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CAPÍTULO UNO: PECAS.



      El sol de la mañana se alza por sobre los edificios en Sutton, Londrés, y brilla a través de las ventanas abiertas de un deparmento pequeño de dos habitaciones que se encuentra en el quinto piso de un edificio estilo victoriano. Sus rayos son cálidos, contrastando con los vientos de septiembre, e iluminan la pintura verde que cubre las paredes. Los cuatro habitantes del departamento siguen en la cama y, desconocido para sus vecinos muggles, la magia flota en el aire.

      Harry Potter, ahora dieciocho, emite un quejido ante la nueva luz y bosteza antes de abrir los ojos. Gira la cabeza hacia la venta y observa a la mamá pájaro extender sus alas y alzarse de una rama, comenzando su día buscando comida. Mientras su mirada persigue su vuelo, nota el reloj que cuelga de la pared opuesta. Son las siete y cuarto.

      Bostezando una vez más, se movió y rodó sobre su hombro para ver a Edelyn aún dormida a su lado. Un par de rulos azabaches caían sobre su rostro. Él los hizo a un lado en silencio y la admiró: lo pacífica que lucía dormida. Su cuerpo se alza y cae en un ritmo lento y constante, sus labios apenas separados y, con el sol de la mañana, puede ver partículas sobre sus pestañas oscuras. Su mano sale de debajo de las sabanas y se acerca. Aunque sus pieles se encontraron, se siente como si ella estuviera a kilómetros de distancia.

      Habían pasado cuatro meses desde el fin de la guerra y, mientras el mundo afuera se ilumina (algunas nubes alejándose con la brisa veraniega mientras el Mundo Mágico se reconstruye de la destrucción que dejó Lord Voldemort, magos y brujas desde Escocia a Gales hacen brindis de cerveza de mantequilla, celebrando la nueva era que había comenzado), Edelyn se apaga, oscuras sombras colgando de sus ojos.

      Ella es diferente ahora.

      Pero también lo son ellos. La guerra los había dejado con cicatrices y heridas, algunas visibles y otras demasiado profundas para curar. Hermione está menos enfocada estos días, sus pensamientos hechos puré y apartándose de su camino. Ron habla menos, sus bromas siendo solo débiles intentos de conseguir una risa seca. Y el comportamiento de Harry es más pasivo.

      Mientras tanto, Edelyn se había encerrado en sí misma. Está callada. Aparte de los suaves susurros que murmura en la noche cuando Harry despierta en una piscina de sudor frío con ojos escarlatas aterrorizando sus sueños, ella raramente le habla. Ya sea distrayéndose con la tarea de la escuela (regresaron a Hogwarts para tomar sus É.X.T.A.S.I.S.) o abandonando el departamento para sus largas corridas, Harry no recuerda la última vez que pasaron tiempo juntos solo ellos dos.

      Ella se está sofocando en el dolor y, aunque todos habían perdido seres queridos en la guerra, Cedric Diggory, Sirius Black y Remus Lupin habían significado mucho más para Edelyn que para los demás. Para Ron y Hermione habían sido, a lo mejor, conocidos. Y aunque los últimos dos habían sido lo más cercano a figuras paternas para Harry, Cedric apenas podía ser considerado un colega.

      Y entonces estaba Fred.

      El sonido de la bocina de un auto hizo eco a través de la ventana y Edelyn se movió. Su rostro momentáneamente arrugándose con disgusto antes de abrir los ojos—. Hola —habló suavemente y le ofreció a Harry una pequeña sonrisa antes de deslizar su mano de la suya para acariciar sus ojos cansados.

      —Hola —regresó él.

      —Dormiste toda la noche —remarcó ella.

      —Sí —murmuró, y no pudo ocultar la decepción enlazada a su voz, una pequeña parte de él deseando que no hubiera dormido. Porque es solo cuando despierta de sus pesadillas que Edelyn realmente está a su lado. Solo cuando ella lo conforta, siente su piel sobre la de él.

      —Supongo que finalmente las pesadillas se fueron —agregó él.

      —Eso es bueno.

      Pero te extrañó, entonces sacudió la cabeza ligeramente—. Entonces —dudó—. ¿Vas con Ron hoy? —preguntó. Todos los domingos, Ron regresa a su hogar para visitar a sus padres.

      Edelyn acomodó su almohada—. Sí, le prometí a Ginny que iría. Percy dice que apenas puede salir desde que Lee y Ver volvieron a abrir la tienda la semana pasada. Se encierra en su habitación.

      Harry asintió, comprensivo—. ¿Vas a...? ¿Vas a estar bien?

