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CAPÍTULO LVI


Llegó el capítulo final de esta gran historia. 

Ha sido un trabajo de grandes proporciones el plasmarlo por escrito, pues no resultaba ser como lo tenía en mente, y el resultado final fue satisfactorio en gran medida. Sin duda, he de expresar que llegar a este punto produce en mi persona un gozo inconmensurable, pues no representa el final de una historia, sino el comienzo de una nueva aventura.

Espero lo disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo.

Que tengan paz, y un excelente día.

—No de nuevo —expresó el joven Everwood al abrir sus ojos, luego de exhalar un hondo suspiro. Y no era para menos su reacción, pues lo primero que alcanzó a percibir a duras penas debido a que su vista era pobre en ese momento, fue el techo de la habitación en la que se encontraba, una que ya era por completo familiar para él y que recordaba tanto como su propio dormitorio.

Movió su cabeza hacia el lado izquierdo de forma leve y sutil, y alcanzó a percibir la presencia de una persona en la habitación. Como no lograba ver con claridad, extendió con lentitud y gran esfuerzo su mano hacia la mesa que había a su izquierda, donde se encontraban sus gafas de cristal, y se las colocó; de esa forma, logró distinguir que la persona que le acompañaba era su padre. Descansaba sentado a unos metros de su cama sobre una silla, con la cabeza reposada hacia su izquierda en el respaldo de la misma y sus ojos cerrados. Estaba vestido con camisa, chaleco y pantalón, sin su corbata al cuello, y su chaqueta la usaba a modo de manta para cubrirse. Sobre su rostro se evidenciaban las huellas de alguna reyerta en la que se había inmiscuido, hecho que no cesó de causar preocupación al muchacho.

—¿Padre? —musitó, y el señor Everwood despertó de su sueño de inmediato. Agitó su cabeza con rapidez y dirigió su atención hacia su hijo.

—¡Edward! —habló con su ronca y profunda voz, y luego se levantó de su silla y se dirigió hacia él para abrazarlo. La fuerza con la que sostenía el cuerpo de Edward contra el suyo era tal que incluso el joven Everwood llegó a sentir algo de preocupación.

—¿Qué sucedió? —preguntó el chico con voz débil, casi susurrante.

—Sufriste un colapso, y fuiste traído hasta aquí por tu amigo Tobias Tyler —respondió luego de apartarse de él, y frotó su ojo izquierdo con su dedo índice para arrancar de ellos una pequeña lágrima al borde de brotar.

—¿Se encontraba Tobias en casa ésta mañana? —inquirió Edward. Era evidente la confusión en su mirada y en sus palabras, misma que el señor Everwood percibió.

—Edward, ¿qué día piensas que es hoy? —preguntó el señor Everwood alarmado.

—Es... ¿viernes por la mañana? —intentó adivinar el joven, aunque no se mostraba seguro de su respuesta.

—Es domingo por la tarde —señaló con seriedad el señor Everwood, y los ojos de Edward se abrieron sin mesura—. Llevas tres días inconsciente.

Ante tan abrumadora respuesta de parte de su padre, Edward recostó su cabeza de vuelta en la almohada y cerró sus ojos.

—¿No recuerdas nada de lo que ocurrió?

Edward movía sus globos oculares de un lado al otro con sus ojos cerrados en un intento por evocar algún recuerdo de lo que había vivido días atrás, pero parecía ser que todo se había esfumado. No quedaba nada en sus memorias de aquel ajetreado y turbulento día, o al menos eso parecía.

—No. Lo siento, padre; por más que lo intento no lo consigo —se disculpó.

—Espérame un momento, buscaré tu hermano; tal vez él sepa qué es lo que te sucede.

Ni bien terminó de señalar esto, el señor Everwood dejó la habitación y salió al corredor en busca de Arthur. No más de quince segundos después, reingresó a la habitación acompañado del mayor de sus hijos.

—¿Cómo te sientes, hermano? —inquirió Arthur de Edward en cuanto colocó su pie en el cuarto

—Agotado, con dolor y sin recuerdos —respondió.

—¿Qué no logras recordar? —preguntó mientras se acercaba para administrarle una dosis de su medicamento que llevaba en los bolsillos de su bata médica.

—Todo lo sucedido durante el día que tuve el colapso.

—¿No recuerdas nada en absoluto? —Preguntó de nueva cuenta mientras clavaba su jeringa en el brazo de su hermano.

—Sólo hay una extraña memoria que involucra a un hombre mecánico, pero no estoy seguro si se trata sólo de un sueño o fue algo real —respondió, y exhaló un poco después de sentir esa sensación de alivio que su paliativo le proporcionó.

—Existe una manera de saberlo. Tu amigo podría ayudarte a descubrir qué es real y qué no. Permitiré que ingrese para que pase a verte; estoy seguro que se sentirá dichoso de saber que has despertado.

—¿Tobias se encuentra aquí?

—Así es. Te visitó durante estos tres días mientras te encontrabas inconsciente —explicó el señor Everwood—. Incluso permaneció junto a tu cama en más de una ocasión —añadió; y dicho comentario hizo a Edward esbozar una sonrisa.

—Abre la puerta y dile que puede pasar —indicó Arthur.

