Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO XXXVI

Ahora bien, sucedió que mientras se suscitaban los hechos antes narrados, la joven Raudebaugh y el joven Hollingsworth ya habían sido trasladados hasta un recinto oculto, ubicado en un paraje alejado al sureste de la ciudad. Jeff, el más membrudo de los tres delincuentes, se encargó de llevar en brazos a Rachel, mientras que Hawthorne fue cargado por Chuck y Jeff.

—¡Eva! —comenzó a gritar el líder del trío nada más ingresó al mencionado sitio.

—¿Qué es lo que sucede? —respondió una voz femenina proveniente desde una parte alta del lugar.

Unos pasos se escucharon en la distancia, los cuales comenzaron a acercarse poco a poco hasta llegar donde se encontraban Jeff y sus compinches. Se trataba de una mujer cuyo cuerpo exhibía grandes dotes de belleza física, aunque su rostro no encajaba lo suficiente con la exuberancia de su físico. Tenía el cabello castaño, largo y un poco maltratado, y llevaba puesto un vestido de color rojo con negro.

—¿Se encuentra «El Jefe»? —averiguó Jeff con la recién llegada.

—No. Salió no hace mucho a efectuar algunos negocios con unos clientes en la parte noroeste de la ciudad.

—Es una pena. Queríamos mostrarle el jugoso botín que recolectamos este día.

—¿Te refieres a la doncella que llevas en tus brazos y al mozalbete rubicundo que tus secuaces cargan igual que un saco de patatas? Sin duda has dado en el clavo con la joven, pero no entiendo de qué te servirá el muchacho.

—Es un joven proveniente de una familia adinerada —respondió Bob, entonces pasó a mostrar la lujosa cartera que Hawthorne guardaba en su chaqueta y que ahora estaba en posesión de ellos—; seguro ofrecerán gran cantidad de dinero a cambio de su liberación.

—De acuerdo. Llévenlos a una de las habitaciones. Cuando mi «primo» regrese, ustedes recibirán su correspondiente paga por su trabajo.

—Ya escucharon, sabandijas. ¡Muévanse! —ordenó Jeff.

—Sí, señor —respondió Chuck, quien después estornudó con violencia.

Y mientras Jeff llevaba en brazos a Rachel hasta una de las habitaciones del edificio que empleaban como guarida, Bob y Chuck hicieron una pequeña pausa pues este último deseaba limpiar su nariz. Buscó su pañuelo en los bolsillos de su chaqueta, y al no encontrarlo se alarmó.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Bob.

—No lo encuentro, debí perderlo en alguna parte —comentó.

—Olvida eso; límpiate con la manga de la chaqueta y camina —ordenó su compañero.

—Eso es poco higiénico, Bob —reclamó, y Bob le dedicó una mirada irónica.

Como no encontró otra opción a la mano, Chuck prefirió sorber con fuerza y continuaron su camino conforme cargaban a Hawthorne pues Jeff comenzó a apresurarlos.

—Eso es asqueroso —opinó Bob conforme continuaban su camino.

Entonces llegaron a una de las habitaciones, y Jeff abrió la puerta para que ingresaran él y sus compañeros. Una vez dejaron los cuerpos en dicho cuarto, se marcharon y cerraron la puerta con llave.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Edward, Tobias, Andy, el jefe Beasley y su equipo de policías llegaron hasta la estación de policía de Kaptstadt. El grupo ingresó al edificio, pero sólo Baldric, Edward, Tobias, Andy y el profesor Kallagher se dirigieron a una de las oficinas donde se encontraba un oficial, un hombrecito risueño y bajo de estatura vestido en uniforme de color azul. En dicha oficina, además de un gran escritorio de madera con una pila gigantesca de documentos encima de éste, algunos casilleros y estantes con carpetas y grandes contenedores de expedientes, se encontraba una inmensa commaskinen.

—¿Ya volvió de su investigación, jefe Beasley? —preguntó el oficial en la oficina.

—He vuelto porque necesito indagar cierta información sobre arrestos llevados a cabo en meses anteriores.

