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CAPÍTULO IX

Transcurrieron varias semanas desde aquel viernes en el que Edward ingresó al Club de Ciencias. Durante ese espacio de tiempo logró acoplarse de forma espléndida con sus colegas, conoció de cada uno de ellos sus personalidades, sus talentos y sus insuficiencias, sus metas y sus temores a grado tal que llegó a considerar a Thomas y sus demás compañeros de ese grupo como sus segundos hermanos.

Thomas Weiller era con quien mejor había fraternizado. Compartían una misma afición por el diseño y la fabricación de máquinas y artefactos, desde los más simples hasta los más complejos. Sin embargo, el que causó mayor sorpresa en su persona fue Geoffrey Byron quien, a pesar de su apariencia seria y su personalidad rígida, ocultaba dentro de sí a un experto en químicos y explosivos. Esa era su mayor pasión y tal vez lo único que lograba dibujar en su imperturbable rostro una amplia sonrisa y una expresión de satisfacción. Edward lo encontraba fascinante a la par de espeluznante, en especial cuando lo veía feliz como niño con juguete nuevo al mezclar sustancias para formar un perfecto cóctel que podía reducir a escombros una gruesa pared.

Con el resto de ese reducido grupo se llevaba bien, en especial con Serena House, la joven amante de la botánica y la zoología, cuya mayor meta en la vida era refutar las teorías evolutivas propuestas por los científicos de su época. Y antes de que el lector pudiese apresurarse a concluir que existiese alguna relación romántica entre esos personajes, permítanme decirles que ese argumento está por completo distanciado de la realidad como lo está la Tierra del final del Universo. Por extraño que al lector pudiera parecerle, Serena estaba por completo enamorada de Geoffrey, y en verdad que eran una pareja inseparable; con sinceridad, considero poco probable que existiese una persona carente de buen juicio que intentase conquistar a la amada de aquel que podría acabar con la vida de otros con tan sólo diez segundos y una explosión.

En cuanto a David Stephenson y Winston McCallister, esos dos jóvenes eran almas inseparables con intereses distintos pero que mantenían una estrecha relación pues, mientras que David se encontraba en pleno aplicado al estudio de los astros, Winston era amante del estudio de las leyes de la física. Edward mantenía una relación no tan estrecha con ambos, aunque solicitaba su ayuda cuando la requería.

Ahora bien, era el viernes, el vigesimonoveno día del primer mes en el año 1870. Ese día resultó ser importante para nuestro héroe, pero sobre todo para su inseparable amigo Tobias.

Sucedió entonces que, durante periodo de tiempo al que de forma previa se hizo referencia, Edward fue víctima de acoso escolar debido a que Hawthorne Hollingsworth y su grupo incondicional de admiradores se habían ensañado con el muchacho en gran medida. No resultaba extraño para Edward encontrar notas con comentarios hirientes sobre su persona adheridas a su chaqueta o que alguno de ellos aprovechase el más mínimo y breve descuido que tuviera, tomase todo el contenido de su maletín y lo ocultase al repartirlo por todo el plantel escolar, entre otras bromas de mal gusto. En más de una ocasión extraviaron sus frascos con medicamento, incluso aquellos que portaba en los bolsillos de su vestimenta, los cuales ellos extraían con tal maestría, digna del más hábil de los ladrones. En ocasiones llegaron a reemplazar su contenido con otras sustancias como sal o polvo de tiza, lo que le dejaba sin otra opción que soportar el terrible malestar que su enfermedad le provocaba hasta llegar a casa, siempre y cuando este no fuese tan fuerte como para provocarle la inconsciencia o algún otro síntoma demasiado desagradable. A pesar de tales inconvenientes provocados por quien se había adjudicado el título de adversario suyo, Edward soportó estoico todo cuanto le hizo con tal de demostrar que era mejor persona que él.

