CAPÍTULO LIV
Los siete aventureros de «Thien Legion afdthern Puzzelspill» se encontraban encerrados en una habitación sin salida, un escenario que en el transcurso del día se había convertido en frecuente. Sin embargo, lo que estaba por suceder se apartaba por completo de todas las desventuras por las que habían atravesado.
Segundos después de que la puerta se cerró, de los muros emergieron afiladas estacas metálicas, y entonces comenzaron a avanzar hacia el centro con movimiento lento, un escenario digno de las peores pesadillas de un claustrofóbico.
Presas del pánico, Ira Rott, el profesor Kallagher, Quade y Deacon comenzaron a correr en diferentes direcciones, pero sin importar hacia donde fuese el paso que dieran, un nuevo peligro aparecía frente a ellos. Cuando no cedía el suelo ante sus pies y revelaba una espantosa caída hacia un abismo profundo, aparecían flamas del suelo o caía del techo una losa pesada. Quade fue víctima de uno de tales tropiezos cuando su ropa fue alcanzada por las llamas, lo que le obligó a quitarse su prenda y arrojarla al suelo para apagarla con los pies, y el profesor Kallagher vio cercana su muerte al dar un paso en falso y caer por uno de los agujeros en el suelo. Fue conveniente para él que alcanzó a sujetarse del borde, pero sus mermadas energías y el cansancio provocado por el extenuante recorrido le hicieron perder fuerza en su agarre; y hubiera caído en una muerte inminente de no haber sido por Deacon y Rott, quienes le tendieron su mano y le ayudaron a subir.
Edward, Tobias y Rachel, por su parte, permanecieron inmóviles en sus posiciones, consternados e impotentes por lo que sucedía a su alrededor. Por desgracia para ellos, no por permanecer quietos significaba que estarían a salvo de todo riesgo. Sucedió entonces que, del otro lado de la habitación, de la que parecía ser la salida segura de dicho recinto, proyectiles ardientes del tamaño de un melón eran arrojados en dirección de los muchachos. El joven Tyler, al percatarse del riesgo que ahora corrían, se dirigió hacia una enorme y pesada losa metálica de dos metros por cada lado que había caído al suelo cerca de donde se encontraban, y la levantó con gran esfuerzo.
—¡Rápido! ¡Vengan y refúgiense aquí! —instó el muchacho a sus amigos, y ellos, sin perder un instante, se colocaron al resguardo de la gran placa sostenida por la espalda de Tobias.
Uno de los proyectiles impactó con fuerza la plancha metálica y explotó al instante. Debido a la fuerza de la colisión y la explosión producida por el proyectil, las fuerzas del joven Tyler estuvieron a punto de ceder y derribarlo con todo y placa, pero el muchacho, impelido por el amor a sus amigos, cobró aliento y mantuvo su posición para evitar que ellos sufriesen daño alguno.
En breve llegaron los cuatro restantes, llenos de golpes y con sus prendas chamuscadas por el fuego en su intento por evadir un fatal destino, hasta el improvisado refugio en el que los jóvenes se resguardaban. Quade colaboró con el joven Tyler y le ayudó a sostener la enorme losa contra los embates que sufrían por los proyectiles. Pero, aunque lograron escudarse de tal peligro, no existía manera de protegerse de los muros que se acercaban a paso lento hacia ellos.
La muerte acechaba al grupo de exploradores. No había esperanza alguna en sus corazones, sólo la aterradora idea de aguardar y resistir hasta la inevitable llegada de su final. Pero entonces, en el momento más oscuro de sus vidas, un suceso inesperado por el que estarían por completo agradecidos se presentó.