El señor Everwood se dirigió hacia la puerta, y ni bien la abrió Tobias asomó su rostro.

—Puede pasar, joven Tyler —expresó el señor Everwood con cierto aire sarcástico en sus palabras justo en el momento que Tobias procedió a introducirse en la habitación.

—Oh, disculpe —expresó Tobias algo apenado.

—No se preocupe. Es natural; después de todo, tiene deseos de ver a su amigo consciente —señaló el señor Everwood.

Tobias asintió y se dirigió en breve hacia la cama de Edward. Se colocó de pie a los pies de su amigo y le saludó desde la distancia.

—¿Cómo se encuentra, señor Edward? —inquirió de él.

—Edward dice que no logra recordar nada de lo que sucedió hace días, y tal vez usted pueda ayudarle a refrescar su memoria —habló el señor Everwood.

—¿Es verdad? —preguntó Tobias consternado al señor Everwood—. ¿No recuerda nada, señor? —preguntó a su amigo, y él meneó la cabeza de lado a lado en negativa respuesta—. ¿Ni siquiera el ataque de Robyn, o el tesoro en el foso, o el laberinto? —interrogó, pero la respuesta de Edward fue la misma—. ¿Y qué hay del señor Reutter? ¿Lo recuerda a él?

—¿Reutter? ¿Hausner Reutter? —habló Edward desconcertado.

—El hombre mecánico que lo salvó en varias ocasiones y que le entregó unas piezas que necesitaba para su... esto... proyecto científico especial —corrigió Tobias en su intento por no revelar detalles sobre el proyecto Minstand al señor Everwood, quien no dejaba de observarle con incertidumbre.

—Entonces es real —masculló el joven Everwood—. Cuéntame sobre él; o mejor, cuéntame todo desde el comienzo.

—Será un placer, señor Edward —respondió, y acto seguido tomó asiento en la silla donde el señor Everwood descansaba. Entonces Tobias procedió a narrar todos los hechos acontecidos desde el día viernes. Habló largo y tendido durante más de una hora, y contó a detalle cada una de sus experiencias, tanto la suya como las de sus compañeros, de acuerdo a como ellos se las hicieron saber.

Conforme hablaba, a la memoria de Edward llegaban imágenes un tanto borrosas, recuerdos vestigiales de sus aventuras en ese recinto subterráneo. Fue cuando mencionó a Reutter, y la manera en que lo describió, que se trataba de ese hombre mecánico que miraba en su mente, y entonces recordó los artefactos que había tomado de su cuerpo decadente. Asimismo, cuando le reveló que Rott había asesinado a su abuelo, su alma se llenó de pesar y gimió de dolor con un poco de rabia, a lo que su amigo se encargó de tranquilizarlo.

Quienes se mostraban más que asombrados, e incluso evidenciaban en sus expresiones su completa preocupación a causa de lo que Tobias contaba, eran el señor Everwood y Arthur, en particular caso del último, pues el primero ya había escuchado la historia con anterioridad. Arthur no esperaba que una pequeña expedición tomara giros tan drásticos que amenazaban contra la existencia de sus seres queridos, razón por la que manifestaba su intranquilidad en su rostro.

—Fue en ese momento cuando usted perdió la consciencia —narró Tobias en referencia a lo que sucedió hacia el final de su trayecto—. Entonces los transporté a ambos, primero a usted y después al señor Deacon, hasta el otro lado de la misma manera que llegué hasta donde se encontraban por medio del cable para balancearme. Después de eso, Deacon lo llevó a usted en brazos, y con la ayuda de la señorita Raudebaugh llevamos al profesor Kallagher hasta el ascensor que allí se encontraba.

»Subimos por el ascensor hasta que se detuvo, y entonces la puerta se abrió. Resultó ser que nos encontrábamos dentro de la mansión de Hausner Reutter —dijo, y Edward manifestó cierto asombro en su gesto—. Así es, señor Edward; todo se encontraba en un recinto subterráneo cerca de la mansión de Reutter —añadió Tobias al percibir la reacción de su amigo—. De vuelta a la narración, llegamos a un cuarto lleno de modelos antiguos de commaskinen, invenciones y cuerpos mecánicos inertes. Buscamos una puerta y salimos de allí. Caminamos por varios corredores e ingresamos a varias habitaciones hasta que, por fin, encontramos una salida.

»Una vez afuera, el señor Deacon llamó dos autwagen de transporte de pasajeros. En uno lo subimos a usted y al profesor Kallagher, y nos dirigimos con velocidad hasta aquí. En el otro subieron el señor Deacon y la señorita Raudebaugh, y se dirigieron hacia el parque Starerne a buscar a los demás. Al llegar aquí, busqué a su hermano, el señor Arthur. Él nos recibió y se encargó de que se nos diera atención médica a los tres.

»Con respecto a Deacon, Rott y el otro hombre que estaba encerrado —mencionó Tobias, y el señor Everwood no pudo evitar gesticular con cierto repudio—, Deacon se entregó y confesó todos los crímenes cometidos por ellos. La policía fue en busca de Rott y el otro sujeto y los arrestaron, y su juicio será dentro de unos días —culminó.

