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𝟬𝟬𝟴 to be a beaumanoir

CAPÍTULO OCHO: SER UNA BEAUMANOIR.

      Nausea y ansiedad se aferraban a su garganta. La cabeza de Edelyn giraba mientras un millón de ideas inundaban su mente. Fred. Fred la había besado. Su primer beso. Frederick Gideon Weasley. La palabra confusión no podía encapsular cómo se sentía. Intentó convencerse a sí misma de que solo había sido por el firewhiskey, que Fred solo había actuado como un adolescente bajo la influencia del alcohol. Pero una parte de ella sabía, en el fondo, que había sido más que eso. Sin importar cuánto intentara negarlo, había visto la mirada en los ojos de Fred. Una mirada de rechazo. Una mirada que igualaba sus precisos sentimientos cuando vio a Harry besar a Cho.

      Era una mirada de afección no pedida.

      Pero todo eso tuvo que olvidarlo pronto. La noche solo empeoró después de la fiesta y, a las cinco de la mañana, ya no se encontraba en Hogwarts, sino que en Grimmauld Place número doce. Su pierna derecha estaba temblando, y sus manos tiraban de las mangas de su sweater mientras caminaba por la cocina.

      El ataque de una serpiente.

      Harry había tenido la visión del ataque de una serpiente – un ataque en Amos Diggory mientras él se encontraba en el Ministerio de Magia. Decir que Edelyn estaba preocupaba era un entendimiento. Sus dedos estaban aferrados a la Snitch dorada que colgaba de su cuello, amenazando con romper la cadena del collar.

      La atmósfera de la cocina estaba tensa mientras Sirius, Remus, Harry, y Edelyn esperaban a que el señor y la señora Weasley regresaron de St. Mungo. La pareja había acompañado a Juliette Diggory al hospital por apoyo moral. No obstante, no fue hasta las seis menos cuarto que los sonidos distantes de clinks metálicos fueron seguidos por susurros y pasos. Un par de segundos después, los Weasley cruzaron la puerta de la cocina y los ojos de Edelyn se encontraron con los de la señora Weasley.

      —A-Amos, va a estar bien—, aseguró ella —. Se está recuperando.

      Sirius, Remus, y Harry soltaron suspiros de alivio, pero Edelyn siguió mirando a la bruja mayor. En lugar de sentirse aliviada o feliz porque Amos estaba bien, sintió ira – una terrible rabia cruzando cada vena en su cuerpo que dejaba una sensación ardiente en sus dedos cuando formó puños con sus manos.

      — ¿Por qué estaba en el Ministerio en el medio de la noche?—, demandó saber la chica a través de sus dientes apretados.

      —Edelyn, no podemos--, comenzó la señora Weasley.

      — ¿Fue para la Orden?

      Los adultos intercambiaron miradas entre ellos, y la señora Weasley dio un pequeño asentimiento.

      Justo cuando el fuego brilló en los ojos azules, flamas esmeraldas se alzaron y Albus Dumbledore se encontró de pie en el hogar de la cocina.

      —Él estaba allí bajo sus órdenes—, siseó ella, su tono y cuerpo temblando —. En el medio de la jodida noche. ¡Podría haber muerto!

      —Sí, Edelyn—, habló Dumbledore calmadamente —. Estaba allí cumpliendo una misión para la Orden, pero Amos conocía los riesgos y--.

      —Cierto, los riesgos—, escupió ella —. ¿Como los riesgos del Tornamento de los Tres Magos?

      Las palabras cruzaron el aire tenso.

      —Se supone que usted debe proteger a la Orden, justo como se supone que debe proteger a los estudiantes de Hogwarts. ¡Como se suponía que tenía que proteger a Cedric! ¡Pero no lo hizo!

      Edelyn sintió una tormenta de emociones mezcladas rugir en su interior, y ya no pudo seguir conteniéndolo. Sentía que su piel estaba prendida fuego, y el cosquilleo en sus dedos se intensificaba con cada segundo que pasaba.

      —Váyase—, gruñó.

      —Edelyn--, comenzó Dumbledore, dando un paso en su dirección.

      — ¡Dije que se vaya!—, demandó.

      El azul se convirtió en verde. Sincronizados, los platos, los jarrones, y todos los cuchillos presentes en la cocina de repente se alzaron al aire y apuntaron de forma amenazante al viejo director.