      Ella miró el reloj—. Estaré bien.

      Harry frunció el ceño y colocó una mano sobre su brazo, pero entonces rápidamente la retiró—. Tú - me dirías si no es así, ¿cierto? Si hay... ¿si hay algo que pueda hacer?

      Aún evitando su mirada, ella asintió.

      Harry suspiró suavemente, no convencido, y se enderezó. Pasando sus dedos por su cabello, murmuró—. Es mi turno de hacer el desayuno —y levantó los cobertores para levantarse.

      El estómago de Edelyn se contrajo con culpa al notar su expresión de tristeza—. Harry, espera —dijo, y tomó su muñeca antes que se aleje. Lo acercó a ella, su ceño fruncido en disculpas, y presionó un beso casto en sus labios. Sus dedos descansaron sobre su pecho, y notó los latidos pesados de su corazón—. ¿Podrías - um - hacer waffles?

      Los labios de Harry se alzaron en una pequeña sonrisa—. ¿Con arándanos extra?

      Ella le sonrió de vuelta—. Con arándanos extra.

      Él asintió y la besó en la frente antes de irse. Edelyn observó tras él antes de volver a taparse, observando a la madre pájaro aterrizar en la rama afuera de su ventana y dejar caer algo dentro de su nido.


──────────────


      La Madriguera holía a romero y a pastel de cordero y patata esa tarde, y Edelyn podía escuchar el zumbido de voces alzarse de la sama de estar mientras ella ascendía las escaleras. Pasando sus dedos por sobre viejas fotografías que colgaban de las paredes, dudó antes de llegar al segundo piso de la casa y morder su labio al enfrentar a la puerta. Tomando una respiración temblante, golpeó la puerta. 

      No recibió respuesta.

      Volvió a golpear.

      Nada.

      Aunque es silencio no es una invitación, tampoco es un rechazo. Presionando el picaporte, pausó y momentáneamente cerró los ojos antes de abrir la puerta y entrar.

      Dentro, está todo desordenado. Hay ropa en el suelo formando un mar de colores, calcetines y ropa interior sucia incluida, y media docena de botellas de Firewhiskey vacías ocupan el escritorio de madera. Las paredes naranjas lucen planas, y le toma a Edelyn un momento darse cuenta que es porque las banderas de Gryffindor y los posters de Golpeadores que estaban allí ahora descansaban sobre el suelo. Las cortinas estaban cerradas, apenas un pequeño rayo de sol pasando a través y, entre las sombras de una esquina, envoltorios de caramelos rodeaban el cesto de basura que desbordaba. La única parte de la habitación que seguía manteniendo algún nivel de limpieza era la cama en la esquina, al lado de la cual hay un cofre y dos escobas.

      Edelyn frunció el ceño y levantó un par de prendas de ropa, arrojándolas a la cesta de lavado antes de dirigirse a la cama más cerca a las ventanas. El colchón se hundió cuando se sentó.

      —¿Quieres salir a caminar conmigo? —pregunta.

      George Weasley todo sobre su hombro para mirarla a la cara. Edelyn mordió su labio.

      —¿Ginny te convenció de hacer esto?

      Ella frunció el ceño—. ¿Por qué crees que alguien me convenció a hacer esto?

      George se sentó en su cama y se encogió de hombros—. No te vi desde el funeral —espetó secamente—. Y todos aquí creen que voy a suicidarme. Pero mira —gesticuló hacia él mismo—, aún vivo.

      Edelyn mordió su labio y tragó con dificultad mientras la culpa destrozaba su interior—. George, yo - yo —su voz se desvaneció. Aunque sabe que es imposible, jura que ellos tienen el mismo patrón de pecas sobre sus narices. Un nudo se forma en su garganta y pestañea rápidamente antes de continuar —. Lo - lo lamento —sus ojos bajaron a sus piernas—. He sido una amiga de mierda.

      —Entonces fue Ginny, ¿no?

      —Sí, pero--.

      —Bueno, dile que tuvimos una linda charla —murmuró—. Ahora, si no te importa —volvió a girarse y descansó en su cama, dándole la espalda a Edelyn.

      —George--.

      —No te molestes.

      Con dedos tirando de su cardigan, Edelyn fue a pararse, decidiendo que tal vez lo que George necesita es espacio. Pero antes de levantarse, nota algo en la cama opuesta: un animal de peluche con la forma de un tejón, al que le faltaba un ojo. Ella frunció el ceñó, preguntándose cómo llegó allí, entonces sintió un dolor en las mejillas cuando el recuerdo inundó su mente.

