CAPÍTULO XLVIII
Después de aquella pequeña reunión en la residencia Everwood donde se estableció de manera formal el nacimiento de «Thien Legion afdthern Puzzelspill», como decidieron llamarse gracias a que la sugerencia de Tobias resultó ser atractiva y de carácter inolvidable como una melodía que se queda atrapada en la cabeza, los entonces presentes pasaron a continuar con su interrumpido momento de reposo y convivencia, y después de ello tomaron los sustanciosos y suculentos manjares preparados por los cocineros de la familia Everwood para la hora del almuerzo.
Aquel día transcurrió de manera tranquila, entre conversaciones y planes para el siguiente viernes, día en que la pequeña comunidad pasaría a los registros de la historia de Couland al ser los primeros en confirmar la existencia del legado oculto de Hausner Reutter.
Dicha semana fue un poco ajetreada para todos ellos debido a los preparativos que debían llevar a cabo antes de embarcarse en la que sería la mayor aventura de sus vidas. Por ejemplo, el señor Everwood debió delegar responsabilidades a varios de sus empleados de confianza para que llevaran a cabo ciertas labores que debían ser efectuadas en ese día. Rachel habló primero con Devon y solicitó su apoyo y compañía, después de lo cual procedió a hablar con sus tíos para solicitar su permiso. Al ver que Devon se ofreció de buena gana para hacerle compañía en su trayecto, a pesar de que le costó un poco de esfuerzo para que creyera en sus palabras y accediera a su petición, el señor y la señora Sadler no se negaron a su solicitud. Esther, por su parte, prefirió no acceder a la invitación de su prima para que les acompañara, cosa que resultó ser causa de sorpresa para la joven Raudebaugh. Mientras tanto, Tobias se esperó hasta la noche del día jueves para solicitar permiso a sus padres, quienes ni siquiera se inmutaron demasiado ante la solicitud de su hijo, pues fue esta tan directa y específica que llegaron a imaginar que se trataba de un disparate o de un viaje en compañía de la familia Everwood. En el caso del joven Everwood, se mantuvo activo y llevó a cabo numerosos preparativos. Con ayuda de sus sirvientes equipó herramientas y artefactos que consideró necesarios para su misión. Asimismo, realizó una copia de sus notas para utilizarlas en caso de que fuese necesario. También practicó un poco el uso del ytreskeletton en un intento por hacer que sus movimientos fuesen más ágiles, e incluso invitó a Tobias para que le brindara su ayuda con ejercicios físicos de intensidad leve que le ayudaran a adquirir un poco más de fuerza física.
Pero no sólo los integrantes del grupo de exploradores tuvieron actividades esa semana. Ese fue el caso de Arthur Everwood, quien hizo entrega a su hermano de un nuevo fármaco paliativo para su enfermedad, con una fórmula mejorada que ya no provocaba efectos sedantes que le dejasen privado de su consciencia. Sin embargo, requeriría de dosis un poco más frecuentes, pero de menor cantidad, para que pudiese funcionar sin provocar reacciones adversas severas. Edward preparó algunas dosis de su medicamento en algunas de sus jeringas especiales, las cuales guardó en un estuche de piel de color negro.
Llegó entonces aquél esperado día viernes, el décimo segundo día del cuarto mes en ese año de 1872. Muy temprano esa mañana se despertaron el mayor y el menor de los integrantes de la familia Everwood que se encontraban en la residencia y procedieron a prepararse para lo que les aguardaba ese día.
Edward se encontraba nervioso, a diferencia de su padre quien se mostraba sereno. Por su actitud impasible, cualquiera podría asegurar que no era la primera vez que hacía una expedición hacia lo desconocido. Tomaron un desayuno abundante, del que Edward poco probó al principio debido a que le hacía falta apetito, más por la tensión que sentía y la emoción que le embargaba que debido a su enfermedad; sin embargo, el señor Everwood lo instó a que no dejase de alimentarse bien, pues lo más seguro era que necesitarían energías para ese día. Asimismo, ofreció palabras tranquilizadoras a su hijo con la intención de relajar su nerviosismo, las cuales tuvieron efecto en su persona. Eso y una taza de té fueron de gran ayuda para tranquilizar el manojo de nervios de los que estaba hecho el muchacho.
