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CAPÍTULO XXIV

Momentos después apareció Baldric Beasley en la entrada principal del establecimiento. Escoltaba a Rita Fox, a quien llevaba esposada.

—¿Todo en orden? —preguntó.

—Por supuesto, jefe Beasley —respondió Tobias entusiasmado, y llevó su mano derecha a su frente en la forma de un saludo estilo militar.

—De acuerdo. Vámonos. Tenemos muchas cosas que hacer todavía.

Edward y Tobias acataron la orden de Baldric Beasley, así como los gendarmes que había asignado para que les ayudaran, y entonces se dirigieron al autwagen policial. Este era un vehículo de color azul marino muy oscuro, en cuyos costados se encontraban las iniciales «KPI» y el número 001 [11]. La parte trasera era amplia, similar a la de un vagón de carga, y dentro había algunas bancas y un armario de metal.

Subieron a Rita a la parte trasera de dicho vehículo, acompañada de Baldric Beasley, Edward y Tobias y Phil y Clark. El resto de las cortesanas, movidas por la curiosidad de los acontecimientos recientes, se acercaron al lugar de los hechos y, al ver a su compañera llevada presa por los oficiales, comenzaron de inmediato a lanzar burlas hacia ella, e incluso algunas expresaron su regocijo por su infortunada situación.

Rita tan sólo les dedicó una mirada indignada que expresaba deseos de retribución y venganza, la cual deseaba llevar a cabo en cuanto le fuera posible.

—¿A la estación de policía, jefe Beasley? —preguntó el conductor de la unidad.

—Todavía no, Calvin; primero, quiero hacerle unas preguntas a nuestra sospechosa.

—De acuerdo, señor.

—Bien, Rita Fox, díganos, ¿dónde está su hermano? —comenzó Baldric Beasley con el interrogatorio.

—Jamás se los diré —respondió ella.

—Entonces jamás saldrá de la prisión.

—Eso poco me interesa. Estaré mejor allá que libre y en este muladar.

—Ah, no, pero no será cualquier prisión, por supuesto que no. ¿Ha escuchado usted sobre «Schvarckhullch»?

—¿Intenta asustarme, señor Beasley? No temo a sus amenazas.

—Y yo no temo arrojarla en ese hueco olvidado por la piedad y la misericordia.

—No tiene el poder para hacerlo.

—¿Ve esta placa? —mostró Baldric una placa de metal con algunos símbolos grabados sobre ella que se encontraba prendida dentro de su abrigo—. Es un emblema real. El mismo rey de Couland me la entregó en persona. Con ella, me concedió autoridad como juez, jurado y verdugo. Si lo deseo, puedo hacer que la envíen a ese recinto del que sólo podrá salir en una bolsa de tela. Puedo echarte allí, a los perros que lo habitan, tan sólo por el simple cargo de obstrucción a la justicia. No habrá juicio, no habrá fianza, ni arreglos. Además, ¿sabe lo que les hacen a las mujeres como usted en ese sitio? —preguntó con un poco de malicia y una sonrisa pequeña en su rostro, y sujetó la barbilla de Rita con su mano derecha sin perder de vista sus ojos ni un instante.

Aunque en un principio ella no creía en las palabras del jefe Beasley, podía notarse en su horrorizada expresión el pavor que le provocaba la idea de pasar su vida en el considerado recinto más peligroso de todo Couland. Había escuchado relatos de aquellos que, por obra milagrosa, habían logrado salir, y que durante un breve espacio de tiempo conoció en el barrio marginal donde ejercía su labor. Ellos ingresaron como personas comunes y corrientes, en su más sano juicio y en total plenitud de sus capacidades físicas mentales, y la forma en la que salían era la de meros esqueletos desquiciados, marcados por el resto de sus cortas vidas por los horrores que vivieron en ese agujero.

Tan sólo de imaginar que sus circunstancias podrían peor que las de cualquier otro que haya purgado una condena en ese lugar, en particular debido a tratarse de una mujer de la calle, hacía que su piel se erizara de miedo. Baldric, quien notó en ella esa reacción, intuyó que no dudaría en cooperar; aun así, mantuvo la calma, y esperó que ella fuera la que diera el primer paso.

Sin embargo, ella era astuta. Supo que el buen jefe Beasley esperaba que se dejara vencer y cediera a sus tácticas, por lo que mudó su expresión asustada y sonrió desafiante.

