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CAPITULO XIII

Habían pasado treinta minutos después de las seis la mañana del sábado, el décimo cuarto día del quinto mes en el año 1870. Edward yacía en cama despierto mientras contemplaba el techo de su casa y reposaba relajado gracias al efecto de su medicamento. Hacía un rato que se había despertado, pero no sentía demasiados ánimos de levantarse. No era su culpa, sino más bien de ese pequeño intruso, que poco a poco provocaba más dolor a su cabeza, lo que le había impedido gozar de una buena noche de descanso.

En ese momento meditaba también el joven Everwood. Muchas cosas eran las que mantenían ocupada su mente: los sucesos de esa semana, la planificación de un gran proyecto escolar que desde hacía meses se les había asignado y que debía culminar para antes de los últimos días del décimo primer mes de ese año y, sobre todo, la señorita Rachel Raudebaugh. No sería justo el adjudicar la culpa de la falta de sueño de nuestro joven héroe sólo a su enfermedad, pues la joven Raudebaugh también tenía cierto grado de culpa en robarle horas de sueño.

Mientras reposaba en su lecho, Edward disfrutaba de la calidez de sus cobertores que le cubrían del frío estacional. Es notable recalcar que Kaptstadt ostentaba el clima más fresco de todo el país, el cual se caracterizaba por sus inviernos gélidos y veranos refrescantes. Otro rasgo inusual de esta gran metrópoli era su reconocimiento a nivel nacional por las potentes y repentinas ráfagas de viento que fluían a través esa ciudad gracias al fenómeno de los «vientos del norte». No era extraño ver cómo esas potentes ventiscas se llevaban el sombrero de algún paseante desprevenido o arrebataban las sombrillas de algunas damas.

También gozaba de los tenues rayos de luz que por su ventana llegaban a colarse, los cuales podían considerarse como una rareza del clima de Kaptstadt debido a que esta urbe ostentaba el récord de ser la ciudad más oscura de todas, con tan sólo 1440 horas de luz durante todo el año.

El suave y delicioso aroma del desayuno animó al joven Everwood a levantarse de su sitio de reposo pues comenzó a sentir un poco de hambre, algo por completo inusual para él debido a que no se caracterizaba por tener mucho apetito. Se dio un baño de agua caliente, se vistió con un traje de color azul marino oscuro, tan oscuro que era difícil de diferenciar del negro a menos que uno tuviera un ojo muy adiestrado, una camisa blanca, un chaleco gris, una corbata también oscura y zapatos negros, y acto seguido descendió para desayunar.

Compartieron los Everwood esa ocasión con regocijo, en especial en el momento en que el señor Everwood le enseñó a su hijo una fotografía que había aparecido en el periódico de ese día en la que podía verse cómo Edward y Tobias portaban orgullosos el reconocimiento que habían recibido la tarde anterior; después puso su mano sobre el hombro de Edward y lo felicitó sobremanera al igual que hicieron el resto de sus familiares.

Concluida la hora del desayuno, seguida de una larga y animadora conversación, Edward estaba por dirigirse arriba a su dormitorio, como tenía por costumbre los fines de semana –y cualquier otro día en general–, cuando de pronto alguien llamó a la puerta; llamado al que fue a atender Robert.

—¿Quién podrá ser a esta hora de la mañana? —preguntó extrañado el señor Everwood.

—Joven Edward Everwood, un profesor Kallagher solicita su presencia en la puerta —anunció Robert en respuesta a la duda del señor Everwood.

—¿El profesor Kallagher? ¿Qué es lo que hace él aquí a estas horas? —se preguntó Edward mientras se dirigía a la entrada de su casa.

En efecto, allí se encontraba el buen profesor, ataviado con el clásico atuendo que le caracterizaba mientras reposaba su cuerpo sobre su largo bastón negro.

—Buen día tenga usted, joven Everwood. —El profesor se quitó el sombrero para saludarle.

—Buen día tenga usted también, profesor Kallagher —respondió Edward—. ¿A qué se debe la razón de su visita?

—Vine hasta aquí para pedirte que me acompañes a casa. Hay un proyecto del que me gustaría hablar contigo, pero quisiera que lo hiciéramos en privado.

—De acuerdo. Permítame primero solicitar permiso a mi padre.

—Adelante.

Edward fue donde se padre para pedir autorización de acompañar al profesor, misma que no se le fue negada pero no sin que antes el señor Everwood tuviera la oportunidad de saludar al profesor Kallagher y solicitarle que ponía en sus manos el bienestar de su hijo, a lo que él accedió con amabilidad.