Mientras ocurría todo lo que antes fue narrado, del otro lado del muro había un hombre mecánico que, alarmado por la precipitada decisión del menor de los Everwood en ingresar a una habitación que auguraba una muerte segura, se dirigió a donde se encontraba la caja en la que se depositaba la moneda que abría el acceso a la habitación, y entonces la abrió. Al hacerlo, la moneda cayó al suelo, pero él no prestó atención a ello, sino que se enfocó en realizar modificaciones a la maquinaria de la caja metálica con la finalidad de conseguir abrir la puerta. Le tomó un par de minutos volver a configurar el mecanismo y, cuando lo consiguió, la puerta se abrió.
El grupo dentro de la habitación, al percatarse del fortuito suceso, se llenó de asombro y sus almas se colmaron en regocijo al ver la puerta abrirse detrás de ellos.
—¡Joven Everwood! —gritó Hausner Reutter con sus manos a los lados de su boca.
—¿Qué es esa cosa? —interrogó Tobias desconcertado en el momento que vio a quien les llamaba.
—¡Señor Reutter! —exclamó aliviado el joven Everwood. Tobias sólo se limitó a observarle con ojos llenos de sorpresa y desconcierto.
—¡Rápido! ¡Salgan ahora! —exhortó el hombre mecánico.
—¡Ya escucharon al señor Reutter! ¡Es nuestra oportunidad! —ordenó Edward a gritos, y fue el primero en dirigirse hacia la salida con la velocidad que sus piernas le permitieron.
Acto seguido, los demás aprovecharon la oportunidad y se dirigieron hacia la puerta. Tobias, abandonado por Quade, decidió llevar la losa a cuestas para resguardar a sus compañeros de las explosiones y los peligrosos proyectiles que todavía caían cerca de su posición. En su camino evadieron llamaradas y abismos profundos que a su paso se presentaban hasta que, al final, salieron todos ellos del recinto.
Una vez afuera, libres de cualquier amenaza a su vida, los siete tomaron un merecido respiro de tan angustiosa situación. La mayoría permaneció en pie o inclinados con las manos sobre las rodillas. Tobias soltó la losa y se tendió de espaldas sobre el suelo, con su respiración agitada y sudor en su rostro. Rachel se sentó sobre el suelo, exhausta, y Edward permaneció en pie con su peso apoyado sobre su bastón.
—Bien, ya estamos a salvo —expresó Edward entre respiraciones profundas después de haber vuelto su mirada hacia el interior de la habitación, misma que, en ese momento, era la representación de una hecatombe.
De pronto, una explosión se dejó escuchar desde la lejanía y, al instante, una bola de fuego surcó veloz la habitación a tan sólo breves segundos antes de que los muros colisionaran y la puerta se cerrara para poner fin al caos. Edward, quien se encontraba en posición frente a la puerta, volvió su mirada hacia la habitación y percibió que la trayectoria del bólido iba dirigida justo hacia su persona.
Un sobrecogimiento se apoderó de su ser. Era una sensación extraña, aterradora y frustrante, similar a la que sintió cuando aquella criatura mecánica que escupía fuego estaba por atacarlos a él y a Tobias. Su mente le ordenaba escapar al peligro, pero su cuerpo no respondía a sus órdenes.
—¡Joven Everwood, cuidado! —exclamó Hausner Reutter, quien se percató de lo que estaba por suceder. Entonces corrió hacia donde Edward se encontraba y lo empujó hacia un lado, lo que lo derribó al suelo y lo retiró del camino de la bola de fuego. Por desgracia, su heroico acto no le dejó tiempo suficiente para escapar al impacto del proyectil que alcanzó su cuerpo y lo destruyó en ese preciso instante.
Al momento del impacto, los demás integrantes del grupo se llevaron un inmenso sobresalto a causa de la repentina naturaleza del evento, y más de uno de ellos, entre quienes podía contarse al joven Tyler, quedaron helados y sin poder reaccionar.
La fuerza del impacto y la explosión hicieron reaccionar al joven Everwood, quien se protegió de los residuos de la explosión con su capa. Entonces, cuando Edward se volvió hacia el sitio de la explosión, quedó horrorizado.
