CAPÍTULO LV
Si toda la ansiedad que invadía dicho momento pudiera adoptar una forma tangible capaz de ser medida, de seguro no existiría manera alguna en que cupiera en el interior del recinto donde se encontraban. Y si bien el joven Everwood no tenía la costumbre de mordisquear sus uñas debido al nerviosismo, no cabía duda que, a causa de las circunstancias en las que se encontraba, se vería tentado a adoptarlo como un hábito.
Frente a sus ojos se presentaba un espeluznante cuadro que ningún joven de su edad hubiese deseado presenciar en su vida. Tres de sus seres más apreciados se encontraban en manos de individuos viles y faltos de bondad, quienes amenazaban con cortarles de la existencia ante la impotente presencia del muchacho. Lo que lo hacía más desconsolador era el hecho de que su gran amigo, el imparable Tobias, quien era capaz de derribar una montaña si esta le bloqueaba el paso, se mostraba sumiso y con la moral más abajo que el sitio subterráneo en el que se encontraban.
El momento se sentía eterno, a pesar de que había transcurrido sólo unos segundos. Edward no pudo evitar que su respiración se agitara y su cuerpo entero comenzara a temblar de temor. Sus ojos, convertidos en azules manantiales, eran la mayor evidencia de su falta de capacidad para poner a salvo a sus amigos. De nada parecía servir su ingenio, ahora mermado a causa de su enfermedad y debido a la influencia de sus emociones sobre sus facultades de raciocinio, en contra de las balas, y sus fuerzas físicas eran escasas para enfrentar cara a cara a sus adversarios.
Sólo le quedaba rogar por un milagro; y lo que a continuación sucedió podía considerarse como lo más cercano a ello.
En el preciso instante en que Quade comenzaba a hacer presión sobre el gatillo del arma, un fuerte estruendo estremeció a todos los presentes. Edward cerró sus ojos y apretó su cuerpo, y de la misma manera reaccionaron Rachel y Tobias, e incluso el profesor dejó salir un leve grito de sorpresa.
—¿Qué fue eso? —preguntó Rott con su mirada hacia el techo del recinto, el lugar de donde parecía provenir el ruido.
El estruendo se convirtió en un fuerte rugido. Alarmados, Deacon, Quade, Edward y Rachel también levantaron la mirada y prestaron más atención para tratar de descubrir qué era lo que sucedía.
Tobias, por su parte, cerró sus ojos, respiró de manera profunda por su nariz y exhaló con violencia por su boca. Acto seguido, y con gran velocidad de reacción, decidió aprovechar la ventana de oportunidad que se había presentado; entonces abrió los ojos, retiró sus manos de su cabeza, sujetó el arma de Quade y la apartó de su cabeza.
Quade, quien no esperaba tal reacción de su parte, y mucho menos debido a encontrarse distraído, forcejeó con el muchacho y soltó un disparo que impactó cerca de donde Rott se encontraba. Esto alertó a Ira Rott, quien se percató del disturbio que ocurría a su alrededor. Entonces, por medio del uso de la gran fuerza que le caracterizaba al muchacho, se levantó, tomó a Quade como si fuese un costal mientras sujetaba sus manos y lo arrojó al suelo. Debido al dolor causado por el impacto, pues golpeó su espalda contra un pequeño montículo de monedas, Quade soltó el arma, misma que Tobias tomó y arrojó lo más lejos que pudo.
Conforme sucedía lo que se narró con anterioridad, Rott apuntó su arma hacia Tobias para disparar, pero se detuvo un momento cuando lo vio levantar a su empleado sobre sus hombros y sin demasiado esfuerzo para derribarlo, pues no quería fallar su tiro y que este provocase daño alguno a su compañero. Rachel, al percibir las intenciones de Rott, propinó al hombre un pisotón en el que aplicó toda su fuerza y su peso sobre su talón. El tacón de su bota lastimó el dedo más pequeño del pie de Rott quien, lleno de dolor, lanzó un grito, soltó a la chica y descargó un disparo de su arma que, por desgracia, hirió el brazo izquierdo de Tobias, una de las pocas zonas sin demasiada protección antibalas en su abrigo. Al verse libre de su captor, la joven Raudebaugh aprovechó para escapar, y entonces se dirigió hacia una de las montañas de oro donde se encontraba incrustado un florete que extrajo con un poco de dificultad.
Presa del dolor, Tobias lanzó un fuerte alarido mientras sujetaba su brazo lastimado con su mano derecha, y acto seguido pasó a apartarse de allí con presteza.
—¡Deja que te atrape y te daré tu merecido, mequetrefe! —amenazó Quade una vez que se levantó del suelo, con gran esfuerzo y la espalda invadida por un dolor indescriptible. Tomó de uno de sus bolsillos un gran cuchillo y entonces pasó a seguirlo a paso lento mientras profería quejidos.
Por su parte, Deacon quiso intervenir en la reyerta y dispararle al joven Tyler, pero se vio obstaculizado por el profesor Kallagher, quien se levantó del suelo y comenzó a forcejear y discutir con él.
De todos ellos, quien se encontraba más que horrorizado por la forma en la que las circunstancias se habían desenvuelto era el joven Everwood. Si bien esperaba un milagro que los liberase del aprieto, no contaba con que este desataría una lucha que, ante sus ojos, se veía encarnizada y llena de violencia.
