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CAPÍTULO LI

ULTIMOS CAPÍTULOS DE SU NOVELA «EDWARD EVERWOOD»

—¡No puedo creerlo! ¡Lo hizo! ¡El joven Tyler derrotó a la bestia! —exclamó el profesor Kallagher en pleno arrebato de éxtasis, y daba saltos mientras la euforia recorría por sus venas. Tomó a Edward de los hombros conforme decía estas palabras y lo agitó con tal fuerza que su cabeza y cuello estuvieron a punto de separarse de sus hombros. Una vez que le soltó, se dirigió presuroso hacia donde Tobias se encontraba.

Edward, libre al fin del gesto animoso de su profesor, procedió a acomodar sus gafas y el sombrero que quedaron desarreglados gracias a ello y, en compañía de Rachel, se puso en camino hacia donde su amigo reposaba; sin embargo, durante el trayecto, Edward detuvo su marcha por unos segundos. Rachel se percató que su amigo había cesado de andar y se volvió hacia él.

—¿Te encuentras bien? —inquirió Rachel al ver cómo Edward se llevó su mano a la frente y cerró sus ojos en evidente estado de malestar físico.

—Estoy bien —musitó en vano intento de convencerla de lo contrario.

—¿Te duele demasiado?

—No te alarmes; estaré mejor en un momento. Sólo dame unos segundos y podré continuar —aclaró.

—¿Y tu medicamento? ¿Por qué no te administras una dosis? —preguntó la joven, a lo que él respondió con un suspiro resignado.

—Porque... —cerró sus ojos y un gesto lastimero se dibujó en su rostro—... no lo tengo conmigo.

—¿Qué? —interrogó estupefacta — Pero... ¿Por qué? ¿Cómo sucedió esto?

—Le entregué a mi padre las dosis que traía conmigo —habló en palabras llenas de remordimiento, y Rachel no evitó que su rostro se llenara de pesadumbre—. Él deseaba estar a cargo de mi bienestar, ¿recuerdas? Fue una condición que él impuso, de otra manera no hubiera accedido a que yo viniera a esta búsqueda. Sin embargo, jamás contemplé la posibilidad de que ocurriera algo como lo que nos sucedió.

—Entonces, ¿qué es lo que harás? —averiguó todavía turbada por la revelación del joven Everwood.

—Sólo me queda resistir cuanto me resulte posible hasta que logremos salir de este sitio y entonces pueda suministrarme mi medicación.

—¿Podrás hacerlo? —Su interrogante expresaba una inmensa duda.

—Ya lo he hecho antes, cuando Hollingsworth y sus secuaces ocultaban mi medicamento en sus bromas.

—Antes no estabas en tan pésimas condiciones —aclaró ella.

—No existe otra opción. —Se acercó a Rachel y puso su rostro cerca de su oído—. Por favor, no se lo digas a Tobias, no quiero preocuparlo demasiado —susurró.

—¿Más de lo que ya me has alterado con esta noticia? —espetó, y Edward colocó en su rostro un gesto suplicante, con ojos como los de un cachorro, a lo que ella no logró resistirse—. Está bien —suspiró.

Edward asintió, y continuaron en su camino hacia Tobias con la intención de felicitarle por su hazaña y averiguar en qué estado se encontraba.

Mientras tanto, el muchacho permanecía sobre el suelo, sonriente y con gesto orgulloso. Entonces, el sonido de unos pasos capturó su atención y le hizo volver su cabeza hacia el sitio de donde estos provenían. Se trataba del profesor Kallagher, el primero en llegar hasta donde él se encontraba.

Apostado en pie frente al muchacho, extendió su mano para ayudarle a ponerse en pie. Tobias aceptó la ayuda del buen profesor; acto seguido, se levantó del suelo y entonces se limpió el polvo de su ropa.

—Gracias —expresó el joven Tyler.

—No tiene por qué agradecer, después de todo, se merece todas nuestras atenciones por sus actos —aclaró el profesor—. Permítame decirle que lo que usted hizo fue, con toda sinceridad, ¡impresionante! No muchas personas serían capaces de mostrar tal valentía y arrojo para hacer frente a un desafío mortal como tú lo has hecho —lo felicitó—. Me hiciste recordar a Andy y sus audaces acciones en sus mejores momentos —manifestó con cierto aire nostálgico al hablar—; sin duda hizo un gran trabajo en tu entrenamiento.