—¿Qué ocurrió con el tesoro? —preguntó Edward.

—Yace en lo profundo de una fosa acuática subterránea, lejos del alcance de cualquier ser humano. Lo bueno fue que logramos rescatar una porción muy pequeña en nuestros bolsillos cuando tuvimos la oportunidad —respondió con gran orgullo, y mostró un poco del botín que tenía guardado en los bolsillos de sus pantalones y de su chaqueta; mismo que llevaba con la intención de mostrarlo a su amigo en cuanto lograse despertar, y cuyo cometido logró cumplir—. Incluso el profesor Kallagher llevaba monedas y algunas piedras preciosas en su chaqueta al salir de ese lugar.

—¿Qué sucedió con el cerebro y el corazón que Hausner Reutter me entregó?

—Se encuentran a salvo en la casa del profesor Kallagher. Dijo que trabajará en el proyecto en cuanto se recupere.

—El profesor... —musitó Edward—. ¿Cómo se encuentra él?

—Está bien. De hecho, en este momento reposa en una de las habitaciones de este hospital mientras se recupera de su herida

—¿Y su pierna? ¿Se encuentra bien?

—Lo lamento, señor Edward; tuvieron que amputarla —respondió entristecido el muchacho—. La herida se infectó demasiado y sus huesos sufrieron daño debido al impacto de la bala, además de los obstáculos que atravesamos y el tiempo que tardó en recibir atención médica, por lo que no fue posible salvarla a pesar de lo mucho que suplicó para que así fuera.

—Es una pena —expresó compungido el joven Everwood—. Por cierto, ¿qué sucedió con Rachel? ¿No vino a visitarme estos días? —indagó, pero sólo el silencio de los tres y sus rostros serios y apesadumbrados fue lo que recibió como respuesta, lo que provocó cierta conmoción en su ser—. ¿Por qué no responden? —preguntó ahora, con voz algo trémula.

—Tenemos que decírselo, padre —sugirió Arthur.

—No —masculló el muchacho, a quien sus ojos comenzaron a tornarse en fuentes, preparado para recibir malas noticias, y su piel se volvió tan descolorida y traslúcida que casi era posible ver sus huesos.

—Tranquilo, Edward; que no se perturbe tu alma. La señorita Raudebaugh se encuentra bien —aclaró el señor Everwood, a lo que Edward respondió con el suspiro de alivio más fuerte que pudo haber emitido y el color de su piel volvió a la normalidad—. No ha podido venir porque... —dijo ahora, entonces acercó la silla en la que descansaba a la cama y se sentó sobre ella—... Porque se encuentra de duelo.

—¿Duelo? —preguntó Edward desconcertado.

—Así es, hijo —dijo ahora, y extendió su mano hasta tocar el hombro de Edward—. Es una pena informarte que Devon Donovan murió el viernes pasado.

La noticia cayó sobre Edward como un bloque pesado. Su respiración se detuvo por unos segundos y su rostro manifestaba horror y pesadumbre en grandes cantidades.

—¿Cómo sucedió? —preguntó el muchacho con voz temblorosa y casi sollozante una vez que salió de su trance.

—Fue mientras nos encontrábamos encerrados en la entrada de aquel recinto subterráneo. Alrededor del mediodía, Devon y yo tomábamos algunos alimentos, mientras que el hombre que nos acompañaba, Harm creo era su nombre, tomó de su chaqueta una pequeña botella metálica y bebió un poco de ella. Consultó su reloj de bolsillo y guardó la botella de vuelta en su ropa; luego, musitó algo que no comprendimos, pero en breve quedaron reveladas cuales eran sus intenciones.

»Harm se apartó de nosotros y extrajo de sus prendas de vestir una pistola, con la que disparó a Devon en el pecho. Alarmado, me levanté de mi lugar con las manos en alto mientras ese sujeto me apuntaba con su arma. Agradezco tanto que en ese momento haya sucedido algo allá abajo que provocó que el lugar comenzara a temblar un poco, lo que distrajo su atención por un breve instante. Aproveché ese momento y me abalancé sobre él.

»Forcejeamos por el control del arma, pero ese canalla no logró prevalecer contra tu padre —expresó con cierto orgullo—. Lo despojé de su pistola y la arrojé lejos de allí. Pero el hombre no se detuvo por esto. De sus botas extrajo un cuchillo y se lanzó a atacarme. Me defendí como pude y al final pude vencerlo y someterlo, aunque no salí impune pues me asestó algunos golpes en el rostro —dijo, y señaló aquellos que Edward notó en su cara al momento de verlo—. Una vez en el suelo, tomé mi corbata y mi cinturón y los utilicé para atarlo, para que de esta forma no lograra escapar.

»Entonces me dirigí donde Devon para atenderlo, pero ya era demasiado tarde —narró desconsolado, casi a punto de quebrarse; sentimiento que se contagió en Edward y los demás presentes—; había muerto casi al instante de recibir el disparo.

