
CAPÍTULO XXXVII
Ahora bien, mientras el equipo de investigadores llevaba a cabo su respectiva labor, sucedió que Rachel comenzó a despertar de su letargo inducido por causa de la sustancia que los raptores emplearon para hacerla cautiva.
Conforme despertaba, sus sentidos también lo hicieron poco a poco. Lo primero que notó fue que estaba en un sitio en penumbras, al que entraba tan sólo la débil luz de una lámpara incandescente del corredor contiguo al lugar donde estaba encerrada. Al mismo tiempo, comenzó a escuchar un sonido débil que poco a poco comenzaba a intensificarse a la par que se volvía estridente e insoportable. Una vez se aclaró su audición, no tardó en percatarse de que se trataba de Hawthorne, quien clamaba y lloriqueaba a voz en cuello por su liberación.
—¿Dónde estamos? —preguntó con voz débil, pero el único presente en el cuarto ni siquiera prestó atención a sus palabras, sino que continuó en su ruego—. Hawthorne, ¿dónde nos encontramos? —inquirió de nueva cuenta, pero no recibió respuesta alguna—. ¡Hollingsworth! —gritó lo más fuerte que sus fuerzas se lo permitieron.
—¿Qué en toda la tierra habitada es lo que quieres? —respondió airado el aludido.
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó de nueva cuenta Rachel.
—Mujer tenías que ser —masculló exasperado, como si su sexo fuese culpable de que no estuviera enterada de lo sucedido—. ¿Qué acaso no te das cuenta? ¡Fuimos raptados! —respondió a gritos y vuelto un energúmeno.
—No puede ser —murmuró—. ¡Tenemos que buscar una manera de salir!
—¿Y qué crees que hacía? ¿Perder el tiempo?
—Y te quejas de mí y me acusas de ser ignorante sólo por ser de mi sexo —adujo Rachel—. ¿Acaso crees que sólo con solicitar nuestra libertad nos la van a conceder? ¡Ellos son criminales, no tus sirvientes!
—Quizá conmigo tengan piedad y accedan a mi solicitud si llego a un acuerdo con ellos. Pero en lo que a ti respecta, me parece que tu suerte se agotó.
—¿Qué? —preguntó perpleja—. ¿Piensas abandonarme aquí?
—No sólo lo pienso, voy a hacerlo. Es más, soy capaz de ofrecer tu misma alma a cambio de mi libertad.
—¡Esto es inaudito! —gritó vuelta una furia la joven Raudebaugh—. ¡Eres la peor escoria que jamás me haya tocado conocer en mi vida! Además, ¿te has puesto a pensar que sucederá con Devon? ¿Qué pensará tu amigo si se entera que ha perdido a la persona a quien ama, aun a pesar de que existió la oportunidad de haber sido liberada?
—Existen muchos peces en el océano, querida —respondió con mofa—; muchos de mejor calidad que la tuya. Tal vez encuentre alguno cuya carne esté inmaculada y libre de cualquier deshonor que usted haya cometido.
Esto fue el límite para Rachel. Tales acusaciones de algo por demás alejado a la realidad y sin una razón válida fue la que la dejó en estado exacerbado. Su feroz mirada, propia de las fieras enjauladas y embravecidas, y su respiración agitada no expresaban otra cosa que una ira incontrolable. Se puso de pie y comenzó a quitarse sus zapatos con los pies –es notable mencionar que ambos se encontraban maniatados, aunque tenían sus pies libres– y se dirigió hacia donde se encontraba Hawthorne.
Hawthorne la observó extrañado, pues no tenía idea de lo que pensaba hacer. Sin embargo, sus dudas fueron esclarecidas cuando sintió el doloroso puntapié que la doncella le propinó en sus posaderas.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Hawthorne.
—¡Es lo que se merece por haber insultado mi honor! —contestó, y luego le propinó otro puntapié—. ¡Y este es por sus intenciones de abandonarme en este recinto en manos de malvivientes!
—¡Es lo menos que se merece alguien como usted! —reclamó Hawthorne.
—¿Y por qué razones insinúa que lo merezco? —gritó, para propinarle otra patada ahora en la espalda.
—¡Si no me hubieses rechazado desde un principio te habrías evitado toda esta suerte de calamidades! ¡Pero te mereces esto por no amarme, y mucho más por acercarte a ese cadáver ambulante de Edward Everwood! —contestó.