—De acuerdo, señor —dijo, y volvió su asiento hacia la máquina—. Dígame, ¿en qué fecha fueron llevados a cabo dichos arrestos?

—Domingo, décimo cuarto día del quinto mes —respondió Edward.

—¿Viene con usted? —preguntó el oficial al jefe Beasley luego de extenderse un poco hacia atrás en su asiento para ver a Edward.

—Es un colaborador. Lo necesitamos para el caso.

—¿Es el famoso «Gato Negro»? —preguntó ahora un poco asombrado.

—Sí. No pierdas más tiempo con preguntas, y busca la información, por favor.

—De acuerdo; pero permítame saludar a «Gato Negro» después.

—Sí, como sea.

El oficial presionó una tecla en la commaskinen y su mecanismo comenzó a trabajar. Una interfaz apareció en la pantalla de cristal, y en una barra de búsqueda de dicha interfaz escribió la mencionada fecha. Luego de esto, presionó la tecla que venía adornada con el símbolo de una lupa, y el mecanismo de la máquina se movió con gran velocidad. Un par de minutos después apareció en la pantalla una leyenda que indicaba: «COINCIDENCIAS ENCONTRADAS: 1».

El oficial presionó la tecla que decía «INGRESAR», y la pantalla cambió a una representación de una hoja de papel con información en ella.

—Imprímela —solicitó Baldric Beasley.

—Enseguida —accedió el oficial, y luego presionó la tecla de la función de impresión.

La commaskinen comenzó a hacer sonidos característicos de una impresora de puntos de matriz, y una larga hoja de papel comenzó a aparecer. En ella aparecía la información de quienes habían sido arrestados ese día, además de una imagen impresa de cada uno de ellos de acuerdo a fotografías que habían sido tomadas durante sus arrestos.

—¿Quiénes de ellos son los sospechosos que buscamos? —preguntó Beasley a Edward y le cedió la información impresa, la cual parecía un largo pergamino.

Edward analizó el documento que Baldric Beasley le había proporcionado, y comenzó a descartar aquellos que no resultaban ser quienes buscaban.

—Éste es —señaló—, es uno de los que buscamos —indicó, e hizo referencia al perfil de Jeff en el documento—. Jefferson «Jeff» Bosley. Aquí están los otros dos, Charles «Chuck» Belle y Robert «Bob» Biggers.

—De acuerdo con sus registros, fueron arrestados por asalto a mano armada e intento de secuestro, y de acuerdo con la información en este documento, fueron liberados en fechas distintas. Charles Belle fue liberado antes, el décimo tercer día del noveno mes, bajo fianza. Los otros dos fueron liberados hace un par de semanas también bajo fianza. ¿Tienen información sobre la persona que pagó la fianza de Charles Belle? —preguntó el jefe Beasley.

—Permítame un segundo —indicó el oficial; luego, presionó una de las teclas de la commaskinen, la cual activó otra función. Escribió en la pantalla el nombre Charles Belle y presionó la tecla de búsqueda, y como resultado apareció el nombre «Annie Belle».

—¿Tienen su dirección? —inquirió Beasley.

—Así es —respondió, y en la información de la pantalla se mostraba el domicilio de dicha persona.

—Edificio Baker, número 224 de la calle 31, al norte —murmuró Beasley.

—No queda muy lejos de este sitio —aclaró Edward.

—De acuerdo. ¡A los autwagen! ¡En marcha! —ordenó Baldric Beasley conforme abandonaba aquella oficina.

—¿A qué dirección iremos, señor? —inquirió Clark, uno de los oficiales que se encontraba en el vestíbulo de la estación en espera de las órdenes del jefe Beasley

—Al número 224 de la calle 31 hacia el norte.

—Enseguida, señor.

Acto seguido, bajo las órdenes de Beasley, un grupo de policías subieron al autwagen principal; el resto permaneció en la estación a la espera de órdenes. Edward y Tobias, por su parte, se montaron al autwagen del profesor junto con Andy y se dirigieron al mencionado recinto.