—Se lo agradezco mucho, estimado profesor. —El rostro de Tobias se iluminó con una gran sonrisa por tan halagadoras expresiones dirigidas hacia su persona.

—Hueles un poco extraño —señaló el profesor Kallagher, y Tobias pasó a oler su cuerpo—. Y tu cabello y tu rostro lucen extraños, como si la chimenea hubiera explotado enfrente de ti.

—Tiene razón, tengo el aroma de un filete asado —agregó con humor.

—Joven Tyler, es un regocijo encontrarte en excelentes condiciones —habló la señorita Raudebaugh al llegar hasta donde él tan sólo unos segundos después del profesor con su mano sobre el hombro de Tobias—. Permíteme felicitarte por tu intrepidez al enfrentar a la bestia. No cabe duda que fue asombroso.

—Oh, muchas gracias, señorita Raudebaugh —expresó sonrojado—. Es un cumplido muy estimado al proceder de usted —concluyó, y ella respondió con una leve y amistosa reverencia.

Tobias entonces volvió su mirada hacia la izquierda y percibió a Edward que se acercaba donde ellos. Caminaba lento, como si cojeara de una pierna, apoyado en su bastón en su mano derecha y con un pañuelo en la mano izquierda, manchado por la sangre que había limpiado de su nariz segundos atrás.

Las miradas de los dos mejores amigos se cruzaron; la de uno, lozana y rozagante, la del otro, cansada, pero con un reflejo de dicha. Tobias percibió esto, y sin demasiado esfuerzo logró percatarse que la situación del joven Everwood distaba de ser alentadora. A pesar de ello, hizo lo posible por mantener dibujado el optimismo en su expresión.

Edward se acercó donde su gran amigo y dedicó un gesto animoso. con gran esfuerzo dibujado en su agobiado rostro.

—Señor Edward —habló con cariño y comprensión el joven Tyler.

—Querido amigo —respondió. Se acercó hasta él y colocó su mano en el hombro de Tobias para hacerle un pequeño apretón amistoso—. Temí tanto por tu bienestar, creí que te perdería, y que esa criatura acabaría contigo —añadió; luego pasó a rodear su brazo alrededor del cuello de su amigo y acercar su cabeza hacia su hombro—. Estoy contento de verte con bien.

Sus ojos se vieron al borde de las lágrimas, pero él logró contener sus emociones.

—No lo hubiese conseguido sin su ayuda —respondió a sus palabras y al gesto cariñoso de su compañero, luego le rodeó con su brazo detrás del cuello y le dio un par de palmadas en el hombro de su amigo.

No pasó demasiado tiempo antes de que Rott, Deacon y Quade se acercaron hacia ellos, el primero en la tarea de ocultar su espada en su bastón mientras que los demás terminaban de atender sus heridas de batalla mediante aplicar algún antiséptico y colocar vendajes en ellas. Una vez que se encontró frente al joven Tyler, Ira Rott dedicó una desgarbada sonrisa; pero lo que sucedió después ninguno de ellos resultó capaz de predecirlo o si quiera esperarlo.

Sin previo aviso, y con gran furia reflejada en su expresión, asentó una veloz bofetada en el rostro del joven Tyler con el dorso de su mano izquierda, para indignación de Edward, Rachel y el profesor, y absoluta sorpresa para sus acompañantes.

—¡Lerdo, mozalbete pedazo de alcornoque! ¿No te has dado cuenta el lío en el que nos has metido? ¡Pudimos haber muerto por tus descuidos! —espetó Ira Rott envuelto en furia y dispuesto a volver a desenvainar la hoja afilada que ocultaba en su bastón.

Tobias percibió esta amenaza hacia su vida, por lo que retrocedió unos pasos al instante. Edward y Rachel, con pronta reacción, se colocaron frente a él en posición defensiva, y con rapidez activaron el dispositivo que encendía la descarga de electricidad en sus guantes.