—¡Señor Reutter! —gritó; entonces se puso de pie y se dirigió hacia donde se encontraban los restos de la máquina que se encontraban alejados del fuego y los escombros.
De la maquinaria que conformaba el cuerpo de Hausner Reutter poco quedó. Los únicos restos distinguibles era la cabeza y una porción de torso donde se encontraba el corazón y la batería Blyght. Los ojos parpadeaban, la cabeza se movía de un lado a otro y la esfera que conformaba su cerebro estaba expuesta. Edward se inclinó y sostuvo la cabeza de Reutter en sus manos mientras le observaba con el corazón destrozado y sus ilusiones por los suelos.
—Joven... Everwood —comenzó a hablar la cabeza de Reutter con las palabras entrecortadas a la vez que hacía pausas entre ellas—. Cerebro... Corazón... Atajo. —Los restos del cuerpo de Reutter actuaron como si convulsionara—. Tesoro... Cáliz... Agua —dijo mientras su tono de voz comenzaba a elevarse y sonar como un chirrido agudo.
Al terminar su confuso discurso, los restos de la maquinaria que conformaba el cuerpo de Reutter se detuvieron y las luces de su cabeza se apagaron. Edward dejó los restos en el suelo y arrojó un suspiro resignado; entonces volvió su mirada hacia su derecha y se encontró con Rachel, quien le observaba con el mismo anhelo como quien mira a alguien que no ha visto en años.
—Rachel —saludó Edward sonriente y con voz calmada.
De inmediato, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, lo que sorprendió a Edward. Y todavía más inesperado resultó para él cuando ella se dirigió hacia su persona para darle un abrazo muy fuerte, y entonces comenzó a llorar en su hombro.
—¿Estás bien? —susurró el muchacho con el alma desconcertada.
—¡Temimos que habías perecido! —sollozó la joven—. El laberinto se cerró y no logramos encontrarte. Había bestias mecánicas, soldados armados... Nos aterraba la idea de perderte.
—Esas cosas también me atacaron —aclaró Edward. Rachel, alarmada, se separó un poco de él y acomodó su cabello que le cubría los ojos—. La batería del ytreskeletton se agotó y estuve a merced de esas criaturas. Pero él —señaló hacia la dirección de los restos de Hausner Reutter—, y su sirviente mecánico, me salvaron. Gracias a ellos estoy con vida.
—Gracias a ellos estás de regreso con nosotros —expresó Rachel en voz baja para continuar con su abrazo.
Edward volvió su vista hacia el frente y miró a su amigo que se acercaba a paso lento. Su rostro era todo un poema de felicidad, aunque tuviese en su expresión las huellas del dolor y la angustia que momentos atrás le habían embargado.
Rachel se percató de la llegada de su amigo, así como de los demás compañeros que comenzaban a acercarse hacia ellos. Miró a Edward y luego asintió sonriente para después apartarse de él.
Con el camino libre, por decirlo de esa manera, Tobias se colocó frente a Edward. Tenía el rostro desencajado, con los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto y todavía sollozaba un poco.
Edward sonrió un poco con la intención de cambiar el ánimo de su amigo, y él respondió de la misma manera para entonces dejarse caer sobre Edward con un gran abrazo. Debido a esto, los dos jóvenes cayeron de rodillas sobre el suelo mientras el joven Tyler descargaba todas sus emociones. No dijo palabra alguna, sino que permitió que sus emociones reflejaran el regocijo que sentía de ver con vida otra vez a quien consideraba como su hermano.
Unos minutos más tarde, se levantaron del suelo, limpiaron sus prendas de vestir y el joven Tyler secó sus lágrimas y limpió su rostro con rudeza y falta de finura.
—No me alcanzarían las palabras para expresar mi dicha por verle de nuevo, señor Edward —habló Tobias.