Como Edward había asegurado, el lugar era cercano a la estación de policía, a unos cinco bloques para ser preciso. Llegaron hasta una zona donde había edificios departamentales, y entre ellos se encontraba el mencionado edificio Baker, una construcción de aspecto modesto y bien cuidado debido a encontrarse en una zona residencial cercana al centro de la ciudad.

Descendieron Beasley y otro oficial de su autwagen policial, mientras el resto de su equipo de policías permanecía en el vehículo, y Edward, Tobias y Andy les hicieron compañía. El profesor, por su parte, prefirió permanecer dentro de su autwagen a esperarlos.

Ingresaron al edificio y preguntaron al casero por el departamento de Annie Belle. Éste les indicó que ella vivía en el departamento 5 del segundo piso, y luego de agradecer la información, los cinco, Andy incluido gracias a la ayuda que Tobias le proporcionó, subieron por la escalera.

Llegaron entonces al segundo piso, y sin perder tiempo se dirigieron a la habitación número 5. Llamaron a la puerta, y una mujer que apenas pasaba de las veinte primaveras, de cabello castaño, piel cetrina y hermosa apariencia, aunque un poco desgastada debido, tal vez, a una vida un tanto ajetreada con el trabajo y las inquietudes cotidianas, fue quien respondió.

—Buenas tardes, señores. ¿Qué se les ofrece? —preguntó con voz suave.

—¿Es usted Annie Belle? —interrogó Beasley.

—Así es —respondió un poco extrañada.

—Mi nombre es Baldric Beasley, jefe de la policía de Kaptstadt. Ellos son mis colaboradores: Andy Anderson, los agentes especiales «Gato Negro» y «Lobo» y el oficial Lee. Llevamos a cabo una investigación, y queremos hacerle unas preguntas. ¿Podemos pasar?

—De acuerdo —suspiró con resignación y gesto decepcionado en su rostro.

—Gracias —dijo Beasley.

Annie Belle abrió la puerta y los cinco ingresaron al departamento. Los pasó a tomar asiento en una pequeña sala de espera, en la que había nada más dos sillones pequeños, y les ofreció algo de beber. Como ninguno de ellos aceptó tomar algo, tomó asiento en uno de los sillones y Beasley lo hizo en el otro, mientras que los demás permanecieron de pie.

—¿Qué es lo que desean saber? —preguntó Annie Belle.

—¿Es familiar de una persona de nombre Charles Belle?

—Es mi hermano —respondió luego de una breve pausa silenciosa—. ¿Por qué lo pregunta? ¿Hizo algo malo?

—Es uno de los sospechosos implicados en el secuestro de dos jóvenes realizado en compañía de otras personas esta misma tarde.

—¿Irá a prisión? —preguntó concernida.

—Con toda posibilidad —respondió severo.

Annie respiró hondo y dejó salir el aire en calma con sus ojos cerrados. Cuando los abrió, se puso en evidencia que estaba al borde de las lágrimas.

—De acuerdo, estaré dispuesta a cooperar con ustedes y proporcionar cuanta información deseen y necesiten sobre él.

—Bien —dijo Beasley, y Edward tomó una pequeña libreta de su chaqueta—. Dígame, ¿su hermano vive con usted?

—No, pero viene a visitarme de vez en cuando.

—¿Conocía usted sobre su vida delictiva?

—No hasta el día en que pagué su fianza para liberarlo de prisión. Me había comentado que tenía un nuevo trabajo en el que le iba muy bien, pero jamás imaginé que resultara ser algo en contra de la ley.

—¿Alguna vez durante sus visitas mencionó información sobre su «trabajo»?

—No mucho. Hablaba de sus amigos, un tal Jeff y otro llamado Bob, y una persona a la que llamaba «El Jefe». Supuse, y fui ingenua al creerlo, que se trataba de su empleador; pero después de lo sucedido llegué a la conclusión de que se trataba del líder de su grupo criminal.

—¿Tiene alguna idea dónde se reúne con sus compañeros?

—Para nada. Cualquier cosa referente a ello es desconocida para mí.