—¿Por qué incluye a Edward en esto? —preguntó, y de pronto recordó la conversación que mantenían momentos antes de haber sido privados de su libertad, lo cual avivó un poco más la flama de la ira que la consumía—. ¿¡Cómo se atreve a obrar de una manera tan vil para con el joven Everwood!? —espetó con toda su ira, y acto seguido comenzó a patearlo por todas partes. Golpeó su espalda, pisoteó su pecho e incluso pateó su rostro con sus pies. Quizás no eran los golpes más fuertes que una dama pudiera propinar, pero es seguro que le causaban severo dolor a Hawthorne.
—¡Porque no lo soporto! —contestó, y Rachel dejó de golpearlo—. Siempre intenta probar que es una mejor persona de lo que yo soy, desde el primer día en que lo conocí; y lo que lo vuelve más lamentable es el hecho de que lo consigue. Tiene mejores amigos que los que yo algún día podría tener, y se mantiene ecuánime ante las adversidades que afronta, y en particular aquellas de las que soy el causante. Por si fuera poco, ¡a pesar de que el infeliz está a punto de morir, siempre mantiene esa sonrisa en su rostro y una actitud tranquila y confiada, y no puedo concebir a alguien así! ¡No puedo tolerar verlo brillar, aun cuando sus circunstancias sean tan oscuras! Pero, sobre todas las cosas, lo repudio porque te tiene a ti, Rachel Raudebaugh, y yo no.
»Pero no puedo permitir que dos personas sean tan felices cuando se me ha negado ser partícipe de esa dicha. Esa es la razón de mis acciones... ¡Y esa es la razón por la que te quedarás en este lugar para pudrirte en la inmundicia hasta que de ti no quede salvo una hebra de lo que solías ser! Y cuando sea libre, estaré allí para ver como tu amigo se desmorona por la desdicha de haberte perdido. Le aseguro que voy a disfrutar el glorioso sabor de ese momento; entonces, querida Rachel, me consideraré como el más grande triunfador de toda la historia, ¡y guardaré esa victoria como la más importante en toda mi vida!
Ese resultó ser el colmo para la doncella. La sarta de barbaridades que Hawthorne había expresado la había dejado en un estado por completo exaltado y embravecido, y no encontraba otra manera de liberar toda esa cólera que arremeter contra quien la había provocado. Fue por ello que se preparó para propinar la más intensa de sus patadas, y apuntó hacia una zona de pudorosa condición que, como es de amplio conocimiento por todo el mundo, produce el dolor más insoportable que un hombre pueda sufrir cuando, de pronto, un sonido proveniente de la puerta la distrajo de su cometido.
La puerta se abrió, y en el umbral se encontraban Jeff y sus dos secuaces. La luz del corredor les iluminaba por la espalda, por lo que Rachel tuvo dificultad para ver e identificar sus facciones.
—¿Qué es lo que sucede aquí? —preguntó Jeff.
Si bien Rachel no podía ver el rostro de sus raptores, el sonido de su voz provocó un sentimiento de pavor en el alma de la joven Raudebaugh. No tardó demasiado en identificar a qué persona correspondía dicha voz, por lo que al verlo acercarse a ella lo contempló con ojos muy abiertos y pendiente de su propia alma.
—¡Solicito que nos liberen de inmediato! —clamó Hawthorne.
La petición provocó mofas y estentóreas risas entre los tres delincuentes.
—Nada es gratuito en este mundo, muchacho —respondió Jeff—. Te dejaremos partir, por supuesto, pero sólo en el momento en que tus padres hayan pagado por tu liberación.
—Eso no importa. Pidan lo que desean. Dinero, joyas, posesiones, una porción de la tierra de Couland, ellos se las entregarán; ¡sólo déjenme libre! —imploró.
—Tus términos tendrás que hacerlos llegar hasta nuestro jefe; él decidirá si acepta o se niega. Con quién no creo que tenga misericordia es con tu amiguita.
—¿Ella? A ella apenas si la conozco —expresó, y Rachel le lanzó una profunda mirada de odio.
—Los vimos muy juntos a los tres mientras paseaban por la ciudad —aclaró Bob.
—Es la novia de alguien más; no es alguien que en realidad me importe demasiado. Si la desean, quédense con ella, pero, ¡por favor, déjenme ir!