»No pude evitar sentirme impotente otra vez y tener que resignarme a ver a otra persona morir frente a mí —habló con su voz ya quebrada y sollozante. Arthur se acercó hacia él y lo reconfortó con su mano sobre el hombro, gesto que el señor Everwood agradeció, y entonces continuó su narración—. Más de una hora después escuché sonidos provenientes de la parte superior. Era la señorita Raudebaugh acompañada de ese hombre, Deacon, quienes descendieron por el ascensor en el que habíamos llegado al principio de esa mañana.

»Al verlo, la ira se encendió dentro de mí, y de inmediato lo ataqué. Le reclamé por lo que había sucedido y lo consideré cómplice de sus actos; después de todo, él formaba parte del mismo equipo, y su plan era acabar con nosotros en cuanto tuvieran la oportunidad. Sólo de pensarlo hacía que la sangre me hirviera y la cólera se apoderara de mi ser.

»Entonces él derramó su corazón conmigo. Demostró arrepentimiento sincero y expresó sus opiniones en contra de las intenciones de su jefe y sus compañeros. Aseguró que llamaría a las autoridades para que los pusieran bajo arresto, tanto a él como a sus compañeros que se encontraban con vida, por crímenes diversos de los que se declaró culpable.

»Pero la señorita Raudebaugh, oh, no puedo dejar de pensar en el dolor que sintió en el momento que miró el cuerpo sin vida de Devon. Sus lamentos eran desgarradores y su dolor era inconmensurable; una pena que conocía a la perfección y de la que no evité contagiarme —habló de nueva cuenta entre sollozos—. Momentos después, ella comenzó a sentir que le fallaba la respiración, y entonces cayó inconsciente.

»Deacon y yo nos retiramos de ese lugar mientras llevaba a la señorita Raudebaugh en mis brazos. Él se encargó de llamar a la policía mientras yo me dirigí a buscar nuestro vehículo. En verdad cumplió su promesa, pues apenas esta mañana salió en los periódicos la noticia del arresto de Rott, Harm y Deacon. Vine entonces al hospital, y confirmé lo que Deacon me había dicho: que todos ustedes se encontraban aquí. Me encargué que se le diera atención a la señorita Raudebaugh, y luego Arthur me llevó hasta donde te encontrabas. El resto de la historia ya lo conoces —culminó.

Una vez que terminó de narrar, a Edward se le hundió el corazón y su alma se llenó de amargura. Empatizaba el pesar de la pérdida que sufrieron los Donovan, pero más que nada le causaba dolor la situación por la que ahora atravesaba Rachel. Devon era considerado por Edward como el candidato idóneo para tomar la mano de Rachel, y que de esta manera ella lograse recuperar aquello que perdió debido a la muerte de sus padres. Pero esa posibilidad se había extinguido con la penosa muerte del joven. De nuevo, el futuro que parecía brillante y prometedor para la doncella se había vuelto lóbrego.

Con esa herida en el corazón, no pudo evitar que de sus ojos brotaran lágrimas y hondos suspiros de su pecho.

—Lo lamento, hijo —dijo el señor Everwood para después acercar su mano al rostro de Edward.

—¿Se encuentran en la ciudad? —indagó Edward.

—Lo siento. Los Donovan fueron a Trandel para llevar a cabo el bongerfeuer, y ella y los Sadler los acompañaron. Volverán hasta el martes, cuando mucho —respondió el señor Everwood.

—Entiendo —musitó, y hundió su cabeza en la almohada—. Me siento somnoliento. Quiero descansar —expresó.

—De acuerdo. Te dejaremos. Llama si necesitas algo —indicó el señor Everwood.

Edward sólo cerró sus ojos mientras el señor Everwood, Arthur y Tobias dejaban la habitación.

Una vez que salieron, Arthur condujo a su padre y a Tobias a un corredor apartado y entonces procedió a hablarles.

—La situación de Edward es más lamentable de lo que imaginaba —explicó—. La pérdida de la memoria es un indicio de la evolución de su enfermedad. A este paso, y de acuerdo a los análisis que se le hicieron mientras se encontraba inconsciente, lo más probable es que tan sólo le queden unas pocas semanas de vida —aclaró. Tobias, al escuchar este pronóstico, exhaló con fuerza y masculló un quejido de gran pesar por su amigo, a lo que el señor Everwood reaccionó con su mano sobre el hombro del muchacho y pronunció algunas palabras de ánimo.

Poco después hizo acto de presencia la señora Everwood, recién llegada de su hogar. Ella se había retirado debido a que su esposo se lo solicitó para que descansara mientras él se hacía cargo de Edward. Ni bien llegó, Arthur y su esposo le notificaron lo más relevante con respecto al estado del muchacho, lo que provocó en ella una emotiva reacción que tanto padre como hijo tuvieron que hacer lo posible por reconfortarla.

—Lo mejor que podemos hacer es ser fuertes, aceptar la realidad y tratar de hacer de estos días los mejores de su vida —habló Arthur con voz compungida a la vez que hacía todo lo posible por evitar ceder ante sus emociones—. Aunque la recomendación es que Edward permanezca en el hospital para ser observado y tratado, en lo personal sugiero que lo lleven a casa, tal vez mañana por la mañana. Encontrarse en un ambiente cómodo y familiar en compañía de sus seres queridos le hará más fácil llevar la carga emocional y física de su enfermedad.

—No dude que así será, señor Arthur —aclaró el joven Tyler, quien le contemplaba con ojos cristalizados.