Ira Rott, una vez repuesto del dolor, se volvió hacia Edward y apuntó su arma hacia el joven, pero no esperaba la reacción de Rachel ante la amenaza contra la integridad del joven Everwood, pues la joven blandió su recién adquirido florete y desarmó a Rott con sólo un movimiento. Hecho esto, se colocó frente al muchacho con la espada en alto.
—No te preocupes, Edward; te protegeré cuanto sea necesario —respondió la joven, y apuntó su florete hacia Rott—. ¡Ni se atreva a dar un paso más o se arrepentirá! —le amenazó.
Rott alzó sus ojos, luego meneó la cabeza de lado a lado mientras se reía en silencio de manera socarrona. Acto seguido, desenvainó su espada oculta en su bastón y se puso en posición de guardia.
—Es usted tan adorable, señorita Raudebaugh, pero no crea que tiene posibilidad alguna de derrotarme —espetó Rott.
—Sólo existe una forma de descubrirlo —contestó la joven con voz suave y tranquila que pasó a sonar desafiante y aguerrida.
Dicho esto, Rott se lanzó al ataque y blandió su arma con gran fuerza, pero Rachel detuvo el impacto de su golpe con firmeza y muy poco esfuerzo. Edward se mostraba asombrado ante este hecho, pues no esperaba muestras de tanto arrojo por parte de la doncella que tanto tiempo ha ocupado un lugar en su corazón.
De repente, la superficie debajo de sus pies comenzó a temblar, y acto seguido el suelo se agrietó por completo, como si se tratase de las piezas de un gigantesco rompecabezas. El espectacular fenómeno atrapó la atención de todos los presentes, y sus corazones se llenaron de temor y preocupación. De repente, sucedió que algunas secciones del suelo agrietado comenzaron a desprenderse y caer hacia lo profundo de un foso lleno de turbulentas aguas que se encontraba debajo de la superficie, y junto con ellas se hundían grandes porciones del tesoro. El piso se desprendía de manera lenta, paulatina y aleatoria, y nunca caía más de una pieza al mismo tiempo.
—¡Oh, no! —exclamó Edward despavorido—. ¡Rachel tienes que ayudarme! —expresó alterado mientras la sujetaba de los hombros, lo que contagió en ella su preocupación—. No quiero caer al agua. ¡No sé nadar! —añadió.
—Entonces no hay tiempo que perder. ¡Salgamos de aquí! —instó, y sin perder un solo segundo tomó la mano de Edward y procedieron a correr con rumbo a la única salida disponible.
Sus compañeros no reaccionaron demasiado diferente a lo que Rachel y el joven Everwood decidieron hacer. El profesor Kallagher, quien durante todo ese tiempo forcejeó y discutió con Deacon al respecto de su traición, tan sólo lo empujó hacia un lado y se alejó a toda velocidad hacia la escalera.
Deacon apuntó su arma hacia el profesor. Su mano se sentía temblorosa, su respiración era agitada y pesada, y había una alteración inusual en sus entrañas, señales inequívocas de nerviosismo e inseguridad. Sin duda, las palabras que Kedrick Kallagher dijo lo habían afectado en cierta medida, y le hicieron pensar mejor lo que estaba por hacer. Permaneció de esa manera por un momento mientras Kedrick Kallagher huía, con la decisión de apretar o no el gatillo en sus manos. Entonces exhaló resignado y guardó su arma en su chaqueta.
En el caso de Tobias fue un poco distinto, pues en ese momento huía de Quade cuando notó que el suelo bajo sus pies comenzaba a caer poco a poco. Se había escondido detrás de una montaña de monedas mientras atendía su herida lo mejor que sus circunstancias se lo permitieron. Sentado sobre un pequeño cofre, se retiró un poco algunas de sus prendas de vestir, como su chaqueta, su chaleco y su camisa, y revisó su herida. Si bien esta no era profunda ni había impactado en el húmero, gracias a la vestimenta que usaba, provocó que sangrara bastante. Tobias colocó un pañuelo doblado para cubrir la herida y lo ató con su corbata con fuerza para que hiciera presión; entonces se volvió a colocar sus prendas de vestir y, una vez hecho esto, tomó del interior de su chaqueta su pistola de dardos. Se percató que en ella sólo quedaba un tiro, por lo que decidió que lo aprovecharía de la mejor manera que le resultara posible.
De repente, alcanzó a percibir los pasos de Quade cerca de donde se había ocultado, por lo que tomó su arma de dardos y se levantó con cuidado de su lugar. Entonces hizo a un lado la sutileza y, con impetuoso arrebato, saltó de su escondite y profirió un fuerte grito para después asestar un certero disparo a Quade en el pecho. Este último sólo lanzo otro quejido y se llevó la mano al pecho. Tomó el pequeño dardo que se había incrustado en su pecho y lo miró por un segundo antes de caer al suelo inconsciente.
—¡Sí! —expresó Tobias. Acto seguido, arrojó la pistola de dardos y se acercó a una gran caja de madera llena de joyas y piezas de oro. Con gran esfuerzo, volcó su contenido en el suelo hasta dejarla vacío, y en esta metió el inerte cuerpo de Quade. Hecho esto, procedió a dirigirse hacia la salida del lugar a toda prisa.
Conforme corría, se percató de la presencia de la criatura metálica, que se encontraba de pie sobre un cofre abierto. La pequeña bestia, en el momento que vio pasar a Tobias, le hizo un llamado sonoro para atraer la atención del muchacho, después dio un salto y subió al hombro del joven, de donde se sujetó con firmeza por medio de sus cuatro garras; luego de lo cual Tobias continuó su camino.