      Un jadeo colectivo fue escuchado.

      Las miradas de Sirius y Remus se encontraron. La expresión de Dumbledore se volvió siniestra. El señor y la señora Weasley se acercaron el uno al otro. La boca de Harry cayó abierta.

      —Albus, sabemos qué hacer—, aseguró Remus —. Sirius y yo podemos encargarnos de esto.

      Dumbledore asintió y, con una mirada en dirección a Edelyn, retrocedió hasta el hogar y desapareció en un flash de verde esmeralda.

      —Ly – Edelyn—, llamó Sirius, sus ojos colocados sobre su hija. Ante la mención de su nombre, todo se giró para apuntarlo a él.

      —Edelyn, solo escúchame, ¿sí?—, habló gentilmente —. Sé que estás enojada. Tienes todo derecho de estarlo. Pero necesito que respires, ¿está bien? Solo respira profundamente. Adentro y afuera.

      La voz familiar resonó en sus oídos, y los platos, jarrones y cuchillos giraron para que ya no apuntaran a nadie, sino que simplemente flotaban en el aire. Mientras Sirius hablaba, Remus comenzó a hacer su camino por la cocina hacia la espalda de Edelyn y, una vez que se encontró de pie justo detrás de ella, colocó una mano sobre su rostro y--.

      El momento en que sus ojos se cerraron, se sintió como si todo el aire hubiera sido absorbido de su cuerpo. Una ola abrumadora de fatiga embargó su cuerpo. Sus rodillas se doblaron y se encontró a sí misma hundiéndose lentamente hasta encontrarse en el suelo. Una vez que volvió a abrir los ojos, el azul se encontró con el gris y cayó entre los brazos de Sirius.

      —Shh... shh... está bien, Edelyn. Shh...—, habló con suavidad mientras sostenía el cuerpo temblante de la chica con fuerza contra su pecho.

      —Yo – lo s-siento. Uhm – no sé q-qué su-sucedió. Yo – yo--.

      —Shh... bebé, lo sé—, asintió Sirius, presionando un beso sobre su frente —. Lo sé.


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| 1 de noviembre, 1981 |

      La niña aún no había cumplido su primer año. Sus rulos oscuros brotaban de su cabeza en desorden, y sus ojos azules brillaban bajo la luz de la luna que entraba a través de la ventana.

      Estaba en el sofá de una pequeña sala de estar, arropada cálidamente en un par de sábanas ya que era una fría noche de Noviembre. Una mujer con largo cabello rubio y brillantes ojos verdes que no tenía nada más que profundo amor por ella se le acercó a la niña. Besó su frente y posó su varita sobre su cabeza, haciendo que la niña sintiera un frío escalofrío bajo su espalda. Miró a su madre con curiosidad, ya que nunca había estado bajo el hechizo de desilusión, pero la mujer simplemente le sonrió. Volviendo a alzar su varita, susurró —. Silencio.

      La madre podía sentir lo que se avecinaba. Y segundos después, la puerta del pequeño departamento voló abierta e ingresaron tres figuras oscuras.

      Mortífagos.

      — ¡REDUCTO!—, vociferó la madre, pero el hechizo fue fácilmente bloqueado.

      — ¡Stupefy!—, atacó uno de los Mortífagos.

      La madre se agachó justo a tiempo pero, al hacerlo, un segundo hechizo la golpeó y su varita voló fuera de su mano.

      Los flashes de luz asustaron a la pequeña niña, y ella se hundió entre las sábanas.

      La madre se enderezó, y se colocó de pie con valentía mientras las tres figuras se quitaban las capuchas y se revelaban.

      De pie, en el medio del lugar, había una mujer alta con oscuros rulos gruesos y largos, labios finos, y una mandíbula fuerte. Su rostro emanaba una belleza aristocrática sin defectos, pero sus ojos eran negros y no reflejaban otra cosa que demencia. A cada lado de ella, había un hombre. El mayor tenía un rostro pálido y agudo, con cabello rubio pálido y fríos ojos grises. El más joven lucía ligeramente nervioso, ya que era su primer misión para el Señor Oscuro. Su rostro aún tenía rastros de inocencia, con cabello de color paja que oscurecía su frente y pecas bañando sus mejillas y nariz.

