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𝟬𝟭𝟱 a beaumanoir's wrath

CAPÍTULO QUINCE: LA IRA BEAUMANOIR.

     No podía respirar.

      Su corazón se detuvo momentáneamente. Sus pulmones colapsaron a medida que el aire escapaba de entre sus labios separados. Su piel quemaba como si estuviera encendida fuego, un hormigueo viajando por sus brazos y llegando hasta sus dedos. Sus músculos congelados, y el dolor que atravesaba su pecho era peor que el de la maldición Cruciatus.

      Desgarrándose.

      Despedazándose.

      Sus ojos ardían, y los cerró con fuerza ante el recuerdo de él – porque eso era todo lo que era ahora, un recuerdo – ocupaba su mente. Podía ver aquellas facciones y sus impresionantes ojos grises que brillaban con la misma chispa de travesura que los de ella. Escuchaba el fantasma de su carcajada, haciendo eco contra sus oídos, y sentía el aroma de firewhiskey que siempre emanaba de su piel.

      —Respira, bebé. Respira.

      Pero no podía.

      Y sentía que se estaba deslizando. Desvaneciendo. Alejándose de su propio cuerpo mientras el hormigueo en sus dedos se intensificaba. Un estridente zumbido llenó sus oídos, y vagamente discernía los gritos de triunfo de Bellatrix Lestrange de los fuelles desesperados de Harry.

      — ¡SIRIUS! ¡SIRIUS! ¡SUÉLTAME, REMUS! ¡NO! ¡NO! ¡SIRIUS! ¡NO! ¡ÉL - NO - ESTÁ - MUERTO! ¡SIRIUS!

      Pero él estaba muerto.

      Se había ido.

      Nunca iba a volver.

      Justo como Cedric.

      Justo como su madre

      Sirius estaba muerto.

      Como una rama, Edelyn se rompió y, con agujas atravesando cada célula de sus dedos, una explosión de aire erupcionó de ella. Arrojó a todos los que se encontraban cerca hacia atrás, e hizo el suelo temblar mientras una ira letal cursaba a través de sus venas.

      Sus ojos se abrieron, y un brillante verde observó la habitación como si fuera un depredador acechando a su presa. Paciente. Vigilante. Hambriento. Y cuando finalmente aterrizaron en Bellatrix Lestrange, los destellos en sus ojos crecieron en intensidad y sus pupilas se cerraron, formando rendijas amenazantes como las de una serpiente.

      La sonrisa malévola en el rostro de la Mortífaga se desvaneció y transformó en una mirada hostil que ocultaba su miedo. Su lengua se deslizó por sobre su labio superior, las esquinas de la boca de Bellatrix se alzaron antes de girarse en sus tacones y marchar escaleras arriba.

      Con una gracia que nunca había sido parte de ella, Edelyn la siguió. Su ropa se infló detrás de ella, y sus rulos azabache flotaban en el aire.

      No sabía a dónde se dirigía, no le importaba a dónde iba. Los poderes antiguos de los Beaumanoirs corrían por sus venas con un hambre – una sed – que necesitaba ser satisfecha. Estaba buscando sangre.

      Eventualmente, Bellatrix las dirigió al Atrium del Ministerio de Magia. Estaba iluminado por flamas esmeraldas que brillaban en los múltiples hogares de las paredes. En un brote de arrogancia y credulidad, Bellatrix se burló y provocó —. ¡Maté a Sirius! ¡Maté a Sirius!—, la sonrisa en su rostro instantáneamente desapareció al correr a uno de los hogares. Tropezó y cayó al suelo, y su varita se deslizó por el suelo, quedando fuera de su alcance.

      Los labios de Edelyn se curvaron.

      Rodando sobre su espalda, Bellatrix observó a la Black más joven. Un destello de miedo acechaba en el fondo de sus ojos oscuros mientras observaba el verde en los de Edelyn.

      Aborrecimiento. Aversión. Puro odio. Eso era todo lo que la chica podía sentir, junto con una ira que nunca antes había experimentado. Sus orificios nasales se abrieron, su piel quemó, sus dedos picaron, y con la venenosa anticipación sonando como electricidad, una sola palabra cruzó su mente.

      Crucio.

      Un grito aterrador desgarró la garganta de Bellatrix, y su cuerpo comenzó a temblar. Sus músculos sufrían espasmos, y sus pulmones se derrumbaron, con la agonía consumiéndola por completo. La chica de quince años solo giró su cabeza a un lado y soltó una carcajada fría, sin humor.

      Los aullidos de dolor de Bellatrix crecieron. Llantos, súplicas, sollozos. Pero Edelyn se rehusó a levantar el hechizo. La vieja bruja cayó inmóvil, exhausta, y solo podía temblar. Edelyn sonrió.

