PRÓLOGO
El aire estaba frío en la noche del primero de noviembre de 1981.
La primera guerra de magia finalmente había acabado — Lord Voldemort había caído. Sin embargo, nunca había existido una victoria tan agridulce. La muerte había tomado varias almas durante el curso de la guerra, y había cambiado para siempre las vidas de tres niños inocentes: dos chicos nacidos en la culminación séptimo mes, y una chica durante el comienzo del décimo primero en el año de 1980.
Sentados esa noche en la cocina en la Madriguera habían tres figuras sombrías, vagamente escuchando el ligero zumbido de las voces que escapaban de la pequeña radio que se encontraba sobre la mesa.
— ¿Quieres decir que Sirius Black confesó?
—Sí, Reginold. ¡Cornelius Fudge, el Ministro Menor en el Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas, presenció la escena esta misma mañana! Aclamó que, después de ser atrapado, Black no solo admitió ser la razón del asesinato de los Potter, sino que también de la de su propia esposa.
— ¿Su esposa?
—Sí. Una historia trágica. Escuché que fue asesinada por Mortífagos al mismo tiempo que los Potters. Afortunadamente, oficiales del Ministerio llegaron a tiempo para salvar a su hija, pero los Mortífagos en cuestión escaparon.
— ¡Por las barbas de Merlín! Terrible... terrible...
—Terrible, es cierto... Todo eso además del pobre Peter Pettigrew y todos esos Muggles...
— ¿El Wizengamot ya dio su veredicto?
— ¿Wizengamot? No hay necesidad de un juicio, ¿no? Hay testigos que vieron a Black usar la maldición, matando a Pettigrew y a los Muggles. Con los testimonios y su confesión, la evidencia es conclusa. Barty Crouch, la Cabeza del Departamento del Cumplimiento de la Ley Mágica, ya lo sentenció a una vida de prisión en Azkaban.
—Bueno, si hay alguien que merece esa sentencia, seguramente es Black.
—Sí, es cierto, Reginold. Muy cierto.
Amos Diggory soltó un pesado suspiro.
—Albus, debe haber otra alternativa—, dijo, rompiendo con la quietud que los había tragado. Sus ojos se desviaban en dirección a la bebé que sostenía Molly Weasley entre sus brazos —. Juliette y yo... no estamos listos para criar a otro niño. Quiero decir, Remus es su padrino...
—Sí, y él es un hombre lobo que ha sido golpeado por la pérdida—, contestó Albus Dumbledore —. Acaba de perder a todos sus amigos. No estoy seguro de que esté en el espacio mental correcto para criar a una niña.
—P-pero, ¿por qué yo?—, inquirió Amos —. Seguramente la niña tiene otra familia. ¿Black no tiene un primo tercero? ¿Uno que se casó con una hija de muggles?
—Sí, pero creo que es más seguro para la niña ser criada lejos de su familia biológica.
— ¿Por qué?
—Porque temo en qué se convertirá.
— ¿A qué te refieres?—, preguntó Molly.
Dumbledore suspiró —. La chica es la creación de dos antiguos y fuertes linajes de hechiceros: los Beaumanoirs y los Black. No tengo duda que sus poderes serán grandiosos. Tal poder traerá luz u oscuridad, y temo que caiga en el último. Creo que es mejor para ella estar desinformada sobre la fuerza de su poder hasta que sea lo suficientemente mayor como para tomar la decisión correcta. Amos, puedes brindarle una vida normal en el mundo mágico, lejos de las miradas e influencias de las familias de sangre pura.
Amos Diggory lucía vacilante.
—Ella siempre será bienvenida aquí, Amos, para cuando tú y Juliette necesiten un respiro. Te prometo eso—, habló Molly firmemente.
Amos juntó las cejas en contemplación —. Bueno... supongo que no dañará a Cedric darle una hermana menor.
Molly le sonrió con alegría y, entonces, le pasó a la pequeña niña que sostenía a sus brazos. Amos miró a la joven niña y sonrió.
—Bienvenida a la familia, Edelyn—, susurró suavemente.
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