Pues bien, de regreso al mencionado viernes, Edward se encontraba en el comedor estudiantil, y se dirigía con rumbo a la mesa donde sus compañeros lo esperaban. Caminaba por un espacio que se encontraba entre las mesas del equipo de windenboll y la mesa donde estaban sentados Hawthorne y sus secuaces, quienes compartían entre ellos conversaciones bastante animadas pues se alcanzaban a escuchar estruendosas risas desde ambas mesas con frecuencia. Era de obligada necesidad para el joven atravesar por dicho pasillo si deseaba llegar a donde sus compañeros del Club se reunían para almorzar. Fue entonces cuando Hawthorne volteó a ver a Edward e hizo ciertos ademanes para captar su atención, los cuales en efecto funcionaron pues hicieron que el joven Everwood centrase su atención en él. Este, con sonrisa socarrona en el rostro, gesticuló primero con su pulgar hacia abajo y después hizo un ademán de despedida a la vez que agitaba su mano derecha. Edward no comprendió que quiso decirle el mozalbete con tan crípticos gestos, por lo que no concedió mayor importancia al asunto. Tobias, por su parte, se mostraba atento a la situación con ojo de águila a la vez que mantenía parte de su oído y atención en la conversación de su mesa.

Fue entonces cuando Hawthorne guiñó con su ojo derecho a uno de sus seguidores, quien de inmediato asintió y de manera sutil empujó con su pie un maletín que se encontraba debajo de su silla hacia el pasillo justo en el momento en el que Edward pasaba por ese lugar, e hicieron que el joven, sin sospecha alguna, cayera víctima de tan infantil y absurdo truco.

Edward tropezó con el maletín y en un instante comenzó a caer hacia adelante, y en su trayectoria de caída se llevó consigo una bandeja de platos llenos de comida que uno de los sirvientes sostenía en sus manos. En breve, algunos de estos platos fueron derramados sobre la cabeza de uno de los jugadores del equipo de windenboll; un muchacho de gran estatura y cuyo aspecto físico sólo puede ser comparado con el de un toro o un gorila.

El incidente capturó de inmediato la atención de todos los que se encontraban en el comedor. Aquellos a quienes no les fue posible observar lo sucedido en el momento de la acción buscaron informes de parte de sus compañeros que sí se dieron cuenta de ello. Uno de ellos era Tobias quien, al momento de ver a Edward tropezar y perder el equilibrio, se levantó veloz de su silla para ayudar a su amigo, pero lo que a continuación sucedió lo interrumpió.

Se levantó el mancebo furibundo empapado en sopa de vegetales y, sin perder tiempo, se dedicó a buscar un culpable. Rápido dio con Edward, a quien vio tendido en el suelo con su ropa, rostro y cabellos cubiertos de potaje y puré de patatas. Procedió el airado muchacho a tronar los dedos de sus manos y de paso también el cuello mientras miraba al indefenso Edward, quien ya se había vuelto para ver si su incidente había provocado algún daño. Hubiera deseado no haberlo hecho de haber sabido que se encontraría frente a frente con su perdición.

Al verlo, Edward identificó a aquel muchacho a quien en el equipo de windenboll llamaban «Big Joe». Si bien nunca había tenido tratos con él, conocía su apodo debido a que no sólo Hawthorne y compañía eran quienes se tomaban la molestia de gastarle bromas, sino que este sujeto, el día anterior, se dedicó a arrojarle guisantes sólo por diversión y como una prueba de su puntería. Y en efecto nunca fallaba. Era capaz de arrojar un ejemplar de dichos vegetales a varias mesas de distancia y acertar justo en su oreja con impresionante y brutal precisión para molestia del joven Everwood.

Edward de inmediato pensó que lo que había sufrido no tenía nada de accidente. Dedujo que lo más lógico posible era que se trataba de un plan orquestado por Hawthorne, debido a que conocía el hecho de que el tal «Big Joe» tomó la insana decisión de realizar algunas bromas a su persona. Quizá Hawthorne pensó que sería divertido sembrar algo de discordia entre él y el hercúleo deportista, y aún más divertido para él sería el desenlace de su oscura maquinación.

Aquel adolescente tomó a Edward de las solapas, lo levantó del suelo y lo puso de pie; acto seguido, cerró su mano en un gran puño frente a su rostro ante las miradas horrorizadas de una gran cantidad de alumnos, lo que le llenó de pavor. Hubo algunos de ellos que no perdieron el tiempo y se dirigieron a la sección contigua para advertir a los profesores, quienes a su vez se dirigieron a la dirección para dar parte al director del instituto.

—¡En verdad te digo que lo lamento! ¡No fue intencional; te lo puedo asegurar! ¡Por favor, podemos arreglar esto como caballeros! —comenzó a implorar Edward con las manos en alto mientras el muchacho se preparaba para descargar un golpe de tal magnitud que lo más probable era que dejaría inconsciente por un largo rato a nuestro desventurado héroe y quizá hasta fracturaría algunos de los huesos de su cráneo.