Subió Edward a su habitación por unos cuantos frascos de su medicamento, no fuera a ser que ese asunto se tardara más de lo debido y el comenzara a manifestar síntomas indeseables, y después de despedirse de sus padres se subió al autwagen con el profesor.

—Supongo que sabes dónde queda el hogar del joven Tyler —indagó el profesor.

—Por supuesto —respondió Edward—. Es el número 444 de la calle Nywliven.

—Perfecto —expresó el profesor para después encender el vehículo y ponerlo en marcha—; le haremos una visita.

Transcurridos cerca de unos quince a veinte minutos llegaron al hogar de Tobias. Profesor y alumno descendieron del autwagen y se dirigieron a la entrada de su casa.

Llamaron a la puerta, y quien respondió fue la señora Tyler.

—Buen día tenga usted, señora Tyler —la saludó Edward.

—Buen día joven Everwood. ¿Cómo se encuentra usted? —respondió ella a su saludo.

—Lleno de vida y bienestar, gracias.

—Buen día, señora Tyler. Soy el profesor Kedrick Kallagher, instructor de Informática en el instituto donde estudian el joven Everwood y el joven Tyler. Estamos aquí para preguntar por su hijo.

—Permítame un momento, iré a buscarlo —anunció y se fue a hacer tal como ella dijo. A los pocos minutos apareció Tobias, vestido con la misma indumentaria que usaba el día que conoció a Edward.

—¡Señor Edward! ¡Qué gusto de verlo! Y a usted también, profesor Kay —los saludó.

—Nos alegra encontrarlo en casa, joven Tyler —expresó el profesor Kallagher.

—¿Qué los trae por estos lares?

—Necesitamos de tu ayuda. Tú y Edward serán la pieza clave para un proyecto secreto —explicó, y Edward le dedicó al profesor una mirada un tanto desconcertada pero llena de curiosidad.

—¿Un proyecto secreto? ¡Eso suena estupendo! Con gusto participaré en él —habló entusiasmado el joven Tyler.

—Perfecto. Necesitamos que nos acompañes a mi casa. Allá te explicaremos respecto del mismo.

—Bien. Sólo permítanme avisar a mi madre.

—Adelante —dijo el profesor, y Tobias se retiró para hacer tal cual como él lo dijo. A lo lejos podía oírse el lamento de los pequeños Tyler, quienes se sintieron decepcionados y tristes de que su hermano tuviera que dejar de jugar con ellos, pero los reconfortó con la promesa de que volvería pronto para continuar con su juego.

Hecho esto, los tres subieron al autwagen del profesor y este se dirigió hacia su propio domicilio.

Media hora más tarde llegaron a la residencia Kallagher. A semejanza del hogar de los Everwood, la morada del buen profesor era bastante ostentosa. Se localizaba hacia el norte, un poco a las afueras de la ciudad. En dimensiones de altura, anchura y longitud, era equiparable a la de Edward, con la excepción de que el estilo arquitectónico y los materiales de construcción eran distintos y un poco más antiguos. En cuanto a su aspecto, la casa del profesor parecía más bien un castillo en miniatura que una casa habitacional. Estaba fabricada en ladrillos y pintada de un color oscuro. Su fachada poseía numerosos techos de tejas rojas con caídas, ventanas grandes y chimeneas. Un pequeño muro de ladrillos con rejas de hierro rodeaba la propiedad, la cual estaba rodeada por un modesto jardín. Era evidente la carencia de arbustos, plantas o flores en el mismo, pero si la existencia de árboles en toda la propiedad. En el suelo, desde la reja de entrada hasta la escalinata de la casa, había un sendero de piedras planas que subía una pequeña pendiente.

Dejó el profesor el autwagen muy pegado a la acera y justo enfrente de la reja principal de entrada. Descendieron los tres caballeros del vehículo, y el profesor se adelantó para abrirles reja y que de esta forma pudieran entrar a su propiedad.

Recorrieron el sendero y llegaron al umbral de la residencia Kallagher, conformada por una gran puerta rectangular con marco de madera a cuyos costados había un par de macetas con plantas un poco descuidadas, culpa de la negligencia del profesor y de la carencia de un jardinero que cuidara de ellas. Abrió el profesor la puerta y entraron a una recepción donde el buen profesor depositó, en un perchero de madera que allí se encontraba, su abrigo con capa y su sombrero de copa, y descansó el bastón sobre este.