Ira Rott, por otra parte, permaneció de pie mientras más pedazos del suelo caían en derredor. Volvía su mirada de un lado al otro con desesperación. Su respiración era agitada y resoplaba con fuerza lleno de frustración. Volvió la mirada hacia el suelo y encontró la copa «Livenlyghtus» justo en sus pies, y entonces procedió a levantarla. Fue en ese momento en que meditó acerca de las palabras que se encontraban grabadas en la placa metálica de la base donde reposaba el cáliz, y concluyó que se trataba de un acertijo. La copa ocultaba un mecanismo que activaba una trampa al ser levantada, y esa trampa se convertiría en una tumba acuática para ellos y el tesoro oculto.
—No... ¡No! —gritó Ira Rott vuelto una furia. Arrojó la copa a uno de los agujeros y permaneció con la mirada hacia el suelo sin decir nada; sólo respiraba con fuerza. Tan sólo unos momentos atrás tenía a su alcance un caudal de riquezas inimaginables, y ahora estaba a punto de perderlo todo sin que pudiera hacer algo para evitarlo, y esto provocaba en él una rabia y desesperación de proporciones descomunales.
—Señor, tenemos que irnos —sugirió Deacon, quien había pasado a dirigirse hacia la posición donde se encontraba Ira Rott—. ¿Señor? —inquirió de él de nueva cuenta, con gran preocupación pues ya otras secciones cercanas a donde ellos se encontraban habían caído y existía el riesgo de que pronto tocara su turno.
—¡Vámonos! —espetó Rott malhumorado.
Edward y Rachel, por su parte, iban muy adelante en el camino rumbo a la salida. La señorita Raudebaugh llevaba la delantera en el paso, mientras que Edward la seguía presuroso.
—¡Ya estamos cerca! —indicó ella, y volvió su rostro hacia su amigo para mostrarle una sonrisa segura y llena de confianza, misma que se contagió en la expresión del muchacho, sin imaginar que dicho momento de alivio sería fugaz.
Sucedió entonces que, justo en el momento que Rachel puso su pie sobre una de las secciones, esta cedió y la joven cayó en el agujero que dejó en el suelo. Esto llevó a Edward a perder su balance, por lo que dio de rodillas contra el piso y a la señorita Raudebaugh a lanzar un despavorido grito de horror.
—¡Rachel! —gritó azorado el muchacho.
—¡No sueltes mi mano, Edward! —imploró la joven con desespero.
—¡Eso intento! —respondió el joven Everwood, con sus ojos entrecerrados y los dientes apretados en arduo esfuerzo por sostener a su amiga.
—¡Señor Edward! ¡Señorita Raudebaugh! ¡Vamos en su ayuda! —habló Tobias desde la distancia, quien se acercaba a paso raudo en compañía del profesor Kallagher.
Nada más llegaron donde ellos tomaron de la mano a la señorita Raudebaugh y la subieron sin contratiempo alguno, algo que le costó un mínimo al joven Tyler.
—¿Están todos bien? —inquirió el profesor Kallagher.
—Por supuesto —aclaró Rachel con su respiración acelerada mientras Edward hacía grandes esfuerzos por recuperar el aliento.
—Mire, señor Edward, son Rott y Deacon —señaló Tobias en referencia a los dos hombres que evadían obstáculos y grietas en el suelo conforme se acercaban hasta su posición.
Rott y Deacon detuvieron su marcha en el momento que otra porción del suelo se desprendió frente a ellos; lo que dejó un gran abismo insorteable debido a que otros fragmentos se habían desprendido y no existía manera segura de atravesarlo. Ira Rott volvió su mirada hacia Edward y compañía. Sus ojos irradiaban tan grande resquemor que, si las miradas tuvieran la facultad de quitar la vida, seguro la suya le habría sido suficiente para acabar con las de todos ellos sin problema alguno. Pero en vista de que eso nunca funcionaría, prefirió tomar el asunto con sus propias manos y, en un movimiento rápido e inesperado, tomó de la chaqueta de Deacon el arma que portaba momentos atrás y la apuntó hacia el grupo de amigos.
—¡Nos va a disparar! —alertó el profesor Kallagher.
—¡Todos agáchense! —indicó Tobias, y eso fue lo que todos ellos hicieron.
Pero no hubo disparo. Los cuatro volvieron la mirada hacia Rott y Deacon para averiguar qué había sucedido y los encontraron mientras forcejeaban el uno contra el otro por el control del arma. Al final de la breve contienda, fue Rott quien dominó a Deacon al golpearlo en el rostro y derribarlo al foso de agua y, una vez en posesión del arma, se preparó para disparar.
De pronto, ocurrió que la sección sobre la que Rott se encontraba de pie se desprendió, lo que le hizo caer a la inmensidad acuosa que se encontraba bajo sus pies.
Un disparo se escuchó en el aire. Fue Rott quien alcanzó a disparar antes de caer al agua. La bala viajó a través de una distancia corta y terminó su recorrido en la pierna derecha del profesor Kallagher, quien profirió un fuerte grito de dolor para luego caer al suelo.