—¡Usted no tiene el mínimo derecho de tratar así a nuestro amigo! ¿Lo ha comprendido? —reclamó Edward, enardecido por la misma cólera contagiosa que invadía a Rott, con su mano derecha cargada de electricidad dirigida hacia el ofensor—. Debería sentirse agradecido, pues por gran valor acabó con el mal que amenazaba nuestras vidas.

—¡Pero fue él quien provocó que eso sucediera! De no haber sido por su negligencia, no habríamos atravesado tan pesados aprietos —acusó—. Además, la bestia lo quería sólo a él. Si hubiera acabado con su vida, nuestro problema se habría terminado.

—¡No tiene la certeza de que así hubiera sucedido! —protestó el muchacho en respuesta a dicha reclamación.

—Lo que en verdad importa es que el joven Tyler logró resarcir el error que había cometido —defendió ahora la señorita Raudebaugh en un intento por calmar la tensión entre ellos—. Todo esto fue un accidente que pudo haber sido prevenido si no le hubiésemos abandonado detrás de nosotros —adujo la joven en palabras que conmovieron el entero ser del joven Tyler.

Rott sostuvo con fuerza la empuñadura de su bastón y estuvo a punto de contestar a las palabras de Rachel con palabras y acciones de carácter violento, pero se contuvo al percibir cómo el rostro del joven Everwood trocó de un gesto lleno de ira a una expresión de dolor y de sus fosas nasales comenzaba a emanar otro poco de sangre.

—¿Qué le sucede? —inquirió alarmado por el repentino cambio de estado del muchacho—. Joven Everwood, ¿se encuentra bien? —interrogó al tiempo que guardaba la hoja oculta en su bastón.

—Eso a usted no le incumbe, señor Rott —espetó Rachel.

—Estoy bien —masculló Edward. Apagó el dispositivo en su guante que emitía descargas eléctricas y posó su mano derecha sobre su frente.

—No, no está bien señor Edward —corrigió Tobias—. El señor Edward está enfermo, y necesita recibir su medicamento —habló ahora en respuesta a la pregunta de Ira Rott.

—Si está enfermo, ¿por qué ha venido a este lugar? —averiguó ahora más lleno de dudas e incertidumbre por el estado del muchacho.

—Está en busca de una invención de Hausner Reutter que necesita para completar una máquina que salvará su vida. Es un poco complicado de explicarlo; tal vez el profesor pueda hablarle al respecto y aclarar sus interrogantes.

—¿Tiene algún medicamento que deba tomar? —curioseó, y el color de la tez de Rachel mutó a uno más lívido, además de dejar percibir un semblante serio y con cierto dejo de culpa en su mirada.

—Por supuesto. Señor Edward, deme su medicina, por favor. Voy a suministrar su dosis.

—Tobias, yo... —farfulló nervioso el joven Everwood, hecho que provocó cierta preocupación en su mejor amigo.

—Edward, debes decírselo —exhortó Rachel, y Edward exhaló en dolor.

—¿Decirme qué? —preguntó. No le costó demasiado tiempo descubrir de lo que hablaba la señorita Raudebaugh, pues al instante cerró sus ojos con gran pesadumbre—. No los tiene con usted, ¿no es así? —dedujo.

—Mi padre se quedó con ellos antes de iniciar la búsqueda —suspiró Edward.

—Pero usted es precavido, seguro debe tener alguna dosis adicional —opinó Tobias.

—Eres todo un genio, amigo —expresó Edward luego de permanecer por un momento en silencio con la mirada hacia el suelo, y entonces cedió su bolso con herramientas a Tobias—. Busca en alguna de las secciones del bastón expandible, seguro debe haber alguna dosis oculta en una de ellas —ordenó.

Tobias asintió y comenzó a revisar una por una las secciones y las herramientas de su amigo. Le tomó unos minutos, pero al final encontró una pequeña jeringa oculta en una de ellas. Para ese momento, Edward se encontraba sentado en el suelo. Se había sentido cansado y un poco mareado, por lo que decidió reposar en el único lugar que encontró disponible.

—¿Es esto? —preguntó, y la cedió a su amigo.

Edward leyó la inscripción en la jeringa, la cual contenía sus iniciales seguidas del número dos en numeración romana.