—Tu gesto fue más que suficiente, amigo —respondió con su mano en el hombro del joven Tyler, acto merecedor de una gran sonrisa de su parte.
No tardaron en hacerse presentes el profesor Kallagher e Ira Rott con expresiones inundadas por la satisfacción de verlo otra vez sano y salvo entre ellos.
—Por cierto, ¿qué era esa cosa? —inquirió el señor Rott de Edward.
—¿De qué habla? —respondió el joven.
—Ese ser, ese hombre mecánico que abrió la puerta para que saliéramos y que además le salvó de morir calcinado.
—Ah, por supuesto. Él era Hausner Reutter.
—¿Hausner Reutter? ¿El hombre que construyó todo esto? — interrogó azorado.
—El mismo.
—Creí que había fallecido hace muchos años. ¿Cómo es que seguía con vida? —preguntó ahora Tobias.
—«Minstand» —respondió Edward—. Ese es el resultado del proyecto —señaló a los restos destrozados por el fuego—. Fue él quien me salvó de morir asesinado por las criaturas mecánicas. Tuve la oportunidad de conocerlo y a algunas de sus invenciones, y había prometido ayudarme a terminar el proyecto «Minstand» y construir el corazón del cuerpo mecánico. —Edward se acercó cabizbajo y decepcionado hasta los restos de Reutter y levantó su cabeza del suelo—. Es una pena que no logró cumplir su promesa —añadió.
De pronto, quedó pensativo por unos segundos mientras contemplaba el cerebro artificial y el corazón de la máquina mientras que, dentro de su cabeza, resonaban las enigmáticas palabras que Reutter dijo antes de «morir» de nuevo. Entonces recordó su conversación con él en aquella habitación subterránea, y su rostro se iluminó con la luz de una epifanía.
—¡Eso es! —habló con la cabeza mecánica en alto—. ¡El cerebro y el corazón! —exclamó extasiado, pero ninguno de los presentes comprendió la razón de su emoción—. El señor Reutter quería que me quedara con ellos, son el atajo que necesito para culminar «Minstand» y el «corazón» —aclaró, y luego se inclinó junto al torso destruido de su cuerpo mecánico.
Mediante el uso de sus herramientas, Edward procedió a desarmar el cuerpo y a extraer con sumo cuidado el corazón de la máquina. Algunas piezas habían sufrido daños de poca significancia, nada que con una reparación no quedase solucionado. Lo mismo pasó a hacer con el cerebro. Una vez que terminó, colocó el corazón dentro de su bolsa de herramientas y tomó el cerebro consigo en sus manos.
—Esto es lo que necesito para terminar el proyecto; esto es el tesoro que he venido a buscar —indicó con el cerebro artificial en su mano—. Con esto puedo dar por satisfecha mi búsqueda.
—Me siento feliz por usted, señor Edward —expresó Tobias—. Ahora falta encontrar el resto del tesoro de Reutter.
—Olvídalo, niño; eso ni siquiera debe ser real —lo desalentó Rott con habla amarga y pesimista.
—Lo es —aclaró Edward—; sólo que cogieron la puerta equivocada.
Tobias se dirigió donde se encontraba la moneda; la tomó del suelo y la observó. Luego se dirigió hacia la otra entrada y colocó la moneda dentro de la caja. Al instante, la puerta se abrió y dejó ver un corredor estrecho con escasa iluminación.
—No creo que exista otro sitio a donde dirigirnos. Sugiero que avancemos —habló Tobias, a quien el entusiasmo comenzaba a elevársele.
Ira Rott se encogió de hombros y siguió al joven Tyler en su camino, seguidos muy de cerca por el resto del equipo.
Si bien el corredor era angosto, el camino era largo, muy largo. La densa penumbra que allí reinaba dificultaba ver lo que había delante, y esta se hacía cada vez más oscura conforme avanzaban. En cierto punto las linternas llegaron a ser insuficientes, y fue justo entonces cuando se toparon con lo que parecía ser una pared.