—No crea que me asusta con sus juegos —respondió.

—Jefe Beasley, ella no va a hablar. No tendrá el valor de delatar a su hermano —declaró Tobias.

—Sin embargo, existen otras maneras de saber dónde vive esta mujer —sugirió Edward.

Dicho esto, Edward contempló por completo a la mujer de pies a cabeza durante poco más de un minuto. Después, cerró sus ojos y comenzó a olisquear el aire de forma sutil, luego de lo cual abrió sus ojos.

—Su residencia no queda muy lejos de donde la encontramos —comenzó a explicar—. Sus zapatos tienen un poco de antigüedad, tal vez un año o dos, pero aun así sus suelas permanecen en buen estado. De seguro no camina mucho para llegar a su lugar de trabajo —disertó, y Rita se miró a los pies—. Además, alcanzo a distinguir un leve aroma, apenas disfrazado por su penetrante fragancia «Pasión». ¿Qué podrá ser? «Lobo», ¿podrías ayudarme? Tu olfato está mejor desarrollado en lo que respecta a identificar alimentos.

—Por supuesto —respondió Tobias, y acto seguido olfateó cerca de ella—. Esto huele como a... ¿vainilla? No. Canela. Eso es, canela, y también frambuesa. Lo compró este día, podría decirse que durante el almuerzo.

—Su persona entera huele a panadería. No había una sola en el lugar donde estuvimos, lo que indica que tuvo que entrar en alguna cerca de donde usted vive para conseguir los alimentos de este día; y al parecer, por los leves rastros que quedan en sus prendas de vestir y en su persona, decidió deleitarse un poco con un pequeño aperitivo dulce —explicó Edward, y Rita sonrió un poco.

—De acuerdo, me descubrieron —dijo sarcástica—. Eres bueno, chiquillo. ¿Qué más puedes decir?

—Que no tienen chimenea donde habita. Se calientan en las noches de invierno por medio de una estufa. Puedo ver una leve marca de quemadura a un costado de su brazo de cuando se acerca al fuego para avivar las llamas —explicó, y la mujer dio un fugaz vistazo a su brazo—. Tampoco hay agua corriente en su vivienda. Sus prendas tienen manchas viejas que se han secado por falta de lavado continuo; además, usted tiene el cabello un poco grasiento. Tienen que conseguir agua con el uso de un cubo, quizá de algún otro edificio o con sus vecinos, y sólo le alcanza para lavarse el rostro, las manos, y un poco del resto de su cuerpo, pero no le da tiempo de limpiar de manera adecuada su cabello —dijo ahora, y Rita tan sólo sonrió con cinismo—. Su vestido tiene un remiendo a la altura de la cintura, hecho ya hace mucho tiempo. Seguro sufrió una rasgadura al salir de su casa, y quiso llevarlo de emergencia con algún sastre o costurera para repararlo y evitar que su apariencia no se viera afectada. Por la calidad del trabajo, debió tratarse de una persona mayor de edad, de manos trémulas y vista corta, la cual con toda probabilidad vive en la misma calle que usted. Y, por las marcas que veo en su talón, hay un cachorro juguetón cerca de donde usted vive, el cual suele morder o arañar la parte posterior de sus piernas cuando pasa por la residencia de sus dueños.

—Estás muy bien entrenado, niño —lo felicitó la mujer a regañadientes.

—Gracias.

—Bueno, eso reduce las opciones —dijo Beasley—. Por fortuna para nosotros, hay una panadería cerca de este sitio, en la calle Creek. Vayamos allí, Calvin —ordenó al conductor de la unidad.

—A la orden, jefe —respondió, y encendió el autwagen.

Se dirigieron entonces a la calle llamada Creek, y la recorrieron poco a poco hasta encontrar la famosa panadería. Aparcaron justo frente al edificio; descendieron del autwagen sólo los que se encontraban en el vagón trasero y dejaron a Calvin y otro oficial a cargo de vigilar a la mujer.

Entró Edward a la panadería y solicitó información con respecto a Rita Fox. El vendedor, con toda la amabilidad, le indicó que la mencionada mujer, a quien conocían por el apodo de «zorra roja», vivía en un edificio cercano, a varias casas de la panadería, por la misma acera.