Los cuatro asintieron en común acuerdo, y acto seguido pasaron a retirarse a una sala de espera cercana a la habitación. Arthur, por su parte, se dirigió a uno de los laboratorios, de donde no salió sino hasta varias horas más tarde.

La noche transcurrió tranquila y sin novedad alguna, y dio paso a un día sereno en el que Edward abandonaría el hospital de nueva cuenta. Sin embargo, todos ellos sabían que esa sería la última ocasión en la que el joven visitaría tal recinto.

En el momento de su salida, se topó con un rostro que conocía, pues justo al mismo tiempo que él un fiel amigo suyo había sido dado de alta.

—Joven Everwood —le saludó animoso desde su silla con ruedas, transportada con la ayuda de Evelyn Fawkner.

—¡Profesor Kallagher! —respondió Edward desde su respectiva silla. Había sido necesario transportarlo por ese medio debido a que su cuerpo todavía mostraba signos de una debilidad extrema. De hecho, su voz también era suave, baja y un poco débil.

—Estoy gustoso de ver con bien a mi alumno predilecto —expresó, y Edward sonrió un poco—. Señor Everwood, señora Everwood, joven Tyler, buen día para todos ustedes también —saludó al resto de sus acompañantes.

—Lo mismo le deseamos a usted, señor Kallagher —respondió el señor Everwood.

—Lamentamos mucho lo que le sucedió, profesor Kallagher —expresó Tobias, y Kedrick dirigió un vistazo hacia su pierna, que ahora se encontraban cubierta con una manta.

—Estaré bien —respondió, con un dejo de lamentación en su palabra—; lograré sobreponerme a ello.

—Usted es inteligente, seguro pensará en algo —añadió Tobias.

El profesor dirigió una mirada hacia Edward, y este le respondió con una media sonrisa además de asentir con levedad. Parecía que ambas mentes habían establecido conexión y se habían sincronizado por completo. La luz de la inspiración y el ingenio se encendió sobre su cabeza, por lo que Kedrick de inmediato sonrió satisfecho y asintió optimista.

—Sí; algo se me ocurrirá —expresó lleno de confianza—. Pasaré por su casa para visitarle dentro de poco —anunció.

—Se lo agradezco —respondió Edward.

—Será bienvenido cuando guste, señor Kallagher —habló el señor Everwood.

Kedrick hizo una pequeña reverencia mientras tocaba su sombrero con sus dedos índice y pulgar. Después de esto, solicitó ser llevado hasta su autwagen, y lo mismo sucedió con Edward.

Fue transportado a casa en el autwagen del señor Everwood, con su madre y su mejor amigo que le hacían compañía en el asiento trasero. No habló durante el trayecto a casa, y su expresión era seria e imperturbable. La animosa charla de su amigo y las muestras de cariño de su madre sólo le arrancaban pequeñas muecas y, de vez en cuando, que sus ojos se inundaran en lágrimas sin que él pudiera evitarlo.

Llegó a su casa y fue llevado hasta su habitación, donde se le colocó sobre su lecho con anterioridad preparado por los sirvientes de la residencia Everwood para que reposara. El señor Everwood pasó a retirarse por un momento, pues ciertos asuntos importantes requerían de su presencia, mientras su esposa y Tobias permanecieron en la habitación del muchacho para hacerle compañía.

De esta manera transcurrió el resto del día, entre conversaciones y alguna que otra actividad que contribuyera a elevar su estado de ánimo; mismas que, en cierta medida, tuvieron el efecto deseado en el joven.

El día martes llegó, y con él la joven Raudebaugh y los Sadler regresaron a Kaptstadt. Ese mismo día, después del mediodía, la doncella se hizo presente en la entrada de la residencia Everwood, acompañada de su prima Esther. La expresión en Rachel era un poema de cuanto le había afectado la pérdida de Devon y cuanto le afligía ahora la condición en la que Edward se encontraba. Los densos nubarrones de sus ojos habían dejado caer una lluvia de lágrimas; por eso se mostraban enrojecidos e hinchados y su mirada se mostraba cansada. Se había ataviado de un vestido de color gris muy oscuro que hacía resaltar el brillo escarlata de su cabellera. Su prima también usaba prendas de un color gris más claro, y evidenciaba seriedad y tristeza en su gesto.

Los sirvientes les permitieron el paso sin dilación alguna, y los condujeron hacia la habitación del joven Everwood. Una vez fueron presentadas por Robert, ingresaron al cuarto, y lo que encontraron fue un cuadro lamentable: Tobias Tyler, el señor Everwood y la señora Everwood hacían compañía a un enfermo y debilitado Edward. Ver a su amigo en un estado tan lamentable hizo que se llenaran sus ojos de lágrimas.

Edward, por otro lado, en el momento que miró entrar a Rachel y Esther a la habitación sintió en su corazón un gran alborozo, aunque hubo también un poco de aflicción en su alma. Y tenía razones de peso para considerar esto último; después de todo, la joven había sufrido numerosas pérdidas en poco tiempo y su vida había dado diversos giros drásticos. Por si esto no fuese suficiente, ahora se encontraba al borde de perder a otro ser amado, una persona importante para ella. La forma en que esto afectaba su estado de ánimo era más que evidente en la expresión de la señorita Raudebaugh, y de ello se percató el joven Everwood.

