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CAPÍTULO XX

Ahora bien, era el día sábado, el cuarto día del tercer mes en ese año. Edward y Tobias llegaron a casa del profesor Kallagher, pues este los había citado el día previo. Al entrar en la propiedad del profesor, para su sorpresa, notaron impresionantes cambios que lo más seguro era que hubieran transcurrido en el transcurso de esa semana, pues la casa no lucía tan bien la semana anterior cuando asistieron a otra sesión de su entrenamiento. El lugar se veía lleno de vida, mucho más limpio y ordenado que de costumbre. La casa había sido limpiada por fuera y cubierta por una nueva capa de pintura. En el jardín había plantas con flores muy bien cuidadas y el césped se veía verde y en muy buen estado. En el interior la casa estaba libre de polvo y suciedad, ya no se respiraba el aroma a alcohol que le caracterizaba y el estudio donde recibían sus lecciones se encontraba ordenado, limpio y pulcro. Más sorprendidos estuvieron de ver a Andy sentado en su silla de ruedas, pero ahora acicalado, afeitado y bien vestido con un elegante traje completo de color negro y camisa blanca, corbata a rayas y chaleco gris.

—Caballeros, tengan ustedes un buen día —los saludó Andy, quien movía su mano derecha cuanto sus posibilidades se lo permitieron y con una gran sonrisa en el rostro.

—¿Perdió una apuesta? ¿O acaso se ha convertido en estudiante de la Biblia? —preguntó Tobias a modo de broma.

—Entiendo que este cambio radical los tome por sorpresa, pero hay una buena razón para ello. Verán, mis queridos pupilos, este día tendremos una audiencia con el inspector en jefe Baldric Beasley. Le haré conocer la propuesta de nuestro proyecto; de acceder, nuestra pequeña agencia de investigación privada estará en funcionamiento para comienzos del quinto mes. Sin embargo, necesito que hagan algo por el proyecto. No hubo mucho tiempo para planearlo, así que espero que con eso sea suficiente. Con el tiempo podremos trabajar un poco más en ello.

—¿A qué se refiere? —preguntó Edward.

—Kay, ¿puedes traer las vestiduras? —ordenó Andy.

—Permíteme un momento —respondió el profesor Kallagher, y en un instante apareció con dos juegos de ropas distintas.

El primero era un traje completo en color negro, incluidas la camisa y la corbata. Añadía un largo abrigo con capa, muy similar al que el profesor vestía, un sombrero estilo Fedora de ala ancha en color negro, un par de antiparras, guantes negros de piel, una bufanda negra y un bastón. El segundo era más bien parecido a un traje completo cerrado también en color negro. Incluía un curioso casco similar a los que utilizaban los aviadores a principios del siglo XX, una larga gabardina, botas, guantes negros y una bufanda de un color oscuro.

—No conocíamos sus tallas, así que tuvimos que adivinar.

—¿Para qué son esas vestiduras? —inquirió Edward.

—La razón de dichos disfraces es para ocultar su identidad —contestó el profesor Kallagher—. Verán, le informamos al inspector en jefe que teníamos un par de colaboradores; sin embargo, nunca haremos mención de sus nombres, ni mucho menos sus edades. Si descubre que ustedes dos son menores de edad, con toda probabilidad rechazará la propuesta.

—Entendido.

—Además, les ruego que no hablen o digan palabra alguna en presencia del jefe Beasley. Eso también podría dejarlos en evidencia.

—¿Y si pregunta nuestros nombres? —consultó Edward.

—Yo responderé por ustedes. Ya se me ocurrirá algo. Por el momento necesito que vayan a vestirse, no vaya a ser que el jefe Beasley llegue antes de lo previsto.

Edward y Tobias asintieron y pasaron a una habitación en la segunda planta donde procedieron a colocarse sus respectivas vestimentas. Era evidente para quien era cada una de ellas, pues el traje formal era de una talla pequeña a diferencia de la talla inconmensurable del extraño disfraz. Minutos después bajaron de vuelta a la sala de estudio, cada uno enfundado en su respectivo atuendo. Tobias era a quien la idea de utilizar esa clase de indumentaria le fascinaba en gran medida, pues sentía que le confería un aire de misterio a su persona; además, el traje le parecía cómodo y liviano. Andy les ordenó que esperaran en la sala de estudio mientras que ellos recibirían a Baldric Beasley en la sala de estar.

Un tiempo después llegó a la casa del profesor el jefe de la policía de Kaptstadt Baldric Beasley. Lo saludó el profesor seguido de su amigo Andy y, después de haberle ofrecido una taza de té y algunas galletas de mantequilla, comenzaron a conversar con respecto al proyecto. Tomó el señor Beasley una carpeta de la que extrajo un documento y comenzó a escribir en este la información referente al mismo.

Al llegar el momento en el que Beasley inquirió de los colaboradores de Andy, este los hizo llamar y ellos se dirigieron a la sala de estar.

—Muchachos, él es Baldric Beasley, el jefe de la policía. Jefe Beasley, ellos son mis colaboradores.

—¿Cuáles son sus nombres? —preguntó Baldric.

—No podemos revelar sus identidades —respondió Andy—, pero usted puede referirse a ellos por sus nombres clave. Él es «Gato Negro» —aclaró conforme señalaba a Edward, quien le dirigió una mirada algo seria y con un leve tono de indignación— y su compañero es «Lobo» —indicó ahora y señaló a Tobias quien sólo mostró una amplia sonrisa.

