CAPÍTULO XLVI
Era muy temprano por la mañana de ese día lunes, el octavo día del cuarto mes en el año 1872, y la luz del sol no se atrevía todavía a bendecir la fértil tierra de Couland. A pesar de ello, el joven Everwood se encontraba despierto, sentado sobre su cama con la vista puesta hacia su ventana. Su expresión evidenciaba su exhausta, y en sus ojos se distinguían un par de tenues ojeras, nada que no se pudiese ocultar tras el cristal de sus gafas. En su mano izquierda sostenía una jeringa vacía cuyo interior contenía una dosis de su medicamento, suministrada por su mayordomo algunas horas antes durante la noche.
La razón de su meditación era sencilla de comprender. La conversación que había sostenido con Robert la tarde del día anterior había dejado en Edward mucho sobre qué pensar. Sin duda no sentía temor alguno ante la muerte, eso lo demostraba con sus acciones y sus palabras, pero le preocupaban su padre, su madre y sus hermanos. ¿Valía la pena causarles tanto dolor con tal de conseguir su cometido? Pero si hablaba con ellos, de seguro se escandalizarían. Pudo notar esa expresión en Robert, y estaba seguro que vería esa misma reacción en ellos. Además, su padre era demasiado protector; no había duda que haría lo posible por detenerlo. Sí, era comprensivo, pero también tenía límites, y hacer esa confesión sería el colmo.
«Por lo menos todavía no se entera de mis actividades como investigador, pero no sé cuánto más podré ocultarlas. Sería el fin de todo si eso sucede» pensó.
—Buen día, joven Everwood —habló el mayordomo cuando entró en la habitación, justo en el momento en que el sol comenzaba a brillar en el horizonte. Fue tan súbita y sorpresiva su llegada que hizo a Edward saltar un poco—. Disculpe, no sabía que estaba ya despierto.
—Buen día, Robert —respondió sin volver la mirada—. Contemplaba el amanecer. No importa cuántas veces haya tenido la oportunidad de verlo, siempre es algo majestuoso, una de las cosas más hermosas que el humano puede ver. —Se notaba un aire de dicha y fascinación en su gesto como quien ve lo maravilloso en las cosas pequeñas.
—¿Está todo en orden? —preguntó el sirviente.
—En efecto —volvió su cabeza para mostrar una sonrisa tenue—. Por cierto, ya que te encuentras aquí, me apetece tomar un baño.
—Calentaré su bañera —indicó.
—¿Podrías preparar algo de ropa?
—¿Va a algún lado? —preguntó un poco extrañado por la petición.
—Sólo quiero dejar esta habitación y salir de esta casa un poco.
—De acuerdo. ¿Qué traje usará?
—El «especial».
—Excelente elección, joven Everwood.
Robert se dirigió primero al baño y abrió la llave del grifo que llevaba el agua caliente para llenar la bañera; después fue al guardarropa donde buscó y extrajo un traje de color negro, fabricado en lana de cashmere y diseñado por el mejor sastre de todo Couland, por lo que era de esperarse que se trataba de un conjunto de prendas cuya calidad era exquisita y refinada. Lo conformaba una chaqueta larga que llegaba casi a las rodillas, un chaleco en color gris oscuro y un pantalón de corte estrecho, prendas que conformaban el conjunto completo del traje. Lo combinó con una camisa de color blanco de mangas largas, una corbata de color negro y tomó también prendas interiores y un par de botines, entonces colocó todo esto en un mueble que se encontraba en la habitación para dicho propósito.
Algunos minutos más tarde, cuando la tina se llenó de agua, Edward, apoyado de Robert y su confiable bastón plegadizo, se dirigió hasta el baño y pasó entonces a darse su cálido y reconfortante ducha.
Una vez que salió, comenzó a vestirse con sus prendas seleccionadas, pero sin colocarse todas ellas, pues del conjunto formal sólo se colocó su camisa, el chaleco y pantalón.
—Necesitaré su ayuda para colocarme el ytreskeletton —solicitó.
El mayordomo asintió, tomó el mencionado artefacto, lo extendió y procedió a colocarlo sobre sus prendas de vestir. La parte que correspondía a los pies la ajustó por encima de los botines, puesto que de haberlo hecho sobre sus pies estos no hubieran entrado dentro de su calzado. Una vez que culminó este proceso, colocó sobre sus prendas superiores su chaqueta larga, la cual cubría el dispositivo hasta la altura de las rodillas.