—¿Qué es esto? ¿Se trata acaso de un callejón sin salida? —preguntó Rott un tanto exacerbado.
Edward se acercó al muro, iluminó con su linterna y comenzó a revisarla de manera meticulosa. En una parte del muro encontró una pequeña sección con una forma cuadrada. La presionó con su mano y esta dio un giro para revelar al reverso un panel con un teclado alfanumérico.
—Señor Edward, dígame que conoce la contraseña —expresó Tobias a un helado Edward quien, al ver el dispositivo, no tuvo idea al respecto de lo que debía ingresar en ella.
—Tengo... Corazonadas —indicó nervioso, y comenzó a introducir en el teclado lo primero que vino a su mente que estuviese relacionado con Hausner Reutter.
Ingresó de todo, desde su nombre, su alter ego, su fecha de nacimiento, el número 1728, entre otras cosas, pero, por desgracia, nada parecía tener resultado.
—¿Tiene problemas con eso, joven Everwood? —preguntó Ira Rott en un tono negativo, como si intentase mofarse del muchacho por no conseguir abrir la puerta, lo que provocaba mayor tensión en él.
—Le ruego tenga paciencia, señor Rott; en un momento resolveré este asunto —contestó en un esfuerzo por mantener su calma.
—Claro —respondió con sarcasmo.
—Aquí no hay nada. Sólo un muro. Acéptalo, niño; es el fin del camino —espetó Quade malhumorado, y Edward comenzó a sudar debido a su nerviosismo.
—El señor Edward dijo que esperaran con paciencia; después de todo, sólo él puede solucionarlo —respondió Tobias, a lo que Quade reaccionó con un bufido.
Edward, por su parte, exhaló estresado mientras en su exhausto cerebro buscaba una solución al problema que enfrentaba.
—¿Se siente bien, señor Edward? —inquirió Tobias de su fiel amigo, un tanto inquieto por su agotada expresión y por el hecho de que, en varias ocasiones, llevó su mano a su frente y frotó su cabeza.
—Descuida, amigo, sólo necesito... —hizo una breve pausa que también alertó un poco a Rachel—... ¡agua! —musitó.
—Puedo pasar una cantimplora, si lo necesita —ofreció Tobias.
—Quise decir que el agua era la solución —aclaró, pero sus ideas sonaban confusas para los demás—. Antes de que su cuerpo se apagara, El señor Reutter mencionó unas palabras, entre ellas «tesoro», «cáliz» y «agua» —explicó luego de notar que sus compañeros lo observaban como si no tuvieran idea de lo que hablaba—. No eran desvaríos, tal vez intentaba señalar alguna pista para ingresar.
—¿Acaso dijo «cáliz»? —preguntó Rott.
—Así es. ¿conoce algo al respecto, señor Rott? —indagó Edward.
—Hausner Reutter tenía una copa que consideraba como su preferida. La llamaba «Livenlyghtus». La historia cuenta que la noche en que falleció, durante una cena que disfrutó en compañía de sus amigos más allegados, bebía su vino en ella. Solía alardear sobre el gran esfuerzo que le había costado conseguirla. La versión más conocida de la historia decía que tuvo que nadar en el fondo de un lago subterráneo para encontrarla, y que estuvo a punto de perder la vida por obtenerla. Se estima que su valor es incalculable, y es quizá la pieza más importante de su tesoro, casi tan legendaria como el «Santo Grial».
—«Livenlyghtus» —susurró Edward—. Excelente. Gracias, señor Rott —expresó Edward, y de inmediato procedió a ingresar la palabra en el teclado.
En el momento que tecleó esa combinación de letras y presionó la tecla «INGRESAR», un leve temblor se sintió bajo sus pies e hizo sentir entre todos ellos una gran conmoción. El inmenso muro que se encontraba frente a ellos se hizo un poco hacia atrás y después hacia la derecha, lo que dejó al descubierto la entrada a un sitio cubierto por la oscuridad. Pero al momento que la puerta se detuvo, las luces se encendieron para revelar ante ellos la más magnífica de las vistas que sus ojos hayan tenido la oportunidad de atestiguar.