—¡Profesor Kallagher! —llamó Tobias preocupado por el bienestar de su amigo, quien se sujetaba la pierna y profería alaridos. Los demás se acercaron pronto para proporcionar auxilio a su compañero, pero debido a que la superficie sobre la que se encontraban era inestable, pues al instante otra sección de suelo cercana a ellos se desprendió y cayó junto a otra gran porción del tesoro, prefirieron llevar al profesor consigo hacia la escalera a la que se dirigían.
En cuanto a esta, se trataba de una gran escalera de metal con forma espiral rodeada por una estructura metálica que se extendía desde el techo hasta el fondo de la fosa llena de agua. Además, fijada en la estructura, se percibía una escalera vertical con la que uno podría tener acceso a la escalera principal si llegaba a adentrarse en las turbulentas aguas.
Con prisa subieron al profesor Kallagher entre Tobias y Rachel, tarea que les resultó complicada debido a la critica situación de su compañero, y detrás de ellos subió el menor de los Everwood, a paso lento mientras se aferraba con fuerza del pasamanos. Conforme subían, fueron testigos del derrumbe de todas y cada una de las secciones en la habitación. Al finalizar, sólo quedó una gran fosa llena de agua en cuyo interior apenas alcanzaba a vislumbrarse un poco de la majestuosidad del tesoro.
Varios minutos después llegaron al final de la escalera, una plataforma metálica rodeada por un barandal a manera de protección. Junto a ella había una enorme puerta de metal con una manija que recordaba al timón de un barco. Una vez allí, permanecieron recostados en el suelo por un tiempo para reponer sus fuerzas. Incluso la criatura mecánica se acercó a ellos, sacudió su cuerpo y después se acostó en el regazo de Tobias.
Momentos después, Tobias se levantó, con la pequeña bestia parada sobre su hombro derecho, y comenzó a indagar la puerta que tenían al frente. Sin temor alguno, y con la autorización de Edward y el profesor Kallagher, tomó la manija y procedió a girarla hacia la izquierda, lo que hizo que la puerta se abriera.
—Investigaré qué es lo que hay en esa habitación —indicó Tobias.
—Hazlo con cuidado —señaló Edward, y él asintió—. Rachel, por favor, ayúdame a atender al profesor.
De esta forma, mientras Edward y Rachel se dedicaban a revisar la herida en el profesor, Tobias se adentró en el recinto al que ahora tenían acceso.
—Esto se ve horrible —señaló Rachel en referencia a la herida de bala del profesor.
—Tienes razón. Debe ser tratada de inmediato antes de que sufra alguna infección; pero no tengo recursos para hacerlo de la manera adecuada —excusó Edward.
—Descuide, joven Everwood; estaré bien —respondió al tiempo hacía lo posible por soportar el dolor de la herida.
Edward no estaba del todo convencido, pero debido a la situación en la que se encontraban no tenían otra alternativa. Pidió al profesor su cinturón y lo ató con fuerza sobre su muslo, un poco más arriba de la rodilla. Después, tomó un pañuelo de su bolsillo y la corbata del profesor; cubrió la herida con el pañuelo doblado y anudó la corbata sobre este con la ayuda de su amigo.
—Señor Edward, tiene que ver esto —llamó Tobias desde la entrada.
Edward intentó levantarse del suelo, pero como le era un tanto dificultoso, pues su bastón de apoyo se había extraviado en la inmensidad del agua, su amigo se acercó donde él y le ayudó a ponerse de pie. Acto seguido, ingresaron al mencionado cuarto.
En cuanto a este, se trataba de un recinto de grandes dimensiones con un inmenso foso sobre el que se encontraban dos puentes colgantes hechos de madera y sogas, uno del lado donde ellos se encontraban y otro que conducía hacia el otro lado de la habitación. Ambos puentes se comunicaban en el centro del agujero con una plataforma circular, rodeada en el borde por una protección fabricada con postes de madera y cuerdas. En el otro lado de la habitación se percibía algo con la apariencia de un ascensor, lo que para ellos daba la impresión de ser una promesa de escape; y en la parte superior se encontraban largas vigas de metal y un sistema de iluminación que les permitía ver con claridad el recinto en el que se encontraban.
El sólo hecho de tener el abismo cerca de él provocó en Edward un grado de incomodidad y un sobrecogimiento de gran magnitud, por lo que decidió caminar a paso calmado sin acercarse demasiado a la orilla. Junto al puente se encontraba una señal con un mensaje escrito en coulandés antiguo, misma que Edward procedió a leer sin demora.
—«DEJE SUS CARGAS ATRÁS Y GOZARÁ DE LIBERTAD» —pronunció el muchacho luego de ajusta sus gafas para ver mejor la escritura del letrero.
—¿Qué significa eso? —preguntó Tobias confundido.
—No tengo idea —respondió Edward con voz cansada mientras frotaba su frente con su mano—, pero no dudes que se trata de otro acertijo de Reutter; y por lo que dice es seguro que debemos cuidar nuestros pasos al cruzar por este lugar.
—Sólo espero que esa sea nuestra salida. Traeré al profesor y a la señorita Raudebaugh —indicó Tobias. Entonces se retiró, y un minuto después regresó acompañado de Rachel y del profesor, a quien ayudaron a caminar debido a que a él se le imposibilitaba hacerlo a causa de su herida.
—De acuerdo. Vamos a... —Edward pasó un poco de saliva por su garganta, con gran dificultad debido a los nervios y el temor que le provocaba la altura del sitio en el que se encontraban—... Cruzar este puente —declaró.