Llevó la información recabada a Baldric Beasley, y entonces se dirigieron a buscar el mencionado edificio.

Fue un acto pleno de coincidencia que por esa misma acera encontraron a un pequeño perro, un terrier que ladraba a cuanto transeúnte pasaba por allí. Justo enseguida de donde se encontraba el hogar del cachorro, había un edificio de tres pisos de altura, de aspecto avejentado y construido por completo en piedra.

—Aquí debe ser —dedujo el jefe Baldric Beasley—. Es hora de entrar —ordenó, y acto seguido el pequeño escuadrón de investigación ingresó al mencionado inmueble.

Este parecía ser un antiguo edificio de departamentos, la mayoría de los cuales se encontraban deshabitados. Poseía escalones de piedra con una baranda de madera que ahora estaba apolillada y desprendida, los cuales conducían a los pisos superiores. Las ventanas, antaño engalanadas con cristales, ahora sólo poseían marcos de madera vacíos. Eran pocas las que tenían cristales, y muchos de ellos estaban rotos o tan mugrientos que casi nada de luz entraba a ese sitio. La escasa iluminación hacía difícil caminar en ese recinto, por lo que anduvieron con mucho cuidado de no pisar algo o a alguien en la oscuridad.

Tocaron en algunas de las puertas sin recibir respuesta alguna cuando, en una de las puertas, respondió una mujer de avanzada edad de manos temblorosas que, en su vestimenta remendada y llena de parches de tela de diferentes texturas y colores, llevaba trozos de hilo recortado y alfileres prendidos.

—Disculpe, venerable dama, ¿de casualidad sabe usted donde viven Rita y Curtis Fox? —preguntó el jefe Beasley.

—Por supuesto —respondió con voz lenta—. En el segundo piso, el apartamento número tres. Se ha atrasado tres meses con la renta, y además le gusta el trabajo gratuito. Mujer aprovechada, espero que algún día pague por sus fechorías —expresó con disgusto.

—Que no le quede ninguna duda en ello —añadió el jefe Beasley—. Gracias, venerable dama.

Se dirigieron entonces al segundo piso, a la habitación marcada con el número 3, gracias a la información proporcionada por la costurera. Tocaron a la puerta, y en ese momento se hicieron a un lado los gendarmes para que el ocupante de la habitación, de encontrarse allí, no sospechara cosa alguna al verlos.

—¡Ya voy! —anunció una voz fuerte, proveniente del interior.

La puerta se abrió, lo que permitió ver al inquilino de dicho departamento. Era este un hombre que, sin lugar a dudas, evidenciaba ser hermano de Rita. Alto, de piel clara, apuesto de rostro, de físico alto y fornido y ojos oscuros como su cabello, vestido en traje oscuro con camisa blanca y chaleco amarillo.

—¿Qué se les ofrece, caballeros? —preguntó el hombre.

—¿Es usted Curtis Fox? —preguntó Baldric Beasley.

—Sí —respondió.

—Soy Baldric Beasley, inspector en jefe del departamento de policía de Kaptstadt. Tenemos algunas preguntas que hacerle.

Ni bien escuchó eso, Curtis Fox se puso del color del chaleco que llevaba puesto, y su cuerpo mismo se estremeció a tal grado que sus rodillas daban la una con la otra.

—Bueno... yo... —balbuceó.

—¿Podemos pasar? —volvió a preguntar.

—Esto... no sé... ustedes...

Baldric Beasley comenzó a impacientarse con la actitud de Curtis, y entonces empujó la puerta con todas sus fuerzas, tan fuerte que por poco y la desprendía de la pared, lo que obligó a Curtis a apartarse de allí.

—Adelante —contestó con vacilación.

—Señor Fox, ¿dónde estuvo el día de hoy?

—Estuve... aquí, en casa.

—¿Tiene alguna prueba que demuestre que dice la verdad?

—Bueno... yo... A decir verdad, estar aquí todo el día no... Bueno, tal vez...

—¡Hable claro, señor Fox! —ordenó con ímpetu Baldric Beasley—. ¿Dónde estuvo el día de hoy? ¿Conoce usted a una mujer de nombre Delia Quigly? ¿Tuvo o tiene usted contacto con alguien llamado Archivald Quigly? —preguntó, y Curtis quedó helado—. ¿Va a responder, o no? —volvió a preguntar, sin éxito alguno en obtener una respuesta—. Ya me harté. ¡Muchachos, inspeccionen el lugar! Si encontramos ese anillo, nos llevaremos preso a este malviviente.