Frente a ellos se encontraba una habitación de tamaño descomunal, tanto en lo ancho como en lo alto y largo, y hasta donde alcanzaba la vista se percibía una inmensa cantidad de montañas de monedas y joyas que llegaban hasta el techo, además de cofres abiertos que exponían su lujoso y radiante contenido. Había también una sección especial donde se guardaba otro tipo de tesoros, no joyas ni dinero, sino más bien arte. Pinturas, esculturas, vasijas e incluso libros y pergaminos. Un amplio corredor atravesaba la habitación desde un lado al otro, y en el otro extremo de este había escaleras de piedra que conducían hacia una puerta, y sobre el lugar se encontraban lámparas encendidas que iluminaban cuán grande era el recinto. Incluso los muros tenían un enlucido dorado que añadían mucho más esplendor al lugar.
Todos los presentes, ante tan arrobadora visión, quedaron impactados. El aliento fue robado de sus cuerpos, y sus ojos brillaban a la par del mar de oro, plata y joyería que se extendía a su alrededor.
—¡Sí! —gritó un extasiado Tobias en arrebato de emoción, y sin perder un segundo se lanzó a correr por el corredor conforme lanzaba aullidos colmados de excitación.
—Es increíble que sea verdadero —habló Ira Rott mientras hacía todo lo posible por contener su emoción—. Varias generaciones han buscado este tesoro, ¡y por fin está al alcance de mis dedos!
—Creo que necesitaremos a todos nuestros hombres para llevar esto —indicó Deacon.
Ira Rott, Deacon y Quade comenzaron a caminar a través de los montículos de metales preciosos, inspeccionaron todo sobre cuanto se posaba su ojo y tomaron lo que podían llevarse a los bolsillos y los sacos que con ellos cargaban.
Edward, por su parte, se mostraba sereno, más serio que regocijado, a diferencia del resto de sus compañeros, quienes comenzaban a echar un vistazo a la recompensa de Hausner Reutter.
—Edward, ¿estás bien? —indagó Rachel.
—Sí, estoy bien. Sólo un poco cansado y con un poco de malestar —habló el muchacho.
—No te preocupes, ya estamos cerca de salir de este sitio. Sólo resiste un poco más y buscaremos a tu padre; entonces te administraremos un poco de medicamento y estarás mejor.
—Eso espero —habló con cierto pesimismo.
—Ven. Acompáñanos —extendió Rachel la invitación y su mano hacia Edward, quien se asió de ella para luego comenzar a recorrer el interior del recinto.
Pasaron junto a un montículo de monedas sobre el que se encontraba un muy animado Tobias que hacía siluetas con su cuerpo mientras movía sus brazos y piernas. Luego, se dirigieron a la zona donde se encontraban almacenadas las obras de arte, y allí encontraron a un ensimismado profesor Kallagher mientras observaba varios cuadros de pintores del Renacimiento como Botticelli, Miguel Ángel y Leonardo da Vinci y sostenía en sus manos un libro con símbolos ininteligibles y dibujos de enigmático carácter.
Por su parte, Ira Rott y su compañía se habían reunido en un lugar apartado del inmenso recinto. Sus bolsillos y alforjas los llevaban repletos de cuantas joyas, monedas y otros tesoros cupieron en ellos, y habían llegado a un sitio donde se encontraba una plataforma de madera sobre la que había una gran copa de oro recubierta con joyas. Sobre ella se había formado una tenue y fina capa de polvo, pero esto no le restaba magnificencia al cáliz. En la base se encontraba una placa dorada con una inscripción en coulandés antiguo.