—¿Quién cruzará primero? —inquirió la señorita Raudebaugh.
Esta pregunta provocó profunda inquietud en el muchacho, sobre todo al percatarse de las circunstancias en las que se encontraban. No deseaba poner en riesgo a sus compañeros, y sin duda sentía preocupación por su propia vida. El profesor estaba herido, no lograría atravesarlo por su cuenta. Tobias podría cargarlo sobre su espalda, pero no estaba seguro si el puente tenía la resistencia suficiente para soportar su peso, e incluso el muchacho tendría problemas para hacerlo debido a su herida de bala en el brazo. Por último, se encontraba Rachel; sin embargo, Edward no quería arriesgarse a que la joven sufriese percance alguno que pusiese su vida en riesgo. Después de todo, no sería una actitud caballerosa de su parte.
Por otro lado, la idea de cruzar a través del pasadero aterraba su ser entero hasta lo más profundo. El temor a las alturas lo agobiaba desde que era un pequeño, cuando conoció a Devon por vez primera, y un incidente ocasionado por el joven Donovan en aquel día marcó para siempre la vida del menor de los Everwood.
En plena cavilación se encontraba cuando Tobias, quien ya se encontraba a la mitad del puente, informó:
—Señor Edward, al parecer el puente es seguro para cruzarlo.
Esto sacó a Edward de su trance de meditación y lo hizo volverse hacia donde se encontraba su amigo, a quien observaba con sorpresa y cierto aire de preocupación.
—¿Tienes toda la certeza al respecto? —inquirió el joven Everwood.
—Por supuesto. Sólo hay que tener precaución con algunos maderos que parecen un poco frágiles, pero el resto del puente podrá resistir nuestro paso.
—De acuerdo. Ahora regresa; te necesitamos para que nos ayudes a transportar al profesor Kallagher —indicó el joven Everwood.
—¡De acuerdo! —expresó el joven Tyler.
Ni bien volvió, Tobias se acercó donde el profesor, dejó a la criatura en el suelo, tomó al profesor y lo subió a sus hombros como si se tratase de una mochila, con sus piernas por su lado derecho y su cabeza del izquierdo, para asombro tanto de Edward como de Rachel quienes se vieron el uno al otro con gesto lleno de sorpresa. Asimismo, a petición de Edward, tomó el bolso de herramientas donde llevaba dentro el cerebro y el corazón mecánicos de Hausner Reutter y los llevó consigo. Acto seguido, procedió a cruzar el puente con el profesor a cuestas, y en esta ocasión lo hizo de una forma más tranquila y cuidadosa con tal de evitar un accidente, seguidos muy de cerca por la mascota que ahora les acompañaba.
Una vez que el profesor y Tobias cruzaron el primer puente y se prepararon para pasar el segundo, Edward suspiró aliviado y entonces se volvió hacia Rachel.
—Es tu turno —señaló con voz pausada y cierto nerviosismo en sus palabras.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella.
—Yo... iré... después —respondió todavía más nervioso y con voz temblorosa.
—Percibo cierto temor en tus palabras. ¿Tienes miedo de cruzar? ¿O será que temes a las alturas? —interrogó la joven.
—¡Oh, no! ¡Por supuesto que no! —mintió Edward con evidente descaro. Su cabeza se meneaba de lado a lado con tanta rapidez que parecía que se caería de su cuello—. Sólo no me siento cómodo en lugares altos —agregó nervioso, y Rachel lo contempló compasiva.
—Si tienes temor, entonces hagámoslo juntos —sugirió Rachel.
—¿Juntos?
—Sí. Yo iré adelante, te tomaré de la mano y avanzaremos por el puente. Ven conmigo.
—De acuerdo —habló con vacilación.
Rachel lo tomó del brazo y lo condujo hasta el puente.
—Ahora, fíjate en lo que haremos. Yo cruzaré de espaldas, sin perderte de vista un solo segundo, y tú concéntrate en mirarme a los ojos.
—¿A los ojos? Espera, ¿has dicho de espaldas?
—Así es. Fija tu mirada aquí —señaló con sus dedos índice y medio de su mano—. No hay otro sitio donde mirar, sólo aquí —reiteró.
—Está bien.
—Ahora, respira hondo y sostén la respiración; entonces suelta el aire despacio —sugirió Rachel, y Edward siguió su indicación—. Bien; ahora, camina poco a poco. No apresures el paso; sólo hazlo con calma y no pierdas de vista mis ojos.
Edward asintió, y entonces los dos comenzaron a cruzar el puente. Avanzaron con pasos calmados y apoyaron sus pies de la manera más ligera que les resultó posible. Respiraban de forma lenta y contenían el aliento entre uno y otro paso. A pesar de ello, fue inevitable escuchar el crujido de la madera bajo sus pies y el ruido de las sogas que se tensaban al tener que soportar el peso de los jóvenes, lo que le sacó más de un escalofrío al menor de los Everwood.
Mientras tanto, Tobias cruzaba la mitad del segundo puente con el profesor a cuestas, y decidió volverse para averiguar el estado de sus compañeros; sin embargo, nunca imaginó lo que en ese momento estaba a punto de atestiguar.
—No puede ser —expresó Tobias, cuyo semblante era similar al de quien presenciaba una visión aterradora. Edward y Rachel se volvieron para ver a qué se refería su amigo, y su gesto no difirió demasiado del de Tobias.