—Como lo supuse, se trata de una versión antigua del medicamento, pero de cualquier manera puede resultarnos útil —indicó, y se la entregó a Tobias—. Aplícala, por favor —solicitó.

Él asintió, tomó la jeringa en su mano y procedió a retirar la tapa. Mientras tanto, Edward se retiraba su capa y su chaqueta. Recogió la manga de su camisa y Tobias entonces penetró la piel del brazo de su amigo con la aguja. Luego de que le fuera suministrada la dosis adecuada, Edward se tendió sobre el suelo con sus ojos cerrados y exhaló un poco.

—¿Qué es lo que sigue ahora? —indagó Rott.

—Esperar un momento a que su medicación surta efecto —respondió Rachel, luego se colocó en rodillas sobre el suelo al lado de Edward y posó su mano sobre su cabeza.

Un par de minutos después abrió sus ojos y solicitó ayuda a Rachel y Tobias para ponerse en pie. Una vez levantado del suelo, limpió sus prendas de vestir de polvo y suciedad con ayuda de sus amigos.

—¿Te encuentras mejor? —indagó Rott.

—Un poco —respondió con voz cansada—. Debemos continuar ordenó.

—¿Hacia dónde? Las puertas están... —reclamó Rott, pero se vio interrumpido por un pequeño estremecimiento en el suelo, y al instante una de las puertas, la que se encontraba en el lado contrario a la entrada por la que habían llegado, se abrió.

—Abiertas —añadió Tobias con orgullo mientras Rott no le quitaba su mirada feroz de encima. Parecía una serpiente que caza a su presa, en la espera del mejor momento para lanzar su mordida, y Tobias podía sentir la amenaza hacia su vida proveniente del hombre.

Se dirigió el joven Tyler a buscar su carga, entonces procedió a levantarla y llevarla a cuestas. Lo mismo hizo Quade con los objetos de Rott, y Deacon le ayudó con otras cosas. Acto seguido, pasaron a retirarse de la habitación.

Llegaron a un corredor cuya longitud contrastaba con el inmenso pasillo que los había conducido hasta la guarida de la bestia, que ahora «dormía» para siempre. Durante el camino, Rachel y el profesor permanecieron pendientes de un aquejado Edward, quien a menudo se detenía debido a que se sentía mareado o con nauseas, y de Tobias, para evitar que otro incidente como el que provocó los angustiosos minutos que vivieron.

Durante el trayecto, Rott aprovechó para conversar con el profesor Kallagher e indagar un poco más sobre los planes de Edward. El profesor accedió a explicar los detalles del proyecto en el que trabajaban desde hace tiempo, y cómo lo que se buscaban encontrar dentro de ese sitio podía ayudarle a solucionar su problema de salud, explicación que dejó a Rott perplejo por la decisión tan extrema a la que el muchacho había llegado para conservar su vida.

—Con sinceridad le digo que la determinación de este muchacho, quien ha decidido hacer frente a toda la tribulación que le aflige sin vacilación alguna, me ha conmovido por completo. Permítame decirle, señor Kallagher, que estaré dispuesto a apoyarles en su búsqueda, pues lo considero de mayor valor que cualquier tesoro que en este recinto pueda encontrarse oculto —expresó Ira Rott con la mano sobre su pecho.

—Gracias, señor Rott. Apreciaremos sobremanera su ayuda —respondió, y Rott asintió.

Poco tiempo después, el grupo se encontraba de nuevo frente a otra gran pared con una puerta enorme, junto a la que se encontraba un artefacto con varias marcas de aspecto curioso sobre este.

—Tiene que ser un juego —espetó Ira Rott.

Deacon y el profesor se acercaron para analizarlo con detenimiento, y casi a coro declararon su conclusión.

—Seguro es un juego. Es un laberinto.

En efecto, se trataba de un pequeño laberinto de forma circular empotrado en la pared, con una suerte de llave metálica con cabeza redonda, similar a un clavo o un tornillo, en la zona donde se encontraba la entrada.

—No es un buen augurio de lo que nos espera detrás de esa puerta —añadió Tobias quien, en base a lo sucedido en ocasiones anteriores, dedujo que la prueba que debían pasar no sería otra sino una de esas grandes estructuras.