—De acuerdo. Con eso será suficiente. Muchas gracias, señorita Belle, por su apoyo a la investigación.

—Antes de que se retire, tengo una pregunta que quiero que me responda.

—Adelante, puede hacerla.

—Si mi hermano es arrestado, ¿recibirá alguna sentencia de muerte por su crimen?

—Es probable; pero eso dependerá de lo que diga el juez.

—Entiendo —expresó ella con el rostro serio e inexpresivo—. Que tenga un buen día, señor Beasley; y espero que logren resolver este asunto.

—Gracias, señorita Belle, y gracias por su cooperación. Con su permiso.

Baldric se despidió de la mujer, y lo mismo hicieron los allí presentes, para después pasar a retirarse. Ni bien Annie Belle cerró la puerta, se apostó contra ella y prorrumpió en llanto y lánguidos lamentos; lo cual resultó audible para quienes recién habían abandonado la habitación e incluso para algunos de sus vecinos quienes, preocupados, salieron a ver qué era lo que había sucedido.

—De acuerdo. Tenemos al menos un indicio de la persona para la que trabajan; por desgracia, no tenemos idea de quién se trate. Por fortuna para nosotros, tenemos a una persona que, con toda probabilidad, lo sepa. Síganme —indicó.

El pequeño equipo abandonó el edificio y se dirigieron hacia los vehículos. Luego de esto, partieron y siguieron el rumbo en el que se dirigía el autwagen de Baldric Beasley.

Transcurridos los minutos llegaron a un barrio que para ellos resultó por completo conocido. Las calles atestadas de podredumbre, el ambiente enrarecido con la pestilencia e inmundicia que en ellas se vivía y la presencia de quienes en ese lugar moraban despertaron ciertos recuerdos poco reconfortantes para Edward y Tobias. Exacto, se trataba de aquél mismo barrio marginal que visitaron durante su primera investigación.

—¿Qué podría haber en este sitio olvidado por la decencia que pueda ser útil para el jefe Beasley? —preguntó Tobias desconcertado.

—No tengo idea, pero no quieras imaginar que eres el único que se siente incómodo en este recinto —respondió Edward.

—Tranquilos, mis niños —dijo Andy con intención de apaciguarlos—. Venimos en compañía de la policía; las personas que viven en este sitio no se arriesgarían a hacernos daño alguno sin temor a sufrir severas represalias. Relájense, y actúen con naturalidad.

El autwagen policial se detuvo y de este descendió Baldric. Lo mismo hicieron Edward, Tobias y Andy del autwagen del profesor, mientras que él los esperaba en su vehículo; claro, después de tomar todas las precauciones necesarias para evitar ser víctima de alguno de los malvivientes de dicha comunidad.

Baldric Beasley se dirigió hasta una suerte de taberna e ingresó a la misma, seguido por sus tres compañeros de investigación. Al entrar, encontraron un ambiente poco diferente al de cualquier taberna que puedan imaginar: mesas atestadas de ebrios empedernidos, fumadores y apostadores, algunas mujeres dedicadas a atender cualquier suerte de necesidad que pudiera surgir entre los clientes del establecimiento, y en la barra se encontraba el tabernero y algunos clientes, entre quienes había un anciano. En cuanto a la apariencia de este último, su rostro estaba cubierto por una espesa barba y bigote y gafas de cristal enormes, estaba ataviado con un abrigo largo de color gris, chaqueta de color azul oscuro, una camisa blanca, chaleco marrón y pantalones negros. Llevaba un sombrero de copa viejo y polvoriento y un bastón de madera un poco retorcido, además de guantes de tela en las manos y zapatos largos y deteriorados. Sostenía en sus manos un vaso con whiskey, aunque no lo bebía, sino que tan sólo lo contemplaba en silencio.

Nada más la partida de investigadores puso un pie en el local todo dentro de este se detuvo. La alegre melodía entonada por la banda que ambientaba el lugar se detuvo en forma cacofónica, y todos miraron a los recién llegados con sospecha. Edward, a quien la idea de tener tantas miradas encima de él no le parecía nada agradable, se puso nervioso y comenzó a temblar un poco, cosa que uno de los parroquianos detectó y que le provocó una risa socarrona.