Se trataba de Ira Rott en pleno acto de cruzar el primer puente. Su expresión se mostraba enfurecida, sus dientes apretados crujían y en su mano derecha llevaba su espada con empuñadura de león en alto conforme avanzaba con velocidad hacia ellos.
Al percatarse de ello, Edward y Rachel apresuraron el paso hasta llegar a la plataforma segura. Tobias, por su parte, se dio prisa en cruzar el segundo puente y, una vez que lo hizo, depositó al profesor en el suelo, a quien dejó junto a la criatura mecánica y las cosas de Edward, y corrió de regreso a toda velocidad a través del puente.
Para ese momento, Rott ya había cruzado el primer puente y, cuando llegó a la plataforma, tomó a Edward de sus prendas de vestir y lo arrojó hacia el suelo.
—¡Déjelo! —gritó Rachel, quien se abalanzó como una fiera sobre su persona, pero fue detenida por una fuerte bofetada de Rott. Después de eso la tomó del brazo y la arrojó hacia el segundo puente, donde cayó a los pies de Tobias.
Al percatarse de la presencia del muchacho, a quien no deseaba enfrentar debido a que lo superaba con su gran fortaleza física, tomó su espada y asestó un tajo hacia una de las sogas que sostenían el puente colgante, lo que ocasionó que comenzara a romperse poco a poco a causa del peso de quienes se encontraban encima. Rachel gritó colmada de temor y se sujetó con fuerza de las sogas que componían la estructura. Tobias, quien hacía grandes esfuerzos por no soltarse del puente, extendió su brazo izquierdo lo más que pudo para tomar a Rachel.
—¡Sujéteme! —solicitó el joven Tyler mientras Rachel hacía todo lo posible por alcanzarlo.
Bastó otro implacable embate de Ira Rott contra las cuerdas para provocar que se rompieran por completo. Al instante, y para horror de Edward y del profesor, quien era testigo impotente de tales actos brutales, las cuerdas cedieron ante el peso y se rompieron, y de forma inevitable el puente cayó hacia el abismo con Rachel y Tobias sobre él.
A Edward se le fue el corazón hasta el suelo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su respiración era agitada y difícil de controlar y su rostro mutaba en expresiones que mezclaban gran consternación, rabia y dolor.
—¡No! —gritó con tanta fuerza que su garganta quedó adolorida.
—Ahora es tu turno —pronunció Rott después de volverse hacia Edward, con su espada en alto y gran maldad en su forma de hablar.
Rott avanzó hacia el joven Everwood, y el joven Everwood, quien se encontraba sentado en el suelo con sus piernas extendidas, se arrastró y retrocedió un poco. Con gran ímpetu, blandió su espada en tan cruel ataque que Edward a duras penas logró evadirlo. Entonces el joven se sujetó de las sogas de protección que rodeaban la plataforma y se puso de pie; acto seguido, buscó en su chaqueta algo que pudiera servirle para defenderse. Encontró la empuñadura de su bastón expandible, una capsula de color rojo de unos cinco centímetros de largo con un botón blanco en el centro, y un curioso dispositivo que poseía una apariencia un tanto similar al gancho de escalar de Tobias, pero de menor tamaño y capacidad de carga, con un par de botones metálicos, uno de color rojo y otro de color azul.
Edward tomó primero la cápsula de color rojo y la sostuvo en su mano izquierda; luego tomó la empuñadura de su bastón, giró la parte superior y este se extendió, justo a tiempo para detener un segundo embate de Rott.
—¡Ni siquiera pienses que lograrás detenerme con eso! —clamó Rott—. ¡Te derrotaré y te llevaré a descansar junto con tus amigos y tu abuelo Scott!
—¿Mi abuelo? —preguntó extrañado Edward, y Rott arrojó otro golpe con su espada que Edward detuvo con suma dificultad—. ¿Qué tiene que ver mi abuelo en esto?
—¿No lo sabías? ¡Fui yo quien causó su muerte! —confesó con sumo cinismo.
Dicha respuesta fue como un cubo de agua del río Flodelver en un día de invierno para el menor de los Everwood. La noticia hizo que sus ojos se abrieran en tan gran medida que casi traspasaban el cristal de sus gafas.
—¿Qué usted hizo qué? ¿Por qué? —interrogó Edward abrumado. Un nudo se había formado en su garganta y su cabeza daba vueltas sin cesar.
—¡Por interponerse entre el tesoro y yo! —aclaró—. Cinco generaciones de mi familia buscaron la manera de conseguir la fortuna a la que éramos acreedores por derecho, ¡y él se convirtió en uno de los obstáculos! Si no te hubiese obsequiado esa cajita, en este momento no lucharías por tu vida —reclamó con la espada en alto—. Pero él sólo fue un inconveniente menor que no tuve reparos en eliminar con tal de acercarme a ese tesoro, al igual que lo hice con los demás, ¡y lo mismo haré contigo, no importa si debo perder la vida para conseguirlo! —gritó con gran furia.
Edward estaba más que confundido con la perorata de Ira Rott, e intentaba ordenar las cosas en su cabeza. ¿El tesoro le pertenecía por derecho? ¿Su abuelo era un obstáculo? ¿Acaso había asesinado a otras personas con la intención de obtener las piezas del rompecabezas que abría el escondite al tesoro? Tantas cosas que trataba de comprender, pero poca atención podía prestarles pues un demente peligroso había acabado con las vidas de sus amigos y amenazaba con cortarle de la existencia, y el gran malestar que comenzaba a aquejarle no ayudaba demasiado.