Entonces, justo cuando estuvo a punto de descargar su fuerza contra Edward, algo frenó la mano del violento joven. Se trataba de Tobias, quien con una sola de sus manos sujetó el brazo del muchacho, lo que impidió que terminara de ejecutar su sentencia.

—Ni siquiera pienses en tocar un sólo cabello del señor Edward, Joseph «Big Joe» Borden, o te aseguro que el castigo que de mi parte recibirás será el doble en proporción al daño que le provoques —amenazó Tobias con voz seria y una mirada que sólo suele verse en un perro embravecido.

Edward, quien en ese momento había cerrado los ojos y esperaba a recibir el conducto que, según llegó a imaginarse, lo enviaría junto a su madre en el descanso eterno, se sorprendió al escuchar la voz de su amigo. De hecho, lo que más lo impresionó fue la expresión que este tenía pues jamás en el tiempo que le conocía había mostrado tal mirada; una actitud feroz, firme y decidida a proteger a su semejante.

—¡Tobias Tyler! —exclamó Edward aliviado.

—Señor Edward, ¿se encuentra usted bien? —preguntó Tobias.

—Sí, eso creo. Un poco condimentado, pero bien, gracias —respondió Edward, lo que causó cierta gracia en Tobias.

—De acuerdo. Ahora bien, «Big Joe», ¿vas a desistir en tu empresa de herir al señor Edward Everwood? —preguntó Tobias con severidad al agresor.

Este último prefirió no meterse en problemas con Tobias aun cuando le superaba en talla y estatura, y no era de extrañarse pues en numerosas ocasiones había atestiguado las demostraciones de la gran fuerza que el joven Tyler poseía, por lo que después de varias fuertes y profundas respiraciones consiguió apartar de él la furia, bajó su brazo una vez Tobias lo soltó y depositó a Edward en el suelo.

—Te salvaste por esta ocasión, gusano insignificante. Pero no cuentes con que tendrás tanta suerte para la próxima vez. ¿Me escuchaste? —profirió con gran fuerza y apuntó con su dedo índice derecho hacia Edward—. No tendrás a tu niñera a tu lado para que te proteja todo el tiempo.

—En eso te equivocas —dijo Tobias; palabras que dejaron sorprendido tanto a «Big Joe» como a Edward—. ¡Wilhelm! —dijo ahora en dirección al capitán del equipo de windenboll—. En verdad te digo que ha sido un gran privilegio haber formado parte del equipo de windenboll. Sin embargo, no estoy dispuesto a tolerar más el reprobable comportamiento de mis compañeros. Ya estoy cansado de siempre guardar silencio y de actuar como si nada sucediera sólo por encajar en un grupo como el suyo y por temor a perder mi posición en él. A partir de ahora, mi lugar está con él —dijo, y entonces señaló con su mano a Edward—. Si con eso pierdo mi sitio en el equipo, no me importa. Estoy dispuesto a correr el riesgo.

—Tobias, no es necesario que hagas eso.

—Escucha a Everwood, Tyler —dijo el joven conocido como Wilhelm—. No olvides que la única razón por la que te encuentras en este instituto es porque posees un apoyo estudiantil como jugador de windenboll. Si lo pierdes, dudo mucho que tu padre o tu familia tenga los recursos para mantener tu estancia en este sitio. Elige, Tyler —agregó e hizo un gesto con sus manos que imitaba a una balanza—: tu amigo —señaló con su mano izquierda—, o el equipo y la garantía de tu estancia en la escuela, y quizá la de tener un futuro mejor del que te espera fuera de él —señaló con su mano derecha al tiempo que intentaba demostrar que su estadía en el instituto valía más que su amistad al hacer como si la mano derecha pesara más que la izquierda.

—Lo lamento, Wilhelm, pero ya he tomado mi decisión.

—De acuerdo, pero no vengas y ruegues de rodillas ante mí para que te acepte de nueva cuenta en el equipo.

—No me importa —concluyó y le dio la espalda.

Se acercó a Edward, quien tenía su vestimenta cubierta de comida. Tomó una servilleta de la mesa del equipo de windenboll y con ella ayudó a Edward a limpiarse.