—El... el... ¿el anillo? —preguntó Curtis.

—Sí, señor Fox, el anillo del señor Quigly. ¿Sabe algo de él?

—¿Si conozco algo sobre el anillo? Bueno... yo...

—¡Conteste ahora, señor Fox! —reclamó enérgico el jefe Beasley justo en la cara de Curtis.

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Tengo el anillo! ¡Tengo el anillo!

—¿Cómo lo consiguió?

—Lo hurté de la caja fuerte del señor Quigly esta mañana.

—¿Dónde está?

—En... en una pequeña caja de madera dentro de esa cajonera —respondió casi lloroso y señaló un mueble de madera dentro de la habitación que fue revisado por Edward y Tobias.

Una vez que encontraron la mencionada caja, procedieron a abrirla. Allí estaba el anillo del señor Quigly, tal y como Curtis había dicho.

—Lo tenemos, señor.

—Bien hecho, muchachos. Ahora, dígame señor Fox, ¿qué tenía pensado hacer con él? ¿Venderlo acaso?

—No, señor —respondió—. Íbamos a encontrarnos mi hermana y yo con alguien en el restaurant «Lou's». Tenía algo que darnos en cambio por el anillo.

—Esa persona a la que verían, ¿era Archivald Quigly?

—Sí.

—¿A qué hora era su cita con el señor Quigly?

—A las seis de la tarde.

—Lo acompañaremos; de esta forma podremos atraparlo y ponerle fin a este caso. Muchachos, espósenlo y llévenlo al autwagen.

Los oficiales siguieron la orden del jefe Baldric, y entonces trasladaron a Curtis Fox al autwagen oficial. Cuán grande fue su sorpresa al ver dentro de ese vehículo a su mismísima hermana, esposada y vigilada por los oficiales a cargo.

—Tiene que ser una broma —reclamó Rita con enojo al ver que subían a su hermano.

—Lo lamento, hermana.

—Guarden silencio; ya tendrán tiempo de hablar. Calvin, llévanos al restaurante «Lou's» —ordenó Beasley.

—En seguida, señor.

—En cuanto a ustedes, Rita, Curtis, serán nuestros señuelos en esta operación. Deberán cooperar, o de lo contrario me veré en la necesidad de ingresarlos a ambos a la prisión de Schvarckhullch de inmediato.

—¡No! ¡No quiero ir a Schvarckhullch! ¡Es un sitio horrendo y tenebroso! ¡Se los suplico, no me envíen allí! ¡Haré lo que ordenen, lo juro! —comenzó a implorar Curtis Fox lleno de terror, quien llegó al borde de las lágrimas y de moquear.

—Lo que van a hacer no será demasiado complicado. Tan sólo deben actuar de la misma manera en la que lo hubieran hecho si no los hubiésemos arrestado. No den un indicio de que algo está mal, no hagan nada sospechoso ni mucho menos traten de escapar, o de lo contrario las consecuencias podrían ser peores para ustedes.

—Por mí no hay problema. Con gusto participaré, con tal de que mi nombre quede limpio de estas fechorías y me libre de ese agujero horrendo.

—Cierra la boca, pusilánime pedazo de torpe —protestó Rita mientras le propinaba un codazo en el costado—. Qué más da. De acuerdo, haré lo que ordenen —añadió Rita y suspiró con resignación, un poco de ira y decepcionada de la debilidad de su hermano mayor.

Minutos más tarde llegaron al mencionado establecimiento. Aparcaron el vehículo algunos bloques más atrás con la intención de evitar levantar sospechas, como había sucedido momentos atrás en aquel mugriento rincón. Descendieron del autwagen Baldric, Edward y Tobias, acompañados de Curtis y Rita, quienes iban encadenados y custodiados por Calvin y el otro oficial, a quien llamaremos Jimmy, y se adentraron en el establecimiento.