Culminado el desayuno, dio el señor Everwood una orden de preparar alimentos que no requirieran alguna otra preparación especial, además de almacenar víveres como algunas frutas, piezas de pan y queso en sacos de viaje, y agua en recipientes pequeños como cantimploras. Realizado esto, y al ser las ocho de la mañana, Edward y su padre se despidieron de Charles, Diana y la señora Everwood, luego de lo cual partieron en el autwagen más grande de la familia, el cual tenía un compartimento especial de gran tamaño en la parte trasera, acompañados de Robert y Stuart, otro de los sirvientes.
Llegaron primero a casa de Tobias Tyler; después pasaron por Devon y Rachel, quienes aguardaban por ellos en la residencia Sadler, para después partir con rumbo hacia la residencia del profesor Kallagher.
Edward y Tobias descendieron del vehículo e ingresaron a la casa del profesor, para salir unos minutos después ataviados con vestimentas por completo distintas a aquellas que llevaban; para ser más precisos, llevaban encima su traje de investigador con sus respectivos aditamentos de herramientas, aunque en esta ocasión Edward colocó sus antiparras modificadas por encima de su sombrero.
—¿Por qué llevan puestos esos trajes? ¿Dónde quedaron sus prendas de vestir? —interrogó el señor Everwood una vez que ambos abordaron el autwagen.
—Estas son prendas especiales, diseñadas para resistir cualquier daño que pudiésemos recibir. Y nuestra ropa la traemos con nosotros —señaló a su vestimenta en sus manos, guardadas en pequeñas cajas de madera que Tobias sostenía en sus manos.
—¿Pensaste también en vestimentas para esta ocasión? —inquirió su padre lleno de interés.
Edward se sintió nervioso con la pregunta, pues temía que descubriera su secreto; por lo que luego de un par de segundos de pensar en su respuesta dio una verdad a medias. La reacción de Rachel y de Devon no fue demasiado diferente, pues llegaron a temer justo lo mismo que el muchacho cuando hizo su pregunta.
—Las... diseñamos hace tiempo, como parte de un proyecto especial, con el profesor Kallagher —respondió con algo de inseguridad en sus palabras—. El profesor saldrá en un momento y nos hará compañía en su autwagen —agregó en un intento por cambiar el tema de conversación y desviar la atención de su padre.
—De acuerdo —dijo ahora el señor Everwood. Edward y Tobias abordaron de nueva cuenta el vehículo y entonces aguardaron la salida del profesor. Cuando por fin el profesor salió en su autwagen, el señor Everwood encendió el vehículo y partieron con rumbo al parque Starerne.
Quince minutos después llegaron al mencionado destino, y el señor Everwood detuvo el autwagen en la entrada más cercana al monumento a Hausner Reutter, el sitio que Edward indicó de antemano.
Bajaron los ocupantes del vehículo, incluidos los sirvientes quienes llevaban consigo las cosas de Edward y su padre, y también ayudaron a los demás ocupantes a cargar sus artículos. Entonces, cuando tuvieron todo preparado para entrar, se dirigieron hacia el mencionado monumento.
Al llegar a ese lugar se encontraron con una grata sorpresa, pues allí les esperaba el señor Rott acompañado de tres personas, quienes además llevaban consigo más equipo y provisiones en sacos y cajas.