—¿Vendes de esa forma a la pareja de otra persona por salvar tu vida? Eso sí que es ser ruin y falto de bondad, un acto que incluso supera nuestras peores bajezas. Es bueno que sea persona no sea un amigo cercano, o de lo contrario debería pensar mejor con quienes se relaciona después de lo que suceda este día —expresó Jeff, y Hawthorne puso una mirada de vergüenza—. Pero basta de charlas, es hora de llevarlos ante «El Jefe». Con su permiso, señorita —dijo a Rachel, entonces le colocó una mordaza y una bolsa de tela sobre la cabeza. Acto seguido, la cargó como si no fuese gran cosa en sus brazos, aun a pesar de lo mucho que ella oponía resistencia. Bob y Chuck hicieron lo mismo para con Hawthorne, y entre los dos lo llevaron escoltado cada uno sujeto de uno de sus brazos.
Los condujeron hasta una habitación bastante amplia, aunque no se destacaba por su gran aspecto y su pulcritud pues, de la misma manera que el resto del edificio, esa habitación se mostraba cerca de las ruinas. Lo único que resaltaba en ella, y que parecía ser lo que en mejores condiciones se encontraba, eran el escritorio y la silla en la que se encontraba sentado un hombre de piel bastante clara, cabello rubio y ojos marrones, vestido en traje de color verde con un chaleco color marrón, camisa blanca y corbata negra en cuyas manos sostenía un largo bastón de madera. Sus prendas de vestir se mostraban en buenas condiciones, su rostro era bien parecido, su condición física era buena y su faz se mostraba afable, distante de como lucía por lo general el líder de un grupo criminal.
—Buenas tardes, jefe —saludó Jeff al momento de estar frente a su presencia.
—Jeff, hacía tiempo que no te miraba por este sitio. ¿Qué nos traes ahora? —inquirió el cabecilla con voz tranquila.
—Bueno, señor, mis secuaces y yo hemos conseguido una magnífica oportunidad de hacernos de una buena fortuna, y una fascinante sorpresa para usted. Verá, encontramos a este mozalbete mientras vagaba por las calles de la ciudad —dijo, luego se volvió e hizo una seña para que llevaran ante él a Hawthorne. Le removió el saco de tela de su cabeza y mostró el rostro del joven ante su jefe—. Mire nada más que buen muchacho —señaló, y lo tomó de su mentón—. Proviene de una familia adinerada, él mismo nos lo dijo, y aseguró que sus padres ofrecerían cuanto les pareciera adecuado por su liberación.
—¿Sus padres están enterados de su rapto?
—Aún no, señor. Es poco probable que sepan de su desaparición.
—De acuerdo. Llévenlo al cuarto inferior. Manténganlo allí por un par de días hasta que la noticia de su desaparición se haga pública. Entonces llamen a sus padres, informen de su situación y soliciten el rescate que ustedes consideren conveniente.
—Por supuesto, señor. Ahora, voy a mostrarle su sorpresa. ¿Recuerda a esa doncella de la que le hablamos hace un tiempo?
—Claro, claro; la chica que acompañaba a ese muchacho que utilizó el juguete que los inmovilizó.
—Exacto, ella. Pues bien, la encontramos de nuevo, señor, y la traemos como un presente para usted. Vea, aquí la tiene —expresó; entonces le mostró a Rachel, a quien llevaba sujeta de las manos, y luego le retiró también la bolsa de tela de su rostro—. ¿No es una belleza?
Rachel comenzó a forcejear para liberarse de las garras de ese malviviente, pero Jeff la mantenía sujeta con toda su fuerza. «El Jefe» la contempló con seriedad y una sonrisa en su rostro con tintes de iniquidad.
—Es un poco ruda, no fue sencillo traerla hasta aquí —aclaró Jeff.
—Eso puedo verlo —respondió; luego se puso de pie y comenzó a caminar hacia ella—. Así es como me gustan —expresó, para después acariciar con calma el rojo cabello de Rachel, e incluso tomó un mechón, lo olió y luego exhaló con placer—. Llévenla al cuarto especial, en el segundo piso.
—Por supuesto, señor. ¡Vamos! —ordenó Jeff a sus secuaces, y acto seguido los tres se marcharon a realizar lo que «El Jefe» les había ordenado.