Pasada la recepción se encontraba una amplia sala de estar con un gran número de sillones que formaban una rueda en torno a una mesa de madera con un arreglo floral sobre esta, un piano cubierto por una manta polvorienta, algunos estantes con libros y muchos cuadros de pinturas de tanta edad como la residencia misma. El suelo tenía una alfombra de tono verdoso y las paredes tenían un tapiz amarillento lo que, junto a la iluminación que con pobreza proporcionaba un candelabro que pendía de una cadena desde el techo de la habitación, daba a la misma un aire de melancolía.

Guio el profesor a Edward y Tobias por una de las puertas que conducía a un estudio. Justo al entrar a esta habitación se hizo más evidente el penetrante aroma a alcohol que los dos jóvenes habían detectado apenas habían entrado a la casa del profesor. En este cuarto, que lucía en tan precaria y desastrosa situación que daba la apariencia de que un torbellino había azotado la misma, había varios escritorios con un sinnúmero de hojas de papel, algunas ordenadas y apiladas en montones mientras que otras se amontonaban sobre el suelo en total desorden. Una commaskinen que lucía por completo distinta a las que se encontraban en el instituto adornaba una sección de la habitación. Parecía que con esta se habían esmerado más en el diseño y también en los componentes que conformaban la unidad central de procesamiento. Pizarrones llenos de notas llenaban unas paredes mientras que otras estaban cubiertas de estantes con libros algo polvorientos.

Justo en el centro de la vorágine que conformaba esa habitación se encontraba un individuo, sentado en una austera silla con ruedas, quien les daba la espalda a ellos y observaba a través de una de las ventanas, una de las pocas que se animó a dejar abierta pues la tenue luz que ese día brindaba le molestaba en sus ojos. Tenía el cabello negro, algo largo y muy revuelto, y los ojos de color oscuro, rodeados por círculos tan negros como sus ojos atribuidos al poco dormir. En su cara había una barba de varios días, y su vestimenta era todavía más desaliñada que su portador; una chaqueta color gris oscuro, camisa blanca desabotonada bajo la que vestía una remera de mangas cortas con botones en el cuello y pantalones color gris oscuro. En su mano derecha llevaba un vaso que minutos antes estuvo lleno de licor embriagante, mientras que su mano izquierda la mantenía inmóvil sobre la codera de la silla. Aun poseía ambas piernas, pero estas se encontraban en muy mal estado, fruto de una posible herida grave. Tenía vendas tanto sobre los brazos y manos como sobre las piernas, y alcanzaban a notarse algunos vendajes bajo la remera.

—Qué bueno que llegaste, Kay; comenzaba a aburrirme —masculló el individuo—. ¿Quiénes son tus amigos? —preguntó segundos después de darle una olfateada al aire.

—Andy, amigo, me alegra verte de tan buen... ánimo —le saludó el profesor, quien removió de su mano derecha el vaso y lo colocó sobre una mesa al tiempo que giraba su silla para que pudiera ver a sus acompañantes—. Quiero presentarte a los jóvenes de los que te he hablado. Ellos son...

—Edward Everwood —respondió, y le señaló con el dedo índice de su mano derecha— y Tobias Tyler —señaló ahora a su amigo.

—Si, en efecto —añadió el profesor Kallagher.

—Eso fue impresionante. ¿Cómo lo supo? —preguntó Tobias.

El individuo suspiró quejumbroso y levantó los ojos al techo.

—Por su indumentaria, su higiene, bla, bla, bla, bla, algo, algo, y algo más. En fin, él es rico y tú no. ¿Contento? —respondió con aspereza.

—Por favor, disculpen sus modales. Es culpa de la bebida; cuando esta sobrio no es un completo cretino. Permítanme presentarles a...

—Andrew «Andy» Anderson, antiguo inspector en jefe de la policía e investigador privado —se apresuró a decir Edward.

—Ya me conocías, ¿verdad? Recuerdo haberte visto en el instituto en algunas ocasiones —comentó el señor Anderson.

—Lo sé, también había tenido la oportunidad de verlo. Es el compañero de andanzas del profesor Kallagher —agregó Edward.

—Lo era, cuando las circunstancias me resultaban favorables —habló con tono agrio.