—Buen día tengan todos ustedes —saludó el señor Rott con una reverencia a la vez que se removía el sombrero—. Esperábamos su llegada, aunque no hace más de cinco minutos que llegamos aquí. Les presento a mis empleados. Ellos son Quade y Harm —se refirió a dos hombres altos y fuertes ataviados en vestimentas de color oscuro que parecían ser gemelos debido a que sus rostros cuadrados compartían los mismos rasgos: barba espesa, bigote y ojos de color marrón cuya mirada seria imponía respeto o, más bien un poco de temor—. Y él es mi fiel asistente, el señor Deacon —señaló a un hombre no muy alto de cuerpo delgado, de cabello oscuro bien acomodado hacia atrás y gafas de cristal sobre sus ojos, que utilizaba un traje de color negro con chaleco marrón y camisa blanca.
—Mucho gusto —saludó el señor Everwood, y todos ellos respondieron con una leve reverencia.
—Creo que es tiempo ya de iniciar con nuestra búsqueda, ¿no lo cree así, joven Everwood? —exhortó el señor Rott.
—Considero adecuada su invitación, señor Rott.
—Bien. Pero antes, ¿qué les parece si inmortalizamos este momento para la posteridad? Deacon, por favor, toma una fotografía.
—A la orden —respondió el asistente, y entonces tomó una cámara fotográfica de entre el equipo que llevaban consigo—. Todos de pie junto al monumento, quiero tres personas de un lado del monumento y tres del otro lado; el séptimo...
—Ya sé lo que haré —indicó Tobias, y de un salto trepó al monolito ante la atónita mirada de todos los presentes. Edward, por su parte, puso su mirada hacia el suelo y meneó la cabeza a la vez que sonreía, luego cubrió su rostro con su mano izquierda para volver a ver a su amigo, quien le sonreía con orgullo.
—Bien, eso lo resuelve —expresó Deacon sorprendido.
Edward se colocó del lado derecho del monolito. Hacia su derecha se encontraba su padre, y junto a él Rachel. Ira Rott, por su parte, se colocó del lado izquierdo del monolito, y a su lado izquierdo se encontraban el profesor y Devon Dónovan, mientras que Tobias permaneció arriba del monumento, apostado en cuclillas como si se tratara de un vigilante nocturno que cuida la ciudad. Incluso su pose era un tanto heroica
—De acuerdo, todos volteen y sonrían a la cuenta de tres —indicó Deacon—. ¡Uno, dos, tres! —contó, para después presionar el botón de la cámara.
Una luz fuerte los iluminó, lo que significó que la fotografía había sido tomada con éxito, y fue en ese momento que rompieron su posición; excepto por Tobias quien decidió permanecer sobre el monolito a pesar de que Edward solicitó que bajara de allí, lo que demostraba a plenitud su carácter infantil y un poco rebelde.
—Como sea, no creo que sea algo estricto el que se encuentre aquí debajo junto a nosotros —indicó Edward—. Señor Rott, es hora de comenzar.
—¡Si! ¡Es hora de que «Thien Legion afdthern Puzzelspill» entre en acción! —señaló Tobias, ahora sentado sobre el monumento con sus piernas descansadas del lado donde se encontraba la placa metálica en honor a Hausner Reutter.
—¿«Thien Legion afdthern Puzzelspill»? —preguntaron Ira Rott y el profesor Kallagher.
—Es el nombre que el joven Tyler le dio a nuestro grupo —indicó Rachel.
—Poético —señaló el señor Rott—; me encanta.
—De acuerdo. Comencemos de una vez —señaló Edward, y entonces procedió a introducir la clave en la placa de la misma manera que lo hizo la vez anterior, lo que reveló la otra placa donde se colocaban las piezas del rompecabezas.
—Deacon, las piezas, por favor.
—A la orden, señor —respondió el asistente, y de inmediato llevó hasta Rott un estuche cerrado con un candado. Rott lo abrió para mostrar las catorce piezas que le pertenecían, idénticas a la que Edward poseía en lo que a material y color se refería.
—Bien. Hay que colocar las piezas en su lugar. Comencemos por las piezas de las orillas —indicó Edward. Rott asintió y colocó las doce piezas en la placa.
