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CAPÍTULO XXIII


En breve hizo su aparición el jefe Beasley, acompañado de algunos gendarmes.

—Señor Beasley, que regocijo verlo por aquí —dijo Edward aliviado, pues las circunstancias comenzaban a ponerse tensas, y extendió su mano en saludo—. Justo ahora estábamos a punto de concluir la investigación.

—¿En verdad? ¿Tan pronto? —preguntó extrañado Baldric Beasley.

—Así es, señor Beasley. Todo parece indicar que la señora Quigly conoce la identidad del perpetrador, y nosotros la de la mente maestra detrás de todo esto —aclaró Edward.

—Fascinante. De acuerdo, señora Quigly, díganos, ¿quién es él? —preguntó.

—Su nombre es Curtis, Curtis Fox —respondió ella.

—Espera, ¿has dicho Fox? —preguntó el señor Quigly—. Ese es el apellido de Rita; Rita Fox.

—¿Y quién en toda la tierra habitada es Rita Fox? —interrogó Baldric Beasley con los humos un poco elevados.

—Supongo que la esposa de Curtis, la mujer con la que este perjuro ha decidido cometer infidelidad —recriminó la señora Quigly.

—No trates de hacerte pasar por una santa, Delia, que tu pecado no es inferior al mío.

—Antes de comenzar a tomar alguna acción, ¿podría alguien explicarme que es lo que sucede aquí? —reclamó Baldric Beasley.

—Verá, jefe Beasley —tomó Edward la palabra—, de alguna manera, bien haya sido por coincidencia o planeado de antemano por alguna retorcida mente, tanto el señor Quigly como su esposa han mantenido relaciones extramaritales con otro posible matrimonio; aunque también existe la posibilidad de que sean primos, hermanos o, incluso, padre e hija. Estos últimos son los principales sospechosos relacionados con la sustracción de la propiedad perteneciente al señor Quigly. Sin embargo, ambos podrían o no tener relación con otra persona, un familiar del señor Quigly quien, con toda probabilidad, se encuentra detrás de este crimen.

»La única manera de llegar a una conclusión favorable es buscar a dichos sospechosos e interrogarlos; entonces podremos indagar el paradero de quien urdió semejante conspiración en contra del señor Quigly.

—De acuerdo. Señor y señora Quigly, háganme el favor de proporcionarnos la dirección de esas personas. Nosotros nos haremos cargo de resolver el caso y devolver a ustedes la propiedad que les pertenece.

—Rita Fox trabaja en la esquina de Madison y Riggs.

—Ubicado de manera conveniente a varias calles de las oficinas del señor Lorry. Eso explica las noches que pasaste mientras trabajabas «horas extra».

—Señora Quigly, no es momento de ventilar sus indiscreciones. Mejor aproveche su ímpetu y aliento para decirnos donde vive Curtis Fox.

—No tengo idea al respecto, señor Beasley. No hace mucho tiempo que lo conozco.

—¿Y aun así cedió a sus pretensiones de indecente naturaleza? —interrogó Baldric Beasley.

—Una tiene necesidades que deben ser satisfechas —respondió con desvergüenza y cinismo tal que hizo arder en furia al señor Quigly.

—Pecadora —reclamó este último.

—Basta ya, suficiente —exhortó Baldric Beasley—. Concentrémonos en resolver este crimen. Cuando esto concluya, les sugiero que cada uno de ustedes consulte un abogado porque, después de este suceso, dudo mucho que deseen continuar en unión; a menos, claro, que cada uno de ustedes tenga la suficiente misericordia para con el otro y se resuelvan a absolver sus errores.

—Eso ya no le compete a usted, jefe Baldric —reprochó indignado el señor Quigly.

—«Gato Negro», «Lobo», ustedes nos acompañarán. Es su caso, así que deben cerrarlo.

—Entendido —respondió Edward.

Edward y Tobias acompañaron a Baldric Beasley y su grupo de policías en el autwagen, y se dirigieron con velocidad a la dirección proporcionada por el señor Quigly.

Durante su trayecto, Edward permaneció circunspecto y contemplativo, con la mirada enfocada en un punto vacío.

—Señor «Gato Negro», ¿sucede algo? —preguntó Tobias.

—Todavía queda un cabo suelto en el caso, e intento enlazarlo con el resto de la investigación.

—¿De qué se trata? —preguntó el jefe Baldric.