—Tobias, ¿qué es lo que acabas de hacer? —preguntó Edward.

—Lo que debí haber hecho desde un principio, señor Edward: quedarme con usted.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó el director Blyght, quien hizo una entrada que pecaba de poco oportuna pues, si tan sólo hubiese estado allí momentos antes, tal vez toda esa confrontación pudo haberse evitado.

—Nada relevante, estimado director Blyght; sólo una pequeña reyerta provocada por el joven Everwood y que involucraba también a ese campesino, el muchacho Tyler —señaló Hawthorne ufano, como si hubiese cumplido con un deber social al delatar a un delincuente merecedor de purgar una larga condena en la prisión.

—¿Es verdad aquello que el joven Hollingsworth me acaba de informar, joven Everwood?

—Esto... Verá.

—En absoluto, director Blyght —defendió Tobias—. Se trató sólo de un accidente.

—Acompáñenme los dos a la dirección, allá podrán explicarme mejor lo que sucedió.

Se retiró el director del comedor acompañado de Edward y Tobias mientras el resto del alumnado se disponía para continuar con sus almuerzos.

Se encontraban Edward y Tobias en un par de sillas de madera tapizadas de color rojo dentro de la recepción de la dirección escolar, el cual era un cuarto más o menos amplio con paredes tapizadas en papel tapiz de tono amarillento y con alfombra gris en el suelo. Un par de macetas con plantas de interiores y numerosos cuadros con fotografías de generaciones de estudiantes adornaban las paredes de ese recinto. Allí también se encontraba un escritorio donde una mujer de edad madura redactaba ciertos escritos que el director le había ordenado.

Mientras esperaban, Tobias se entretuvo a si mismo mientras observaba los cuadros mientras que Edward permanecía cabizbajo y con la mirada en el suelo. Rogaba por dentro que no llamasen a su padre pues no tenía idea de que formas podría responder a este suceso.

De pronto, comenzó a sujetarse la cabeza y a emitir leves quejidos de dolor, cosa que atrapó la atención tanto de Tobias como de la asistente del director.

—No lo veo nada bien, señor Edward. ¿Le sucede algo? —preguntó Tobias.

—Así es, amigo —respondió en voz algo baja—. Sufro de una fuerte jaqueca.

—¿Quiere que llame a la enfermera?

—Gracias, pero no es necesario; sólo hazme el favor de conseguir un vaso con agua.

Tobias asintió y preguntó a la asistente del director donde podía conseguir algo de agua para su amigo. Ella dejó su posición y se dirigió a la enfermería, el otro lugar más cercano además del comedor donde había un dispensador de agua para los alumnos. Regresó a la recepción para encontrar a Edward, quien se retorcía con más intensidad, mientras Tobias lo observaba alarmado.

—Joven Everwood, aquí tiene su agua —dijo ella.

Edward metió su mano en su chaqueta y extrajo de uno de sus bolsillos uno de los frascos que después cedió a Tobias.

—Por favor, remueve el corcho y viértelo el contenido en el vaso —ordenó, y Tobias obedeció de inmediato.

Una vez que el medicamento hizo su reacción, Edward pidió el vaso. Tobias se lo cedió y él lo bebió con avidez. Tras hacer esto, se recostó sobre la silla con la cabeza en el respaldo y la mano sobre la frente mientras respiraba algo agitado. A los pocos minutos comenzó a calmarse de nueva cuenta.

—Gracias —suspiró lleno de alivio.

—Lo he visto tomar eso antes o después de cada alimento durante estas semanas, señor Edward, pero nunca se me había ocurrido preguntar que es o por qué razones lo tomaba. Espero que pueda explicarme un poco al respecto, si no es mucha molestia.

—Por supuesto —habló con seriedad—. Meses atrás me diagnosticaron un extraño crecimiento, aquí adentro —señaló la parte central de su cabeza mientras le explicaba—. Hasta este momento ese mal ha provocado en mí síntomas como jaquecas fuertes, mareos, náuseas y vahídos. Esto que tomo —explicó mientras le mostraba un frasco de su medicina— es un medicamento especial diseñado para aliviar sólo las molestias físicas, o de lo contrario el dolor sería demasiado insoportable y me impediría hacer cualquier otra cosa.