Trasladaron a Hawthorne a un sótano, donde lo dejaron encerrado, y a Rachel la llevaron hasta una habitación diferente de la que se encontraban, bien iluminada, aunque decaída en su estructura. Dentro había nada más una mesa, una silla y un tapete en el suelo.
Al entrar al cuarto, Jeff procedió a desatarla. Al verse liberada de sus ataduras, Rachel intentó escapar del cuarto, pero su intento de escape fue en vano.
—¿A dónde crees que vas, señorita? —la inmovilizó Jeff al sujetar sus muñecas.
—¡Suélteme vil truhan! —reclamó ella.
—Si tú lo pides, muchachita —respondió Jeff con mofa, y entonces la empujó y la arrojó al suelo a una distancia apartada de él.
Ofendida por el maltrato que había recibido de parte de su captor, Rachel se levantó de inmediato para intentar de nuevo su escape, pero Jeff reaccionó aprisa y cerró la puerta antes de que ella llegara hasta donde él. Entonces procedió a ponerle llave a la cerradura y a atrancar la puerta con una vieja mesa que encontró en el corredor.
Enfurecida, llena de rabia y desesperación, Rachel golpeó la puerta y la sacudió en su intento por abrirla. Al ver que era un hecho innegable que no tenía escapatoria, pues hasta los huecos donde hubiera ventanas ahora había ladrillos pegados, Rachel se sentó en el suelo. La zozobra comenzó a apoderarse de ella, entonces decidió ya no oponer más resistencia a su angustia por lo que colocó su cabeza en sus rodillas flexionadas y cedió al llanto.
—Devon, por favor, ven y ayúdame —comenzó a clamar entre sollozos—. Oh, Edward, quisiera que estuvieras aquí. De seguro podrías hacer algo, con certeza encontrarías la manera de liberarme —fue lo último que dijo antes de que guardara silencio por un breve instante, luego de lo cual se recostó en el suelo y procedió a elevar una fervorosa plegaria.
Ahora bien, la hora era las seis de la tarde. La luz del sol comenzaba a fenecer y dale daba paso a la oscuridad de la noche. Un autwagen se dirigía presuroso hacia la parte sureste de la ciudad. En dicho vehículo viajaban cuatro personas con rostros fijos y determinados y expresiones llenas de firmeza y valor mezcladas con un poco de nerviosismo.
Atrás quedó el centro de la urbe, populosa y llena de luz, y pasaron a un sitio en el que reinaba la oscuridad y la incertidumbre, acrecentadas por la soledad del paraje y la carencia de luz, la cual los reflectores del autwagen no alcanzaban a disipar. El camino tampoco era demasiado confiable. El terreno era tan pedregoso, lleno de baches y obstáculos por evadir que uno podría llegar a pensar cómo era posible que algunas personas se atrevieran a aventurarse en dichos senderos tan escabrosos, en particular ellos, quienes se sentían intranquilos y temerosos de que en su camino se cruzara uno de dichos malhechores a quienes estaban por hacer frente.
Fue entonces, en una parte de ese inseguro camino, cuando los ocupantes de la unidad divisaron un edificio en medio del desolado paraje. El profesor Kallagher detuvo la unidad y se aparcó en busca del amparo de la vegetación para evitar ser visto. Edward se puso de pie con cuidado y tomó el par de binoculares que consigo llevaba cuando realizó el experimento del vuelo en glygzeug.
—¿Qué es lo que ve, señor Edward? —inquirió Tobias en susurros.
—Según lo que alcanzo a ver, no parece haber rastro alguno de personas en ese lugar —respondió—. Tobias, haz una breve exploración para cerciorarnos de que ese lugar esté deshabitado.
—Por supuesto, señor Edward —accedió, y Tobias descendió de la unidad y se escabulló hacia un arbusto cercano.
Se movió de arbusto en arbusto y evitó ser visto, luego se amparó detrás de un árbol cercano, otro siguió después y, por último, detrás de un gran matorral ubicado en las cercanías del edificio. Se asomó hacia el interior del edificio por una de las ventanas, pero no alcanzó a distinguir en él rastros de almas vivientes. Lo único que poblaba ese abandonado recinto eran ratas y animales rastreros los cuales, al percatarse de la presencia humana en sus alrededores, huyeron a ocultarse en sus agujeros; nada más sus ojos, visibles como pequeños puntos que reflejaban la moribunda y escasa luz era lo que podía detectarse de su presencia.
—Aquí no hay nada, señor Edward —gritó Tobias.