Encendió el circuito eléctrico del ytreskeletton y comenzó entonces a andar por la habitación a manera de práctica, y percibió que era mucho más sencillo mantenerse en pie con los zapatos puestos que descalzo como lo había hecho el día anterior, ya que esto le otorgaba un poco de soporte y equilibrio adicional.
—¿Está listo el desayuno? —inquirió el joven Everwood.
—Desde hace un momento.
—De acuerdo. Bajaré a comer —expresó decidido para después proceder a salir de su cuarto ante la atónita pero regocijada mirada de Robert quien, a la vez que se sintió un poco alarmado por su condición, decidió mantenerse a su lado para ayudarle.
Con paso calmado, pero firme, comenzó a bajar los escalones a una velocidad un poco mayor a la del día anterior hasta llegar al piso inferior. Robert, quien por así decirlo contuvo su respiración durante todo el trayecto en descenso del muchacho, exhaló aliviado una vez que llegó sano y salvo hasta el final de las escaleras.
Con el mismo paso resuelto se dirigió hacia el comedor, donde fue recibido por miembros de su servidumbre quienes, de la misma manera que Robert, no podían ocultar su contento y asombro.
Solicitó que le fuese servido su alimento, petición que fue atendida de inmediato por los sirvientes del comedor. Huevos revueltos con tocino y jamón ahumado, un par de piezas de pan, un tazón con frutas, leche en un vaso y jugo de naranja en otro fueron puestos frente a su presencia; un alimento ligero tal como lo había pedido.
Después de agradecer por el desayuno en oración, y con parsimoniosa actitud, pasó a probar el manjar dispuesto para su deleite y, para asombro de todos los allí presentes, terminó su alimento por completo. Satisfecho, agradeció a sus sirvientes y procedió a retirarse de la mesa.
—Robert, necesito que vayas a mi habitación y traigas un par de guantes de piel de color negro, algunas dosis de mi medicación y el rompecabezas que se encuentra en mi escritorio —pidió.
—Al momento —respondió mientras Edward se dirigía hacia la sala de estar.
En breve regresó el fiel sirviente con el encargo de su joven amo y se dirigió hacia la sala de estar, donde el menor de los Everwood le esperaba, sentado en uno de los sillones individuales y con su mirada hacia el jardín exterior.
—Tengo sus cosas, joven Everwood.
—Gracias —expresó, y tomó el rompecabezas y después los guantes, los cuales colocó sobre sus manos para cubrir con ellos la estructura del ytreskeletton—. Ahora, por favor habla con Hans y solicita que prepare el autwagen.
—¿A dónde desea que lo lleve?
—El parque «Starerne».
—Creo que es un poco temprano para salir a dar un paseo, ¿no le parece?
—Es la mejor hora del día para la actividad que planeo realizar. Además, no me vestí con prendas tan elegantes para sólo pasear por la casa —habló con tono que parecía entre un reclamo y un chiste
—De acuerdo; buscaré a Hans —dijo, y se marchó raudo; y tan breve como partió regresó donde Edward, pero ahora llevaba en sus manos un abrigo largo y un sombrero tipo Fedora de color negro, pertenencias del menor de los Everwood—. Sígame —indicó.
Robert entonces se dirigió hacia donde Hans les esperaba con su vehículo mientras Edward le seguía a paso lento.
Una vez que llegaron hasta donde se encontraba su chofer predilecto, subieron al autwagen y partieron con rumbo al destino antes mencionado.
—Es bueno ver que se encuentra bien, joven Everwood —habló el conductor de la unidad.
—Gracias, Hans.
—¿Quiere que pase también por sus amigos?
—No sería tan mala idea —razonó el muchacho.
—De acuerdo. Pasaremos primero por el joven Tyler y después por la señorita Raudebaugh y la señorita Sadler. Si necesitan más espacio, pueden desdoblar el otro asiento —indicó.
Dicho esto, encendió el autwagen y pusieron rumbo hacia la residencia de los Tyler. Una vez que llegaron allí, Edward, con el permiso de Hans, hizo sonar la bocina del vehículo. Unos minutos después Tobias quien reconoció el inconfundible sonido de la bocina, se asomó por la ventana para después salir y encontrarse con Edward.