Con cada pieza colocada, se escuchaba un sonido, como si un interruptor fuese presionado en el interior del monolito. Después de esto colocó el resto de ellas y, por último, con calma como si quisiera crear una atmósfera de suspenso a su alrededor, Edward puso en la placa la que le pertenecía.
En el preciso instante en que Edward llevó a cabo dicha acción, un temblor comenzó a sentirse bajo sus pies. Fue tan fuerte que incluso otros paseantes en el parque se percataron de lo sucedido con gran sorpresa, a tal grado que procedieron a buscar refugio de inmediato debido a que temieron que se tratara de algo más grande y peligroso.
De pronto, el monolito comenzó a moverse y deslizarse hacia atrás. Tobias, quien se encontraba sobre este, descendió de inmediato y se colocó en posición junto a Edward.
Cuando el monolito detuvo su movimiento, dejó al descubierto una entrada de gran tamaño con escalones que conducían hacia abajo. Grandes cantidades de polvo flotaban por el aire, lo que obligó a los presentes a cubrirse el rostro con pañuelos o con sus prendas de vestir.
Edward tomó de uno de los bolsillos de su chaqueta una máscara como la que utilizaba para neutralizar el efecto de sus bombas de gas y extrajo otro par más, una para Rachel y otra para su padre. Tobias, por su parte, utilizó su propia máscara, la cual guardaba en su bolso de herramientas y artículos necesarios. Luego, Edward se acercó a la entrada y encendió la linterna que se encontraba en sus antiparras.
—Esto se ve un 'poco' profundo —indicó con cierto toque de humor en sus palabras e hizo énfasis en dicha expresión.
El señor Rott pidió una linterna a Harm, luego se acercó a la entrada e iluminó el entorno.
—Entraré primero para advertir de posibles riesgos —señaló el señor Rott, y a paso calmado y sumo cuidado comenzó a descender por las escaleras—. ¡En efecto, joven Everwood, está un poco profundo! —advirtió—. La escalera no está demasiado empinada, pero recomiendo que pasen uno a uno, y si llevan cargamento pesado, háganlo bajar con cuidado —señaló—. Joven Everwood, si lo desea puede acompañarme. Es seguro el descenso —invitó con su mano extendida para ayudarle a bajar.
Edward entonces atravesó la entrada y comenzó a bajar un escalón tras otro con su peso apoyado sobre su bastón a la vez que sujetaba con fuerza la mano de Ira.
Detrás de él avanzó su padre acompañado de Tobias mientras ambos llevaban en manos tanto su equipo necesario como sus provisiones, y luego Rachel junto a Devon, quien llevaba sus cosas y las de Rachel, todos ellos con linternas en mano. Detrás de ellos entraron Deacon, Quade y Harm; estos dos cargaban con las cosas de Rott en manos mientras Deacon iluminaba el camino con su lámpara.
El camino era un poco riesgoso debido a la plena oscuridad que les rodeaba. La escalera era muy larga y amplia, y poseía un barandal de madera el cual, debido al transcurrir de los años y servir de alimento para termitas, pecaba de endeble, por lo que sujetarse a este era más un riesgo que un apoyo. El grupo descendió por ella durante un par de minutos hasta que llegaron a suelo firme, o al menos eso pensaron en un principio que era; pero lo que se encontraba frente a ellos en el lugar al que llegaron resultó algo interesante.
En medio de la oscuridad se notaba una estructura de metal de gran tamaño con lo que parecía ser una especie de ascensor antiguo de tamaño no muy grande, fabricado por entero en metal y suspendido en sus guías por gruesos cables metálicos y cuerdas. Fue entonces cuando notaron que no habían llegado al suelo, sino a una plataforma sostenida por pilares de piedra y metal, y que la única manera de avanzar era utilizar el ascensor.
Edward se acercó para verificar que todavía funcionaba, y al tirar de la palanca para abrir la puerta esta se abrió, lo que permitió ver el interior del aparato en pobre forma iluminado por la luz de una bombilla que se había encendido.