—Lo vi en más de una ocasión. Lo acompañaba después de clases los fines de semana; de seguro a festejar con vino, licores y una exquisita cena en algún restaurante cercano. Sólo había escuchado su apodo, pero nunca su nombre hasta ese domingo, el tercer día del cuarto mes en este año, cuando su nombre y fotografía aparecieron en los periódicos.

—No fue mi mejor pose, ¿cierto? Los fotógrafos no lograron capturar mi mejor lado —comentó con una sonrisa sarcástica en los labios.

—Recuerdo haberlo visto en el instituto —mencionó Tobias—, pero en ese momento se veía en mejor condición. ¿Qué fue lo que le sucedió? —preguntó, lo que hizo que la expresión de Andy cambiara a una más seria y con tintes de enojo.

—No creo que ese sea un buen tema de... —intentó convencer el profesor a Tobias, pero ni bien pudo expresar su argumento cuando se vio interrumpido por Andy.

—Fue una emboscada —comenzó a narrar Andy con amargura, odio y total resentimiento—. Buscábamos a un astuto genio criminal al que perseguíamos por más de seis meses. Llegamos hasta donde supuse sería el lugar de su siguiente atraco; pero todo resultó ser una vil trampa. Algo se activó cuando entramos, y de pronto todo comenzó a hacer explosión. Varios oficiales resultaron muertos y otros más heridos, yo incluido. Era evidente que yo era su blanco principal pues también colocó una trampa explosiva en mi casa para asegurarse de que no sobreviviera cuando volviera, pero fue bueno para mí que estallara cuando no me encontraba en ella; de lo contrario no estaría aquí ni relataría mis peripecias. Ese engendro del mal. Ya llegará el momento de su sentencia.

—¿Qué sucedió con el perpetrador? —preguntó Tobias.

—Desapareció —respondió Andy—. Se rumora que escapó en un barco a Gran Bretaña. Sin duda era un gran genio criminal. Estuve muy cerca de atraparlo en numerosas ocasiones, pero siempre supo cómo evadirme.

—Es una pena lo que le sucedió, y es otra todavía más grande que haya escapado. Esperemos que, del otro lado del Atlántico, encuentre alguien a la altura de su mente y sus habilidades que logre darle el castigo que se merece —expresó Tobias, en un intento por ser empático con Andy.

—Si con lamentarte y con tus buenos deseos consigues que regrese la movilidad de mis piernas y mis brazos, entonces recibiré con gusto tu compasión.

—No tienes por qué ser tan grosero con el joven, Andy —reprochó el profesor Kallagher.

—De acuerdo, de acuerdo. ¿Me perdonas, niño? —se dirigió ahora a Tobias con tono sarcástico, y este asintió—. ¿Sí? Bien. ¿Con eso basta? —preguntó, y el profesor se llevó la palma de su mano al rostro—. Que importa; sólo tráeme otro vaso con whisky —ordenó ante la mirada de desaprobación de Kedrick Kallagher.

—Creo que ya has bebido suficiente licor por hoy, Andy. Pero si tanto deseas beber, ponte de pie y sírvete la bebida por tu cuenta.

—No me desafíes, Kay. Sabes que por esa clase de cosas soy capaz de realizar los milagros más asombrosos.

—Bueno, creo que ya hemos estado aquí lo suficiente como para conocernos. Ahora, si no es mucha molestia, ¿podrían, por favor, explicarnos qué clase de proyecto es el que tienen planeado? ¿Por qué necesitan de Tobias y de mí para llevarlo a cabo? —inquirió Edward.

—Kay, ¿no les has hablado acerca del proyecto? —contestó Andy.

—Habíamos estipulado que trataríamos este tema entre los dos —replicó el profesor Kallagher.

—Tienes razón, Kay, tienes mucha razón. Muchachos, por favor, tomen asiento —ordenó Andy.

Edward y Tobias se dispusieron a tomar algunas de las sillas que estaban cerca de los escritorios mientras que Kedrick Kallagher permanecía en pie junto a Andy.

—Muy bien, muchachos, permítanme explicarles el motivo por el que los hemos reunido en este lugar. Verán, sus acciones de esta semana captaron la atención de mi amigo Kay, y gracias a sus comentarios referentes a sus hazañas, también lograron atrapar la mía.

—Se refiere al hecho de haber atrapado al ladrón en el instituto, ¿verdad? —preguntó Edward.

—En efecto —respondió Andy.

—A decir verdad, no fue nada del otro mundo. Cualquier otro joven pudo haberlo hecho —comentó Edward con tono humilde.