Rott blandió de nueva cuenta su espada con fuerza, y Edward cubrió la arremetida con su bastón, lo que provocó severos daños en este. Rott continuó su ataque, y lanzó estocadas y tajos con toda su ira. Edward no era versado en el arte de la esgrima o la defensa personal, por lo que no pudo cubrir todos los embates de Rott. Más de alguno de sus tajos rasgaron las prendas del joven Everwood e hirieron de manera no muy grave al muchacho, e incluso alguno que otro alcanzó a rozar su rostro, lo que le provocó una herida leve en su mejilla derecha. Fue una bendición que llevara consigo la protección del ytreskeletton y sus prendas reforzadas con fibras de metal coleitande; de lo contrario, habría sufrido heridas mucho más severas.
Las agresiones de Rott hacia el joven comenzaron a volverse cada vez más crudas y violentas hasta el grado de que llegó a desarmarlo por completo de su bastón, mismo que cayó en la plataforma lejos de su alcance.
Al verse indefenso, el joven Everwood mostró sus manos en alto, la derecha abierta mientras que la izquierda cerrada con la cápsula en ella. Rott, al considerar que la victoria ahora le pertenecía, sonrió con gesto triunfante y expresión amenazadora; luego, asestó un golpe con el dorso de su mano izquierda en el rostro de Edward, lo que lo dejó desorientado. Entonces lo tomó de su vestimenta y lo lanzó hacia la protección en el borde de la plataforma, de donde se sostuvo mientras recuperaba el aliento con el cuerpo encorvado y su mano izquierda en el pecho.
—Te lo advertí, Edward Everwood, ¡no puedes vencerme! —expresó Rott de manera despectiva, y Edward volvió su mirada hacia él. Acto seguido, procedió a acercarse hacia su persona. El joven Everwood se sintió alarmado y lleno de preocupación por su persona, y aprovechó ese momento breve para configurar su ytreskeletton de manera que toda la energía de su batería Blyght se dirigiera hacia los motores de los brazos y manos—. Hasta nunca —expresó Ira Rott con fría crueldad una vez que se encontró frente a él, y entonces se preparó para asestar un puntapié al muchacho para arrojarlo hacia la profundidad del abismo.
Edward reaccionó cuan veloz se lo permitieron sus energías y presionó el botón blanco de la cápsula para después arrojarla al rostro de Rott. Esta se abrió y de inmediato liberó una nube de gas del mismo color del contenedor, lo que provocó que se detuviera y comenzara a toser.
—¡Esto arde! —expresó con enojo al tiempo que frotaba sus ojos con su mano izquierda y tosía con fuerza. Abrió sus ojos, pero poco podía ver debido al efecto del gas que Edward le había aplicado—. ¡Pagarás por tu osadía! —añadió, y comenzó a blandir su espada a ciegas, lo que obligó a Edward a evadir sus ataques. No le resultó sencillo debido a que su propia debilidad física ocasionada por su enfermedad y el cansancio del transcurso del día, además de su incomodidad en las alturas, le dificultaban mantenerse en pie.
Rott tampoco se encontraba en muy buenas condiciones, pues el humo carmesí que inhaló le provocó cierto adormecimiento en sus piernas, por lo que sus pasos se volvieron un tanto tambaleantes. Sin embargo, eso no lo iba a detener. Conducido por una ira ciega, tanto emocional como literal, Ira Rott se resolvió a terminar con todo de una vez por todas. Ubicó a duras penas la presencia de Edward, de quien sólo distinguía su silueta, y entonces se arrojó en feroz arremetida contra su persona.
Todo sucedió de manera veloz, pero ante los ojos de Edward el tiempo pareció transcurrir de una forma lenta. Rott, fuera de balance en sus pasos, dejó caer el peso de su cuerpo sobre el del joven Everwood y lo empujó hasta la protección de la plataforma. El endeble cercado de cuerdas y maderos cedió ante el peso de ambos y los dos cayeron de la plataforma.
Este pudo haber sido un trágico final para ambos, y esta oración bien podría ser la conclusión de esta crónica; pero fue gracias a las medidas y acciones efectuadas por el menor de los Everwood que consiguió evadir su oscuro destino, al menos por un momento.
Sucedió entonces que, en el momento que Rott se dirigió hacia él para atacarle de tan brutal modo, Edward tomó su otra herramienta disponible de su chaqueta, apuntó con ella hacia el poste de madera que servía de soporte del primer puente y presionó el botón rojo; entonces, el gancho que había en esta salió disparado con un rastro de cable por detrás y se incrustó en el madero. Edward logró sostenerse de su herramienta sin soltarse gracias a que el ytreskeletton incrementaba su fuerza de agarre en ambas manos, lo que le salvó de caer hacia una muerte horrible.
Sin embargo, en el caso de Ira Rott las circunstancias fueron menos favorables. En el momento que cayó al foso junto a Edward, intentó sujetarse de la capa que el joven llevaba sobre sus vestimentas; por desgracia para él, y para beneplácito del muchacho, la mencionada prenda se encontraba rasgada a causa de sus previos violentos ataques, razón por la que esta se rompió al instante. Sin remedio alguno, Ira Rott cayó al agujero, y su figura se perdió en la oscuridad del foso, acompañada de un escalofriante grito que se escuchó hasta lo más profundo del recinto.