—Edward —saludó Rachel con voz suave.

—Rachel —susurró el aludido con una tenue sonrisa en el rostro—. Por favor, acércate —indicó, y ella pasó a acercarse a paso lento. En su trayecto aprovechó para saludar a todos dentro de la habitación, y entonces se colocó en pie junto a su lecho.

—Aquí estoy —dijo ahora la doncella.

Edward sacó su mano de debajo de la manta que le cubría y tomó los dedos de la joven Raudebaugh.

—Quiero decirte que lo lamento. Lamento lo que le sucedió a Devon —expresó con voz baja como un murmullo.

Rachel sintió como su corazón se hundió en su pecho al escuchar las palabras de su amigo. Le parecía algo sorprendente de su parte, pues en la trágica situación en la que se encontraba era él quien más necesitaba de apoyo en ese momento; pero de manera irónica era el joven Everwood quien se mostraba más preocupado por el bienestar de la doncella que por el suyo propio.

—Descuida; no... —Las palabras se escapaban de la boca de Rachel, quien poco a poco comenzó a sentirse un tanto afligida y con la garganta atravesada por un gran nudo.

—Tranquila —habló Edward conforme hacía caricias a la mano de Rachel.

—Está bien —respondió ella con un hilo de voz entre sollozos, a lo que Robert apareció presto con un pañuelo para que ella pudiera secar sus lágrimas, gesto que agradeció—. ¿Cómo te sientes? —inquirió momentos después de hacer una pausa para reponerse de sus emociones.

—Ahora, mucho mejor —musitó Edward. Ella sonrió un poco y procedió a sentarse sobre la cama del joven. Acto seguido, dio inicio a una conversación amena que duró gran parte de ese día y se extendió hasta el anochecer, cuando ellos tuvieron que partir.

Después de ese día, el resto de ellos transcurrió sin demasiada diferencia. Lo único que variaba día con día era el estado del menor de los Everwood. Con el transcurrir de los días su situación se degradó a paso veloz. Su dolor era demasiado fuerte, y el medicamento de Arthur sólo lograba paliar un poco su sufrimiento; pero esto resultó ser el menor de sus males.

Con el tiempo se presentaron síntomas mucho más severos. Hubo momentos en los que sus recuerdos se fugaban y olvidaba el día en que vivía, el lugar en el que se encontraba o el nombre de quienes le acompañaban, y en ocasiones solía decir una gran cantidad de desvaríos. Su vista comenzó a fallar hasta el grado de ver sólo siluetas y sombras, y su habla se volvía ininteligible con frecuencia. En los pocos momentos en los que recobraba su lucidez y su cordura, podía percibirse en su semblante gran temor y sobrecogedora tristeza, pues de alguna forma u otra sabía que no podía controlar lo que le sucedía, ni mucho menos hacer algo para evitar que su familia y amigos sufrieran en gran medida a causa de ello.

Para quienes le rodeaban, tanto amigos como su familia, verlo en tan deplorable estado ocasionaba que su corazón se partiera en miles de pedazos. Era difícil imaginar que aquel ingenioso muchacho, quien se destacaba por su intelecto, que siempre estaba dispuesto a compartir su conocimiento y ofrecer una palabra oportuna en el momento adecuado, ahora se había convertido en la mínima hebra de lo que solía ser, un cadáver que respiraba y sólo dejaba tras de sí una gran pena y dolor como no existe comparación.

Todo ese periodo de severa aflicción culminó, al rayar el alba del lunes, el día vigésimo noveno del cuarto mes en el año de 1872. La noche anterior fue todo un tormento, una noche más en la que el sueño se convirtió en un privilegio que no les fue concedido a Edward ni al resto de su familia o sus amigos, quienes decidieron permanecer a su lado para cuidar de él.

Esa mañana Edward yacía en su lecho. A su lado izquierdo se encontraba Arthur en la tarea de administrar al muchacho medicamentos para calmar el dolor, lo único que podía hacer mientras llegaba su inevitable destino. Al pie de su cama se encontraban sus padres, cuyos rostros los marcaba una profunda angustia y cuyos ojos se mostraban enrojecidos e hinchados. Junto a sus padres, en un intento por ofrecerles consuelo, estaban sus otros hermanos, Beatrice, Charles y Diana, mientras que, del lado derecho, podía verse a sus amigos Tobias, Rachel, Esther y el profesor Kallagher de pie junto a ellos, de quienes no es necesario reiterar el estado de ánimo que a sus almas embargaba. Ahora bien, en cuanto a este último, debido a que su pierna izquierda había sido amputada, utilizaba en su lugar una prótesis mecánica, y como apoyo para mantenerse en pie empleaba un bastón especial muy similar al que Edward utilizaba.

—Miren, reacciona —señaló Tobias en el momento que Edward procedió a abrir sus ojos, y todos los presentes volvieron su mirada hacia el joven Everwood—. Señor Edward —habló al tiempo que se acercaba a la cama.

—¿Tobias? ¿Eres tú? —inquirió Edward.