—Pero se va a curar, ¿verdad? Ese mal que tiene va a desaparecer pronto con esa medicina, ¿no es así? —preguntó, pero Edward no respondió. Su silencio y su mirada desviada hacia el suelo fue respuesta más que suficiente para el joven Tyler, quien permaneció algo de tiempo conforme desviaba su mirada hacia el suelo—. No es justo —respondió abatido y con el corazón destrozado—. Alguien como usted no merece tal sufrimiento ni mucho menos tan ominoso destino.

—La vida no siempre es justa, Tobias, y de eso pronto te darás cuenta.

—¿A qué se refiere, señor Edward?

—Has tenido una vida muy buena y tranquila en tu pequeño pueblo. Podría asegurar que desconoces las penurias y el mal que se esconden agazapados a la vuelta de cada esquina. Pero tarde o temprano despertarás a una realidad que nunca has conocido, una que perturbará tus sueños y te hará cambiar la forma en la que concibes tu mundo.

—Sus palabras son funestas, señor Edward.

—Sólo te digo lo que necesitarás saber, amigo mío.

—No lo entiendo, señor.

—Algún día lo entenderás.

Edward se vio obligado a interrumpir su explicación pues en ese preciso momento el director los hizo pasar a su oficina, un acogedor cuarto de gran tamaño con paredes tapizadas en papel tapiz blanco y pisos alfombrados en gris oscuro. Libreros, cajones y estantes llenaban la habitación, en uno de los cuales se encontraban la gran cantidad de trofeos y reconocimientos que la institución había ganado. Reconocimientos y diplomas llenaban las paredes, y había una gran ventana que daba al jardín interior del instituto a espaldas de donde se sentaba el director. Dentro había también un elegante escritorio con un cómodo sillón de madera tapizado con tela aterciopelada de color negro. Del otro lado del escritorio había varias sillas para sentar a más de dos visitantes también forradas de tela negra.

Tomaron asiento Edward y Tobias, quienes con mayor calma procedieron a explicar el suceso acontecido en el comedor y, debido a que Edward no tenía las suficientes pruebas para incriminar a Hawthorne Hollingsworth salvo la palabra del joven Tobias, quedó aclarado de que todo eso no había sido más que un simple accidente. Ahora bien, en vista de que hubo más de un sólo involucrado en dicha situación, mandó el director llamar a su oficina al joven Joseph Borden, quien se vio obligado a admitir que, en lo que a su conocimiento respectaba, lo sucedido se trataba de un accidente. También tuvo que aceptar su responsabilidad por la cantidad de bromas que hasta ese entonces le había jugado a Edward, razones por las que consideraba que lo sucedido se trataba de una forma de resarcir su reprobable comportamiento. En vista de ello, no quedó otra opción salvo la de suspender por un cierto tiempo al joven Borden y dejar a Edward y Tobias libres sin cargo alguno. Agradecidos por el fallo a favor de ellos por parte del director, Edward y Tobias se retiraron no sin que el director le ofreciera a Edward un cambio de vestimenta que él aceptó sin vacilación.

Volvió Edward al comedor acompañado de Tobias, donde los dos pudieron por fin continuar con su almuerzo. En vista de que Tobias ya no pertenecía más al equipo de windenboll, Edward le ofreció un espacio en la mesa donde el Club de Ciencias se reunía a almorzar. Sus integrantes no vieron objeción alguna a que Tobias los acompañara, aun a pesar de no tratarse de un miembro ni mucho menos de alguien cuyo intelecto fuese tan elevado como el suyo.

Finalizó el día de clases. Edward se dirigía hacia el salón del Club de Ciencias acompañado de Tobias. Esto intranquilizaba en gran medida a Edward, pues sabía que sin el apoyo económico que recibía por pertenecer al equipo escolar de windenboll Tobias tendría que abandonar el instituto. Sin lugar a dudas debía hacer algo por su amigo que con tanto fervor lo había defendido.

De pronto, en su camino por el jardín interior, Edward se detuvo en seco. Tobias, un poco alarmado en especial por el intenso episodio vivido horas atrás pues llegó a pensar que Edward estaba por sufrir otro ataque de dolor, detuvo también su marcha y se volvió para ver a su compañero.

—¿Ocurre algo, señor Edward? —preguntó intrigado.

—No, nada, no hay por qué alarmarse, estoy bien. Es sólo que he tenido una epifanía y he llegado a una decisión.

—¿Una decisión? ¿De qué habla, señor?