—De acuerdo. Quade, usted el joven del traje extraño —señaló el señor Rott a Tobias— y Deacon irán primero. Si llegan a algún lugar, te ordeno que regreses para guiar al resto —indicó a Quade.
—De acuerdo, señor Rott.
—¿Y si sucede algo peligroso? Qué tal si el ascensor sufre un desperfecto, o quizás algo más grave —habló Edward lleno de preocupación.
—Bueno, supongo que hasta aquí llegará el trayecto —respondió con tanta frescura, como si el daño que otros pudiesen sufrir no significara nada.
—¿Y qué sucederá con Tobias? O sus compañeros. ¿No ha pensado en lo que podría pasarle a Deacon o a Quade?
—Ellos, como su amigo, son personas valiosas para mí, y tanto ellos como yo estamos dispuestos a correr el riesgo —respondió en palabras que indignaron al menor de los Everwood por la tranquilidad con la que las profería.
—No se inquiete por ello, señor Edward —habló Tobias con calma con su mano sobre el brazo de su amigo—; si sucede algo, buscaré la forma de salir del problema o arreglarlo de ser necesario. No olvide que en situaciones de mayor riesgo me he visto envuelto, y de ellas he salido ileso —aclaró orgulloso.
El rostro de Rachel y del señor Everwood se convirtieron en un poema de intriga por saber de qué hablaba el joven Tyler. Edward, al ver que su amigo había cometido otra imprudencia, llevó su dedo índice a la boca con sutileza a la vez que indicaba que guardara silencio.
—De acuerdo —habló presuroso y atropellado el joven Everwood, como sucedía en situaciones similares a la que se encontraban, antes de que su amigo volviera a cometer otra intromisión—. Cuídate mucho.
Tobias asintió, le dio una palmada en el brazo a Edward y entró al ascensor junto a los demás acompañantes. Deacon bajó una de las palancas en el interior y la puerta se cerró, luego de lo cual el ascensor comenzó un lento descenso.
No había transcurrido demasiado tiempo cuando percibieron un sonido procedente de la parte inferior, el cual se acrecentaba poco a poco. Era el ascensor que había regresado hasta ellos. La puerta se abrió y dentro se encontraba Quade.
—¿Cómo les fue? —inquirió el señor Rott.
—Deacon y Tobias se encuentran bien. Créame, señor Rott, cuando le digo que allá abajo hay algo que no querrán perderse.
—Bien. ¿Quiénes serán los siguientes en descender? —preguntó Ira Rott.
—Creo que es mi turno —aclaró Edward.
—De acuerdo. Yo le acompañaré —añadió Ira Rott.
—Iré contigo —dijo el señor Everwood.
—Pero, padre, ¿y nuestras cosas? Tobias sólo llevaba una bolsa en sus manos y una mochila en sus hombros.
—Con respecto a eso, es mejor que viajemos ligero en el ascensor —indicó Quade—. Al parecer sólo resiste a pocas personas, y el peso que Tobias llevaba sobre él hacía lento y un poco inseguro el viaje, pues hubo ocasiones en que el ascensor temblaba conforme descendía. Lo más recomendable es que vayan primero ustedes y luego bajaremos nosotros con el equipo y las provisiones.
—Ya que esa es la situación me quedaré —indicó el señor Everwood—. Necesitarán de mi ayuda para cargar algunos de estos sacos y cajas —indicó.
—Yo también me quedaré para ayudarle, señor Everwood —habló Devon—. Rachel, deberías acompañar al joven Everwood en su trayecto —sugirió, y Rachel asintió.
—También iré yo —expresó el profesor Kallagher con entusiasmo.
Los cuatro procedieron entonces a entrar en el ascensor para entonces descender hasta donde Deacon y Tobias aguardaban.