—Pero no fue así, ¿cierto? —opinó el profesor Kallagher—. Lo quiera o no, joven Everwood, lo que hizo usted, investigar, deducir, idear y ejecutar su plan, demuestra una gran iniciativa de su parte y tiene mucho mérito; mayor incluso del que usted mismo le atribuye.

—De acuerdo, pero ¿cuál es la relevancia de esto en el proyecto que han planeado? —preguntó, y luego se quedó en silencio por espacio de algunos segundos—. Espere un momento. No se referirán a que desean que Tobias y yo llevemos a cabo labores de investigación criminal, ¿o sí?

—Por fin haces uso de tus habilidades —expresó Andy en tono burlón—. Permítanme explicárselo. Mi sueño en la vida era convertirme en detective privado. Cuando me gradué de la facultad de Criminología realicé las pruebas correspondientes para convertirme en oficial de policía, las cuales aprobé sin dificultad alguna, lo que me permitió ingresar al cuerpo de policía de Kaptstadt. Con el pasar de los años, y gracias a mi ardua y diligente labor como lo habrás notado en los diarios, ascendí de rango dentro del escuadrón de policía hasta llegar a ser nombrado inspector en jefe. Estaba en mis planes abrir mi propia agencia privada de investigación en compañía de mi querido amigo Kay cuando, sin esperarlo, sucedió el incidente que arrebató mis sueños cual hoja marchita se la lleva el viento. Ahora me encuentro aquí y vivo con mi amigo pues, como ya lo sabes, mi hogar también fue destruido por ese criminal. Fue en el momento en el que me enteré de ustedes y de su proeza que, de alguna manera, la esperanza volvió, y mi sueño de dirigir una agencia privada de investigación era todavía factible. Pero eso sólo dependerá de su decisión.

—De acuerdo, permítanme tan sólo un momento —dijo, para luego cerrar los ojos por un instante y lanzar un breve suspiro—. ¡¿Acaso han perdido la razón?! ¿No tienen idea del peligro que esto conllevaría para mí o para Tobias? —reclamó con energía.

—No piense que no hemos estimado esa posibilidad, joven Everwood —opinó el profesor Kallagher—. Estamos conscientes de los riesgos que esa clase de labores suponen. Pero no tiene de qué preocuparse; en sí esto no es nada más que un simple experimento, una prueba. Si no funciona, el proyecto se cancelará y ustedes volverán a sus vidas cotidianas.

—Pero, ¿por qué yo? ¿Por qué Tobias? ¿Qué no existe alguien más competente para esta suerte de actividades?

—Los elegí a ambos porque usted tiene un gran número de habilidades que le pueden ayudar en esta suerte de actividades, y tengo plena confianza en usted, joven Everwood —argumentó el profesor—. Usted ha sido mi alumno preferido desde el primer día de clases, y puedo ver que su talento es superior al de cualquier otro estudiante en el instituto. Claro, tiene sus defectos y fallas, pero confío en que logrará encontrar la forma de superarlas. Además, junto al joven Tyler ambos son una perfecta máquina de trabajo. Tobias es obediente, es justo, es recto, es leal; y lo mejor de todo es que siempre está dispuesto a socorrer al prójimo y a usted con suma fidelidad. En pocas palabras, ustedes son... son...

—Como nosotros, a su edad —agregó Andy.

—Exacto. Ustedes son idénticos a nosotros. Al igual que usted, joven Everwood, solía ser un joven prodigioso, y mis notas fueron las más elevadas en el instituto. En efecto, si alguna vez visitan la oficina del director, en el estante de los reconocimientos de la escuela, verán mi nombre en algunos de ellos. Y, de la misma forma que usted, también solía ser víctima de los ataques de un estudiante abusivo —dijo, y en su rostro se dibujó un semblante algo triste mientras veía a Tobias y a Edward a los ojos—. No tenía padres, y mi tío a menudo se encontraba ocupado. No había alguien con quien pudiera hablar sobre esto o a quien acudir en busca de ayuda.

»Pero todo cambió cuando Andy llegó a mi vida. Así como usted, joven Tyler, protege al joven Everwood, Andy me protegió con su vida de los ataques de otros estudiantes. Le debo mucho a él —explicó el profesor mientras se acercaba a la silla de Andy y colocaba su mano sobre el hombro de su amigo, gesto al que respondió con una media sonrisa—. Además de sus habilidades como equipo, fue su vínculo como amigos lo que me conmovió y me llevó a elegirlos.