—Verás, Tobias, aprecio mucho tu amistad y tu compañerismo y, para serte sincero, el hecho de que tengas que dejar el instituto me afecta en demasía. Me hace sentir lleno de culpa el hecho de que tu estadía aquí esté en riesgo por haberme defendido frente a todos los integrantes del equipo. Quisiera agradecerte, y me gustaría hacerlo de la forma apropiada.

—No tiene por qué hacerlo, señor Edward. En ocasiones, hacer lo correcto conlleva un gran riesgo, y hay que estar dispuesto a correrlos si es necesario.

—No obstante, quiero recompensarte de forma correspondiente a tu sacrificio, y ya sé de qué forma puedo lograrlo.

—¿De qué habla, señor?

—Mi enfermedad no me permitirá vivir más allá de dos a tres años, por ende, no podré hacer uso de la herencia que mi padre ha reservado para mí. En vista de ello, he decidido que tú seas poseedor de una porción de la misma para que puedas sufragar los gastos que esta institución representan.

—Señor Edward, eso sería en absoluto magnífico, pero no considero apropiado que deba aceptarlo.

—No veas esto como una paga por tu ayuda, sino más bien como un obsequio de mi parte. Eres mi amigo, Tobias, y deseo darte algo como muestra de amistad.

—Señor Edward, no estoy seguro de que deba aceptarlo.

—Es lo menos que puedo hacer por ti y por tu situación. Por favor, no me niegues esta oportunidad de apoyarte, debido a que sólo deseo tu bienestar.

—Señor Edward, yo... Está bien —suspiró—. Agradezco mucho su apoyo.

—Conversaré sobre este asunto con mi padre; estoy seguro de que no rechazará mi propuesta. Por cierto, me embarga una duda. Ahora que ya no formas parte vital del equipo de windenboll, ¿en qué actividad extracurricular te inscribirás?

—Pierda cuidado al respecto, señor Edward, que yo me encargaré de solucionarlo —respondió con confianza.

—Bien. Entonces espero que te vaya bien con tu decisión.

Se despidieron los grandes amigos y se dirigieron cada uno a su respectivo destino en la escuela.

Cuando Edward terminó sus actividades en el Club de Ciencias buscó a Tobias para ir juntos a casa, mas no logró encontrarlo por ningún sitio.

Al llegar el señor Everwood, Edward habló con él en la privacidad del autwagen sobre el asunto de Tobias y la oferta que le había hecho. Al señor Everwood esto no pareció nada preocupante ni mucho menos pensó que sus intenciones eran descabelladas; de hecho, la caridad era una de las principales cualidades, no sólo del señor Everwood, sino de todo el clan en sí, cualidad que había inculcado con fervor en sus hijos. No era de extrañar que el acto desinteresado del menor de sus retoños lo colmase de un gran orgullo.

Llegado el día siguiente Edward y el señor Everwood visitaron el humilde hogar del joven Tyler.

Colocado en una zona urbana de reciente fundación, muy al este de la ciudad, esta se conformaba por un pequeño edificio de dos pisos. Y en verdad que era pequeño. De hecho, la casa de los sirvientes de los Everwood era, cuando menos, una mitad más grande en cuanto a longitud y anchura. Debido a que formaba parte de un conjunto de edificios urbanos de reciente construcción, la morada de los Tyler destacaba por su diseño moderno y su impecable estado. Su blanca pintura aún se conservaba impoluta y el jardín todavía mantenía el mismo estado radiante que cuando la propiedad fue comprada. Resultaba interesante como una familia de siete personas, conformada por un matrimonio y cinco hijos, podía llevar una vida placentera en un hogar en el que mínimo podían caber sólo cuatro sin problema alguno.

Luego de ser recibidos en la morada de la familia Tyler y conocer al resto de los pequeños de Theodore y Teresa Tyler, a saber, Timothy, Thadeus, Theobald y la pequeña Tamara, los Everwood charlaron con el señor Tyler con respecto a la situación de su hijo, misma que él no se la había dado a conocer por temor a reacciones adversas de su parte.