—¡Jenkins! —gritó el jefe Beasley hacia la barra, y el anciano allí sentado, al verse aludido por dicho apelativo, movió su cabeza hacia Baldric—. ¡Si, tú, anciano decrépito, ven aquí! —ordenó con fuerza el jefe.

El vejete exhaló aire por su boca con fuerza, dejó un billete de un mongeld en la barra y descendió de la banca. Luego, con paso lento apoyado en su bastón y las piernas abiertas y arqueadas, caminó hasta donde Beasley se encontraba.

—Ve afuera, tenemos que hablar —ordenó, y el anciano hizo como se lo pidió.

Cuando éste abandonó el lugar, Baldric dedicó a los presentes una torva mirada.

—Continúen —dijo, y luego pidió a su equipo que lo siguieran afuera.

En el momento en que el último de ellos puso un pie fuera del establecimiento, los presentes en la taberna continuaron sus actividades como si nada hubiese sucedido.

Solicitó Beasley al anciano que lo acompañara hasta su autwagen policial, y a este se introdujeron los cuatro junto con el hombre. Ya adentro, cerró la puerta y dio una orden para que pusieran en marcha el vehículo. Mientras tanto el profesor, al ver que el autwagen policial se retiraba, decidió hacer lo mismo y seguirle el paso.

Cuando ya se encontraban afuera del oscuro y lúgubre barrio, el anciano se retiró el sombrero de la cabeza. Luego se mesó el cabello con tanta fuerza que lo arrancó por completo de su cabeza para revelar que en realidad se trataba de una peluca gris y dejar al descubierto su cabello castaño oscuro. Se quitó la barba y los lentes para mostrar que, en realidad, el anciano era un joven disfrazado. Y no se trataba de cualquier persona, sino alguien que Edward sintió que conocía de otra parte.

—Que gusto verlo, jefe Beasley —dijo el muchacho.

—Es un gusto también para mí, señor Peaks —le saludó Baldric.

—¿Peaks? ¿Se refiere a Billy Peaks? —preguntó Edward, a quien de inmediato le vino a la memoria la identidad de esa persona.

—Exacto, «Gato Negro». Después de que se resolviera el crimen en el que estaba implicado, William Peaks pasó un tiempo en prisión, pero se le concedió libertad bajo palabra. Durante el tiempo que estuvo encerrado, me encargué de que su hermana menor estuviese bajo buenas manos, y al salir el señor Peaks le ofrecí un empleo que le garantiza apoyo económico para él y su hermana.

—Así es —dijo William Peaks—, soy informante del señor Beasley. Me dedico a recorrer las calles y los recintos donde son más frecuentes las reuniones de grupos criminales, y me infiltro entre ellos para obtener información. Luego, envío esa información al jefe Beasley y él se encarga de hacer el resto del trabajo. Como recompensa, recibo la tercera parte de su paga actual, y aunque mis necesidades son pocas, prefiero velar por las de mi hermana menor, a quien entrego la mayor parte de ese dinero.

—Por esa misma razón te he traído aquí —señalo Baldric Beasley—. Necesito saber si has obtenido información con respecto a una persona, el cabeza de una banda a quien llaman «El Jefe».

—Me parece una curiosa coincidencia —indicó, y luego tomó de su chaqueta una libreta con cubierta de cuero de color rojo— porque era justo la información que iba a hacerle llegar el día de hoy. Tuve la oportunidad de escuchar una conversación de una persona de nombre Brewster, quien decía trabajar para un hombre a quien llaman «El Jefe», con alguien que deseaba unirse a ellos en sus labores criminales. De acuerdo con lo que se habló en dicha conversación —dijo mientras leía sus anotaciones—, «El Jefe» es uno de los criminales de mayor rango en la actualidad. Son muy clandestinos en sus actividades, y han logrado extenderse por la mayor parte de la ciudad. Suelen reunirse en un lugar ubicado hacia el sureste, a las afueras de la ciudad; por desgracia, no incluyó más detalles al respecto de esto último en su conversación.