—¡Señor Edward! —le saludó lleno de entusiasmo —¡Qué agradable sorpresa verle por aquí! ¿Se siente mejor?
—Un poco. Ven, acompáñanos. Daremos un «pequeño paseo» por el parque —invitó.
—Por supuesto —accedió de inmediato, pues sabía que, en el caso de Edward, un pequeño paseo significaba mucho más que sólo eso—; nada más permítame dar aviso a mis padres —dijo.
Tobias se marchó de inmediato y volvió presto para subir al autwagen, luego de lo cual se marcharon con rumbo a la residencia Sadler.
—Llegaron pronto a la mencionada residencia, y en esta ocasión descendieron Tobias y Edward para llamar a la puerta de los Sadler.
—Quien atendió el llamado fue la señora Sadler quien, luego de saludarles, pasó a llamar a Rachel.
—¡En verdad eres tú! —expresó sorprendida la señorita Raudebaugh quien, al escuchar sobre la noticia de la llegada de Edward, no pudo dar crédito a sus oídos—. Edward... ¡Puedes caminar! Pensé que ya no podrías hacerlo después de aquél incidente.
—Hago uso de una herramienta que me lo permite —le mostró mientras desabotonaba su chaqueta y mostraba la estructura del pecho en el ytreskeletton—. Me da más fuerzas para moverme —aclaró, y ella le observó con cierto grado de fascinación y quizás un toque de preocupación.
—Y, ¿cuál es el motivo de la visita? —inquirió Rachel.
—Sólo dar un pequeño paseo por el parque.
—¿Un paseo? ¿A estas horas de la mañana?
—Digamos que será algo un poco más interesante que eso —habló Tobias.
—En ese caso iré con ustedes; sólo permíteme avisar antes a mi tía.
—Si lo deseas, puedes invitar a la señorita Sadler.
—Lo lamento; ella se siente un poco indispuesta.
—¿Problemas de salud?
—De otra índole.
—Oh. Entiendo.
Rachel pasó a avisar a su tía sobre su salida con sus amigos, a lo que ella respondió de manera positiva y animosa.
Volvió a salir la joven Raudebaugh, y en compañía de Edward y Tobias abordó el autwagen que les esperaba para partir con rumbo al destino planeado.
Media hora más tarde llegaron hasta el parque «Starerne». Hans estacionó el vehículo en la parte más cercana al lago a petición de Edward, quien procedió a desalojar el autwagen con la ayuda de Robert y Tobias. Luego, Edward se colocó el sombrero y el abrigo sobre su cuerpo.
Ingresó al mencionado sitio a paso tranquilo, aunque ahora podía moverse con un poco más de fluidez y soltura.
—¿Hacia dónde se dirige? —curioseó Tobias.
—Necesito encontrar algo importante —respondió, entonces comenzó a caminar por un sendero de piedras que encontró poco transitado debido a que era una hora muy temprana y se dirigió con rumbo hacia el lago.
Se detuvo en una zona del parque próxima al gran cuerpo de agua donde se encontraba un monumento.
—«En honor al corazón de la ciudad»; una hermosa dedicatoria para uno de los más grandes hombres de la nación —expresó Edward—. Cuantos secretos, cuanta información, cuantos avances tendríamos ahora si tan sólo estuviera con vida y compartiera con nosotros toda su sabiduría.
—¿Encontró lo que buscaba, joven Everwood? —indagó Robert.
—Y mucho más —expresó con orgullo.
Se trataba de un monolito con una placa metálica, en la cual se encontraba un mensaje en honor a un célebre personaje de Couland cuyo nombre ya ha sido referenciado en diversas ocasiones y cuya relevancia era notoria para el joven Everwood.
—¿El monumento a Hausner Reutter? ¿No lo habías visitado con anterioridad? —preguntó Rachel.
—En numerosas ocasiones; pero en esta ocasión tiene un significado especial —indicó. Comenzó a examinar la mencionada placa con mayor detenimiento, y entonces señaló—: observen esta sección —se refirió a una serie de adornos de forma circular en la parte superior de la placa—. Miren la forma que tienen estos remates, muy similares a las teclas de una commaskinen. Son diez de ellas; tal vez hagan referencia a los números del 1 al 9 y el cero. Sólo existe una manera de probar si tengo o no razón —dijo, y acercó su dedo índice de la mano izquierda a la primera de las teclas. La presionó y esta se hundió. Hizo lo mismo con la séptima de ellas, después con la segunda y por último con la octava; sin embargo, no sucedió nada cuando hizo esto.