Y en efecto no estaba equivocado. Tras enterarse de ello, el señor Tyler comenzó a vociferar una sarta de improperios que obligaron a la señora Tyler a llevarse a sus pequeños al traspatio debido al gran temor que esto les había causado. Estaba tan encolerizado que por poco y golpeaba a su propio hijo por haber tenido el descaro de ocultar esa noticia. Sin embargo, su estado emocional cambió cuando se enteró del motivo de la visita del señor Everwood. Cuando supo que su hijo iba a recibir de regalo una inmensa suma de dinero para que continuara sus estudios que, de forma literal, comenzó a bailar lleno de regocijo e incluso suplicó perdón al señor Everwood y a Edward por su reprobable comportamiento.

Tras algunos minutos de conversaciones al final entregó el señor Everwood la cantidad de quinientos mil mongelds al señor Tyler, cantidad más que suficiente para cubrir sus gastos estudiantiles, no sólo de la educación media-superior, sino también en educación superior y cualquier otro gasto que pudiese surgir.

Cuando ya estaban por retirarse, Tobias se acercó a Edward para conversar con él en privado.

—Tobias, amigo, en verdad te digo cuanto lo lamento. Soy sincero en mis palabras cuando de digo que, de haber sabido de antemano que tu padre reaccionaría de la manera en la que lo hizo, hubiera abordado el tema desde otro ángulo.

—Pierda cuidado, señor Edward, aunque debo decir que todavía ha quedado guardado un poco de resentimiento dentro de mí. No obstante, de corazón los perdono a usted y a su padre. Pero lo que en verdad deseo decirle es algo de mayor importancia. Lo que usted ha hecho, señor Edward, merece una compensación de mi parte.

—Creí que había quedado en claro que lo que hago es un obsequio y no es necesario que pagues algo a cambio.

—Lo entiendo, señor Edward, pero esto que haré por usted quiero que lo vea como un regalo de mi parte.

—De acuerdo.

—Lo que le ofrezco es mi eterna gratitud en forma de protección y servicios sólo a usted y a nadie más que a usted. Yo, Tobias Nathanael Tyler, le prometo a usted, señor Edward Everwood, que velaré por su bienestar desde este día hasta el día en que llegue su momento de dormir en la muerte. Le ruego, por favor, no desprecie esto que le ofrezco o podría considerarlo como una ofensa de su parte.

—Veo que no tengo más alternativa —suspiró Edward—. Acepto.

—Y yo se lo agradezco.

Se despidieron los amigos y quedaron de verse el lunes para ir juntos al instituto; acto seguido, se retiraron cada uno a sus respectivas moradas.

Transcurrió aprisa el tiempo desde aquel día de la promesa del joven Tyler y llegó el final del trimestre en el Instituto Tecnológico de Educación Media-Superior «Isaac Blyght». Durante ese espacio de tiempo no aconteció nada que pudiera considerarse de gran relevancia para la vida de los jóvenes amigos.

Ahora bien, en lo que respecta a la relación de amistad entre dos jóvenes, es de suma relevancia mencionar que Tobias cumplió a cabalidad con la promesa que efectuaría meses atrás. En ningún momento separó su alma de la de Edward, y lo protegió sin cesar de cualquier ofensa que sus adversarios pudieran hacerle; claro, sin hacer uso de medios violentos tal como Edward se lo había ordenado en más de una ocasión. Fue tal la fidelidad que el joven Tyler manifestó a su amigo que Hawthorne y sus amigos llegaron a conocerlo con el apelativo de «perro faldero», y a Edward lo nombraron como «el gato»; tanto por su forma de ser con algunas personas, debido a que en algunas ocasiones actuaba con cautela y cierta desconfianza y en otras era amistoso y desenvuelto, como por el simple ánimo de insultarlo al llamarle de la misma forma que un animal. Y con respecto a la actividad extracurricular en la que Tobias se inscribió, el muchacho probó su suerte con todas las posibilidades que el instituto ofrecía y, si bien demostró tener talento para el canto, tocar instrumentos musicales e incluso la interpretación, este al final eligió pertenecer al club de teatro; después de todo, debido a su expresiva personalidad, mostraba cualidades adecuadas para esa clase de actividades.

Llegado el final del trimestre, Tobias se preparó para realizar un viaje de varias semanas a Bigrort Traebaum junto a varios miembros de su familia. Esta noticia entristeció un poco el corazón de Edward, pues había planeado realizar algunas actividades junto a su inseparable compañero durante el periodo de asueto. Aun así, aceptó con regocijo la decisión de su amigo y, antes de que partiera a su tierra natal, prometió mantenerse en constante comunicación con él por carta.

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