—No les miento, muchachos, cuando les digo que Kay me ha mareado con historias sobre ustedes. Habla demasiado sobre ti, Edward. Lo tienen fascinado tus conocimientos, tu desenvolvimiento en ese Club al que van, tus habilidades para resolver enigmas y también sobre eso que... Kay, ¿cómo les dices a esas cosas que haces todo el tiempo en esa máquina?

—Diseño y desarrollo de funciones para la commaskinen.

—Sí, eso. Y tú, Tobias... La verdad Kay no habla mucho de ti, pero siente tanto aprecio por tu cercanía y tu amistad con el joven Everwood; un lazo perdurable e inquebrantable que lo ha conmovido en su totalidad y que le recuerda al que él y yo compartimos en nuestra juventud. No tengo la certeza de cuan fuerte sean esas razones, pero para nosotros es más que suficiente.

Al terminar de escuchar tal perorata, Edward dirigió su mirada hacia Tobias, a quien vio que estaba al borde de las lágrimas. Él, por el contrario, no se encontraba del todo convencido por los argumentos de su profesor y de su amigo.

—Por cierto —añadió Andy—, escuché por allí que alguien tenía como meta en la vida ayudar a cuantas personas pudiera. Si aceptan formar parte de este proyecto, tengan por seguro que lograrán cambiar muchas vidas.

—¡Eso me encantaría! —exclamó Tobias.

—Esto... Tobias, por favor ven conmigo —le llamó, y lo llevó consigo a la otra esquina de la habitación—. Amigo, creo que deberías pensarlo mejor —sugirió Edward.

—¡Por favor, señor Edward, es una oportunidad única!

—Tal vez tengas razón en ello, Tobias; sin embargo, no es algo que debamos decidir sin consideración previa de los riesgos que conlleva.

—No tenga miedo, señor Edward. Si le preocupa su vida, yo lo protegeré contra lo que suceda. Seré su seguro contra todo riesgo —habló el muchacho lleno de confianza en sí mismo.

—¿En verdad? Y, ¿quién te protegerá a ti? ¿Estás seguro de querer exponer de esa forma tu vida? —cuestionó a la vez que señalaba a Andy con su mano.

—En ocasiones, las cosas que más valen la pena conseguir son aquellas por las que uno más se esfuerza —comentó Tobias, lo que dejó a Edward con una expresión un tanto perpleja—. Lo lamento, señor Edward, pero yo tomé mi decisión —expresó Tobias, y se apartó de él para dirigirse donde el profesor y Andy.

—¿Y bien? ¿Cuál es su decisión? —preguntó el profesor.

—¡Sin lugar a dudas acepto con todo gusto! —expresó Tobias dichoso.

—¿Y usted, joven Everwood? —preguntó el profesor.

—Yo... No lo sé. Esto es casi una locura, y no me siento capaz de hacerlo, o siquiera que esto sea adecuado —vaciló Edward al tiempo que movía su cabeza lado a lado con rapidez.

—Por favor, señor Edward. Sin usted no puede formarse este equipo. Además, vea esto como una oportunidad de resolver acertijos, y usted ama los acertijos.

Tobias tenía razón; Edward amaba los enigmas como la flor ama la luz del sol. Pero se necesitaba algo más que simples desafíos mentales para convencerlo de tomar esa decisión. Edward meditó por espacio de minutos. Repasó en su mente cada uno de los pros y los contras que tenía el dedicarse a esa clase de actividades. Sí, ser un investigador criminalista era una profesión que tenía sus riesgos, pero le brindaba grandes oportunidades de convertirse en alguien destacado dentro de su familia. Hasta ahora no había logrado nada que pudiera compararse a los logros de sus hermanos, y con el reducido tiempo de vida que le quedaba no habría muchas oportunidades de conseguirlo. Además, se había prometido a si mismo que a partir de ese momento trataría de ser alguien distinto, con más seguridad en sus decisiones, alguien que se atreviera a tomar riesgos; muy diferente del tímido e inseguro Edward que siempre permanecía oculto tras cuatro paredes.

Cerró sus ojos, exhaló un breve suspiro resignado y entonces dijo:

—Acepto.

Con júbilo y regocijo, Tobias procedió a abrazar a su amigo y felicitarlo por apoyarlo en esa decisión y, una vez que pactaron no comentar a nadie sobre eso y acordaron en verse el siguiente sábado por la mañana para comenzar su entrenamiento, el profesor llevó a cada uno de ellos a sus respectivos hogares.


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