—Así es, señor. Todos estamos aquí: tus padres, tus hermanos, la señorita Raudebaugh, la señorita Sadler, el profesor Kallagher y su servidor —indicó el joven Tyler.

—Casi no puedo verlos, pero me regocija saber que todos están presentes —expresó entre breves suspiros y quejidos de dolor.

—Permanece en calma, hermano; no hagas demasiado esfuerzo —habló Arthur. Su voz sonaba quebrada, con cierto aire de molestia y decepción.

—Arthur —susurró Edward—; mi amado hermano. Has hecho tanto por mí —expresó. y luego tomó una gran bocanada de aire—. Gracias —finalizó para después volver a respirar con gran esfuerzo.

—No tienes que hacerlo; es mi deber como miembro de nuestra familia cuidar de cada uno de nosotros —aclaro Arthur cuyos ojos ya se habían vuelto fuentes de lágrimas.

—Padre...

—Dime, hijo; ¿qué es lo que deseas? —inquirió el señor Everwood del joven.

—Lo lamento —habló ahora con voz jadeante.

—¿A qué te refieres? —preguntó el señor Everwood desconcertado, y procedió a acercarse a la cama.

—Lamento que no haya sido el hijo que esperabas; lamento si no estuve a la altura de tus expectativas y llevar honor al apellido Everwood...

—Edward, por favor, no digas esas cosas —lo interrumpió su padre—. No existen motivos para que lleves ese cargo en tu conciencia en tu lecho de muerte. Yo siempre supe que darías lo mejor de ti en todo momento. Confié en ti, y siempre confié en que tu vida sería mucho mejor que cualquier cosa que pudiera haber esperado. —Su voz comenzó a quebrarse poco a poco conforme recordaba la infancia del menor de los Everwood—. Lo que me diste siempre fue suficiente para mí. Nunca tuviste que demostrar nada, hijo; tu amor y tu felicidad siempre han sido y siempre serán más que suficientes.

—De acuerdo, padre —respondió Edward, y una pequeña lágrima se escapó de su ojo izquierdo—. ¿Madre? —inquirió Edward de ella.

—Dime, mi pequeño —respondió ella.

—Gracias por tu amor incondicional, por todo el cariño que me mostraste, incluso cuando ni siquiera era tu propio hijo. Eres la mejor madre de todas. Te quiero, y siempre voy a quererte.

Con estas palabras de Edward un recuerdo llegó a su memoria. Era el día de su boda con el señor Everwood. Es notable mencionar que, para el tiempo en que el señor Everwood decidió contraer nupcias con Christine, Edward contaba con tres años de edad y apenas había pronunciado palabra alguna. Sin embargo, ese día, justo antes de que tomaran la fotografía familiar, Edward se acercó hacia Christine y tiró un poco de su falda. Ella volvió la mirada hacia abajo y se percató de la presencia del pequeño.

«¿Qué quieres, Edward?» preguntó ella con cariño.

Edward extendió sus brazos hacia arriba en señal clara de que quería un abrazo de su madre, y ella lo tomó en brazos y lo cargó sobre su seno.

Entonces, el pequeño Edward rodeó con sus brazos el cuello de su madre y acercó su rostro a su oído, y entonces mencionó las palabras que en ese momento resonaban en su cabeza y que hicieron escapar algunas lágrimas de sus ojos.

«Te quiero, mami».

—Y yo también a ti —recalcó ella; luego se acercó para acariciar el rostro y el cabello de su hijo para entonces apartarse con rostro dolido y buscó refugio en brazos de su esposo.

—Charles, Diana, Beatrice, ¿están presentes? —inquirió de ellos.

—Así es —respondieron sus hermanos.

—Los amo. Siempre los he amado y apreciado.

—Gracias. Nosotros... Nosotros también —habló Diana.

—Así es, «grandullón» —agregó Charles

—Siempre fuiste un ejemplo de superación y perseverancia para cada uno de nosotros —expresó Beatrice—. Serás recordado como el hermano que jamás se rindió ante la adversidad y que siempre enfrentó cara a cara las más feroces tormentas sin dar un paso atrás. Fuiste el más valiente, el más fuerte... El mejor —concluyó.

Edward no logró contenerse. Las palabras de Beatrice calaron tan hondo en su alma que no evitar ceder ante el llanto, uno que mezclaba un poco de tristeza y a la vez orgullo y felicidad por tantos elogios dirigidos hacia su persona. Le costó un par de minutos volver a tomar la compostura, y entonces volvió a hablar.

—Tobias... —llamó Edward.

—Dígame, señor Edward. —El muchacho se acercó a la cama y se colocó cerca de su amigo.

—Mostraste una gran devoción inmerecida hacia mi persona y fuiste mi apoyo cuando atravesaba las peores dificultades. Por eso te digo, en verdad, gracias. Gracias por ser un amigo tan leal, por el lazo inquebrantable que nos unió. Gracias —expresó.

En el rostro de Tobias se dibujó una adorable sonrisa adornada por las pocas lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos.

—No tiene por qué agradecerlo, señor Edward. Usted ha sido la persona más pura y noble que he conocido. Ha sido todo un verdadero privilegio permanecer a su lado —respondió.