Puesto que ese viaje resultó ligero, el ascensor llegó sin dificultad a su destino. El sitio donde el ascensor terminaba su recorrido era una sección subterránea ubicada a más de cincuenta metros por debajo de donde se tomaba el ascensor. A su alrededor sólo se encontraba una estructura de piedras y muros sostenida por los grandes pilares de metal, o al menos eso era lo que la escasa iluminación que llevaban en manos les permitía percibir.
Edward giró la palanca y la puerta se abrió, lo que permitió que los cuatro ocupantes salieran.
—¿Qué tal el paseo, señor Edward? —preguntó Tobias con una gran sonrisa.
—Un poco movido; por un momento temí por mi seguridad.
—¿Por un momento? Edward, parecías gato encerrado dentro de una caja durante todo el trayecto —señaló Rachel con humor, lo que dejó en claro la exageración de su amigo—. Y ni siquiera fue tan turbulento.
—Pero duró un momento, ¿no fue así? —adujo Edward, enrojecido en su rostro de la vergüenza.
Ante dicha respuesta, Tobias emitió una estentórea carcajada, después de lo cual se disculpó con Edward.
—Por cierto, Tobias, creo que mi padre y Devon necesitarán de una mano con el resto de las cosas allá arriba
—No hay problema, señor Edward —indicó con un saludo estilo militar, y de inmediato entró al ascensor —. Esto, ¿cuál es la palanca para subir? —preguntó luego de unos segundos adentro.
—Esa de allí —indicó Edward.
—Gracias —respondió. Entonces la movió y el ascensor subió.
—¿Qué era aquello que deseaban mostrarme? —preguntó el señor Rott.
—Venga, se lo mostraré. Usted también, joven Everwood —habló Deacon.
Edward e Ira se dirigieron hacia donde Deacon les indicó, un muro de piedra de gran altura que se encontraba a varias decenas de metros. Allí se encontraba una suerte de panel fabricado en metal y con dos columnas de cinco teclas redondas cada una, y junto a este se encontraba un enorme interruptor con un curioso símbolo grabado sobre este, muy similar al que se encontraba en las palancas que encendían las commaskinen, el cuál era un circulo con una línea recta corta en el centro, lo cual se asemejaba a una pupila de gato.
—¿Qué cree que signifique todo esto, joven Everwood? —inquirió el señor Rott.
—No lo sé, pero estoy seguro que sólo existe una forma de averiguarlo —aclaró con determinación.
Entonces, sin perder un segundo, tomó el mencionado interruptor, cuya orientación señalaba hacia el suelo, y lo levantó. En ese instante, un zumbido comenzó a ser escuchado en todo el recinto, y poco a poco comenzaron a encenderse lámparas incandescentes en toda la estructura, las cuales, si bien resultaban ser de gran ayuda, eran una fuente muy pobre de iluminación. De cualquier manera, eran mucho mejor que navegarse todo el trayecto con linternas.
—Y entonces se hizo la luz —musitó Edward—. Sin embargo, todavía falta descubrir cuál es el propósito de este panel —expresó.
Edward posó con delicadeza su mano encima del panel de metal y sintió que éste emitía una leve vibración, descubrimiento que provocó el que su rostro se colmara de extrañamiento e incertidumbre.
—Esta cosa... ¿Vibra? —musitó desconcertado para luego acercar su rostro a la pared.
—¿Qué sucede? —inquirió Rachel con cierta inquietud por su amigo.
—Percibo un sonido que proviene desde el interior de las paredes, como de engranajes que se movían —respondió—. Entonces, eso significa que aquí dentro hay una máquina, ¡o que toda la estructura es en sí una máquina! —farfulló.
—¿Qué es lo que dice, joven Everwood? —preguntó Rott.
—Los muros, estos muros. —colocó su mano izquierda sobre la pared al decirlo— ¡Esto es una máquina inmensa! —expresó extasiado—. Y este panel de seguro controla algo de esa maquinaria; aunque es un misterio la razón del por qué tiene tan pocas teclas.
Edward se encontraba en el intento de resolver dicho enigma cuando el elevador descendió, y de este salieron Tobias y Quade, quienes llevaban en sus manos gran parte de lo que quedaba entre sus cargamentos.