—De acuerdo. Vuelve al auto —ordenó Edward, y procedió a marcar en el mapa el primer edificio con una cruz.
Volvió Tobias al vehículo y partieron de acuerdo a lo que indicaba el escabroso camino.
No tardaron demasiado en ubicar otro edificio, el cual parecía estar más deshabitado que el primero, de lo que Tobias se percató a la vez que hacía gala de sus habilidades adquiridas durante su entrenamiento con Andy.
Luego de dicha revisión, partieron en busca de indicios de los otros recintos señalados en el mapa. Fue entonces cuando Andy advirtió sobre algo que observó a la distancia. Era un gran edificio cuya silueta era apenas discernible entre la oscuridad de la noche, aunque parecía haber luz proveniente de su interior.
Se aparcaron en el camino y Edward tomó sus binoculares para divisar con mayor claridad aquél sitio.
—Está habitado —aclaró—. Puedo ver signos de personas dentro de ese lugar —comentó, y entonces cedió sus binoculares a Andy.
—Veo a alguien —confirmó Andy—; está cerca de una ventana y hay poca luz detrás de él, por lo que alcanzo a percibir su silueta.
Tobias solicitó los binoculares y observó hacia el edificio.
—En efecto. Parece haber mucha gente reunida en la parte inferior —comentó Tobias. ¿Cuál será el plan de acción?
—Tendremos que investigar para confirmar si ese es el lugar correcto, entonces actuaremos —respondió Edward—, pero para ello debemos acercarnos más
—Moveré el autwagen y nos ocultaremos en un sitio más cercano —indicó el profesor Kallagher para así llevarlo a cabo.
Avanzaron hasta encontrarse a una distancia de poco más de cien metros y se ocultaron en la espesura alrededor del terreno. En cuanto a este lugar, parecía similar a un antiguo edificio con numerosas habitaciones, pues podían verse una gran cantidad de ventanas; tal vez se trataba de un viejo sitio de hospedaje que terminó abandonado con el pasar de los años y ahora era un nido de malvivientes.
Después de detenerse, Edward y Tobias descendieron del vehículo y, a petición del primero, el profesor abrió el compartimento trasero del autwagen. De este extrajo las cajas que había solicitado a Tobias que llevara, las cuales poseían candados y sistemas de cerraduras con teclas numéricas de los que sólo Edward conocía la combinación para abrirlos
—¡Cricketty crack! ¿Qué son esas cosas? —exclamó Tobias lleno de pasmo en el momento en que Edward abrió las cajas y reveló su contenido.
—Nuestras herramientas para este caso, amigo —respondió.
De una de las cajas extrajo un par de curiosos cinturones, los cuales contaban con un gran número de compartimentos y bolsillos. Asimismo, tomó un objeto parecido a tirantes con un par de fundas y otros compartimentos adicionales.
—Ponte estos —solicitó a Tobias a la vez que le entregaba uno de los cinturones y los tirantes. Tobias los tomó e hizo como su amigo se lo pidió.
—¿Para qué se supone que son estos? —preguntó Tobias para después señalar los compartimentos del cinturón, mientras Edward se colocaba el otro.
—Dentro de ellos colocarás esto —explicó, y le entregó cerca de una docena de esferas de metal.
—¿Cómo funcionan estas cosas?
—¿Ves el interruptor de allí? —señaló un pequeño interruptor muy bien disfrazado en la estructura de la esfera—. Lo presionas y luego arrojas la esfera. En unos segundos, un mecanismo se activará y la esfera se abrirá, lo que liberará un gas somnífero.
—¡Ya recuerdo! Como ese objeto que utilizó aquella tarde en el parque.
—Exacto.
—¿Y esto para qué es? —inquirió ahora sobre los tirantes.
—Esto te servirá para que en ellos sostengas esto —indicó; luego se puso a buscar en la caja y tomó de esta un artefacto, el cual entregó a Tobias.
El mencionado objeto tenía una apariencia similar a una pistola para clavos de tiempos modernos, aunque poseía algo similar a un barril de una pistola normal, con acabados en bronce, aditamentos fabricados de cobre, una empuñadura de cuero y una batería Blyght conectada en la parte inferior.
Tobias la tomó extrañado y comenzó a observarla desde todos los ángulos.