Edward permaneció suspendido sobre el vacío, asido con fuerza de su artefacto salvador. Sin embargo, el gozo del joven resultó ser momentáneo y su situación se volvió para nada favorable debido a que el cable de su herramienta comenzó a romperse poco a poco a causa de la sobrecarga de esfuerzo. Por si esto fuera poco, la herramienta en su mano también estaba por desarmarse debido a la exigencia de esfuerzo que se le había impuesto al tratarse de un artefacto diseñado para tareas de menor calibre.
—Oh, no —expreso pesimista el joven Everwood. Presionó el botón de su herramienta que se encargaba de enrollar el cable, pero debido al mencionado exceso de carga que se le había impuesto, el motor de esta no funcionó de la manera adecuada.
Con el abismo bajo sus pies, un incesante mareo debido a encontrarse en las alturas, debilidad mental provocada por los efectos de su enfermedad y la certera posibilidad de una muerte dolorosa y aterradora, Edward estaba decidido a darse por vencido. Puso su mano en el sistema de control del ytreskeletton con la intención de configurarlo otra vez a su estado normal, lo que le haría soltar su herramienta y caer sin remedio al foso de la muerte.
—¡Joven Everwood! —gritó una voz sobre su cabeza. Edward levantó su mirada, pero lo que vio no lo hizo sentir demasiado aliviado al principio.
—¿Deacon? —expresó Edward perplejo.
—Permítame ayudarle —habló el hombre, y comenzó a tirar del cable para sacarlo del agujero, lo que le tomó algunos segundos. Cuando terminó, Edward permaneció tumbado en el suelo, mientras que Deacon se sentó a su lado.
—Gracias —exhaló con alivio y cansancio.
—Un placer, joven Everwood —indicó con cierto regocijo.
—¡Señor Edward! —escuchó otra voz proveniente de las alturas, lo que capturó la atención de los dos. Era Tobias, quien se balanceaba de un lado a otro al igual que una araña mientras pendía de un largo cable.
—¡Tobias! ¡Estás con vida! —expresó el joven Everwood con regocijo y maravilla más que evidentes en la expresión de su rostro y sus palabras.
Tobias activó un mecanismo de liberación de su gancho y este se soltó de donde se encontraba sujeto, lo que permitió al joven Tyler aterrizar cerca del lugar donde Edward y Deacon se encontraban, de manera acrobática y con una voltereta en el aire mientras el cable se retraía hasta regresar al dispositivo.
—¡Me siento aliviado de verlo con bien, señor Edward! —expresó el muchacho. Edward sonrió un poco y se incorporó para saludarle.
—Créeme, mi querido Tobias, cuando te digo que la dicha que abunda en mi corazón al verte con vida es mucho mayor de lo que imaginas —respondió a su saludo el menor de los Everwood.
—¿Usted que hace aquí? —preguntó en referencia a Deacon, con su voz a la defensiva y un rostro de pocos amigos. Incluso mostró sus manos cerradas en preparación para enfrentarlo.
—Tranquilo, Tobias; al parecer él está de nuestro lado —explicó Edward con su mano extendida hacia el joven Tyler, lo que le hizo mantener un poco la calma—. ¿Y Rachel? ¿Está ella bien? —inquirió Edward de su amigo.
—Así es, señor Edward —contestó, y señaló hacia el otro lado de la habitación. Edward volvió su cuerpo en esa dirección y alcanzó a percibir a Rachel en la distancia, de rodillas en el suelo junto al profesor mientras observaba lo que sucedía—. ¿Qué sucedió con el señor Rott? —preguntó ahora el muchacho.
—Supongo que ahora se encuentra sin vida en el fondo del abismo —respondió Edward. Deacon exhaló un leve suspiro y volvió su mirada al suelo.
—¡Everwood! —gritó una voz procedente del foso, a lo que tanto Edward como Tobias se asomaron a la profundidad; el primero con temor debido a encontrarse en las alturas mientras que el segundo lleno curiosidad—. ¡No pienses que te librarás de mí tan fácil! Te lo juro, Everwood, que saldré de aquí y tendré mi venganza. ¡Y no sólo tú sufrirás, sino que me encargaré de darle a tus amigos y tu familia el más sublime de los finales!
»¡Y no creas que no escuché tu voz, víbora traicionera! —habló en referencia a Deacon, y el aludido se asomó al agujero—. No pienses que por compartir lazos sanguíneos perdonaré esta afrenta. ¡Te espera un castigo como jamás lo has imaginado!
Los tres quedaron absortos por un momento e incluso se vieron al rostro abrumados. Un escalofrío recorrió sus espaldas, e incluso los vellos de su piel se erizaron del pavor.
—Creo que todavía no —indicó Tobias—. Salgamos de este sitio, y busquemos a las autoridades para que se encarguen de ese criminal.
—Opino lo mismo —habló Edward. Su voz se sentía cansada, e incluso la expresión en su rostro evidenciaba un gran malestar.
Justo después de hablar, su cuerpo perdió fuerza y cayó al suelo con sus ojos abiertos.
—¿Qué le sucede? —Las palabras de Deacon demostraban total preocupación por el estado del muchacho.
—Tenemos que salir de este sitio de inmediato —habló Tobias—. ¡Descuide, señor Edward, todo estará bien! —dijo ahora hacia Edward; lo último que el muchacho escuchó antes de que cerrara sus ojos y perdiera por completo la consciencia.
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