—¿Quién lo resolverá? —preguntó Rott—. Nuestra mente más brillante ha perdido un poco de la luz que irradia, hecho que consideramos más que lamentable, y no parece haber alguien más con la capacidad para hacerlo —aclaró, a lo que incluso sus compañeros reaccionaron con gesto de leve indignación.

—Lo lamento —expresó Edward con un leve rastro de sarcasmo en sus palabras.

—Yo puedo hacerlo —se ofreció Rachel quien, a paso seguro, se acercó a la entrada. Dio un pequeño vistazo al enigma y, sin dilación, procedió a mover la mencionada llave a través de los surcos. Le tomó cerca de cinco minutos resolver el juego y llevar la llave hasta el centro del laberinto, pero una vez que hizo esto nada sucedió después.

—¿Qué es lo que sigue? —preguntó Rott.

—Presiona la llave, o gírala —solicitó Edward.

Rachel asintió e hizo tal como se lo pidió, y entonces se activó un mecanismo que hizo abrir la gran puerta frente a ellos.

—Excelente trabajo, señorita Raudebaugh —felicitó Rott con una leve reverencia, y Rachel respondió de la misma manera.

El grupo ingresó a la siguiente habitación, la cual iniciaba con dos corredores que se dirigían a direcciones diferentes.

—¿Hacia dónde debemos ir? —curioseó Tobias.

—Sugiero que nos dividamos —habló Rott—; así podríamos cubrir más territorio.

—Las paredes parecen estar fabricadas de metal —dedujo el joven Tyler con una mano sobre una de las paredes—. Dejaremos marcas de los lugares donde hemos pasado con alguna navaja. De esta forma podremos regresar y continuar donde nos quedamos si equivocamos nuestro camino.

—Es una buena idea, aunque nos costará mucho tiempo llevarla a cabo —señaló Deacon.

—Lo que sea necesario con tal de que consigamos atravesar este sitio —murmuró Rott—. Bien. Joven Tyler, Quade y el profesor Kallagher irán por el lado derecho. El resto tomaremos el camino izquierdo. ¿Están todos de acuerdo? —preguntó, y asintieron en respuesta—. Bien. Comencemos a explorar este sitio.

—Cuídate mucho, amigo mío —pidió Edward a Tobias para después una mano sobre su hombro.

—Usted también, señor Edward —asintió el aludido.

—Haré lo mejor que pueda para cuidar de su bienestar —aclaró Rachel, y Tobias sonrió agradecido.

Acto seguido, el grupo de aventureros se dividió y comenzaron la búsqueda por encontrar la salida de dicho recinto.

Ahora bien, eran cerca de treinta minutos después de las diez de la mañana de ese día cuando ingresaron al laberinto, y ya habían transcurrido más de una hora mientras lo recorrían. Fue un largo caminar a través de corredores, subir y bajar escaleras, atravesar entradas y encontrar habitaciones vacías que poco a poco comenzó a devorar la paciencia de quienes se encontraban en ese recinto, sobre todo en el caso particular de Ira Rott. Había ocasiones en las que juraban que habían pasado por el mismo sitio más de una vez, lo que les hacía volver su camino para verificar si estaban en lo correcto.

Sucedió entonces, cuando el reloj marcaba unos quince minutos para anunciar el mediodía, que el grupo de Edward, Rachel, Rott y Deacon llegó hasta lo que parecía ser una habitación enorme de forma cuadrada, contrastante con el camino circular y lleno de curvas que dominaba el interior de la confusa estructura, cuya única entrada y salida parecía ser la misma que aquella que atravesaron para ingresar, y en cuyo centro se encontraba una estructura de forma circular que sobresalía un poco del suelo, rodeada por un marco metálico de forma cuadrada, y cuyo aspecto recordaba al de un botón o interruptor.

—Esto no es una salida —expresó Rott confundido.

—No negaré que sus poderes de observación están desarrollados en gran medida —expresó Rachel con sarcasmo más que palpable; palabras que provocaron una risa disimulada en Deacon y que hicieron a Rott entrecerrar sus ojos.

—¿Habremos equivocado el camino? —añadió Deacon una vez que guardó la compostura.