—Archivald Quigly, el hermano de Benedict, y presunto culpable del delito de robo de su propiedad, perdió el derecho al anillo del feudo cuando su padre lo desheredó. Con toda posibilidad, y con conocimiento de sus antecedentes y su afición al juego, intentará utilizar la herencia de su familia para saldar sus deudas relacionadas a su vicio.

»Sin embargo, poseer el anillo no lo convierte de forma automática en el dueño de dicha herencia. Para ello, el anterior poseedor del anillo debe haber fallecido, y el actual poseedor tiene que probar que el anillo le fue entregado por el anterior propietario de manera legal y previa a su deceso; por lo que intuyo que el señor Archivald Quigly intentará asesinar a su hermano.

Tan sólo escuchar sobre la deducción que Edward hizo, todos los cabellos de Tobias se erizaron e incluso se puso algo pálido.

—Pero, ¿cómo planea convertirse en el legítimo propietario del anillo? Para ello se requeriría que su hermano acepte otorgarle la pertenencia de dicha prenda, y dudo en verdad que Benedict Quigly acepte sin objetar —dijo ahora Baldric Beasley

—La clave de ello está en nuestros sospechosos, Curtis y Rita Fox, y su relación con Archivald Quigly —explicó Edward—. Tenemos que interrogarlos para poder llegar a una conclusión.

—Ya estamos cerca de llegar a nuestro destino —anunció el conductor de la unidad.

El sitio en cuestión era reconocido en todo Kaptstadt como el rincón de la perversión, el vicio y el libertinaje. Callejones repletos de burdeles, cantinas y demás establecimientos dedicados a la única finalidad de satisfacer los más impuros y profundos deseos carnales. Las mugrientas calles estaban atestadas de ebrios y malvivientes; se arrastraban por los suelos mendigos que imploraban por la compasión de cuanto transeúnte se atrevía a cruzar por allí, junto a las ratas y cucarachas que poblaban su suelo y sus alcantarillas. No faltaban las mujeres de la vida galante que ofrecían su carne al mejor postor, y entre ellas se encontraba la mencionada Rita Fox.

Ella era una mujer de cuerpo esbelto, no tan desmejorado y menos demacrado que el resto de aquellas con las que compartía su lugar de trabajo, de ojos y cabello negrísimos como el interior de su corazón. Estaba ataviada con un vestido rojo, demasiado escotado y corto de las faldas para los estándares de vestimenta femenina de esa época.

Aparcaron el autwagen a una distancia prudente y se mantuvieron vigilantes; después de todo, las autoridades locales no eran, por regla general, bien recibidas por los habitantes de tan lóbrego vecindario.

—«Gato Negro», «Lobo», ha llegado su momento de actuar. Nosotros permaneceremos aquí, atentos y vigilantes ante cualquier situación adversa que llegue a presentarse.

—Entendido, jefe —asintió Edward.

Acto seguido, los dos jóvenes se dirigieron al grupo de mujeres callejeras que en ese rincón se encontraban. Sobra decir que los dos se encontraban tensos en suma medida, y las razones eran evidentes. El barrio por donde deambulaban se había ganado la fama de ser tan peligroso que las personas cuyos corazones no estuvieran ennegrecidos por la corrupción del alma, el veneno de las adicciones y el fervor de los deseos carnales, rasgos frecuentes y abundantes entre los residentes de ese lugar, limitaban su tránsito por tan poco decoroso rincón, ubicado en la zona suroeste de la capital de Couland.

Y quien mostraba mayor desagrado y horror ante la visión que contemplaba era el joven Tobias Tyler. Había sido su vida tan idílica, su existencia llena de tanta dicha y colmada de regocijo en su natal Bigrort Traebaum, equiparable a la de un paraíso, que sus ojos no podían tolerar, ni mucho menos su intelecto alcanzaba a concebir, tanta oscuridad, tanta amargura y tanto riesgo para su propia existencia en un rincón tan pequeño del mundo.

—Señor Ed... digo, señor «Gato Negro», deberíamos marcharnos —imploró el atormentado muchacho.

—«Lobo», tenemos una misión que cumplir. Además, si mal no recuerdo, eras tú quien demostraba mayor entusiasmo en cuanto a llevar a cabo este deber, ¿no es así?

—Lo entiendo, señor Ed... perdón, señor «Gato Negro», pero no imaginé verme en tan adversas y oscuras circunstancias.