No era este un lugar lujoso como aquellos a los que sólo la gente opulenta de la más alta sociedad suele visitar; de hecho, por el simple aspecto del establecimiento, era evidente que cualquiera que tuviera el mínimo rastro de decencia tendría la perspicacia de evitar un sitio tan decadente como ese resultaba ser. La comida era el menor de los males; en efecto, ese era quizás el único aspecto que salvaba a ese restaurante del abandono, pero aquello de lo que más carecía era de un ambiente familiar, propicio para toda clase de gente. Paredes sucias, mesas de madera casi podrida a las que sólo las salvaban los remiendos de madera que se les colocaba para evitar que se partieran en pedazos, techos cubiertos de polvo y telarañas, e incluso alguno que otro gato esquelético que mendigaba por un poco de comida a los pies de los clientes, eran los adornos que resaltaban en ese lúgubre local.

Tomaron una mesa Rita y Curtis, una vez que fueran desencadenados por Baldric Beasley, mientras que, en otra mesa contigua que les permitía mantenerse en vigilancia de ambos, se encontraban este último en compañía de Edward y Tobias. Afuera, por su parte, esperaban Jimmy y Calvin, quienes después de dejar a la pareja de hermanos en el restaurante, se colocaron en posición en la acera frente al restaurante y se mantenían alerta ante la llegada de Archivald Quigly o por si acaso alguno de ellos tenía la intención de escapar.

Eran ya cerca de las seis de la tarde cuando una persona especial hizo aparición en el establecimiento. Se trataba de un hombre de edad avanzada, de torva faz y ataviado con prendas de vestir de deplorable calidad. El hombre carecía por completo de piernas, y se desplazaba a bordo de una avejentada silla de ruedas.

—¡Él es! —susurró Edward—. Es Archivald Quigly.

—¿Estás seguro? —preguntó Baldric Beasley.

—Por supuesto. Tuve la oportunidad de ver su rostro en casa de los Quigly, en una vieja fotografía familiar. Lo reconocería en cualquier parte sin lugar a dudas.

—Tal parece que ha tenido una vida muy accidentada, o las circunstancias no resultaron favorables para él después de haber sido desheredado por su padre —añadió Tobias.

—Archivald era apostador. Lo más probable es que haya perdido las piernas debido a una deuda de juego —explicó Edward, lo que llenó de impresión a Tobias.

—¡Eso es terrible! —exclamó con desagrado.

—De acuerdo, guarden silencio. Actúen con naturalidad, muchachos, pero manténganse alera y presten atención —solicitó Baldric Beasley, y ellos asintieron.

El hombre llegó a la mesa donde Rita y Curtis se encontraban.

—Buen día tengan ustedes —los saludó al llegar.

—Buen día, señor Quigly —lo saludaron al tiempo que se ponían de pie.

—¿Tienen lo que les pedí?

—Por supuesto —respondió Curtis con vacilación y nerviosismo—. Aquí lo tiene —dijo, y le hizo entrega de la caja donde se encontraba el anillo.

El señor Quigly la abrió y, en efecto, allí estaba la posesión material. Sus ojos resplandecieron de la emoción al verlo y se dibujó una siniestra con sus dientes amarillentos, descompuestos y maltrechos.

—Perfecto —declaró, y tomó de un bolsillo interno de su chaqueta un sobre amarillo y un frasco diminuto con una cantidad ínfima de un polvo blanco—. Esto —señaló al frasco—, es ricina, un veneno muy eficaz. Usa un poco de él en una copa de vino o un vaso con agua, y dáselo a beber —ordenó a Rita, y entonces le entregó el frasco—. El veneno tendrá efecto en unas horas, cuando se encuentre en casa.

—Esta es una carta notariada —dijo en referencia al sobre—. En ella, se declara que mi hermano, Benedict Quigly, renuncia a la posesión del anillo tras su fallecimiento y, en su lugar, la cede a mi persona. Curtis, tú te encargarás de colocar la carta en la caja fuerte donde encontraste el anillo. Para cuando mi hermano haya fallecido, encontrarán la carta entre sus pertenencias, lo que hará creer a los abogados que esa fue, en verdad su última voluntad, por lo que podré hacerme sin problemas del anillo. Y en cuanto a ustedes, les daré una porción de la herencia de mi familia como paga por sus servicios, como lo he prometido.

—Tal como lo dedujo, señor «Gato Negro», intentarán asesinar al señor Quigly —susurró Tobias a Edward.