Edward se colocó con el brazo cruzado sobre su pecho y su mano izquierda sobre su rostro para cubrir su nariz y boca mientras intentaba deducir que paso le faltó por seguir, o si en verdad eso era todo el proceso y allí terminaría su búsqueda.
—Mire, señor Edward —señaló Tobias a una sección en la esquina inferior derecha de la placa—; tiene la forma de una pieza de rompecabezas, muy similar a la que encontró en su caja —mencionó; entonces lo presionó y este se hundió.
A continuación, el monolito comenzó a temblar y a emitir un sonido extraño, como si piezas de metal y engranajes se movieran en su interior. La placa entonces se levantó y dejó al descubierto otra placa metálica sobre la que había grabadas las siluetas de quince piezas de rompecabezas, cada una de ellas con una pequeña pieza de metal de forma distinta, la cual sobresalía de la placa por unos centímetros.
Edward tomó la pieza del rompecabezas del bolsillo de su chaqueta y la insertó en el lugar correspondiente.
—Faltan más piezas —dijo mientras palpaba la superficie de la placa con su mano—. Ni en lo que me queda de vida tendré la oportunidad de encontrarlas —concluyó, y entonces removió su pieza del sitio. Al instante, el monolito comenzó a hacer ruidos al igual que hacía unos instantes, y luego la placa regresó a su posición original.
—Espero que logre explicarme lo que ha sucedido —solicitó Robert, con la serenidad que le caracterizaba, a pesar de esconder una gran fascinación e intriga en su interior por lo que acababa de presenciar.
—Todo está relacionado a ese «tesoro escondido» del que hablé con Rachel y Tobias. Tal parece que la leyenda y los rumores eran verdaderos, y Reutter ocultó todo lo que tenía en algún sitio, con toda probabilidad bajo el suelo de la ciudad.
—¿Cómo puede afirmar que lo que dice es verdad?
—Una inscripción en la caja rompecabezas que el abuelo Scott me obsequió decía: «Bajo el norte de la estrella el viaje comienza». «La estrella» es el nombre con el que él solía llamar al lago Starerne debido a su forma estrellada. La otra inscripción, que encontré en un libro de Hausner Reutter, decía: «Mi cuerpo se encuentra bajo sus pies», con lo que deduzco que el tesoro se encuentra debajo de la ciudad, y su búsqueda inicia aquí —señaló al monolito—. Por desgracia, para poder iniciarla necesitamos las otras catorce piezas del rompecabezas.
—Y, por lo que parece, a usted le hará falta tiempo para encontrarlo. Sólo tengo una pregunta: ¿qué es lo que piensa encontrar allí? Y dudo que desee buscar riquezas, pues en su familia éstas son copiosas.
—Alguna tecnología que Reutter creó para nosotros y que dejó oculta para quien se atreva a llevar a cabo su desafío, lo que podría ser la solución a mi problema.
—Entiendo. Espero que tenga éxito en su búsqueda; sólo no olvide solicitar el permiso de su padre para llevar a cabo sus planes.
Edward quedó en blanco pues se había olvidado de su padre. ¿Qué pensaría de esas ideas que sonaban similares a disparates imaginativos e infantiles? ¿Le daría permiso de llevar a cabo su búsqueda, o su negación sería rotunda?
—Sólo existe una forma de saberlo. Esperaré hasta su regreso para hablar sobre el tema.
—Rogaré por usted —respondió el mayordomo con aires de sarcasmo en sus palabras.
—Y yo —dijo Tobias.
—Ya que no queda nada más que hacer aquí, ¿qué le parece si damos una caminata? —inquirió, y entonces comenzó a andar.
—Veo que ha amanecido con grandes energías este día. —Le siguió.
—Estos momentos son escasos, por eso me gusta aprovecharlos —respondió.
Edward, Robert y sus amigos pasearon por las áreas verdes del parque y otras secciones de interés. Dicho paseo le sirvió de ayuda al joven Everwood para acostumbrarse al uso del ytreskeletton. Si bien los movimientos de sus manos eran fluidos y normales, los de sus piernas en ocasiones eran más bien lentos; pero conforme más ejercitaba su caminar, estos se volvieron ligeros, aunque no con la misma soltura y agilidad con la que caminaba antes. Tobias, animoso y solidario como sólo él lo era, instaba a Edward y le proponía pequeños desafíos para incrementar sus habilidades mientras utilizaba dicho instrumento, mismas que le ayudarían a mejorar un poco sus funciones motoras.