—¿Y qué transcurría por tu mente cuando Andy explicaba sus clases? —reclamó Edward con tono molesto, lo cual era raro de ver en el joven Everwood, cuya cualidad principal era la apacibilidad—. ¿Qué imaginaste que sería esto? ¿Creíste que estaríamos cómodos, en nuestro sofá, beberíamos una taza de chocolate caliente espeso, comeríamos galletas de mantequilla y resolveríamos casos de la misma manera en la que resolvemos acertijos? He leído cinco libros de criminología, siete novelas de misterio, cuatro biografías de investigadores privados famosos del pasado, tomé un curso intensivo impartido por un ex oficial de policía ebrio hasta las narices, sin olvidar el tener que soportar su sarcasmo, su actitud cínica y su mal aliento y escasa higiene, ¿y sabes que aprendí? ¡Que esto es una labor riesgosa colmada de responsabilidades, y no un juego de niños! —exclamó con ira, lo que provocó que Tobias se encogiera de hombros—. No se trata sólo de ser un héroe, ni de rescatar a la dama en riesgo o ser admirado por la gente, «Lobo». Se trata de un trabajo serio, con sus peligros, sus altas y sus bajas, y tú decidiste involucrarte de lleno él. Además, ¡es apenas el primer día y ya perdiste el entusiasmo!

Soltó un poco de aire por la boca y las narices para luego hablar de nueva cuenta mientras hacía gestos con sus manos.

—Si deseas irte, si deseas rendirte, ahora que has llegado tan lejos tan sólo porque «no imaginaste verte en tan adversas y oscuras circunstancias» y echar por tierra todo este año de arduo trabajo, bien, hazlo ahora. Podemos dar media vuelta, dirigirnos ante Baldric Beasley, dar a conocer nuestras identidades y retirarnos. No perderemos nada; tan sólo ofenderemos a Andy y el profesor por hacerlos creer en nosotros y decepcionarlos en una tarea que, desde un inicio, resultaba evidente que se dirigía a...

—De acuerdo, señor Ed...

—«Gato Negro» —corrigió Edward con tono áspero.

—Como sea, entiendo lo que esto conlleva, y aceptaré la responsabilidad que he decidido cargar sobre mis hombros. Me disculpo por haber mostrado signos de debilidad —expresó con voz llena de arrepentimiento—. Seguiremos con el plan, pero por favor no se moleste conmigo. ¿Qué le sucede? No es el mismo joven del que me hice amigo el primer día de clases. No suena como el Edward Everwood que conozco.

Edward, quien parecía haberse quedado sin aliento luego de su extendido comentario, permaneció con la mirada en el vacío y una expresión llena de confusión. Ni siquiera tenía idea de donde había provenido ese arrebato de cólera que en momentos anteriores había exteriorizado. Entonces, comenzó a respirar profundo y con calma hasta que se tranquilizó.

—¿Por qué están de pie en medio de la calle? —preguntó uno de los oficiales de policía al contemplar como Edward y Tobias permanecían de pie, inmóviles.

—No lo sé, pero estoy sorprendido de que, hasta este momento, no los hayan asaltado o asesinado —respondió Baldric Beasley.

—Continuemos —exhortó Edward a Tobias, y ambos siguieron en su trayecto hacia el pequeño grupo de mujeres.

Al llegar donde ellas, estas comenzaron a reír con descontrol y burla.

—¿Qué es lo que desean, señores? —preguntó una de ellas.

—No parecen muy grandes para ser adultos. Seguro son muchachitos en busca de su primera aventura —dijo otra de ellas.

—¡Y mira que ridícula vestimenta es la que portan! ¡De seguro son simples niños! —remató una tercera.

—Ya, ya. Callen esa boca. ¿Qué es lo que se les ofrece, jovencitos? —volvió a preguntar una cuarta de ellas, de edad más avanzada que sus compañeras y que parecía más experimentada, con tono dulce y encantador.

—Buscamos a Rita Fox —respondió Edward con un poco de vacilación en su habla y voz que sonó demasiado juvenil.

—¿Rita Fox? ¿Es ese el nombre de la «zorra roja»? —preguntó de nueva cuenta la primera que habló del grupo.

Rita, a quien aludió Edward en su pregunta, de inmediato volvió la mirada hacia ellos y, a paso lento, se acercó a Edward.

—¿En qué puedo servirles, caballeros? —preguntó con voz seductora al mismo tiempo que acomodaba su largo y oscuro cabello, lo que dejaba ver un poco de su cuello y hombros.

—Necesitamos hablar con Curtis, Curtis Fox.

—¿Mi hermano? ¿Para qué lo necesitan?