—¿Para que servirá esto? —preguntó, y entonces tiró del gatillo por accidente. Al instante, un dardo salió disparado hacia el profesor Kallagher, quien de inmediato lanzó un leve quejido de dolor y cayó inconsciente sobre el volante del autwagen.
—¡Kay! —gritó Andy alarmado a la vez que sacudía su hombro para hacerlo reaccionar; acciones que resultaron infructíferas pues el buen profesor cayó de inmediato en el más profundo sueño—. ¿Qué le hiciste? —preguntó ahora con aire de molestia.
—Ay no. No, no, no, no... ¡No! ¿Es esto un arma? ¡No me digas que maté al profesor! —comenzó a preguntar Tobias por completo asustado, y se llevó la mano y la pistola a la cabeza.
—Tranquilo, Tobias; baja la voz —indicó Edward, e hizo señas con sus manos para calmar a su compañero—. El profesor no está muerto, sólo está bajo el efecto de un sedante —explicó a él y a Andy, y luego tomó la pistola de las manos de Tobias—. No es un arma cualquiera, ésta es una pistola de dardos tranquilizantes. Cada dardo contiene una dosis pequeña de un sedante poderoso, lo suficiente como para causar inconsciencia por espacio de diez minutos. —Edward tomó una pieza del arma, tiró de ella y el arma se abrió—. Éste es el compartimento para los dardos. Cuando se termine una ronda, coloca la pistola en esta posición —señaló con la pistola orientada hacia arriba, y al instante los nueve dardos cayeron, y Tobias los atrapó antes de que tocaran el suelo—, y entonces lo recargas con esto —le mostró a Tobias un contenedor cilíndrico adicional que contenía diez dardos—. La pistola funciona con la energía de una batería Blyght. Aquí tengo algunas adicionales en caso de que te quedes sin energía. Toma. —Edward le entregó tanto la pistola como las baterías y un par de contenedores adicionales con dardos sedantes, y le indicó que los colocara en los apartamentos de los tirantes que llevaba puestos—. Pero eso no es todo lo que tengo preparado para situaciones como ésta.
Edward se dirigió hacia otra de las cajas, y de ella tomó algo que se parecía a una diadema que poseía lo que parecían ser pequeños parlantes en sus extremos y un pequeño micrófono, la cual estaba conectada por medio de un cable a una caja metálica de tamaño mediano con interruptores y luces. También extrajo de la misma caja otra caja un poco más grande, aunque esta poseía parlantes incluidos y una suerte de micrófono conectada a ella. Le entregó ésta última a Andy, y presionó uno de los interruptores. Acto seguido, la maquina se encendió y comenzó a emitir ruido a través del parlante.
—Conozco este aparato —expresó Andy—. Kay lo había construido hace años. Se supone que serviría para comunicar a dos personas a la distancia; algo similar a un telephon, pero sin cables.
—Le ayudé a terminarlo, y le aseguro que ahora funciona de maravilla. Tobias, toma esto —le entregó la diadema con los parlantes—. Colócalo sobre tu cabeza —pidió, y este lo hizo así. Tobias le ayudó a ajustarlos a su cabeza, pues le quedaban un poco pequeños—. Habla —solicitó a Andy.
—Esto... ¿Hola? —dijo Andy a través del micrófono.
—Lo escucho —respondió Tobias sorprendido, y su voz salió por el parlante de la caja de Andy.
—Con esto podrá guiarnos cuando ingresemos al edificio. Solicitaremos instrucciones si algo resulta peligroso o difícil; así usted podrá ayudarnos a salir ilesos de dichas circunstancias.
—Bien —dijo Andy.
Edward tomó objetos de sus cajas y los colocó en sus bolsillos y los compartimentos de su cinturón. Al final, tomó un par de guantes de piel con curiosos aditamentos metálicos y un botón azul en la parte de las muñecas, y cambió los que llevaba puestos por estos.
—Estamos listos —indicó Edward a Andy—. Tobias —le llamó, y este se volvió hacia él.
—¿Sí, señor Edward?
Edward ajustó sus guantes a sus manos, acomodó la capa de su vestimenta, después puso el sombrero sobre su cabeza y por último sus gafas, sobre las que colocó sus antiparras con aditamentos especiales. Después de esto, con voz firme y llena de determinación, su alma inundada por un torrente de adrenalina que recorría todo su cuerpo a gran velocidad y una sonrisa desafiante, anunció:
—Que comience el rescate.
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