—«LIVENLYGHTUS. EL MÁS GRANDE TESORO EN LO PROFUNDO DEL ABISMO» —leyó Rott en voz baja, y de su garganta profirió un sonido lleno de satisfacción a la vez que sonreía con gozo—. Miren nada más qué tenemos aquí. «Livenlyghtus», la copa preferida de Hausner Reutter —habló con voz seductora para después removerla de su lugar. La sostuvo en lo alto mientras contemplaba extasiado su esplendorosa belleza, y no logró evitar que una sonrisa perversa se dibujara en su rostro—. Será el elemento perfecto para realizar un brindis por nuestro éxito.
—¿Qué es lo que prosigue ahora, señor? —indagó Deacon.
—Tomar el tesoro y salir de aquí —respondió.
—De acuerdo. Hablaré con el joven Everwood y sus amigos para ponernos de acuerdo con...
—No —interrumpió Ira Rott de forma rotunda—; ellos no recibirán parte de este privilegio. Este tesoro me pertenece, y a mi familia, por derecho, así que no permitiré que pongan un solo dedo sobre él.
—Pero señor Rott, no podemos traicionarlos de esta manera. ¡Ellos nos ayudaron a llegar hasta aquí! —reclamó—. De no ser por ellos, lo más probable es que ni siquiera hubiésemos encontrado este lugar.
—He decidido cambiar de idea —habló con cinismo—. Quade me apoya, ¿no es así? —preguntó.
—De acuerdo —asintió el aludido para extrañamiento de Deacon—; siempre y cuando me pague por sus servicios —añadió.
—Por supuesto —habló Ira Rott con un sutil aire de falsedad en sus palabras—. Quade eligió la porción buena —señaló Rott—; ahora te toca responder: ¿cuento contigo? —inquirió de Deacon.
—De acuerdo —exhaló con cierto aire inseguro en sus palabras.
—¿Actuaremos ahora? —preguntó Quade, con una sonrisa ansiosa en su gesto.
Rott permaneció un par de segundos en silencio mientras contemplaba su rostro reflejado sobre la superficie de la copa.
—Sí —respondió, y añadió—, es hora de la acción.
Ahora bien, mientras Tobias retozaba entre las monedas, percibió en la distancia un objeto extraño de color oscuro con una forma ovoidal formada por pequeñas placas que recordaba a la apariencia de una piña de pino cerrada. Curioso, se acercó a ella y se percató de que emitía un sonido como el de la maquinaria de un reloj. Instantes después, sonó una campanada en su interior, y el objeto se abrió como si se tratase de una flor que florece para revelar su contenido, lo que provocó en Tobias una extraña reacción de alarma.
Dentro se encontraba una criatura de aspecto extraño, muy similar a la bestia voladora que los había atacado, pero en versión pequeña. Su cabeza se veía un poco grande, lo que le daba una apariencia cómica, y sus alas carecían de placas suficientes para volar.
—¿Pero qué...? ¡Señor Edward! ¡Profesor Kallagher! ¡Vengan a ver esto! —gritó Tobias un tanto alterado, y tanto el aludido joven en compañía de la joven Raudebaugh como el profesor se presentaron de inmediato. Al llegar, se percataron de la extraña criatura que Tobias, con gesto desconcertado, sostenía en sus manos, y Edward no logró ocultar de su rostro su estupefacción—. ¿Qué cree que sea? —indagó.
—Es una... cría de Robyn —respondió Edward un tanto inseguro.
—¿Quién es Robyn? —preguntó Rachel confundida.
—Era el nombre de la bestia dormilona —respondió, y Tobias sólo arqueó una ceja como respuesta—. Era la mascota de Hausner Reutter —añadió, pero eso sólo agregó más incertidumbre a la situación.
—No comprendo —agregó Tobias.
—Se los explicaré. Resulta ser que...