—Eso era lo que necesitaba por ahora. Verás, dos personas han sido privadas de su libertad esta tarde, y quienes cometieron el delito con toda posibilidad están relacionados a este sujeto. Ahora que conocemos más información sobre él y sus redes criminales, tenemos mayores oportunidades de capturarlo y liberar a quienes tiene cautivos. Toma —hurgó en sus bolsillos y extrajo algunas monedas, una cantidad de cincuenta mongelds en total—. Muchas gracias, William, por tus servicios. Ve a descansar; nos veremos mañana en el callejón Westminster.

—Muchas gracias, jefe Beasley. Le aseguro que allí estaré —aseveró; luego, se colocó de vuelta su disfraz de forma muy meticulosa y procedió a salir del autwagen policial—. Espero que les vaya bien con su investigación —expresó antes de partir.

—Tenemos un rumbo —habló Beasley.

—Pero ese lugar es enorme —explicó Andy—. Debe de haber una gran cantidad de edificios y lugares deshabitados en esa zona. ¿Cómo registrarán todos ellos en una sola noche?

—Volveré a la estación de policía, analizaremos un mapa de la zona y enviaremos escuadrones a investigar. Si encontramos algo, entraremos en acción. No se preocupen por esto, jóvenes; a partir de este momento su ayuda ya no es necesaria. Pueden volver a casa; nosotros les informaremos cuando la situación se resuelva y podrán entonces reunirse con sus seres queridos.

—De acuerdo —accedió Edward, respuesta que causó cierta sorpresa en Tobias.

Acto seguido, Tobias, Edward y Andy abandonaron el autwagen policial. Baldric se despidió de ellos y entonces partieron de regreso a la estación de policía.

—¿Eso es todo? —preguntó Tobias—. ¿Hicimos todo esto para nada?

—No, querido amigo; esto apenas está por comenzar —indicó con una sonrisa audaz y mirada desafiante.

Tomó su bastón y giró la empuñadura para contraer la cubierta y dividirlo en secciones. Separó una de dichas secciones de las demás, y de esta comenzó a desenroscar un extremo. Al abrirla, extrajo de esta un papel fino doblado y enrollado. Éste último lo extendió para mostrar un plano actualizado de Kaptstadt.

—El joven Peaks mencionó que se encontraban al sureste, a las afueras de la ciudad —señaló con su dedo en la sección correspondiente—. Según podemos ver, hay varias edificaciones antiguas en ese lugar; con toda probabilidad deshabitadas a excepción de una, en la que se encuentran Rachel, Hawthorne y sus captores.

—No sugieres que vayamos a rescatar a tu damisela en peligro, ¿o sí, Everwood? —preguntó Andy.

—Suena arriesgado, pero debemos hacerlo —respondió.

—De acuerdo —dijo Andy sin protestar—. Ya me hacía falta un poco de buena acción. Además, necesitarán de mis consejos para llevar a cabo su rescate.

—También los acompañaré —afirmó el profesor Kallagher—; después de todo, alguien debe cuidar de Andy.

—Gracias por preocuparte por mí, papá —respondió Andy con sarcasmo.

—Bien. No hay tiempo que perder; ¡tenemos una misión que cumplir y vidas que deben ser salvadas! ¡Adelante! ¡En marcha, profesor Kay! —expresó jubiloso Tobias, quien incluso levantó su puño en alto sin importar las miradas o las opiniones que pudieran tener sus compañeros.

—Tobias tiene razón, entre más pronto hagamos esto será mejor para ellos.

—Entendido, joven Everwood —dijo el profesor, quien colocó sobre su rostro un par de antiparras, y luego encendió el autwagen—. ¡Sujétense bien, caballeros, porque será un paseo muy agitado!

Dicho esto, puso el autwagen en marcha y partieron con rumbo hacia el sitio marcado en el mapa de Edward.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro