, Tobias, Rachel y el profesor marcharon con rumbo al domicilio de Kedrick Kallagher, de donde tomaron lo que les resultara necesario para la actividad que tenían planeada.

Pues bien, allí se encontraban los Everwood, además de todos aquellos que les hacían compañía en el cortejo fúnebre, en la espera del joven Tyler y su compañía cuando, cerca de las tres de la tarde, aparecieron en el sitio acordado. Tobias llevaba puesto su traje especial que Edward había confeccionado, y en hombros llevaba lo que parecía ser una enorme mochila con tubos que sobresalían de ella, además de un curioso arnés en la parte frontal de su vestimenta.

—Joven Tyler, ¿está listo? —inquirió un tanto severo, y mostró la urna con cenizas.

—Por supuesto —indicó para entonces tomar la mencionada urna.

—Sólo por curiosidad, ¿por qué está vestido de esa manera, y qué es eso que lleva en la espalda? —indagó el señor Everwood.

—Esto, señor Everwood, es una sorpresa que, de seguro, los dejará boquiabiertos —respondió. El señor Everwood no quedó demasiado conforme con la respuesta; de hecho, esto lo dejó un tanto perplejo y lleno de incertidumbre—. Ya lo descubrirá en un momento.

—De acuerdo. Tenga mucho cuidado, joven Tyler —indicó, y Tobias asintió para entonces ingresar en el Skimmel Castburg

Dentro del monumento, siguió los pasos que Edward le había indicado y subió hasta la parte más alta del monumento. Entonces, cuando se encontraba en la parte más alta del lugar, tiró del cordón verde y esto hizo que el glygzeug se desplegara.

—Le dije que volaríamos juntos algún día —habló Tobias para sí mismo—. La vista es maravillosa, señor Edward; si tan sólo pudiera verla —suspiró, y de inmediato se colocó su casco y sus gafas de aviador. Acto seguido, sujetó la urna del arnés que llevaba sobre su indumentaria y, por último, se trepó en la cerca de protección—. De acuerdo, ha llegado la hora —expresó animoso. Miró hacia primero hacia el suelo y después hacia el cielo. Cerró sus ojos y realizó una respiración profunda y exhaló con tranquilidad mientras la brisa acariciaba su rostro, sensación que lo llenó de paz y, por último, saltó al vacío.

La muchedumbre que se encontraba debajo de él lo observaba con expresión llena de pasmo en sus miradas debido a atestiguar el precipitado descenso del joven, pues temieron que en realidad había saltado hacia su muerte; pero todavía mayor fue la maravilla que les sobrecogió cuando Tobias se elevó por los aires como un ave.

—¿Pero qué...? —se dispuso a interrogar el señor Everwood, y se detuvo pues él mismo había dado con la respuesta a su pregunta, lo que le hizo menear la cabeza de lado a lado mientras en su rostro mantenía una sonrisa de incredulidad.

No tardó demasiado en identificar el aparato que Tobias empleaba para desplazarse por los aires, pues él estuvo presente cuando Edward se lo mostró años atrás, y fue él mismo quien, con sobrada preocupación por la seguridad de su retoño, le prohibió utilizarlo. Pero eso no lo detuvo, ni mucho menos a su amigo quien, en muestra de gran valor y audacia de su parte, llevaba a cabo tan impresionante actividad y dominaba las funciones del artefacto como si el vuelo fuese parte de su vida misma desde el día en que llegó al mundo.

—Incluso en la muerte fuiste capaz de cumplir uno de tus sueños. No cabe duda, hijo; para ti jamás existieron los límites —expresó en palabras que expresaban orgullo y admiración conforme contemplaba al joven Tyler en su acto aéreo.

—Kay —habló el señor Anderson sin apartar la mirada del cielo.

—¿Sí? —contestó el aludido.

—Creo que tengo una idea —añadió, y procedió a susurrar palabras al oído de su amigo.

Conforme Tobias volaba sobre el área del parque, retiró una de sus manos del manubrio del glygzeug y removió la cubierta de la urna. Al instante, las cenizas comenzaron a esparcirse por los aires como si se tratase de un avión moderno que fumiga los campos, y el viento ayudó a que se dispersaran con mayor rapidez. Tobias volvió su mirada hacia el pequeño cúmulo grisáceo que flotaba en el aire, y en su imaginación contempló entre ellas el rostro de Edward como si le sonriera, por lo que él sonrió satisfecho y lleno de gozo.

Terminada su labor, planeó por un tiempo mientras hacía piruetas en el aire para después descender a los suelos muy cerca de donde se encontraban reunidos todos los testigos del suceso, y de entre ellos no pocos le alabaron por su intrépida proeza, aunque se llevó ciertas expresiones del señor Everwood que, aunque eran elogios hacia su persona, sonaban un tanto amonestadoras. Después de esto, cada uno de ellos procedió a despedirse de la familia Everwood y se retiraron a sus respectivos hogares hasta que sólo quedaron los Everwood, sus sirvientes que los acompañaron, Tobias, Rachel, el profesor Kallagher y Esther.

Los Everwood regresaron a su residencia en compañía de los cuatro grandes amigos de Edward, quienes decidieron acompañarlos en lo que restaba del día como una forma de mostrar su apoyo incondicional a la familia de quien fuera su más cercano amigo.

De vuelta en la morada familiar de los Everwood, pasaron todos ellos a dirigirse a la sala de estar. Los ánimos se encontraban decaídos y no había demasiado interés en conversar, por lo que se limitaron a permanecer cada uno en sus asientos en silencio mientras la servidumbre se dedicaba a ofrecerles algún refrigerio.

—Señor Everwood —habló Rachel, quien recién había ingresado a la habitación—, tenemos un obsequio para usted y su familia —indicó, y procedió a mostrarles un estuche de madera con acabados metálicos en las esquinas que llevaba en manos, la razón por la que había tardado un poco en acompañarles. Acto seguido, lo abrió para mostrar el contenido.

Dentro se encontraba un reloj con un diseño peculiar, debido a que, tanto a la cubierta frontal como a la trasera, e incluso a la carátula del reloj poseían un agujero, como si una sección circular de bien tamaño hubiera sido removida de su sitio, lo que permitía ver el interior del mecanismo en funcionamiento. El reloj, al igual que la cadena, eran de un color oscuro, y por todo el reloj se encontraban grabados en color dorado.

—Es el reloj del señor Edward —señaló Tobias, y el señor Everwood volvió su mirada hacia él con cierta fascinación—. El señor Edward trató de repararlo durante mucho tiempo, pero cuando se puso triste por lo sucedido durante aquella cena en casa de los Sadler, lo arrojó al suelo y lo destruyó —explicó Tobias, lo que hizo que en Rachel se dibujara una expresión llena de culpa y que por ello desviara su mirada hacia el suelo—. Hace unas semanas, sobre la mesa donde él trabajaba, encontré el reloj por completo destrozado y abandonado. Entonces le comenté a la señorita Raudebaugh que sería un buen acto de nuestra parte reparar el reloj por nuestra cuenta y dárselo como obsequio al señor Edward. Fue una pena que no hayamos tenido la oportunidad de entregarlo en persona —concluyó entristecido.

—Las modificaciones fueron una sugerencia del joven Tyler —añadió Rachel—. Adelante, tómelo —invitó.

El señor Everwood acercó sus manos al estuche y tomó con delicadeza el reloj. Lo miró con gran fijeza por espacio de un minuto mientras colocaba en su rostro una sonrisa a medias y sus ojos se cristalizaban de lágrimas para después acomodarlo de regreso en el estuche.

—Apreciamos su gesto con gran medida. Lo cuidaremos muy bien —señaló el señor Everwood al tiempo que tomaba el estuche—. De hecho, conozco el sitio perfecto donde podemos colocarlo —añadió y, acto seguido, el señor Everwood dejó el cuarto en la que se encontraba y se dirigió hacia la habitación de su hijo Edward, seguido de cerca por Tobias, Rachel y los demás como si se tratase de una procesión.

Llegó entonces al que sería el dormitorio de su hijo menor e ingresó sin perder un solo segundo. El sitio se encontraba inmaculado y en completo orden, como si nada hubiese sucedido ese día, pues los sirvientes se habían encargado de darle limpieza esa mañana a petición del señor Everwood. Se dirigió a la mesa donde Edward solía trabajar en sus invenciones, y no pudo evitar tener recuerdos de su hijo cuando era pequeño y le mostraba los nuevos artefactos que había diseñado. Sus ojos se humedecieron de nueva cuenta, y se apresuró a limpiarlos con su dedo índice.

Sobre la mesa se encontraba un estante pequeño diseñado para relojes. El señor Everwood tomó el reloj del estuche, le dio cuerda y lo ajustó a la hora correcta y, acto seguido, lo colocó en el mencionado estante.

Justo después de llevar a cabo esta acción, permaneció un momento de pie frente al reloj sin proferir palabra alguna, y el resto de quienes se encontraban con él en ese momento también permanecieron en un silencio total por más de un minuto.

—Salgamos —sugirió el señor Everwood momentos después de ese breve tiempo de meditación, a lo que ellos accedieron y procedieron a retirarse con prontitud con la excepción de Tobias, quien permaneció un momento más dentro del cuarto en absoluto silencio.

En la habitación no se escuchaba otra cosa que no fuese la maquinaria del reloj, y el sonido que emitía recordaba al palpitar de un corazón. Para Tobias esto significó un brillo de esperanza, motivo por el que comenzó a sonreír con júbilo, como si hubiese obtenido una gran victoria sobre un poderoso adversario.

Extendió su mano hacia el reloj y lo tomó entre sus dedos. Aquello fue una curiosa sensación, como si tuviera en su mano el corazón con vida de su amigo, lo que le hizo sonreír con éxtasis. Dejó en reloj en su posición y, antes de pasar a retirarse, expresó con total convicción:

—Nos veremos pronto, señor Edward.

(Arriba: La palabra «Slende» en coulandés antiguo, cuyo significado es «Fin»)

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