En ese momento, Edward mostró el documento proporcionado por Baldric Beasley, donde se mostraba la insignia del cuerpo de policía de Kaptstadt.

—Venimos a interrogarlo. Es nuestro principal sospechoso en el robo perpetrado contra el señor Benedict Quigly.

La reacción de Rita fue inmediata. Aunque intentó disimularlo, no pudo ocultar su expresión facial que evidenciaba su participación en dicho crimen. Entonces comenzó a mirar alrededor y alcanzó a notar en la distancia el autwagen de la policía, luego de lo cual volteó a ver a Edward, le dedicó una sonrisa un tanto nerviosa.

—Permítanme un segundo, iré a llamarlo para que venga a ayudarles con su asunto —respondió con aire de sarcasmo.

Edward y Tobias asintieron, y la mujer procedió a retirarse. Las otras mujeres comenzaron a reír con fuerza.

Edward notó que la mujer avanzaba un tramo, entonces volvía la mirada hacia atrás, a donde ellos se encontraban, y avanzaba otro tramo más.

—Tengo la impresión de que ella no regresará —comentó Tobias.

—¡Por supuesto que no, niño tonto! —dijo una de las mujeres del grupo, y todas ellas volvieron a reírse de ellos con fuerza.

—La «zorra roja» es la mujer más traicionera y engañosa que encontrarás en esta parte de la ciudad. Nadie confía en ella, y ella tampoco se fía de otros, ni siquiera de nosotras —habló de entre las mujeres la mayor en edad.

—Es una vil ladrona y mentirosa. Espero que algún día pague por sus perversiones —dijo otra de ellas.

—Fueron unos ingenuos al creer que ella regresaría. Lo más probable es que huya, y entonces tendrán que buscarla —dijo una tercera.

—«Lobo», creo que lo más conveniente será seguirla a una distancia prudente —sugirió Edward.

Tobias accedió, y los dos se dirigieron hacia donde ella había marchado. Rita Fox, al verse seguida por los jóvenes, exhaló un poco de aire y, acto seguido, tomó en sus manos su falda y se lanzó a correr a toda velocidad.

—¡Que no escape! —ordenó Edward a Tobias, quien de inmediato comenzó a perseguirla.

—Detesto cuando escapan —reclamó Baldric Beasley— ¡Calvin! ¡Enciende el autwagen! ¡No debemos permitir que huya!

Rita corrió veloz por la acera en desafío de los límites que podrían asumirse de una persona de su condición. Detrás de ella corría no menos veloz el joven Tyler, quien sorteó obstáculos tan diversos, como algunos transeúntes tumbados en el suelo debido al no tener sus intoxicados cuerpos la fuerza necesaria para sostenerlos en pie, uno que otro limosnero que le reclamaba por las inconveniencias provocadas, y hasta algún perro calavera que roía los huesos, con toda probabilidad, de otro perro que cayó víctima del hambre y las enfermedades, tan frecuentes en lugares como en el que se encontraban.

Procedió la mujer a introducirse en un recinto, el cual era, con toda probabilidad, una suerte de posada con taberna. Adentro se encontraba reunida una comitiva de ebrios mal encarados, algunos de ellos que se dedicaban a jugar con cartas, otros tomaban algún alimento de calidad deplorable y por completo cuestionable y otros más, como es evidente, se ofrecían al placer de la bebida.

Rita se escabulló veloz en dicho recinto nada desconocido para ella. Tobias, quien recién había llegado a este, tuvo el infortunio realizar una entrada atropellada y se llevó consigo a uno de los parroquianos de golpe, a quien derribó al suelo con todo y bebidas.

—¡Auxilio! ¡Ese sujeto quiere hacerme daño! —gritó Rita, lo que provocó que la atención de todos los presentes se enfocara sobre Tobias.

—¡Cricketty crack! —exclamó él.

Acto seguido, varios de los allí presentes se pusieron de pie para prenderlo, en particular el hombre de las bebidas quien decidió tomar la delantera, y entonces cerraron la puerta detrás de ellos.

Mientras tanto, Edward había comenzado a seguir a Tobias en su persecución, pero, debido a la escasez de una buena condición física en el joven, se vio obligado a detenerse para tomar aliento tras haber avanzado, para asombro de él mismo, un tramo largo de poco más de doscientos metros sin interrupción.

Baldric Beasley y su equipo de policías llegaron donde Edward, quien se encontraba de pie, un poco inclinado con sus manos sobre las rodillas.

—¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué te detienes? —preguntó Beasley.

—Le ruego me disculpe —respondió Edward mientras tomaba grandes bocanadas de aire y hacía pausas entre palabras.

El alboroto que se había formado dentro de la taberna en la que habían entrado Rita y Tobias comenzó a llegar a sus oídos. Golpes, alaridos, vidrios rotos, mesas que eran volcadas y alguno que otro individuo que alcanzó a escapar en cuanto tuvo la oportunidad fueron lo que tanto el jefe Beasley como el joven Everwood percibieron provenientes de dicho establecimiento.

Edward contempló aquella escena con gesto alarmado.

—Oh, no, ¡Tobias! —exclamó Edward; lo que atrajo la atención de Baldric Beasley—. Jefe Beasley, por favor envíe a algunos de sus oficiales a esa taberna —solicitó con urgencia—. «Lobo» atraviesa por severas dificultades, y requiere ayuda lo más pronto posible.

—¿Y qué hay de Rita? —preguntó Baldric Beasley.

—Por allá —indicó Edward con su mano izquierda—; hay un corredor que conduce a un callejón, el cual se comunica con la parte trasera de dicho recinto. Podemos alcanzarla si nos damos prisa.

—De acuerdo. ¡Phil! ¡Clark! Diríjanse a esa taberna y denle su apoyo a «Lobo».

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono, y de inmediato acataron la orden.

—¡Démonos prisa, que se nos escapa! —exhortó Beasley a Edward y al resto de los oficiales de policía que lo acompañaban.

—De acuerdo —respondió Edward a la par que exhalaba un poco de aire por su boca debido al cansancio.

Edward, Beasley y los oficiales de policía restantes se internaron dentro del callejón. El joven Everwood avanzaba lento, pero se apoyaba en su bastón al correr para poder mantenerse al ritmo y velocidad de sus compañeros.

Llegaron al callejón el cual, tal y como Edward lo había mencionado, comunicaba con la parte trasera de ese establecimiento, así como la parte trasera de otros establecimientos y algunas de las residencias. En el preciso momento en el que ellos llegaron, una puerta se abrió, y de ella emergió Rita Fox.

—¡No se mueva! —ordenó Baldric Beasley quien le apuntaba con su pistola.

Los otros oficiales se apresuraron a rodearla, e incluso Edward tuvo la oportunidad de colocarse entre ella y la puerta y apuntarle con su bastón en mano para cortarle el paso y de esta forma evitar que volviera a ingresar a la posada.

La mujer resolló resignada, levantó ambas manos al aire, se dio la media vuelta y se colocó cerca de la puerta con las manos sobre la pared. Baldric Beasley la tomó de las manos y procedió a esposarla.

—¡«Lobo»! —exclamó Edward, preocupado por el bienestar de su amigo, y de inmediato se internó al establecimiento a través de la entrada trasera.

Atravesó por un corredor donde se encontraban algunos de los empleados de ese recinto quienes, por alguna razón, no podían quitar de su rostro su expresión llena de pasmo.

Cuando por fin llegó Edward al lugar donde se encontraba Tobias, encontró el sitio vuelto toda una hecatombe de proporciones descomunales. Habían quedado pocos clientes; la mayoría huyeron del sitio antes de que algo malo les ocurriera, y el resto se encontraban derribados en el suelo, conscientes pero muy adoloridos pues todavía se escuchaban sus lamentos llenos de dolor. En el centro de esa habitación se encontraba Tobias, de pie mientras se sacudía el polvo de la ropa. No tenía sobre él un solo rasguño ni herida de cualquier índole. Detrás de él se encontraban Clark y Phil, los oficiales que habían sido enviados para ayudarle, inertes cuales estatuas, y en sus caras no se podía eliminar su expresión llena de fascinación.

Tobias entonces se colocó la gorra y se volvió hacia Edward, a quien al verlo le dedicó una amplia sonrisa.

—Tobias, ¿qué fue lo que hiciste? —preguntó azorado el joven Everwood.

—Señor Edward, no va a creer lo que le voy a contar —respondió.

En ese momento, uno de los candelabros se desprendió del techo y cayó a varios metros detrás de Edward. Víctima del sobresalto, emitió un grito ahogado, lo que provocó que Tobias soltara una estruendosa carcajada. Fue entonces que Edward, quien se encontraba por completo asustado por lo sucedido, comenzó a reírse de los nervios y el temor junto a su amigo.    

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