Edward no logró decir nada más, pues un disparo que se escuchó en el lugar alertó a los presentes. Incluso la pequeña criatura que emergió del huevo se sintió alterada y saltó de las manos de Tobias para buscar refugio entre las monedas.
—¿Ahora qué es lo que sucede? —averiguó la joven Raudebaugh.
—¡Escuchen todos ustedes! —habló desde la distancia el señor Rott—. ¡A partir de este momento, estamos al mando! —expresó, lo que provocó entre Edward y sus amigos miradas confusas que se convirtieron en horror cuando se percataron que Rott, Deacon y Quade se acercaba con armas en mano—. Nos quedaremos con el tesoro; y ustedes se quedarán aquí.
—¡Traición! —clamó ofendido el profesor con las manos en alto.
—¡¿Por qué hace esto?! ¡El tesoro nuestro, lo encontramos todos juntos y trabajamos en unidad para conseguirlo! ¿No pasamos acaso por muchas dificultades para llegar hasta dónde estamos? —reclamó Tobias con asombrosa valentía en su alma.
—Así es —respondió Rott—. No duden que agradecemos mucho su apoyo; después de todo, sin ustedes no lo habríamos encontrado —añadió conforme se acercaba hacia ellos a paso lento—. Por desgracia para ustedes, ya no nos resultan de mayor utilidad —habló con tono burlón.
—Encontramos lo que buscamos, y ahora nos deshacemos de ustedes —agregó Quade con cierto aire malicioso en sus palabras.
—De todos ustedes con excepción del joven Everwood, por supuesto —aclaró Rott—. Tal vez encontremos algún otro acertijo más adelante, y su ayuda puede sernos útil para enfrentarlo.
—Ni siquiera piensen que les ayudaré a salir de este sitio —espetó Edward en evidente estado de cólera.
—De acuerdo —habló Rott con voz soberbia; entonces se acercó a Rachel y la sujetó con fuerza, luego la rodeó con su brazo y apuntó el cañón de su arma contra su cabeza—; tendremos que usar métodos más eficaces para que colabores con nosotros.
—¡No! —expresó el joven Everwood con desesperación.
—¿Colaborarás con nosotros, o no? —amenazó Rott, y entonces tiró del percutor de su arma.
—¡No lo hagas, Edward! ¡No les prestes tu ayuda! No te preocupes por mí, estaré bien —suplicó la joven Raudebaugh.
—Está bien —accedió el muchacho.
—Eso me gusta. Quade, Deacon, ya saben qué hacer con el muchacho Tyler y el profesor —indicó Rott.
—¿Qué? ¡No! ¡Por favor, no les haga daño! —imploró el joven.
—Lo lamento, muchacho, pero ellos no forman parte de las negociaciones —habló Rott en forma vil.
Quade y Deacon se colocaron por detrás de Tobias y del profesor, los golpearon por detrás de sus rodillas y les obligaron a arrodillarse con sus manos sobre su cabeza. Todo esto atribulaba al menor de los Everwood, quien era obligado a observar tal atrocidad con impotencia y sin siquiera poder hacer algo para ayudar a sus amigos.
—Tranquilícese, señor Edward; todo estará bien —habló el joven Tyler. Su voz se mostraba optimista, pero su mirada estaba llena de aflicción e incertidumbre.
—Creí que te agradaba —reclamó el profesor a Deacon lleno de resentimiento. El aludido no respondió; sólo permaneció en silencio mientras apuntaba con su pistola a la cabeza de Kedrick Kallagher.
Tobias sintió en su nuca el frio acero del arma de Quade. Tenía su mirada vuelta hacia el suelo y respiraba lento y tranquilo, como si se hubiera resignado a fallecer en ese lugar a manos de desalmados.
—Lo lamento, niño; fue un gusto conocerte —expresó Quade con aire sarcástico, y se dispuso a tirar del gatillo.
Y entonces... Sucedió.
NOTAS:
[17] Cuya traducción es «Luz de vida».
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