—Esperemos que no. Dudo que soporte otra caminata como esta —habló un agotado Edward desde la entrada, el último en ingresar a la habitación. Caminaba a paso lento y sujetaba su cabello entre sus dedos después de haber devuelto el contenido de su estómago de nueva cuenta—. Un momento; creo que escucho a alguien que se acerca —anunció, y procedió a asomarse por la entrada.

—¡Señor Edward! —le saludó la voz de su amigo Tobias desde la distancia.

—¿Tobias? —expresó con gran sorpresa.

—¿Qué sucede? —inquirió Ira Rott mientras se acercaba a la entrada.

—Tobias y su grupo han llegado hasta nosotros —respondió Edward, mientras su amigo hacía señas a los integrantes de su equipo para que se acercaran.

—Entonces, ¿significa que no existía un camino incorrecto? —interrogó Ira Rott.

—Al parecer no —aclaró el joven Everwood—. De cualquier manera, habríamos llegado hasta aquí, si las cosas marchaban de la manera correcta.

No tardaron demasiado en llegar los integrantes del otro equipo, y luego se integraron con el resto de sus compañeros.

—¿Encontraron algo interesante en su camino? —indagó Rott.

—Nada, señor Rott —respondió Quade—, sólo estatuas y armaduras.

—Lo mismo que nosotros —aclaró Deacon.

—Sí, estatuas de hórrida apariencia —recalcó Tobias—. Algunas parecían seguirme con la mirada, y me provocó escalofríos y que se me erizaran los vellos en más de una ocasión. Supongo que sabían que había sido yo quien acabó con la bestia dormilona, y buscaban venganza —concluyó un poco preocupado mientras Rachel, Edward y los demás le observaban con suma confusión, seguros de que el muchacho comenzaba a sentir cierta paranoia por el encierro.

—Lo que importa ahora es lo que haremos a partir de este momento —señaló Rott—. Estamos atrapados en un laberinto; no vemos una salida evidente y, al parecer, las posibles rutas conducen hasta este sitio. ¿Existe algún indicio relacionado a esta prueba, joven Everwood?

—¿Indicios? —preguntó Edward confundido y cansado —No entiendo de qué habla.

—¡Indicios, joven Everwood! Ya lo sabe, pistas, algo que indique lo que debemos hacer para salir de este sitio como en los casos anteriores.

Edward permaneció en silencio ante la atónita y preocupada mirada de sus compañeros Rachel y Tobias, quienes tomaron esto como una seña de que su enfermedad había comenzado a entorpecer sus facultades de raciocinio.

—Se refiere a los indicios en tu libreta de anotaciones, Edward. —Rachel vez que se acercó hacia él, tomó su rostro entre sus manos y puso los ojos de Edward en contacto con los suyos—. Necesitamos saber qué dejó escrito Hausner Reutter para salir de este lugar.

Edward desvió la mirada por unos segundos mientras intentaba recordar aquello de lo que Rachel hablaba hasta que, de pronto, sus ojos parecieron iluminarse y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Por supuesto! —expresó triunfante—. Los indicios —añadió, y comenzó a buscar su libreta en su bolso de artículos.

Extrajo su libreta y la abrió en la sección donde se encontraban las pistas anotadas.

—«PARA SALIR DE LA TORMENTA DIRÍJASE AL OJO DEL HURACÁN Y CORRA HACIA LOS CUATRO VIENTOS» —leyó.

—¿Qué significado tienen esas palabras? —inquirió Tobias.

—Tal vez se refiera a esto —indicó Deacon mientras señalaba aquella curiosa estructura que se encontraba en el centro de la habitación.

Guiado por su intensa sed de curiosidad, Tobias fue el primero en acercarse para posar sus pies sobre ella, pero fue detenido por un severo Rott quien le señaló con su bastón.