—Guarda silencio, y preparémonos para actuar en cuanto termine la conversación —ordenó el jefe Beasley.

—Agradecemos mucho el que usted obre así para con nosotros —respondió Rita Fox.

—Y nosotros —se levantó Beasley de su mesa. Entonces tomó de su bolsillo su arma de fuego y la apuntó en dirección a Archivald Quigly, lo que sorprendió tanto a los que se encontraban en esa mesa como a todos los consumidores en el restaurante—, agradecemos mucho el que haya confesado todo su plan.

—¿Quién en toda la tierra habitada es usted? —preguntó Archivald Quigly.

—Soy el inspector en jefe Baldric Beasley, y queda arrestado por robo, conspiración e intento de asesinato. Y en cuanto a ustedes, Curtis y Rita Fox, agradezco mucho su participación en el caso. Por desgracia, debido a su complicidad tendré que procesarlos, y tendrán que pasar algún tiempo en prisión.

—Canallas. ¡Estaban en acuerdo con este granuja! ¡Son unos traidores merecedores de la destrucción y el tormento eterno! —vociferó Quigly.

—Guarde silencio, señor Quigly; lo que diga será utilizado en su contra.

—Y usted vaya a...

—¡Silencio he dicho! —gritó Beasley para después descargar su pistola en el techo del restaurante, lo que ahuyentó por completo a los comensales que recién habían llegado allí—. ¡Calvin! ¡Jimmy! Esposen a los hermanos Fox. Yo me encargaré de este malviviente.

Los oficiales siguieron la orden de Beasley y se llevaron en custodia a los hermanos Fox, mientras que este se llevó a Quigly, esposado a su propia silla de ruedas, a la vez que lanzaba improperios e imprecaciones por su desdicha de ser capturados.

Encerrados los criminales en el autwagen, cerró Baldric Beasley la puerta del vagón trasero por un momento antes de entrar, y se quedó afuera en compañía de Edward y Tobias.

—En un momento iré con ustedes —explicó—. Hablaré un momento con ellos.

Dicho esto, se los llevó a un lugar apartado, un callejón en el que no hubiera alma alguna que escuchase lo que tuviera que decir.

—Joven Everwood, joven Tyler, permítanme agradecerles por haber tomado el caso. He de admitir que han hecho un espléndido trabajo. Sin duda, para ser su primer caso, demostraron una destreza como la que no he visto en ningún otro integrante de mi equipo o del cuerpo de policía. En verdad que el entrenamiento que recibieron con Andy Anderson les resultó útil.

—Agradecemos su cumplido, jefe Be... Espere, ¿nos ha llamado por nuestros nombres? ¿Cómo supo cuáles eran nuestras identidades? —preguntó Edward lleno de sorpresa.

—El señor Anderson le dijo nuestros nombres, ¿verdad? —comentó Tobias.

—Muchachos, sus identidades nunca resultaron ser un misterio para mí.

—Pero... ¿cómo lo supo? —inquirió Edward.

—Lo deduje desde el momento en que los vi en casa del señor Quigly; después de todo, soy el inspector en jefe ¿no es así?

—Está en lo cierto.

—Sus características físicas son inconfundibles. Tus facciones son demasiado finas para un adulto o alguien de la edad requerida para prestar estos servicios —explicó mientras se dirigía a Edward—; y el inconfundible color de tus ojos —añadió, y removió el sombrero y también las antiparras del rostro de Edward—, similar al de tu padre y de tu abuelo. Además, el tono de voz de tu amigo Tobias —agregó, y removió la gorra de Tobias y también sus gafas de aviador—, su estatura y su forma de comportarse. Todo eso los delató desde el momento en que nos vimos en casa del señor Quigly. Por si fuera poco, Edward, clamaste el nombre de tu amigo en el momento en supiste que estaba en problemas —explicó, y Edward no pudo evitar sonreír con un poco de pena—. Ese último acto fue lo que confirmó mis sospechas.

Edward y Tobias voltearon a verse el uno al otro con expresión llena de incertidumbre.

—¿Significa, entonces, que va a cancelar la agencia de investigación privada de Andy? —indagó Edward.