—Es todo lo que faltaba por traer. Volveré por Harm, el señor Everwood y su compañero —indicó Quade para después subir al ascensor.
—¿Qué sucedió? ¿Por qué se encendieron las luces? —preguntó Tobias.
—Utilicé este interruptor para encender las luces—señaló—. Al parecer, todo este recinto, toda la estructura subterránea en la que nos encontramos, no es otra cosa sino una suerte de máquina oculta bajo el suelo de la ciudad, y ese interruptor enciende todo en este sitio. Lo que queda por descubrir es el propósito de esta maquinaria.
—¿Y qué hacen esas teclas? —inquirió de nuevo en referencia al mencionado panel de controles.
—Tengo una corazonada —respondió después de haber pasado algunos segundos mientras la contemplaba en su clásica posición pensativa.
Presionó el primer botón de la columna de la izquierda y después el cuarto. Hizo lo mismo con la otra columna de botones.
Al instante, una sección del muro de gran anchura y altura comenzó a temblar para luego desplazarse hacia atrás un poco y después hacia arriba. Edward y Tobias contemplaron estupefactos lo que acababa de suceder, y el mismo grado de asombro lo compartían todos aquellos que se encontraban presentes y atestiguaron el insólito suceso. Entonces, los seis presentes se acercaron al enorme agujero que se había abierto y se asomaron hacia el interior para descubrir que se trataba de una habitación de tamaño descomunal.
Edward fue el primero en posar sus pies dentro de la mencionada habitación, seguido por el señor Rott. Entraron también el profesor, Rachel y Deacon después de ellos. Tobias, por su parte, esperó a que todos ingresaran; entonces tomó dos de las mochilas, una de ellas con provisiones y botellas de agua y la otra con equipo de Edward, y procedió a entrar al recinto junto a sus compañeros.
En cuanto a este, se trataba de un gran cuarto de forma circular y con techo abovedado, lo que daba la apariencia de encontrarse dentro de un inmenso iglú fabricado en piedra y placas de metal. Grandes grabados con formas de triángulos y círculos se encontraban en las placas metálicas de la estructura, lo que entrañaba un misterio al que ni siquiera Edward podía hacer frente en ese momento.
El familiar sonido del ascensor que descendía se hizo escuchar, y de este salieron Devon, el señor Everwood, Harm y Quade. A petición de Edward, Tobias salió a su encuentro y les indicó que tomaran algunas de las cosas y las llevaran dentro de la recién descubierta habitación. Por su parte, Edward decidió curiosear dentro del sitio. Se sentía como un niño con juguete nuevo, invadido por el éxtasis y la fascinación del descubrimiento, sentimiento que el profesor Kallagher, la señorita Raudebaugh y Deacon compartían. Rott, por su parte, parecía no mostrar el mismo interés que su compañero de investigación por el descubrimiento, pues su rostro permanecía tranquilo; como si encontrar habitaciones ocultas en estructuras subterráneas fuese parte de su vida cotidiana.
Por desgracia, la dicha y la maravilla no fueron algo perdurable en ese momento de hallazgo. Es lamentable mencionar que, en la gran mayoría de los casos, si no es que sucede en la totalidad de ellos, existen riesgos cuando se actúa con imprudencia en circunstancias no existe demasiado conocimiento al respecto de la situación que nos rodea, y Edward estaba a punto de descubrir el porqué de lo que acabo de mencionar.
Mientras recorría el sitio de lado a lado, llevado de la mano por un instinto lleno de curiosidad insaciable que le caracterizaba y que movía su fuerza de vida, encontró en el centro de la habitación una placa metálica con un marco alrededor, la cual sobresalía del suelo. Sobre la placa se encontraba una inscripción en coulandés clásico que decía: «PRESIONE AQUÍ PARA CONTINUAR».