      —Eres patética—, habló ella. Sus palabras se arrastraron con veneno y, cuando los sonidos distantes de pasos atravesaron el llanto de Lestrange, no lo pensó y simplemente continuó observando con placer la tortura de Bellatrix Lestrange.

      De repente, una voz desconocida siseó en su cabeza. Con su concentración rota, la maldición Cruciatus cesó y Bellatrix jadeó con dificultad en el suelo, tociendo sangre por su garganta lastimada y con lágrimas cubriendo sus mejillas. Estaba demasiado débil como para moverse. Demasiado débil como para salvarse. Se encontraba a merced a la joven.

      —Esta es tu oportunidad, Edelyn—, la voz siseó —. Es tu oportunidad. Mátala. Conoces el hechizo. Mátala.

      Un placer, pensó Edelyn. Sus ojos concentrados en el desastre de lágrimas delante de ella. Sonrió ante la visión del terror enlazado al rostro de la Mortífaga.

      —Mátala—, animó la voz mientras su mano temblaba con duda -. Asesinó a tu madre, Edelyn. La torturó hasta el punto de la locura, antes de terminar con su vida. Y ahora, también se llevó a tu padre. Están muertos. Fueron asesinados por ella.

      El verde en sus ojos centelleó.

      —Mátala.

      Entrecerró los ojos.

      —Venga a tus padres. ¡Mátala! ¡MÁTALA!

      Con una expresión vidriosa, Edelyn abrió la boca y habló con un tono tan monótono, tan indiferente, tan frío —. Avada Ke-

      Pero ahora había otra palabra ensordeciendo sus oídos. Una voz diferente. Una familiar.

      —Lyn, ¡NO!—, gritó, y una mano se aferró a su muñeca —. ¡Esta no es quién eres, Edelyn! ¡Mírame! ¡MÍRAME!

      Pestañeó y, a medida que su visión se expandía, notó un par de ojos esmeralda observándola. Un verde esmeralda que resultaba tan tan familiar. Ojos que enviaban una extraña sensación de calidez a su cuerpo.

— ¡Tú no eres así!—, imploró —. No puedes dejar que te controle, Lyn. No eres malvada. No eres una asesina. ¡No lo eres!

      El agarre sobre su varita se endureció con desesperación. Los ojos de Edelyn se entrecerrando, luciendo amenazantes, y alejó su varita de él.

      —No escuches al chico—, siseó la voz anterior en su cabeza —. Es su culpa que Sirius esté muerto. Su culpa que ni siquiera puede diferenciar entre un sueño y la realidad. Todo es su culpa...

      En un movimiento rápido, la mano derecha de Edelyn se alzó en un puño por delante de la ropa del chico —. Sal de mi cabeza—, gruñó antes de golpearlo con tanta fuerza que lo envió al suelo.

      — ¡Lyn, para! ¡Por favor, esta no eres tú!

      —Él no entiende—, volvió la voz —. Él es débil. Demasiado débil como para hacer lo que es necesario. Mátala, Edelyn. Sabes que quieres hacerlo. ¡MÁTALA!

      Una mirada decisiva cayó en su rostro. Los ojos de Edelyn se fijaron en Bellatrix Lestrange nuevamente, y abrió la boca para terminar la tarea. Pero justo cuando las palabras estaban a punto de vertir de su lengua en un siseo deseoso de venganza, el chico gritó algo que la tomó por sorpresa.

      — ¡Ciento sesenta! ¡Ciento sesenta, Lyn! ¡Por favor, para!

      Ciento sesenta... algo despertó en su interior. Una sensación de hogar. De confort. Su mirada se desvió y observó el suelo, en blanco, su mente agitada. Entonces, sintió una mano sobre su hombro. La apretó ligeramente, y sintió la respiración del chico contra su piel mientras murmuraba —. Cierra los ojos, Lyn. Solo cierra los ojos.

      No supo por qué, pero cedió. Tan pronto como cerró sus párpados, una ola pesada la cubrió. Sus rodillas se doblaron bajo su cansancio, y cayó hacia delante en un par de brazos familiares. Pero al abrir los ojos para ver unos verdes mirándola, se llenó de ira.

      —No me toques—, escupió, alejándose de él hasta que su espalda se encontró presionada contra una pared de piedra. Pero sus músculos estaban demasiado débiles como para sostener su propio peso, por lo que se deslizó hasta alcanzar el suelo. La habitación giraba a su alrededor, el mundo se volvió negro y lo último que sintió antes que la oscuridad la tragara fue su cabeza estrellándose contra el frío suelo de mármol.

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