      Fue un par de días antes de la boda de Bill y Fleur, y Edelyn había estado llorando por un corazón roto después de pasar la noche limpiando la vajilla con Harry. Viendo sus ojos rojos al volver del baño, donde había sostenido el tejón cerca de su pecho en confort mientras ahogaba su llanto en su brazo, Fred y George la llevaron a su habitación y se rehusaron a dejarla irse sola hasta que lograron formar una sonrisa genuina en su rostro.

      Ella se había quedado dormida en la cama de Fred.

      Edelyn pestañeó rápido, entonces colocó una mano sobre el brazo de George—. No voy a irme —dijo firmemente—. O me sentaré aquí por elresto del día a molestarte hasta que te explote la cabeza, o tú y yo salimos a caminar.

      Cuarenta y cinto minutos y varios golpes en el brazo después, Edelyn convenció a George de salir al patio de la Madriguera. La brisa fría del otoño golpeaba contra sus pieles. Edelyn tiraba del paso bajo sus zapatillos inconsciente, y sonreía suavemente al ver un conejo saltar fuera de un gran árbol—. ¿Recuerdas cuando nos escondimos allí y asustamos a Percy?

     George siguió su mirada—. Casi se hizo pis encima.

      —Y casi se cayó dentro del lago.

      —¿Cayó? Quieres decir: casi lo empujaron.

      —¿Empujaron? —Edelyn sacudió la cabeza con inocencia—. Fue un empujoncito, muy chiquito.

      Las esquinas de los labios de George se movieron—. ¿Recuerdas que gritó que las ranas lo estaban ahogando?

      —¿Entonces Fred dijo que les daría un tarro de moscas?

      El silencio cayó sobre ellos.

      —Escucha, Lyn, perdón por lo de antes —dijo George después de un largo rato—. Es solo - ha sido duro.

      Edelyn lo empujó por el costado y le ofreció una sonrisa pequeña—. Está bien.

      George asintió, entonces miró a sus pies—. Estaba completamente enamorado de ti, ¿sabes?

      Edelyn rodeó sus rodillas con sus brazos y no respondió. Volvieron a caer en el silencio.

      —¿George?

      —¿Si?

      —¿Cómo-? ¿Cómo estás? De verdad.

      —Soy como un pedazo de mierda pudriéndose. ¿Tu?

      —Un desastre. Completamente rota.

      Su voz se rompió y George la miró para verla rápidamente limpiar sus lágrimas.

      —¿Quieres hablar al respecto?

      Ella negó—. Es estúpido.

      —No puedo ni mirar un espejo sin derrumbarme, Lyn —dijo George—. Sea lo que sea que estás atravesando, no puede ser tan estúpido como eso.

      Ella se encontró con sus ojos y dudó antes de murmurar—. No puedo dormir con Harry.

      George torció la cabeza, cuestionante.

      —Siempre que nos besamos o hacemos algo íntimo, yo solo - yo - comienzo a pensar en Fred —explicó, su voz rompiéndose—. Todos estos recuerdos resurgen, y es estúpido porque apenas recuerdo lo que sucedió esa noche. Pero todo lo que veo es a Fred, y duele, y no es justo para Harry. Y yo quiero hacerlo, en serio, pero no puedo, y - y —tiró de sus mangas—. Y temo perderlo.

      George tomó sus palabras y pausó reflexivo antes de decir—. Lyn, no vas a perderlo. Harry no es así.

      Ella lo miró—. Tiene dieciocho años, George. ¿Realmente vas a decirme que no le importa que su novia no tenga sexo con él?

      George frunció el ceño—. Bueno... ¿hablaste con él?

      Ella negó—. No sé qué decir.

      —Solo dile lo que me dijiste —sugirió George—. Y - erm —el color se alzó a sus mejillas y toció para aclarar su garganta—. Hay otras cosas que puedes hacer, ¿sabes? Otras cosas que no es sexo para revelar cualquier - erm - tensión.

      Edelyn sintió su rostro quemar—. Ci-cierto —balbuceó. Entonces, después de un par de minutos de silencio incómodo, dijo—. Entonces... un... ¿George?

      —¿Si?

      —Estoy pensando en... en visitar la tienda mañana en la noche, y--.

      —Mira, Lyn —George la interrumpió, una expresión de dolor formándose en su rostro—. No estoy que estoy listo para - no puedo--.

      —No es necesario que entremos —dijo rápidamente—. Solo podemos pararnos afuera si quieres.

      —Lyn--.

      —Y prometo que no... que no te forzaré a hacer algo con lo que no estás cómodo.

      Él contempló su oferta.

      —¿Lo prometes?

      Una sonrisa débil estiró sus labios.

      —Lo prometo.

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