      —Oh, es la zorra que mi querido primo se cogió—, ladró la mujer, sus labios curvándose hacia arriba con malicia.

      —Bella, Bella—, calmó el hombre rubio —. Esa no es la forma de saludar a una Beaumanoir.

      Los ojos de Séraphine se entrecerraron —. ¿Qué quieres, Lucius?

      —El Señor Oscuro sabe de su herencia, Séraphine. Sabe que has heredado los antiguos poderes de los Beaumanoirs. Ven y únetenos. Ven al lado oscuro, y podremos crear un nuevo mundo donde tus poderes pueden florecer.

      Séraphine soltó una fría carcajada sin humor —. Nunca me uniré a Voldemort.

      — ¡TE ATREVES A DECIR SU NOMBRE, SUCIA PERRA!—, chilló Bellatrix —. ¡CRUCIO!

      La niña comenzó a llorar al ver a su madre caer al suelo y moverse con dolor. Sus gritos de agonía ensordecían los oídos de la pequeña niña.

      Cuando la maldición Cruciatus fue levantada, Séraphine alzó la cabeza y escupió —. ¿Eso es todo lo que tienes, Bella?

      Bellatrix giró su cabeza hacia el más joven de los dos hombres —. Claramente no se nos va a unir. Deberíamos divertirnos un poco antes de matarla. ¿No, Barty?

      Barty Crouch Junior asintió nerviosamente. Apuntó con su varita a la mujer que seguía en el suelo —. ¡Crucio!

      Nuevamente, la mujer gritó y tembló. Y, otra vez, la niña observó. Las lágrimas cubrían sus mejillas, empapándolas en el camino. Gritó por su madre, pero no emitió ningún sonido.

      Y duró lo que se sintió como años para la niña mientras cada uno de los tres tomaban turnos para torturar a Séraphine, quién incluso ahora, con la muerte sobre ella, se rehusaba a usar sus poderes Beaumanoir. Porque Séraphine tenía miedo. Miedo de la oscuridad de aquellos antiguos poderes. Miedo de que su hija fuera a ser atrapada en el cruzar de los fuegos. Así que descansó allí, indefensa, mientras maldición tras maldición la golpeaban. Su garganta estaba sangrando debido a los gritos que escapaban de sus labios.

      Bellatrix simplemente rió. Soltó carcajada tras carcajada, disfrutando cada momento. Savoreándolo. Lucius estaba aburrido, queriendo terminar con la tarea y regresar con su esposa y su niño de un año. Barty Crouch Junior, aunque estaba dudoso al principio, pronto comenzó a disfrutarlo tanto como Bellatrix, observándo a la rubia moverse de un lado al otro, sufriendo.

      Finalmente, Lucius miró a Bellatrix y dijo, arrastrando la voz —. Esto se está volviendo bastante aburrido, Bella. Solo termina con ella, ¿sí?

      Un fuego se encendió en los oscuros ojos de la mujer al alzar su varita una vez más, apuntando a Séraphine, y rugió, ya habiendo perdido la sensatez —. ¡Avada Kedavra!

      Y la niña vio, a través de su visión nublada, un hilo de luz verde golpear el pecho de su madre, haciéndola colapsar al suelo. Con el fantasma del nombre de su esposo escapando de sus labios en un susurro, la vida se disipó de sus ojos.

      — ¡Morsmorde!—, gritó Barty Crouch junior con felicidad al apuntar su varita al cielo, causando que la Marca Oscura se alzara por sobre el edificio.

      Tomó un rato para que la niña entendiera lo que había sucedido. Pero después de un par de respiraciones de pánico, soltó un grito aterrador que ahora podía ser escuchado ya que el hechizo silenciador había sido levantado con la muerte de su madre. Los mortífagos giraron sus cabezas y finalmente se percataron de que no estaban solos. La niña siempre había estado allí, escondida bajo la magia de su madre. Pero antes que cualquiera de los tres pudiera siquiera apuntar a la niña con sus varitas, sonoros cracks erupcionaron a su alrededor y tres figuras aparecieron de la nada.

      Alastor Moody, Edgar Bones, y Marlene Mckinnon.

      Al her venir a los miembros de la Orden del Fénix, los Mortífagos rápidamente desaparecieron, y el departamento se sumió en completo silencio.

      Excepto por el desesperado llanto de una pequeña niña.

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