Así lo hicieron por un par de horas hasta que el cansancio les obligó a tomar un descanso de quince minutos en una de las bancas.
—Creo que ha sido suficiente por hoy —expresó Edward—. Volvamos a casa.
—Opino lo mismo —respondió el mayordomo.
Se pusieron en pie y volvieron en su camino hacia el autwagen, donde Hans les esperaba con un libro en manos en el que mantenía su atención.
Otra media hora de trayecto después regresaron a la residencia Everwood, donde una grata sorpresa les aguardaba.
—¿Edward, eres tú? —preguntó la señora Everwood.
—¡Edward! No puedo creerlo, ¡estás de pie! —señaló el señor Everwood en pleno sorprendido al ver llegar a su hijo que caminaba por el corredor.
—¡Padre! ¡Madre! ¡Han regresado! —expresó efusivo. Se dirigió hacia ellos y fue recibido por gran abrazo de su parte.
—Esto es impresionante. Hijo, ¡puedes caminar! —expresó la señora Everwood.
—¿Cómo lo lograste? —indagó ahora el señor Everwood.
Edward removió sus guantes para dejar ver la parte de las «manos» del ytreskeletton. Asimismo, mostró sus piernas con sus aditamentos adheridos a ellas. Se quitó el chaleco y mostró el resto de la estructura que le daba el soporte a su columna y su pelvis.
—¿Tu creaste eso durante nuestra ausencia? —preguntó de nuevo el señor Everwood.
—Fue hace un año, cuando trabajaba con el profesor Kallagher en una herramienta para ayudar a un amigo suyo. Pero le hice unas mejoras —señaló a sus partes motorizadas—. Me ayuda a mejorar mi movilidad —dijo al tiempo que movía sus dedos, lo que hacía un sonido como de engranajes de metal que giraban, y luego comenzó a caminar por el corredor apoyado en su bastón.
Dos corazones y dos mentes se sintonizaron en el instante en que vieron a su hijo mientras caminaba con la ayuda de ese aparato, y regresó hasta sus memorias la imagen de su pequeño cuando dio sus primeros pasos, uno de sus primeros grandes logros.
—Lo has hecho muy bien, pequeño —murmuraron al mismo tiempo marido y mujer, con rostros satisfechos marcados de una evidente nostalgia y ojos humedecidos.
Edward se acercó a ellos y el señor Everwood colocó su mano izquierda sobre su hombro mientras en su rostro le dedicaba una tierna sonrisa. Asimismo, saludó también a sus invitados, a quienes sugirió que pasaran a la sala de estar para conversar un poco y ponerse al día en sus vidas mientras disfrutaban de pequeños postres, golosinas y una bebida caliente para pasar el momento, durante el cual el señor Everwood aprovechó para relatar los pormenores del bongerfeuer del abuelo Scott.
—Joven Everwood, una persona desea visitarle —informó de pronto Robert al ingresar en la habitación de manera sorpresiva e imperceptible.
—¿De quién se trata? —indagó el muchacho.
—Dice que se apellida Rott, y quiere hablar con usted.
Tanto Edward como los demás presentes compartieron miradas confusas y llenas de preocupación, pues el apellido no resultaba de conocimiento alguno para ellos.
—Dígale que pase —indicó el señor Everwood—; pero si en verdad desea hablar, estaré presente para escuchar la conversación.
—En seguida —dijo Robert, y luego se marchó.
—¿Quién es esa persona? —inquirió el señor Everwood de su hijo. La forma en la que lo preguntó evidenciaba incertidumbre y total desconfianza de su parte.
—En verdad se los digo que ni siquiera le conozco —insistió el menor de los Everwood.
—Permaneceré atento por si se trata de alguien peligroso —indicó Tobias en susurros.
Los pasos que se escuchaban por el corredor indicaban la presencia de una persona que se acercaba poco a poco hasta que de pronto se encontraba en la entrada de la sala de estar en compañía de Robert, por lo que todos los presentes se pusieron de pie para recibirlo.
—Señor y señora Everwood, joven Everwood, señorita Raudebaugh, joven Tyler —anunció el mayordomo—, con ustedes el señor Rott.
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