El señor Beasley emitió un leve murmullo, asintió y anotó sus alias en el documento.

—De acuerdo. Necesito que me hablen sobre su experiencia en el campo.

—Mis muchachos son ejemplares —explicó—. Yo mismo he tenido el placer de entrenarlos. Durante un largo tiempo les he enseñado el oficio de investigador y puedo certificar que han cumplido a cabalidad su entrenamiento. Ellos están preparados y listos para la acción.

—Le creo, señor Anderson, pero seré yo quien juzgue su desempeño. En vista de su carrera y su reconocida reputación en el cuerpo de policía le daré una oportunidad y aprobaré su proyecto. A partir de los primeros días del quinto mes trabajarán en colaboración con nosotros. Por el momento les asignaremos casos sencillos, en teoría, para probar sus habilidades. Conforme el tiempo avance, y si notamos que sus aptitudes son las adecuadas, les daremos la oportunidad de participar en casos de mayor relevancia. Entre mejor sea su trabajo gozarán de mayores privilegios y responsabilidades, e incluso podrán ser considerados nuestros consultores cuando los necesitemos.

—Nos parece adecuado —expresó Andy.

—De acuerdo. Procederé entonces a retirarme. Voy a redactar el oficio que autorizará su participación y lo informaré ante las autoridades correspondientes. Espero ver un gran trabajo de ustedes dos, camaradas —expresó en dirección a Edward y Tobias, y ellos respondieron con un saludo en el que llevaron hacia su frente sus dedos índices y medio unidos a la manera de un saludo militar.

Se colocó el sombrero y entonces partió de casa del profesor.

—¿«Gato Negro»? ¿Fue lo mejor que se le pudo haber ocurrido? —reclamó Edward.

—¿Acaso herí tus sentimientos, Everwood? —contestó Andy con tono burlesco.

—Al señor Edward no le agrada ese apelativo —respondió Tobias.

—Lo lamento; no creí que fuera un niño sensible —dijo Andy con sarcasmo—. Además, es un mote apropiado, muy acorde a su persona.

—¿Disculpe? —preguntó Edward con sorpresa y cierta intriga por conocer el motivo de dicha opinión.

—Creo que él tiene razón, señor Edward —confirmó Tobias—. Por alguna extraña razón su persona recuerda demasiado a uno. A ratos es distante e independiente, a ratos sociable y amistoso. En ocasiones pienso que el joven Hollingsworth acertó al ponerle ese apodo.

—Tobias, eres mi amigo y te aprecio, pero por favor no vuelvas a decir eso —expresó con aire de indignación.

—Le ruego me perdone, señor.

—Dejemos de lado las charlas sentimentales y enfoquémonos en el proyecto —ordenó Andy—. El jefe Beasley nos ha dado su aprobación, y eso es motivo suficiente de satisfacción. Sin embargo, no hay que flaquear en nuestros esfuerzos. A partir de este día van a practicar con constancia todo lo que aprendieron. Repasarán sus lecciones y así demostrarán estar preparados para el día en que nos llamen a la acción.

—Entendido —dijo Edward.

—¿Qué haremos con las prendas? —preguntó Tobias.

—Son para ustedes; serán sus uniformes de trabajo —señaló Andy—. Guárdenlas, cuídenlas muy bien pues les ayudarán a proteger sus identidades —exhortó, y los dos jóvenes asintieron.

Minutos más tarde, después de haberse despojado de su disfraz, se retiraron Edward y Tobias en compañía del profesor Kallagher, quien se ofreció a llevarlos hasta sus respectivos hogares.

—Joven Everwood, quisiera solicitarle un favor —expresó el profesor una vez que dejaron a Tobias en su respectivo hogar.

—Lo que usted ordene, profesor.

—Verá, me preocupa mucho su seguridad y la de su amigo. Este tipo de actividades a menudo resultan ser demasiado riesgosas, y Andy es un ejemplo palpable de lo que le hablo. Lo que quiero es pedirle, si tiene la posibilidad, que desarrolle algo con la finalidad de que les sirva de protección a usted y a su amigo.

—Agradezco su preocupación, profesor, y permítame decirle que estoy algunos pasos adelante de su petición.

—¿En verdad?

—Desde hace ya algún tiempo había comenzado a desarrollar ciertos artefactos que podrían sernos útiles durante nuestra investigación. Y no es lo único que tengo en mente. Si la flygzercraft le pareció una creación alucinante, prepárese para ver lo que tengo guardado bajo la manga. Con respecto a lo de la protección, ya poseo una idea y bocetos de lo que tengo que crear; tan sólo necesito materiales para poder manufacturarlo, así como un espacio de trabajo. En casa puedo hacer algunas cosas. Mi habitación y el cuarto trasero donde suelen guardarse algunas herramientas me resultan muy útiles, pero para otras actividades requiero materiales y maquinaria más especializada.

—Si así lo requiere, mi casa y el laboratorio de ciencias del instituto estarán a su disposición.

—Excelente.

Finalizados los acuerdos, dejó el profesor a Edward en su propio hogar, quien, una vez llegó a casa e ingresó a su cuarto, puso manos a la obra en su nueva comisión.

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