—Si este proyecto hubiese surgido por cuenta suya, de acuerdo con la ley de Couland me vería obligado a cancelarlo de inmediato. Sin embargo, al ser ustedes colaboradores con Andy, caballeros, permítanme decirles que no deben temer. Todo el crédito y mérito por su investigación le es atribuido a él, y cualquier responsabilidad de sus actos o de lo que les ocurra a ustedes recaerá sobre sus hombros. De cualquier manera, y como se los hice saber en la audiencia en casa del profesor Kallagher, llevaremos a ustedes cualquier caso que no represente un peligro para su seguridad, hasta que llegue el momento en el que estén preparados para tomar casos más importantes si tienen intenciones de continuar en esta labor.

—Entendido.

—Por el momento es todo, muchachos. Estaremos en contacto.

Baldric Beasley se despidió de Edward y de Tobias, subió al vagón trasero en el autwagen policial y partieron rumbo a la jefatura de policía de Kaptstadt.

Edward y Tobias, por su parte, se dirigieron al establecimiento más cercano, una posada ubicada a unas casas de donde se encontraban, de mucho mejor aspecto que los anteriores sitios que habían visitado, lo cual era un respiro de aire fresco para estos jóvenes. Allí, pidieron al encargado hacer uso de su telephon para hacer una llamada al domicilio del profesor Kallagher.

Minutos más tarde, apareció el buen profesor en su autwagen, y Edward y Tobias abordaron el vehículo.

—Se ven un poco cansados —comentó el profesor Kallagher.

—Fue una tarde llena de agitación —respondió Edward.

—¿Cómo estuvo su primer trabajo?

—Interesante, aunque no resultó ser tan desafiante como lo imaginé.

—Yo perseguí a una criminal y derroté a diez personas sin recibir un solo golpe —agregó Tobias con orgullo.

—¿En verdad? —preguntó el profesor.

—A propósito, no nos has contado como fue que lo conseguiste —agregó Edward.

—Bueno, todo empezó cuando ingresé a la taberna...

Tobias comenzó a narrar su aventura con lujo de detalles e intentó escenificarla lo mejor que pudo mientras avanzaban con rumbo al domicilio del profesor. Este último y Edward no cesaban de mostrar expresiones llenas de asombro conforme escuchaban la narración de los hechos. Incluso hubo momentos en los que podía notarse preocupación y temor por parte de ambos.

—... Y entonces, cuando Edward apareció en el lugar, el último ya había caído sobre la mesa —concluyó.

La mirada de su amigo y del profesor evidenciaba un total asombro.

—No sabía que una baraja de naipes podía ser utilizada de esa manera —expresó boquiabierto el profesor.

—Olvide eso, profesor Kallagher, opino que la forma en la que empleó la servilleta para deshacerse de esos dos sujetos fue de lo más sorprendente.

—En eso tienes razón.

Detuvo el autwagen, pues ya habían llegado al domicilio del profesor. Al entrar, fueron saludados por Andy, quien los esperaba en la sala de estar.

—¿Qué tal les fue en su primer caso, caballeros?

—Según el informe que me cuentan, fue de lo mejor —dijo el profesor Kallagher.

—Puedo imaginarlo. Adelante, tomen asiento y comiencen a relatar, detalle a detalle, los eventos sucedidos. Tenemos que tomar un registro de lo que hicieron para entregarlo al jefe Beasley.

Edward y Tobias procedieron a sentarse, mientras el profesor preparaba el té y algunas galletas. Comenzaron a referirle a Andy los hechos acontecidos, e incluso anotaron en una libreta los detalles más importantes del caso.

Entonces, cuando Tobias describió lo que había sucedido en la taberna, a Andy se le cayó la quijada de la impresión.

—¿En verdad eso fue lo que sucedió? —preguntó.

—Por supuesto, señor —aclaró Tobias.

—No puedo creerlo. Ni siquiera yo hacía cosas así en mis mejores días. Claro, aun te falta mucho para superarme.

—Gracias, señor.

—Por cierto, jamás en mi vida imaginé que un gato podría ser de gran utilidad en medio de una reyerta como en la que estuviste.

—Lamento haberlo hecho, pero era necesario.

—No te culpes; en esta carrera te verás forzado a hacer uso de tu ingenio para escapar de situaciones todavía más riesgosas. Pero bien, continúen con el caso.

Edward y Tobias asintieron y le informaron a Andy lo que a continuación sucedió, y como todo fue resuelto. Culminada la narración, Andy pidió ayuda al profesor para llenar unos documentos con la información proporcionada por Edward y Tobias.