—Profesor Kallagher —llamó Edward.

—Dime, joven Everwood —respondió el aludido.

—Acérquese hasta mí —solicitó, y el profesor se acercó hasta el rostro de Edward—. «Minstand»; no olvide «Minstand» —susurró a su oído, y el rostro de Kedrick Kallagher se iluminó, luego asintió y se apartó de donde Edward.

—No lo olvidaré, joven Everwood —aclaró.

—Señorita Sadler —se dirigió ahora a la joven.

—Dígame, joven Everwood.

—Cuide bien de su prima —solicitó, y ella asintió en señal de que aceptaba su petición—. Rachel —llamó ahora el muchacho.

Ella caminó hacia la cama y se colocó a su lado en cuclillas.

—Aquí estoy —habló la doncella.

Edward entonces extendió su mano hacia el sitio de donde escuchó provenir su voz y ella tomó su mano. Edward volvió su rostro hacia ella, con sus ojos puestos sobre su persona como si pudiese mirarla, mientras que Rachel le sonreía con los ojos llorosos.

—Cuando te conocí, llenaste mi alma de algo que no creí ser capaz de sentir, y llevaste hasta este corazón una esperanza que jamás creí que sería posible alcanzar. Te doy gracias por ello, por convertirte en una luz para mi vida, lo mejor que me ha sucedido hasta ahora —expresó entre jadeos y pausas conforme hablaba. Rachel sonrió con dulzura, y sujetó con fuerza la mano de Edward para después besarla—. Sólo quiero que hagas algo más por mí, mi amada Rachel.

—Dímelo, dime que es lo que deseas, y te prometo que lo haré —aseguró la doncella.

Edward se tomó un largo momento de silencio mientras tomaba aliento y fuerzas para hablar.

—Acerca mi mano a tu rostro —solicitó, y ella así lo hizo. Edward palpó el rostro de Rachel y rosó sus labios con la yema de los dedos—. Después de mi muerte, por favor, te suplico que no dejes de sonreír. Sé que tus días han sido sombríos, pero no quiero que eso opaque el brillo de tu sonrisa; para que, cuando volvamos a vernos, pueda verla de nuevo y que ilumine mi día —expresó, y Rachel sonrió de manera inevitable.

—Lo haré, Edward, en verdad te digo que lo haré. ¿Hay algo más que desees? —indagó.


—Acércate —solicitó el muchacho, y ella accedió a su petición. Entonces Edward susurró algo a su oído. Al principio, esto causó que Rachel se sorprendiera un poco por su solicitud, pero después entornó sus ojos y sonrió de una forma soñadora y dulce para asentir de manera leve.

Acomodó un poco su cabello detrás de su oreja izquierda; después, pasó su mano por el rostro de Edward para acomodar su cabello que ya estaba un poco largo y cubría un poco su frente y parte de su cara. Tomó en sus manos el rostro del joven y entonces se acercó para después unir sus labios con los suyos en un tierno y romántico beso, el primero y único que el joven Everwood recibiría de una dama; y no de cualquier dama, sino de aquella que su corazón ocupó por tanto tiempo.

Esto llenó de gran sorpresa a todos los presentes dentro de la habitación que atestiguaban el suceso. Tobias sonrió con éxtasis y los ojos de sus padres estaban abiertos de forma desmesurada. Se volvieron para mirarse el uno al otro y luego el señor Everwood asintió, puesto que entendía a la perfección que ambos jóvenes sentían algo fuerte el uno por el otro, por lo que con ese gesto consintió el pequeño acto de cariño compartido por ambos jóvenes.

Se apartó Rachel de Edward cuando terminó de dar su beso, y este último sonrió un poco. No expresó palabra alguna; tan sólo miró a Rachel a los ojos por varios segundos antes de cerrarlos y, acto seguido, de su boca brotó una exhalación como la de una persona que encuentra comodidad y descanso después de una larga faena o un día ajetreado.

—Edward —susurró la joven, pero el muchacho no respondió, lo que causó cierto grado de alarma en ella—. ¿Edward? —inquirió la joven con un tono de voz un poco más alto, e incluso movió el cuerpo del muchacho un poco, pero eso tampoco fue suficiente para obtener una respuesta de su parte.

Rachel retrocedió un poco y se apartó del lado de Edward, y luego cubrió con sus manos parte de su rostro.

—No puede ser —musitó afligida, y de inmediato cedió a las lágrimas.

—¿Qué sucede? —averiguó el señor Everwood un tanto intranquilo por saber que sucedía.

—Murió —respondió atribulada y con su voz ahogada.

—¿Qué? —dijo ahora Tobias, y Arthur se acercó para revisar los signos vitales de su hermano.

—Edward... Falleció —añadió la doncella.

El gesto apesadumbrado que invadía el rostro de Arthur confirmaba la trágica noticia: Edward Everwood había expirado, rodeado de sus familiares y amigos más queridos. En la expresión de su rostro quedó tatuada una sonrisa fruto del gozo de sus últimos momentos de vida, y con ella partió al descanso eterno.

¿Les gustó? ¿Fue un final satisfactorio? ¿Fue ameno en su lectura?

Espero sus prontas opiniones.

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