—Ni siquiera pienses en hacerlo, joven Tyler. Ya han sido suficientes aprietos en los que nos has metido por tu imprudencia —habló Rott—. Si vamos a activar este interruptor, tenemos que hacerlo todos juntos. ¿Les parece bien? —preguntó, y no hubo alma alguna que se negara a su solicitud—. De acuerdo. Vengan todos aquí, y tomémonos de las manos. Vamos, joven Tyler, deme su mano —extendió su mano derecha hacia Tobias

El aludido volvió su mirada hacia Rachel y hacia Edward, y ellos asintieron, por lo que se tomó de la mano de Ira Rott. De su mano derecha se sujetó Quade, Y Deacon lo hizo de este. El profesor Kallagher se unió y tomó de la mano derecha a Deacon, y con su mano izquierda hizo un gesto hacia Rachel y Edward. Ambos asintieron, luego Rachel sujetó con delicadeza la mano derecha de su amigo y juntos se dirigieron hacia el resto del grupo. Entonces, la joven tomó la mano de Rott mientras que Edward se sujetó del profesor Kallagher, y de esta manera formaron una rueda alrededor del gigantesco interruptor.

—Ahora, a la cuenta de tres, los siete pondremos nuestros pies sobre el interruptor. ¿Entendieron? —preguntó Rott, y ellos accedieron—. Bien. Comenzaré a contar —señaló, e hizo una breve pausa—. Uno... Dos... ¡Tres!

Los siete subieron al círculo, varios de ellos con sus ojos cerrados, y permanecieron allí por unos segundos sin moverse. Sin embargo, por extraño que parecía, nada ocurrió. Entonces, quienes tenían sus ojos cerrados los abrieron y miraron hacia el suelo y sus alrededores, sin percibir algo diferente en su entorno.

—Oh, qué decepción —expresó Tobias—. Esperaba que...

No alcanzó a terminar sus palabras el buen joven Tyler pues, al instante, el piso bajo sus pies se hundió y un temblor sacudió la habitación. Presas de la incertidumbre, los siete se soltaron las manos a pesar de las indicaciones de Rott de no hacerlo sin importar lo que sucediera.

Al instante, la estructura en el suelo sobre la que se encontraban comenzó a levantarse, lo que les obligó a bajar de ella. Dicha sección subió poco a poco hasta llegar al techo de la habitación como una gruesa columna de forma cuadrangular.

De pronto, el suelo comenzó a temblar. Invadidos por el pánico, los siete exploradores intentaron reagruparse, por desgracia, y para provocar mayor angustia en sus almas, de forma repentina surgieron muros debajo de sus pies que poco a poco comenzaron a encerrarlos en secciones que los apartaron de los demás, las cuales tenían un acceso que conducía hacia el laberinto. Rott y Rachel quedaron juntos en una sección orientada hacia el sur, Quade y Tobias en otra ubicada hacia el este y Deacon y el profesor Kallagher en una tercera que se encontraba en dirección al norte. Edward, por su parte, quedó a solas en una de las divisiones, la cual se encontraba orientada hacia el oeste.

—¡No de nuevo! —exclamó Edward azorado—. ¡Rachel! ¡Tobias! ¡Profesor Kallagher! ¡Señor Rott! —gritó en angustia el muchacho.

—¡Señor Edward! —gritó Tobias, y con presteza intentó correr hacia él; por desgracia los muros detuvieron su paso—. No... ¡No! —gritó en su desesperación a la vez que golpeaba los muros con fuerza.

Pero ya era demasiado tarde. Cualquier intento por ayudar a sus compañeros resultó efímero debido a que las gruesas paredes los separaban a uno del otro. Abatido, con el cuerpo tembloroso y los ojos a punto de desbordarse en lágrimas, el menor de los Everwood cayó sobre sus rodillas con el rostro hacia el suelo.

De pronto, un extraño sonido, similar a pasos que se acercaban con lentitud hasta su posición, captó su atención de inmediato y le hicieron volver su mirada hacia atrás.

Al percibir aquello que se dirigía hacia él su alma misma quedó petrificada, y su boca y ojos permanecieron abiertos cuanto se lo permitieron sus posibilidades. Intentó articular una palabra, pero nada logró salir de su garganta.

Aquello se acercó poco a poco hacia un tembloroso Edward, quien se encontraba arrinconado contra una de las paredes del recinto y sus ojos puestos hacia lo que allí había aparecido.

La extraña entidad extendió una extremidad hacia el menor de los Everwood y, con voz monótona y un poco profunda, y una forma de hablar apagada y un tanto entrecortada, indicó:

—Sígame, por favor.


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