—Muchachos, los felicito. Fue su primer caso, y lo resolvieron de una manera impresionante. Sin lugar a dudas han demostrado el fruto del entrenamiento que les impartí. Tomen —indicó, y se dirigió a un escritorio donde había dos sobres, uno para Tobias y otro para Edward, los cuales tomó y se los entregó—. Es un incentivo por su labor.

Edward y Tobias abrieron los sobres, y dentro venían pequeñas insignias de metal, así como una respectiva cantidad de dinero para cada uno.

—Durante nuestro último grado en la academia se nos asignaba un caso a investigar. Si cumplíamos a grado cabal con dicho deber, se nos otorgaba una insignia al mérito. Era una pequeña recompensa por nuestro esfuerzo, pero para nosotros tenía un inconmensurable valor; y ahora, de manera simbólica y análoga, les hago entrega de su merecida recompensa.

—Gracias, señor Anderson —expresó Edward.

—Sí, señor Anderson, muchas gracias —expresó Tobias, un poco conmovido por el obsequio de Andy.

—¿Estás llorando? —preguntó Andy, y Edward volvió la mirada hacia Tobias.

—No, señor; el té estaba muy caliente —se excusó Tobias, cosa que causó gracia en Edward.

Culminado el día, cuando eran cerca de las ocho de la noche, Edward y Tobias pasaron a despojarse de las prendas de vestir que conformaban sus disfraces y se colocaron su uniforme escolar, después de lo cual fueron llevados cada uno de ellos a sus respectivos hogares por el profesor Kallagher.

En el momento en que Edward llegó a su casa, fue recibido de inmediato por su padre.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué llegas a esta hora y sin dar aviso? —preguntó el señor Everwood.

Edward pudo sentir un aire de intranquilidad en las palabras de su padre.

—Lamento la tardanza, padre, madre; tuvimos algunos asuntos que atender en casa del profesor Kallagher, y estuvimos tan ocupados que no pude avisar que llegaría tarde. Espero me perdones por ello —expresó con intención de calmar a su padre.

—No te inquietes, hijo mío; aunque seré sincero al afirmar que me preocupó un poco no encontrarte después de salir del instituto.

—Y yo estuve un poco nerviosa por el hecho de que no llegaras a casa temprano ni te comunicaras con nosotros —añadió la señora Everwood.

—Me encargaré de dar aviso la próxima vez que algo como esto suceda —aseguró Edward.

—¿Ya cenaste? —preguntó la señora Everwood.

—No. A decir verdad, no es mucho el apetito que tengo.

—¿Quieres comer algo? Aunque sea algo pequeño —insistió.

—De acuerdo. Estaré en mi habitación.

—Pediré a Robert que lo lleve.

Edward asintió, y luego de despedirse de sus padres se retiró a su cuarto. Minutos más tarde, Robert apareció con un emparedado en un plato y un vaso con leche, mismos que Edward tomó y procedió a comer allí mismo.

Terminó su cena y permaneció sentado en la silla de su escritorio mientras por su mente transcurría el recuerdo de la aventura que ese día había vivido cuando, de pronto, algo vino a su mente; una idea fugaz que prefirió anotar para que no se extraviara entre la multitud de sus pensamientos. Entonces, se levantó abrupto de la silla, tomó su libreta, pluma, tintero y lápiz y comenzó a realizar bocetos, cálculos y notas referentes a dicha idea.

De pronto, cuando finalizó de registrar, revisó su escrito y se dio cuenta de algo poco usual. Algunas de las cosas que escribía y anotaba carecían de sentido, y muchos de sus cálculos ni siquiera eran correctos. Verificó una y otra vez sus apuntes hasta que por fin logró tener coherencia en lo que escribió y sus cálculos dejaron de estar errados.

—De seguro estoy cansado. Ha sido este un día lleno de agitación —musitó, al tiempo que se quitó sus lentes y frotó sus ojos con su mano derecha, por lo que dejó de hacer esto y prefirió tomar un baño de agua tibia para después ir a dormir.


NOTAS:

[11]«KPI» Son las iniciales para "Kaptstadt Politzen Instavteilment», traducido como «Departamento de Policía de Kaptstadt».


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