—¡Señor Rott! ¡Profesor Kallagher! ¡Vengan! ¡Encontré algo interesante! —llamó el joven Everwood, y en la brevedad los aludidos, e incluso la señorita Raudebaugh, hicieron acto de presencia.
—¿De qué se trata? —inquirió Rott.
——Esta placa indica que debemos presionarla para continuar. Tal vez se trate de una salida de esta habitación.
——De acuerdo. Si usted piensa que es así, entonces, hágalo —indicó Rott.
Edward asintió, y entonces apoyó su peso sobre su bastón. La placa se hundió y, al instante, todo el suelo y la estructura de la habitación comenzó a temblar, lo que alarmó al muchacho.
Y él no fue el único que percibió tal movimiento, pues al instante todos los que allí abajo se encontraban, tanto los que se encontraban dentro de la habitación como quienes apenas se disponían a ingresar en ella, comenzaron a mirar hacia el suelo alarmados e intranquilos.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Rachel, a quien la intriga comenzó a invadirla.
—Oh, no —masculló alterado el muchacho, y volvió su vista hacia la entrada para ver con horror como esta comenzaba a cerrarse poco a poco.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó el señor Everwood, quien se encontraba lejos de la entrada con un gran saco en mano.
—¡Se cierra! ¡La puerta se cierra! —exclamó Tobias alarmado—. ¡Señor Edward! —gritó Tobias, y de inmediato corrió a toda prisa hacia la entrada. Se movía a gran velocidad, a pesar de llevar en sus manos una caja de madera, la cual colocó en el suelo y deslizó hacia el interior de la habitación.
—¡Devon, date prisa! —apremió Rachel a través del espacio que quedaba abierto, el cual se hacía cada vez más pequeño.
—¡Vamos, Harm! —instó Quade, quien en ese momento ya se encontraba dentro de la habitación
La puerta estaba por cerrarse. Faltaba tan sólo una porción de menos de medio metro de altura cuando de pronto un apresurado Tobias atravesó por la entrada conforme se deslizaba sobre su espalda, y entonces, para horror de todos ellos, tanto los que estaban dentro de la habitación como para quienes se habían quedado fuera de ella, la puerta se cerró por completo y levantó una nube de polvo que obligó a los más cercanos a la puerta a cubrirse el rostro.
—No... ¡No! ¡Padre! —gritó Edward, y corrió lo más veloz que pudo hasta la entrada—. ¡Papá! —gritó con fuerza mientras golpeaba el grueso muro que sellaba la estructura.
—¡Señor Edward, por favor, tranquilícese! —indicó Tobias una vez que se levantó del suelo y se sacudió el polvo del traje.
—¡Ayúdame, amigo! ¡Tú eres muy fuerte; ayúdame a levantar esto! —habló en su desesperación—. ¡Mi padre tiene que venir con nosotros!
—Lo lamento, señor Edward —respondió con gesto compasivo mientras le tomaba de los hombros—; no existe nada que pueda hacer.
Abatido y con los ojos cristalizados en lágrimas, Edward se puso de rodillas sobre el suelo con sus manos sobre su cabeza y de inmediato comenzó a sollozar con gran fuerza.
Pocos de quienes atestiguaron la escena lograron mantener sus ojos secos y el semblante tranquilo ante la angustia que inundaba el ambiente. Edward no era el único a quienes la infortunada circunstancia le afligía; pues la señorita Raudebaugh también se había visto apartada de su acompañante.
Turbada en sus emociones y embotados sus sentidos, Rachel se acercó para ofrecerle sus brazos, un gesto lleno de comprensión ante la turbulenta circunstancia en la que se encontraban.
Correspondió el menor de los Everwood a la muestra de afecto y empatía que la joven le había demostrado y se confortó en la calidez de los brazos de la doncella.
Con la voz ahogada por el llanto, y lleno de dolor y arrepentimiento, consciente de que todo el sufrimiento por el que ahora atravesaban resultó ser a causa de sus actos, el joven Everwood expresó:
—Lo lamento.
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